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Críticas de Jefe Dreyfus
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Críticas 88
Críticas ordenadas por utilidad
5
15 de enero de 2013
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steven Spielberg es un director con una filmografía dividida en dos vertientes muy claras: las películas que buscan el entretenimiento y las que buscan los premios. Las primeras suelen ser películas grandilocuentes, plagadas de aventuras y con una especial tendencia hacia el cine familiar (Indiana Jones, Hook, Parque Jurásico, Minority Report o la reciente Las aventuras de Tintín). Las segundas acostumbran a ser una como una clase de historia en imágines (La lista de Schlindler, Salvar al soldado Ryan, Munich o War horse). Así pues, cada vez que Spielberg se pone serio lo que debemos preguntarnos es hasta que época nos llevará esta vez. Con Lincoln viajamos hasta la América del siglo XIX, un lugar al que ya nos había llevado el director con uno de sus sonados traspiés, de nombre Amistad, y donde ya se tocaba el tema de la esclavitud. Y la fórmula no falla: nueva película histórica del rey midas de Hollywood y doce nominaciones más a los premios Oscar.

Lincoln, lo habrán adivinado ya, se trata de un biopic sobre la figura del popular ex-presidente de los Estados Unidos y una de las figuras más relevantes y populares de la historia americana. La trama nos sitúa en el año 1865 y se centra exclusivamente en los últimos meses de vida de Abraham Lincoln, quien intentará sacar adelante una enmienda para abolir la esclavitud. Hay que reconocer que últimamente este tipo de biopics políticos están teniendo muy buena acogida con títulos como Frost contra Nixon, Milk, The Queen, Invictus o La dama de hierro. Lo que sucede es que al tratar asuntos tan conocidos, uno muchas veces ya sabe qué se puede esperar en la trama. De este modo, en Lincoln, cuando el prota decide que hace una buena tarde para ir al teatro, los espectadores puede ser que empiecen a removerse inquietos en sus butacas

Así pues, la historia de desenvuelve a través de tres vertientes: 1) La política: muy densa en este aspecto, nos muestra todos los trapicheos y argucias legales para lograr sacar adelante una enmienda de tanta relevancia histórica como fue la de la abolición de la esclavitud. 2) La bélica: a la vez que se pactaba la enmienda la Guerra Civil todavía seguía activa, dando sus últimos coletazos, y Lincoln debía compaginar de forma inteligente ambos apartados ya que si la paz llegaba antes de que se aprobara la enmienda difícilmente se lograría su aprobación con los votos de los estados del Sur. 3) El familiar: Lincoln era presidente pero también era padre y marido. En ese sentido deberá lidiar con un hijo que quiere servir a su país ingresando en el ejército y a una esposa a la que se le iba bastante la castaña. Quienes estuvieran esperando una cuarta vertiente, lamento decirles que no, en el Lincoln de Spielberg no aparecen vampiros.

Al tratarse de uno de los films históricos de Spielberg, y en consecuencia de uno de sus trabajos que busca llevarse varios premio a la saca, obviamente el realizador necesitaba a un actor de premio. Así pues, finalmente el escogido para interpretar a uno de los granes iconos americanos de todos los tiempos ha sido, curiosamente, el inglés nacionalizado irlandés Daniel Day-Lewis. El actor ya ganó un par de Oscars por Mi pie izquierdo y Pozos de ambición. Con Lincoln vuelve a estar nominado y ya se ha adjudicado un nuevo globo de oro. Obviamente su trabajo es fantástico, mimetizándose con Lincoln, a lo que también ayuda el logrado trabajo de caracterización. Le acompañan en el film Sally Fiel, Tommy Lee Jones y Joseph Gordon-Levitt.

La película empieza casi de forma abrupta, con Abraham Lincoln en medio de un campo de batalla charlando con unos soldados negros. Esta secuencia inicial sirve para sentar las bases del film y nos muestra a un protagonista que a partir de ese momento absorberá toda la atención del espectador cada vez que aparezca en pantalla, debido al enorme carisma que desprende. El primer tramo de la cinta es un tanto dubitativo, denso y falto de fluidez. El espectador apenas ha aterrizado en la segunda mitad del siglo XIX, todavía está asimilando quien va con qué partido, que ya se ve obligado a ponerse las pilas para entender todos los movimientos políticos que se originan para poder aprobar la enmienda. A medida que la peli avanza la trama va aumentando en intensidad hasta llegar al clímax del film que, lógicamente, es la votación de la enmienda y cuya secuencia es de lo mejor de la cinta, aunque todos tengamos algún breve atisbo de sospecha sobre como va a acaba la cosa. Después de este momento la película cuenta con un epílogo tan largo como innecesario.

www.quesitorosa.com
Jefe Dreyfus
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4
13 de febrero de 2012
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La peli empieza con el nacimiento del caballo protagonista y a partir de ese momento ya no le vamos a perder la pista. Seremos testigos de como es adquirido por un granjero que se pasa la mayor parte del tiempo empinando el codo y que, por una vez que no va trompa, acaba comprando el caballo más caro e inapropiado del mercado para ponerlo a trabajar la tierra. A pesar de ello, su hijo adolescente le convence de que él lo entrenará y a partir de ese momento entre ellos se forjará una férrea relación de amor y respeto mutuo. Si hubo algo más será la justicia quien deba determinarlo, aunque algunas miraditas del muchacho hacia los cuartos traseros del animal dejaban las cosas bastante claras. De hecho hay un momento del film en el que una joven local se muestra claramente interesada por el chico. No vuelve a salir más.

Técnicamente la película es espectacular, con una gran dirección por parte Steven Spielberg (¿qué decir?), con ese aroma a cine clásico que va desprendiendo la cinta a lo largo de su metraje (esos cielos rojizos que parecen sacados directamente de Lo que el viento se llevó o esas conseguidas escenas de guerra que el rey midas de Hollywood ya ha demostrado sobradamente que se le dan tan bien dirigir), con alguna imagen/secuencia fantásticamente rodada (el ataque de la caballería a través de los campos sembrados), una gran fotografía, recreación de la época y trabajo tanto de actores (el joven Jeremy Irvine, Emily Watson, Peter Mullan, o el televisivo Benedict Cumberbatch) como de animales. En ese sentido la película resulta impecable. Y ni con eso basta para salvarla de la quema.

Y es que Spielberg es un grandísimo cineasta, pero no debe ser muy buen cocinero, porque finalmente war horse termina resultando ser un pastel muy difícil de digerir. Deben saber a qué nos estamos enfrentando: se trata de una de esas películas en la que los buenos son muy buenos, los malos son muy malos, los caballos son animales tan nobles que ni siquiera parece que tengan que cagar y las ocas persiguen a los villanos que huyen despavoridos ante el amago de un certero picotazo. La historia peca de ñoña, cursi y blanda en su tramo inicial, con ese joven granjero entrenando al bravo animal, luchando por superar las adversidades que se le van poniendo por delante (y ya les advierto que no son pocas, que a este mundo se ha venido a sufrir), a mayor glorificación del espíritu de superación personal. La segunda parte de la película, la de la guerra, la trama va sufriendo altibajos de ritmo y va dando bandazos entre la mojigatería propia del primer tramo y la violencia que se vive en primera linea de la batalla (dependiendo de quien sea el dueño del caballo en cada momento, e independientemente de su nacionalidad, porque aquí todo el mundo habla inglés), pero sin perder en ningún momento el tono sensiblero que sobrevuela toda la cinta y que logró exasperarme en más de una ocasión.
Jefe Dreyfus
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7
6 de junio de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tema de las series políticas siempre ha dado mucho juego (no nos pondremos ahora aquí a recordar el Sí, primer ministro), pero a finales de la década de los noventa y principios del 2000 hubo un auténtico boom con dos series tan potentes como El ala Oeste de la Casa Blanca y The wire. La primera estaba centrada en los empleados que pululan a diario por la Casa Blanca y fue, en cierto modo, una adelantada a su tiempo. En cuanto a la segunda, estaba más centrada en las escuchas policiales, pero la política también jugaba un papel relevante en la trama y es considerada por muchos como una de las mejores series de todos los tiempos. Una vez acabadas ambas hubo como una especie de período de duelo en el que pocas producciones se decantaron por la política, suponemos, debido al miedo de las comparaciones odiosas. No obstante todo parece apuntar que el duelo ha terminado y muchas han sido las cadenas que han apostado recientemente por esta temática con títulos como: Veep, The Boss, Political animals, The Scandal y, por supuesto, House of cards.

La trama de House of cards gira alrededor del congresista de los Estados Unidos Francis Underwood quien, cual Ferris Bueller cualquiera, no tendrá ningún reparo en dirigirse al espectador, hablandole directamente a la cámara, para mostrarnos como funcionan los engranajes del poder, convirtiéndose en nuestro anfitrión a través de una visita guiada por las cloacas de Whashington.

La serie empieza con un “zas en toda la boca” a nuestro congresista cuando, después de ganar su partido las elecciones, se le negará un alto puesto en el ejecutivo que él consideraba haberse ganando con creces después de los meritorios servicios prestados. Será entonces cuando Francis empezará a tramar un complejo plan para lograr saciar sus ansias de poder, que incluirá aprovecharse de quien haga falta, destruir a quién se interfiera en su camino y someter a sus rivales políticos más directos, a base de arducias, mentiras, sobornos, trapicheos y todo tipo de juego sucio. Esto es política señores, y toca ensuciarse.

Así pues, su primera medida será la de utilizar los medios a su favor, usando a una joven e inexperta periodista a quien le empezará a filtrar información privilegiada en lo que se convertirá en una fructífera sociedad para ambos.

House of cards es la primera serie original de la plataforma de descargas legales Netflix (y viendo los buenos resultados obtenidos pueden ir apostando que no será la última). La serie es un remake de la serie inglesa homónima de la década de los ‘90 y que, a su vez, se basaba en una novela escrita por Michael Dobbs (a quién también encontramos en la producción lo que, en principio, debería darnos buenas vibraciones).

Lo primero que llama la atención de House of cards es la gran cantidad de nombres importantes que encontramos en todos los apartados, lo que hace suponer que no se ha reparado en gastos a la hora de afrontar el proyecto. El trío protagonista son Kevin Spacey (el despiadado congresista y personaje estrella de la trama), Robin Wright (que interpreta a su fría y calculadora esposa) y Kate Mara (como la joven periodista difícil de domar). Entre los directores encontramos a David Fincher y Joel Schumacher, entre otros. Habrán notado ya que todo el conjunto desprende un tufo a pantalla grande que tumba.

Los capítulos buenos de House of cards son muy buenos, mientras que sus capítulos malos no están mal. Y es que el listón se coloca muy alto nada más empezar, con los dos primeros capítulos dirigidos por David Fincher y, a pesar de que pasada la mitad de esta primera temporada uno tiene la percepción de que algunos capítulos bajan en intensidad, hay que reconocer que, en general, el nivel es bastante alto. Mención aparte merecen unos personajes atrayentes y bien escritos, situados dentro de una retorcida historia de lucha de poderes. Lamentablemente la trama en alguna ocasión desvía sus objetivos hacia subtramas de un tono más erótico-festivo que lastran más el guión que el picante que pueden aportar. Y es que de poder va la cosa, más que de política propiamente, de la atracción que genera y del camino que hay que recorrer para hacerse con él y que, de forma indefectible, les llevará a preguntarse si el fin justifica los medios. No haría falta ni decir que la respuesta del protagonista de la serie es que la propia formulación de la pregunta es ya, en si misma, una estupidez.
Jefe Dreyfus
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3
14 de septiembre de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ridley Scott, ese director cuya carrera disfrutó de un más que espectacular arranque y un no menos impresionante descalabro a partir de su cuarta película, ha considerado que ha llegado el momento de buscar respuestas a las grandes preguntas formuladas por la humanidad. Y, para ello, el cineasta mete mano a uno de los tótems de la ciencia ficción y el terror: Alien, el octavo pasajero, del año 1979, dirigida por el propio Scott. Muchos pensarán que lo mejor hubiera sido que se hubiera dejado al universo “Alien” tal y como estaba (y que Scott hubiera seguido dirigiendo películas protagonizadas por Russell Crowe, que es, básicamente, lo que venía haciendo últimamente), pero lo cierto es que el universo “Alien” ya estaba tan de capa caída que tampoco es que nos venga de aquí. Y no nos engañemos, por lo menos Prometheus es bastante mejor que Alien vs. Predator. Bueno, digamos que es mejor que la 2.

Resulta que una pareja de científicos, que además están enamorados hasta las trancas, descubren una serie de pinturas prehistóricas en cuevas en las que intuyen una serie de pistas sobre el origen de la humanidad. Total, que siguiendo los garabatos de nuestros antepasados se montan en una nave espacial, financiada por un misterioso benefactor, y se dirigen hacia un remoto planeta, en el que esperan encontrar nuevas pistas o algún tipo de respuestas. Por supuesto, como toda buena película de ciencia ficción que se precie, nada más llegar al planeta y ante la perspectiva de la clara posibilidad de aire respirable, lo primero que harán nuestros valientes investigadores será quitarse el casco espacial para poder trabajar mejor, solo faltaría. ¿Que estamos a millones de años luz del planeta tierra y vaya usted a saber que condiciones, microorganismos y demás se pueden encontrar en el planeta? Na, ¡chorradas! ¡Cascos fuera!

Los investigadores encontrarán entonces, en el planeta, una especie de estructura artificial que contendrá, en su interior, un misterioso ser extraterrestre decapitado y una sala llena de un montón de urnas de las que emana un extraño líquido negro parecido al chapapote (lo raro del caso es que el primer científico en quitarse el casco, nada más llegar al planeta desconocido, no se hubiera metido rápidamente la sustancia en la boca para realizar una primera cata gustativa para ir sacando conclusiones). Cuando vuelvan a la nave, algunos de sus tripulantes empezarán a mostrar síntomas de una extraña infección, que empezará a crear ciertas tensiones en el equipo.

Hablando de tensiones, una de las protagonistas de la cinta es Charlize Theron, que interpreta a una dura comandante. Diríamos que ella es la representante, en la nave, de la compañía que financia la expedición. Junto a ella encontramos a Noomi Rapace y Michael Fassbender. Ella es la nueva tía dura de la franquicia, una especie de Ripley que deberá demostrar que es de armas tomar para aguantar todo lo que se le viene encima. Él interpreta a un androide con cara de poker. Además, en la cinta también encontrarán a Guy Pearce, pero difícilmente lo reconocerán porque aparece interpretando a un anciano baja una dudosa capa de maquillaje. El por qué eligieron a un actor joven para, después, maquillarlo de una forma tan sumamente lamentable, cutre y barata, en lugar de elegir para el papel a un actor de la edad del personaje, sigue resultando, para un servidor, todo un misterio, mayor incluso que el del propio origen de la humanidad.

Prometheus empieza con unas imágenes muy bucólicas, un poco de agencia de viajes, pero bonitas al fin al cabo. Esa será la tónica del primer tramo de la película, visual y estéticamente muy potente (lo que por momentos llegó a plantearme la posibilidad de que habíamos recuperado al mejor Ridley Scott). La sensación reinante era de que Prometheus no era un proyecto más para el cineasta y que se estaba tomando las cosas bastante en serio. Esta sensación duró poco más de media hora o menos, porque después todo el film, en su global, empezó a hacer aguas por todas partes: la trama pasa de la coherencia al absurdo más absoluto con una pasmosa facilidad; el guión es un auténtico coladero lleno de incongruencias a cada cual más abrumadora; pasado el ecuador de la película ya nada parece tener demasiado sentido y solo puedes abandonarte a tu suerte al ver como la historia va dando bandazos sin demasiado sentido; al parecer se debieron gastar todo el presupuesto de maquillaje en efectos especiales y cuando llegó el momento de maquillar a Guy Pearce lo tuvo que hacer la señora que barría el plató; algunos de los personajes no es que no tengan profundidad, es que no tienen nada; a otros simplemente nos los presentan para poder verlos morir al cabo de un rato, cuando uno ya ni se acuerda de ellos; hay diálogos que rozan la vergüenza ajena, pero uno apenas se puede dar cuenta de ello por estar pensando en por qué los personajes actúan de la forma que lo están haciendo; a algunos personajes les suceden cosas, pero a otros, en unas circunstancias parecidas o peores, se quedan tan anchos; a un personaje se le aparece una especie de cobra alienígena y lo único que se le ocurre es acariciarla, comentar con otro compañero lo bonita que es y hacer sonidos guturales del tipo: cuchi-cuchi...
Jefe Dreyfus
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7
17 de enero de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día que me enteré de que Joaquin Phoenix dejaba la interpretación, abrí varias botellas de cava para celebrarlo. No, no soy su mayor fan. En plena fiesta leí entera la noticia y me sorprendí al comprobar que al parecer decidía pasarse al mundo de la música, lo que provocó que se me congelara la sonrisa en el rostro y diera la fiesta por terminada, viendo la que se me venía encima. Más tarde se empezó a rumorear de que se podría tratar de una noticia falsa y de que en el fondo no era más que una estratagema para preparar un nuevo proyecto sobre un falso documental con él mismo cómo protagonista. La palabra que refleja más claramente mi estado de ánimo en ese momento es: indignación. Las fuentes, no obstante, confirmaban que Phoenix estaba lo suficientemente chalado como para llevar a cabo cualquiera de las dos cosas. Al final, días después de su estreno en el festival de Venecia, al que la cinta llegó inmersa entre rumores, se destapó el pastel y los responsables del proyecto terminaron reconociendo que se trataba de un falso documental.

Alguien dijo en cierta ocasión (o quizás me lo estoy inventando, que para tratar la película que hoy nos ocupa también estaría justificado) que una buena historia debe tener un buen auge para, luego, dirigirlo todo hacia una gran caída. En I'm still here no hay auge. El auge queda fuera del metraje y durante el documental simplemente asistimos a una larga y continuada caída de un artista que en otra época probó las mieles de un éxito que no fue capaz de digerir, por lo que se vio obligado a cortar con toda su vida anterior. Nada de ello es real, y a pesar de todo, el simple hecho de haberse enfrascado en un proyecto de estas características no deja de ser un claro síntoma de que Phoenix no está bien de la azotea. Y yo que me alegro, pues por fin he logrado interesarme por su carrera como actor.

Durante la primera mitad de la película no podía evitar pensar una y otra vez que, de no haber sabido que se trataba de un falso documental y que todo lo que estaba sucediendo en pantalla estaba previamente guionizado, realmente hubiera disfrutado mucho más su visionado y su efecto en el espectador hubiera sido mucho más espectacular. Por el contrario, en la segunda mitad, la película consigue paliar la ventaja con la que cuenta el espectador, logrando que no me importara lo más mínimo el hecho de que lo que ocurría no fuera veraz, atrapado por la vorágine, en caída libre, de su personaje protagonista, plagada de algunos momentos brillantes y contando con tres o cuatro escenas que se quedan grabadas en la retina del espectador. Personalmente, me quedo con el plano contrapicado sostenido a un Joaquin Phoenix rígido, caracterizado como aparece en el cartel de la película, momentos antes de su actuación en una sala de fiestas de Miami, donde confirma o lo buen actor que es (y que hasta el momento no había sabido apreciar) o que está como una bendita regadera.
Jefe Dreyfus
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