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España España · Madrid
Críticas de Pedro
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
7
8 de noviembre de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a uno le ponen en sesión continua "El corazón del guerrero", "El robo más grande jamás contado", "La caja Kovac" y "Celda 211" para después preguntarle cuál de estas cuatro películas no es de Daniel Monzón, la respuesta parece clara: la última. La sorpresa aparece cuando resulta que en los títulos de crédito es director y coguionista.

Semejante diferencia entre las tres anteriores y esta resolutiva cuarta película debe tener una explicación más allá de lo paranormal. Parece claro que como autor Monzón no funcionaba, pues sus dos primeros guiones originales en solitario hacían aguas. Con la ayuda de Jorge Guerricaechevarría en la tercera gana algo de pulso narrativo aunque sucumbe estrepitosamente en los tópicos. Sólo se me ocurre que los errores de "La caja Kovac" fueran obra exclusiva suya y los aciertos de "Celda 211" sean obra de Jorge. O simplemente es que el mérito ahora está en el material de la novela original de Pérez Gandul. No sé... ¿Deberé quizás creer en los milagros?

Misterios sin resolver aparte, lo cierto es que la tensión dramática de la película es probablemente su principal aliciente junto a la escritura de un personaje -Malamadre- y la interpretación del mismo por parte de Luis Tosar, quien literalmente es la celda, la galería, el módulo, la prisión y todo lo que la rodea. El plantel de secundarios resulta igualmente tan convincente que parece que no han metido al actor Alberto Ammann en un plató de rodaje dentro de un antiguo edificio penitenciario con otros actores, sino en la mismísima y auténtica cárcel.

Pero no es oro todo lo que reluce... Por ejemplo, en la estructura diría que sobran las secuencias de flashback en las que vemos la relación de Juan Oliver con su esposa Elena. Alteran el concepto de ritmo tan bien hilado de una forma brusca difícil de encajar. Mejor habría sido introducir el personaje de la mujer de forma lineal llevando al comienzo a su marido en coche a la prisión o algo similar, para verla posteriormente en las escenas clave que protagoniza.

Hay además algo en toda película que me parece necesario. Aunque sea ficción debiera tener su lógica dentro del contexto que describe. Francamente no parece coherente la importancia que se da a unos miembros de ETA como para que el desarrollo de la trama gire a su alrededor... No está explicada esa importancia, y en el mundo real en el que se pretende encajar la acción sería absurdo.

En cualquier caso, supongo que Monzón gana un voto de confianza hasta la próxima y no morirá por su mala cabeza en la celda 211.
Pedro
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4
24 de abril de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thriller de correcta realización, con arranque intrigante que desarrolla y mantiene bien la tensión y el suspense, pero que en su última parte -coincidiendo con la escena del Guggenheim de Nueva York- escasea en ideas para rematar la faena y embrolla un tanto la trama al mismo tiempo que opta por una conclusión extraña y sin emociones.

No se puede siquiera afirmar si el final es o no acorde al dibujo que se nos ha hecho del protagonista, porque realmente tampoco está demasiado bien desarrollado, simplemente va realizando las acciones sin dar mucha vida a lo que siente, interpretado por un Clive Owen en horas bajas que no puede hacer más por un personaje que falla desde la escritura del guión. Si ya el protagonista carece de desarrollo convincente, no digamos los papeles de Naomi Watts y el resto de secundarios... No parece sino una película que había que terminar para cubrir el compromiso y se hizo con alguna buena idea de partida y pocas o casi ninguna después. Así funciona entonces, como un interesante globo inflado al que según se le sopla más se va contradictoriamente desinflando.

Rodada en diferentes localizaciones de cuatro países -EEUU, Alemania, Italia y Turquía-, no ha escatimado en presupuesto. Sin embargo, lo que han gastado en dinero no se ve que lo hayan derrochado en imaginación, llegando incluso a inventar a ese agente de Interpol ajeno al funcionamiento de la verdadera policía internacional, con el único fin de que la misma persona pueda ir de un país a otro investigando como Pedro por su casa.

Al menos por su argumento uno demoniza la corruptela y poder en la sombra de las entidades monetarias. Muy de moda en estos tiempos de crisis que corren en los que los malos de la película de nuestra vida real son también los bancos. Algo es algo. Es difícil hoy ser banquero y no morir en el intento.
Pedro
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8
4 de abril de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thomas McCarthy afronta su segundo largometraje manteniendo con el anterior el nexo de tratar una historia que profundiza de manera sencilla y cotidiana en el interior de un reducido grupo de personajes descritos minuciosamente a través de los gestos, frases, y pequeños detalles que recoge la cámara con una medida fotografía. El adulto aunque pequeño Finbar de la internacionalmente premiada "The station agent" es sustituido en "The visitor" por el viejo profesor universitario Walter, e igualmente sirve de punto común para tratar y conocer a los otros personajes que conformarán el universo particular de un solitario perdido, llegando todos a su vez a resultar tan entrañables entre ellos como para el espectador.

El director y guionista se inspiró primero en las evocaciones de la música como detonante que libera y une a las personas, y por otra parte en observar en países que visitó de Oriente Medio el abismo cultural que separa a Occidente de ese otro lado del que se tiende a olvidar que también hay seres humanos respirando, viviendo, soñando...

La intención llega al receptor de la película con perfecta eficacia. El cuarteto de actores Richard Jenkins, Haaz Sleiman, Danai Gurira e Hiam Abbass se encarga de plasmar el mensaje con nitidez mediante interpretaciones naturales y sentidas dentro de un drama con algunas pinceladas aisladas de irónico humor. Y hace falta poco más que eso, unas localizaciones escogidas de la ciudad de Nueva York, y la música que traspasa barreras, para crear un buen trabajo sin demasiados alardes de presupuesto.

Al son del tambor africano de Tarek no sólo el profesor Walter Vale encuentra un camino moviendo sus manos para hacer "tam, tam, tam" allá donde va, sino que nosotros mismos le acompañamos en el plano final del andén del metro, golpeando rítmicamente los brazos de nuestro asiento mientras con una mezcla de melancolía y rabia se nos revuelve el estómago al darnos cuenta de que aún habitamos un mundo donde las personas padecen la existencia de fronteras que ni el dinero ni el poder tienen.
Pedro
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5
12 de febrero de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que señalar por encima de todo la capacidad de la que hace gala el guionista y dramaturgo inglés Peter Morgan para convertir un argumento manido y desgastado, un episodio de la política doméstica de EEUU que al resto del mundo ya cansa, primero en una obra teatral de gran éxito casero -se llevó mejores críticas al otro lado del Atlántico que en su estreno londinense- y después en un guión al que sabe dotar, con la no pequeña y estimable colaboración de Ron Howard, de las cualidades del thriller político y periodístico.

Y no es pequeña la tarea del director Howard porque en buena medida su estudio de puesta en escena, las tomas de los personajes, los planos de sus rostros, la planificación en definitiva de cada secuencia es fundamental para que esta película sea algo más que la repetición de unos hechos documentales ya plasmados desde 2006 en el escenario del teatro por los mismos actores protagonistas.

Esto último y el trabajo de Frank Langella, dando vida a un orgulloso a la par que agónico Nixon, y de Michael Sheen como el osado periodista Frost que le sacó los colores, es lo que sostiene el conjunto evitando en buena medida que caiga en el total aburrimiento. Sobre todo la interpretación del primero, que no en vano cosechó en su versión teatral los únicos premios que terminó por llevarse la obra.

Si tiene usted especial predilección por los temas políticos en general y los estadounidenses en particular llevados a la gran pantalla, posiblemente disfrute al máximo de esta propuesta cinematográfica. Si simplemente admira el buen cine, es probable que le quede algo alejada esta indagación en los turbios manejos del presidente Richard Nixon de lo conseguido al respecto por Alan J. Pakula hace más de 30 años con el dúo Robert Redford y Dustin Hoffman en "Todos los hombres del presidente".

Ya lo decía Nixon: "He decepcionado a mis amigos, he decepcionado a mi país". Pues eso.
Pedro
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8
8 de febrero de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La música de Thomas Newman, tan habitual en las películas de Sam Mendes, nos trae añoranzas de "American beauty" mientras replica dentro de nuestros oídos desde la triste oficina de Frank Wheeler (Leonardo Di Caprio) o desde la cocina donde friega su esposa April (Kate Winslet) en una coqueta y acogedora casita blanca situada sobre un montículo verde al final de Revolutionary Road.

Aquella ópera prima en pantalla grande de Mendes destapaba las esencias de un director prometedor que se estrenaba con una de las grandes películas que cerraron el siglo pasado. Sin duda, el excelente guión original de Alan Ball es lo que separa aquel trabajo de este último con una escritura adaptada ligeramente menos elaborada por parte del casi novato en la profesión Justin Haythe. No obstante, durante dos horas se nos obsequia con un despliegue interpretativo apasionante, de los de vieja escuela dramática de método, donde la pareja protagonista derrocha el máximo que ambos intérpretes hayan dado jamás hasta la fecha dejándose las tripas en muchas de las escenas, y donde el resto del reparto realiza una labor de no poco mérito -aplausos para el papel del lúcido demente a quien da vida el actor Michael Shannon-.

Esto, unido al buen estilo narrativo que enlaza las secuencias y a una fotografía que sin ser demasiado espectacular no deja de destacar en los tiempos que corren -cuando suelen brillar por su ausencia los encuadres y composiciones estudiados de plano-, termina por atraparnos frente a la pantalla hasta ser absorbidos por tanto dolor como supuran sus personajes.

No, no recomendaría a nadie esta película; y al mismo tiempo creo que nadie debiera perdérsela. Es tan vivo el sufrimiento y la desesperanza que aún me duele. Me duele la mirada de April, cada vez que respira, cada paso que da vagando dentro de sí misma. Me duelen los pensamientos de Frank, que aunque no se oyen se escuchan... Me duele la agonía del loco John y sus palabras. Palabras que taladran como balas cabeza, corazón y alma. Hay tanto dolor en cada fotograma. Tanto dolor. Mucho más del que nadie esperaría en una coqueta y acogedora casita blanca situada sobre un montículo verde al final de Revolutionary Road.
Pedro
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