Edward Dmytryk trabajó con muchos productores, y siempre puso al servicio de los argumentos que le servían una pericia técnica más que notable y un instinto muy agudo para el pulso narrativo. Ambas virtudes rayan a gran altura en esta pequeña pieza de serie "B", que me atrapó desde el primer momento. Y si lo hizo, fue sobre todo por su uso de la planificación y el montaje, por encima de los diálogos (que tampoco me parecieron irrelevantes) para introducir al espectador en la mente de un asesino en serie y, por qué no, en la siempre hipnótica apariencia cinematográficade la ciudad de San Francisco.

Hay también un enfoque político-social cargado de ironía en el relato, lo cual sin duda es marca de fábrica del productor Stanley Kramer, un maestro, a mi entender, en hacer pensar al público a través de unha narración entretenida. Si es una película olvidada, me parece injusto, y por eso le hago aquí este pequeño homenaje.

No, no es que sea cine negro, en sentido estricto. Pero sí he visto muchos rasgos en esta película que se pueden relacionar con el género, tal como lo desarrollaron maestros como John Huston o Howard Hawks: intriga policíaca, dos personajes obsesionados el uno por el otro y, sobre todo, la sensación de que el cineasta no quiere poner tanto el acento en lo que pasa como en las reacciones de los personajes ante lo que pasa. En eso, la planificación, la puesta en escena y la interpretación no pueden ser más acertadas, lo mismo que el final.

Como virtudes, le concedo un inicio inteligente, cargado de ironía, y un final de igual calibre, que bordea el agudo sarcasmo. Pero el cuerpo central de la película me pareció ya bastante más previsible y, lo que es peor, falto de ritmo narrativo. Entre los méritos que se le acostumbran a reconocer está la necesidad del discurso sociopolítico que propone: no lo discuto, pero yo siempre voy a preferir las películas con mensaje a los mensajes con película.

Según parece, Martin McDonagh escribe y dirige películas para indagar en la condición humana, sobre todo en todo aquello que tiene que ver con el dolor. En “Almas en pena de Inisherin” (“The Banshees Of Inisherin”, 2022) extiende un oscuro cielo sobre sus personajes, hasta el punto de que el film parece un himno al nihilismo: personas de mediana edad que no le ven un sentido a la vida y entran en una espiral de autodestrucción, potenciada por la comunidad cerrada en la que se desenvuelven y, lejana pero no sin influencia, una guerra civil.
Teniendo en cuenta la ambientación irlandesa, podría decirse que esta película es el reverso de “El hombre tranquilo” (“The Quiet Man”, John Ford, 1952). Lo curioso del caso (y de la vida) es que, con discursos y tonos opuestos, ambas muerden un buen trozo de la verdad.

He apreciado en este film una disección acre –por momentos muy “punk”- del género humano. Casi desde el primer minuto se formó en mi rostro una sonrisa sarcástica. Nada se salva: ni ricos, ni pobres, ni capitalismo/liberalismo, ni socialismo/comunismo. Si no fuese por su altísimo nivel de pesimismo, sería una celebración de las contradicciones que encerramos como especie.