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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
6
6 de febrero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo decía Ana Torroja. Hawai y Bombay son dos paraísos. Bien mirados, sin embargo, ni el uno ni el otro se acercan al ideal de un lugar de ensueño. Lo advierte el personaje de George Clooney al inicio de Los descendientes, un aviso para navegantes de lo que será el filme, que nos muestra una historia cruda, más bien agridulce, en un entorno tan ansiado turísticamente como Hawai. Aquí no nos esperan esbeltas mujeres con collares de flores sino una esposa postrada en la cama de un hospital con un coma profundo. A su alrededor, la familia, su marido, tratan de asimilar los peores presagios y redefinir sus relaciones en un nuevo hogar sin figura materna. Desde luego, una situación bien lejana al paraíso.

Payne no firma una cinta mediocre. Ni mucho menos. Pero tampoco alcanza la obra maestra. Los descendientes no difiere mucho de sus anteriores propuestas, con personajes torturados por los males del ciudadano moderno en un viaje hacia la paz interior. El filme tampoco innova demasiado en la forma. Esa extraña combinación en que la comedia y el drama se van intercalando para hacer más amable y digerible la historia, para acercarla a un público más cultivado y más cool, es la fórmula que desde hace mucho tiempo viene explotando con fortuna el cine indie.

¿A nadie le ha recordado esta familia desestructurada a la que conducía una furgoneta para cumplir los sueños de una niña por convertirse en Pequeña Miss Sunshine? ¿Ningún espectador ha visto por momentos el espectro de Juno en la hija adolescente y contestataria de Clooney? ¿Acaso el actor realiza un salto cualitativo tan grande en su carrera como para hacernos olvidar al Ryan Bingham de Up in the air?

El galán por antonomasia, el actor caído en gracia de Hollywood, el de la mirada pícara y juguetona, ha vuelto a encandilar no sólo a los académicos sino también a buena parte de la crítica, que ya lo aúpa como claro vencedor en la próxima ceremonia del Kodak Theatre. Clooney realiza uno de los mejores trabajos de su carrera, sí, pero Los descendientes no le supone un cambio de registro destacable. Aunque Matt King es uno de sus personajes más vulnerables, más cercanos, el actor jamás pierde esa aureola de irónico seductor que siempre lo acompaña. Mientras, Ryan Gosling, Michael Fassbender y Leonardo DiCaprio se preguntan en sus casas qué más pueden hacer para ganarse el favor de sus compañeros con la misma facilidad que la imagen de Nespresso.

Algo parecido le habrá ocurrido a su joven compañera de reparto Shailene Woodley, que habrá asistido atónita al ninguneo de la Academia en la lista de nominaciones a mejor actriz secundaria. Porque si hay algo parecido al edén en Los descendientes es, sin duda, su apabullante interpretación de adolescente convertida por las circunstancias en la nueva matriarca de la familia. Porque si hay una escena que destaca en la película es su grito sumergido en la piscina. El resto, de lo más corriente y terrenal.
polvidal
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6
13 de octubre de 2009
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Venía precedida por los fastos más propios del imperio romano que de una producción cinematográfica española. No en vano, merecía la pena ver a Cayo Vasile César, emperador mediático de Fuencarral, recibiendo en lo alto de la escalinata a las 4.000 personalidades de toda índole que se aglutinaron en el estreno de la última película de Alejandro Amenábar. Una ‘Ágora’ de 50 millones de euros de presupuesto que muchos, ahora, temen echar de menos. Y es que, al parecer, la superproducción no encuentra quien la distribuya en Estados Unidos, convirtiendo tamaña inversión en todo un suicidio. Ya se sabe. Son las consecuencias de sumergirse en el pantanoso terreno de las religiones.

A pesar de los esfuerzos de Amenábar por resaltar que su película no ataca al cristianismo sino a los fanatismos religiosos, es evidente que ‘Ágora’ supone una valiente crítica a los orígenes de una religión que todavía impera entre los espectadores occidentales. Al director español, por tanto, le puede suceder como a Hipatia, la protagonista del filme, a quien el cuestionamiento de la fe terminó por girársele en su contra. Transcurridos unos cuantos siglos desde entonces, esperemos que esta vez la razón termine imperando.

Más allá de los conflictos religiosos, ‘Ágora’ suponía un nuevo desafío para uno de los pocos comodines con los que cuenta el cine español. Amenábar subía un peldaño más en su escalada de retos profesionales y se enfrentaba a una producción de tintes hollywoodienses. Sin embargo, el resultado deja al espectador completamente desconcertado. El ritmo pausado, e incluso agonizante, de los minutos iniciales convive con una desmesurada grandilocuencia sin acabar de encontrar el equilibrio perfecto.

Por momentos, parece que el filme le sobrepasa al director en un quiero y no puedo de difícil salida. Demasiadas teclas por tocar y poco tiempo para cautivar. A pesar de todo, ‘Ágora’ logra huir del sosiego inicial con un crescendo que culmina en final vibrante. Los grandes clímax de la película no los protagonizan miles de extras enfrascados en grandes batallas sino los dos jóvenes protagonistas admiradores de Hipatia. Al desenlace del filme, con la intensa aportación del esclavo enamorado, conviene sumarle ese momento de exquisita tensión en la que el Prefecto Orestes se debate entre doblegarse ante el imparable poder religioso o la lealtad a su amada filósofa. Son ejemplos en los que el director logra conmover y a su vez transmitir el mensaje contra la opresión de los fanatismos. Y son los que salvan la que ya es la película menos redonda de la filmografía de Alejandro Amenábar.
polvidal
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8
1 de octubre de 2009
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con ‘House’ he mantenido una relación amor-odio en la que siempre ha terminado triunfando el primero, algo que no me ha sucedido con ‘Héroes’ o ‘Prison break’, que abandono sin piedad y sin remordimientos. ¿Qué me lleva a obviar esos interminables episodios del maleducado doctor que siguen a rajatabla la estructura típica del procedimental, género que normalmente detesto? No es el carisma del personaje, que en determinados momentos he llegado incluso a rechazar, sino lo que podríamos denominar los episodios perla con los que a menudo nos suelen deleitar sus creadores.

(Ver contenido con spoilers hasta la quinta temporada)

De esta manera, la serie va superando la monotonía de los capítulos de principio y final cerrado y de las intervenciones de un House a menudo pasado de rosca. La personalidad del protagonista fue la gran baza para enganchar al público pero se ha demostrado insuficiente para mantener la trama viva durante cinco años. Aunque el gancho de ‘House’ sigue siendo House, conviene trastocar su mundo de vez en cuando para despertar al aletargado público. Son esos episodios perla, auténticas obras maestras, por los que merece la pena deambular con más o menos entusiasmo por una de las series médicas más exitosas de la historia de la televisión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
polvidal
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5
19 de septiembre de 2007
11 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me imagino la escena. Brangelina, en la calidez de su hogar, planificando el encumbramiento de la mujer de labios carnosos y carrera difusa. Brad Pitt, con el poder que otorgan las sagas ludópatas de su amigo Soderbergh planea la estrategia a seguir. Ya es hora de que su mujer abandone el lastre de Lara Croft y las portadas amarillistas para recuperar el camino de ‘Inocencia interrumpida’ y labrarse un hueco en la meca del cine. La Academia es fácil de convencer. Sólo hace falta una leve transformación física y una escena que encaje a la perfección en el vídeo previo al ‘and the oscar goes to’ para acercarse a la gloria dorada. Si además, viene regado con un mensaje de lo más progresista y discordante con el modus vivendi de todo el que pisa la alfombra roja, mucho mejor para las conciencias de todos (véase Julia Roberts con Erin Brockovich).

Que mejor que un plan B en forma de productora independiente y un colega todavía menos dependiente que Michael Winterbottom para diseñar un filme a medida del objetivo marcado. Brad Pitt decidió echar mano al bolsillo y a las neuronas. Llegó a la conclusión que, para seguir la estela humanitaria y solidaria que los caracteriza en los últimos años (lejos quedan los derroches de peluquería de Jennifer Aniston y todo aquél pijerío cegador), el filme debía ser igualmente comprometido. Y nada más comprometedor que el 11S y sus consecuencias para desmarcarse de una industria del espectáculo con una fuerte tendencia a la amnesia.

Si el objetivo de ‘Un corazón invencible’ fuera acercarnos a la realidad de un país islámico como Pakistan o transmitirnos el mensaje de entendimiento entre culturas que profesa la mujer en la que se basa la película, Mariane Pearl, entonces sí alabaría las buenas intenciones de Brangelina. Sin embargo, cuando toda la película está basada en las pesquisas previas al fatal desenlace, entre una maraña de nombres, contactos y pistas, con el único objeto de llegar a una escena, la del lucimiento artístico de una actriz, se desmorona por completo cualquier atisbo de altruismo. Esa escena, la escena, destruye cualquier otra intención artística del filme. Ni la estética documental, ni la fotografía, ni el apego fiel a la realidad merecen crédito cuando el filme se construye alrededor de una sola escena.

Pero, ¿cuál es esa famosa escena? –se preguntarán-. Es tan fácil imaginarlo, conociendo la historia que relata, como la interpretación que podríamos esperar. Sin restarle mérito, uno imagina la cantidad de tomas que debió necesitar Angelina Jolie para lograr ese momento clímax del filme tan duro y desgarrador, aunque a su vez tan calculado y frío. Ese momento que puede conducirla directamente a las primeras filas del Kodak Theatre el próximo febrero, pero que hace de ‘Un corazón invencible’ un filme con trampa.
polvidal
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6
4 de marzo de 2015
10 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
7 vidas. Aída. Fuera de carta. Que se mueran los feos. Nacho García Velilla está tan ligado a la comedia como lo está a Javier Cámara y Carmen Machi, dos de sus actores fetiche. En Perdiendo el norte pasan a un segundo plano, como padres de un protagonista obligado a emigrar a Alemania en busca de una oportunidad laboral. Dejan hueco a otros nombres, como los cabezas de cartel Yon González y Julián López. Pero se les echa de menos, como también se echa en falta el humor disparatado y gamberro que define la filmografía de Velilla y que aquí también da paso a otros géneros menos logrados, el de la crítica social y el drama.

La intención de denunciar el lamentable estado de nuestro país a través de la comedia es muy loable. Con el paro juvenil por las nubes, la inversión en investigación bajo mínimos y un retorno a la emigración como medio de subsistencia, el retrato de la llamada generación perdida se hacía necesario. Y más utilizando el recurso inteligente del humor. Pero el mensaje en Perdiendo el norte es tan evidente, tan poco sutil, que pierde fuerza. No hacía falta poner en boca de los personajes lo mal que lo está haciendo el gobierno o el retroceso histórico que está sufriendo nuestra sociedad. La trama hilarante debería hablar por sí sola.

El otro gran género todavía más incrustado con calzador es el que protagoniza José Sacristán. Sus recuerdos y la evolución del personaje introducen una subtrama dramática que desentona por completo con el tono que debió perseguir la cinta, convirtiéndose así en una comedia a medio gas que busca llegar a un público familiar. Justo lo que lo que persiguen ciertas telecomedias, tan del agrado de una cadena para todos los públicos como Antena 3, productora de la película.

Lástima que ese gusto cada vez mayor por llegar a una audiencia más amplia rebaje la mordacidad de una comedia que podría haber encadenado carcajadas sin problema. Material no le faltaba. Todos y cada uno de los actores cumplen sobradamente con su cometido. El esfuerzo de rodar en una ciudad como Berlín queda recompensado con preciosos planos de situación. Incluso el argumento plantea grandes situaciones de enredo, diluidas en cierta manera por esa búsqueda incesante del carácter amable.

Aún así, Perdiendo el norte guarda un par de escenas desternillantes –como la que protagonizan un par de cuernos de asno- y emocionante –el beso frente al muro de Berlín-. También alguna que otra vergonzosa –ese momento caca, culo, pedo, pis-. Un mejunje de chistes más o menos ingeniosos que recuerda en cierta manera a otra cinta de humor descafeinado –y gran hit de la temporada pasada- como Ocho apellidos vascos. Dos dignos esfuerzos por revitalizar la comedia romántica española pero que no han logrado superar en audacia y talento a la que sin duda es la obra cumbre del género en nuestro país: 3 bodas de más.
polvidal
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