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España España · Barcelona
Críticas de zoquete
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Críticas 40
Críticas ordenadas por utilidad
8
29 de marzo de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otoño 2002. Aileen Wuornos es condenada a muerte, tras probarse que había asesinado a seis hombres. Ella reconoce sus crímenes, pero alega legítima defensa. Aún así, solicita el castigo para evitar “volver a matar”. Se habla de “suicidio asistido por el estado”. Documentos judiciales recogen detalles sobre su pasado, que incluye su abandono al nacer, vagabunda cuando niña, violación a los trece años, madre un año después, adicciones a las drogas y al alcohol, y la prostitución como sustento y perdición. Octubre 2002. La “Doncella de la Muerte” es ejecutada en Florida.

“Monster” recuerda que el comercio sexual suele ir de la mano del abuso, que “prostituta” no tiene tanto que ver con el hecho de pagar como con la concepción de la mujer (o niño) como objeto para el hombre (dominante, cliente, comprador o amo). Así también se nos ilustra en las espléndidas “Irreversible”, “Dogville”, “Celebration”...

No obstante, este primer trabajo de la directora Patty Jenkins escoge el amor como verebrador de la historia, para mostrarnos las inquietudes más íntimas de la asesina, sus motivaciones y qué dispara sus oscuros resortes criminales.

Las razones de Aileen no son buenas para escondernos de nuestras propias miserias, para ignorar nuestros miedos o para describirnos las lagunas del sistema judicial o de los “sólidos” fundamentos éticos de nuestra sociedad.

El tratamiento es austero pero intenso. La asesina deambula entre su visión más negra de su entorno, como colectivo de hipócritas que esconden una furiosa e insatisfecha pulsión sexual, y la ternura que le inspira su amada, a quien desea proteger y ofrecer lo mejor de sí misma.

La prostituta sitúa su amor en la cúspide de su razón de ser, de su sentido vital, por quien no duda en eliminar a sus víctimas, a quienes también juzga por su doble moral: casados que engañan a sus mujeres, agresores que desprecian a las prostitutas por precisamente por acceder a sus variopintas y no demasiado higiénicas peticiones, etc. Tras esta lógica parece esconderse el rabioso deseo de ejercer una ética, ¿ un buen camino?, una ética modelada, paradójicamente, por la propia sociedad que reniega de ella, pero que tampoco se diría que le ofrezca muchas alternativas.

Si esta mujer se declarara dispuesta a todo para llevar una vida sin crímenes, ¿está la sociedad capacitada para protegerla, para evitar los abusos de los que fue objeto? Pero si su entorno no cambia, la solución parece única… sacrificarla.

No deseo que ninguno de mis seres queridos compartan un sólo instante con ningún asesino, sueño con una vitrina perfecta que proteja a mi hijo, pero no dudo que él podrá desobedecerme, decidir querer conocer a un marginado que ha cometido alguna barbaridad, algún peligroso sujeto de este tipo, quizás porque ha creado una obra de arte, quizás porque ha pintado algo hermoso, porque compuesto un cántico conmovedor, porque ha canalizado sus errores en forma de alguna enseñanza que nos pueda ser de provecho.
zoquete
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9
19 de julio de 2005
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué busca el público en un combate de boxeo? ¿energía? ¿violencia? ¿sangre, parte inevitable de la lucha? ¿dolor? ¿sufrimiento, sin el que no tendría sentido el enfrentamiento? ¿ un vencedor, un derrotado, un caído? ¿busca, por fin, un accidente que desgarre sus tripas de la impresión, que les remueva del asiento raído a arañazos de ansiedad?

“Million Dollar Baby” muestra bastante de eso, con combates carentes de la espectacularidad de “Rocky” y sucedáneos, pero dotados de una austeridad que imprega de realismo cada golpe, lo que a la larga proporciona una mayor tensión.

¿Qué buscamos nosotros, espectadores, en tal recreación pugilística? ¿lo mismo que los asistentes al espectáculo en vivo, pero amparados tras una pantalla que nos protege del juicio ético sobre la legitimidad de su práctica?

Protagonizan la obra el propio director en el papel de Frankie Dunn, prestigioso entrenador sin un título del que presumir, su empleado Eddie Scrap, un Morgan Freeman que también narra la historia, dotándola de golosas notas al margen aprovechadas para jugar con el espectador, y la aspirante a campeona, Maggie (Hilary Swank), quien muestra un delicado equilibrio entre la humildad, sumisión del discípulo al maestro y su orgullo personal. Completa el elenco un sacerdote católico, “sparring” de Frankie en sus conflictos religiosos y la familia de la chica, quejicosos parásitos amargados que lastran el ímpetu de la protagonista con continuas críticas y desplantes.

El señor Eastwood se carga de tópicos, incluído el clásico esquema del choque profesor - alumna, duro entrenamiento y demás, jugó con ellos y, finalmente, los noquea. A Clint le gusta el dolor, ilustrado por castigos físicos, tan duros y abundantes en sus metrajes como progresivamente contrapuestos al padecimiento moral mostrado en sus últimos trabajos.

La película mantiene la inercia del autor hacia la reinserción de tipos fríos, que se revelan cargados de sentimiento. Definitivamente, nuestro “Harry” ha trocado su principal etiqueta, duro, como insensible, por la de bravo, como osado, de quien se enfrenta al dolor no porque no lo sufra, sino para sufrir menos. No por ironía su principal máxima en la película era “por encima de todo, siempre debes protegerte”.

La cinta adolece de un tramo final cargado de ese mal yanqui llamado moralina, sortear polémicas éticas exagerando las circunstancias hasta lo inverosímil, penalizando lo que sería una reflexión algo más universal.

Si aún no tenemos claro qué buscamos en el boxeo, ¿qué podríamos aprender con este rosario de fotogramas? ¿que no hay que huir del dolor, pues las heridas ignoradas hacen más daño que las que examinamos con un buen bote de alcohol? ¿qué no hay que ignorar el riesgo, ni como viles pusilánimes ni como fantoches temerarios, buscando una valentía “sin dejar de protegernos en todo momento”? Después de todo, hay quien dice que la plenitud vital puede encontrarse tras un buen golpe, en las narices o en las entrañas...
zoquete
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8
19 de julio de 2005
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen películas de hace medio siglo que, aún hoy, contemplamos considerándolas de rabiosa actualidad. “Shiner” podría ser de ellas, de no ser porque se produjo el año pasado, aunque sí por la ausencia de gimnasia cinematográfica última generación tipo “Operación Swordfish” y de la previsible perdurabilidad de la cinta.

Imaginen un perdedor crónico, permanentemente rodeado de declarados miserables (ricos o no) en un ambiente barriobajero teñido por el mundo de las apuestas y el boxeo. Su hijo, en quien ha proyectado sus anhelos, en quien vuelca todas sus energías y saber, representa ahora también un billete de lotería que puede hacerle conocer la gloria, el dinero, la fama. Pero el chico cae, primero en la lona llevando así a la ruina al padre, y después abatido por un tiro de un asesino desconocido...

Ahora imagínense a Sir Michael Caine (Shiner) preguntándose qué oscura conspiración se ha tejido para hacerle añicos sus cuidadosos planes hacia la gloria, hacia su devoción por el mundo del boxeo que adora proyectado en su propia sangre. Imaginen su rabia y su firme determinación por esclarecer tan dolorosa muerte, empleando para todos los métodos aprendidos en las duras calles, por injustamente expeditivos que sean.

Con demasiada frecuencia se habla de la importancia del empeño, de la convicción para acometer una empresa en la que se cree firmemente. Esta es una buena película para reflexionar al respecto. Pónganse en la piel de papá “Shiner”, quien no escatima medios ni carácter para lograr su propósito, destripando a quienes le rodean en busca de la verdad, obviamente sin ningún tipo de corrección política. El efecto de tal determinación es una visita al dolor, desde el mazazo sufrido al presenciar la muerte de su hijo, hasta las posteriores variantes en forma de humillación, provocada y recibida, o permanente desconfianza y dureza, que incluso salpica a sus propias hijas.

Y a pesar del rotundo peso del actor para cada minuto de la película, no desmerecen sino engrandecen su trabajo el impecable plantel de secundarios, desde el contrapunto senior Martín Landau, como mentor del contrincante del hijo de “Shiner” hasta Gary Lewis, entrenador del chico, de fácil recuerdo por su presencia en la aclamada “Billy Elliot” como padre del protagonista danzarín.
zoquete
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8
21 de marzo de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Malditos fascistas (o comunistas, o capitalistas, o budistas, táchese lo que no proceda)! ¡Hijos de la gran puta! ¡Asesinos! ¡Ojalá pudiera estrangularos con vuestras propias vísceras! ¡Ojalá sintierais la misma humillación que inflingís!

Nosotros, por supuesto, somos mejores. Estamos vacunados contra el poder, contra la ira, contra la injusticia, y sabemos reconocer a nuestros semejantes como iguales, como mejores incluso, aunque nos irriten, aunque cometan errores. Sabemos mantener el control y no contradecirles, no dañarles. Tenemos todas las respuestas. Una de ellas es que quien ejerce la violencia merece ser escarmentado. Optamos por Corín Tellado y vivir en un mundo rosa.

¡Qué gusto ser juez, siendo parte! Predicar la armonía preservando nuestro papel de “buenos” por el mundo… ¿hay alguien que se resista a considerarse dotado de una especial iluminación para distinguir el “bien” del “mal”?
Pobre monstruos los nazis, tan empeñados en aniquilar judíos, homosexuales, tarados, sin darse cuenta que se estaban rebajando al peor nivel que les asignaría la historia.

Permitidme que me centre en uno sólo de los chicos de la película, que sintetiza mejor que ninguno el mensaje que he creído interpretar.

Recordad vuestros episodios infantiles más traumáticos, confusos sobre qué hacer para que os quisieran, os respetaran, os tuvieran en cuenta. Queríais tener la certeza de ser importantes, de estar llamados a hacer algo significativo en este mundo. Los demás no parecen darse cuenta. Te conviertes en un mendigo de afecto, de reconocimiento, aunque tengas que renunciar a algo de ti mismo, o a mucho, incluso a lo esencial…

Los otros son un terrible rasero y competencia. Algo nos dice que no somos menos que nadie, pero aceptar la realidad cuesta: los hay más guapos, más ricos, más simpáticos, más atléticos…

Uno decide entonces demostrar que destaca en algo, casi no importa en qué: “ser más astuto”, “más agresivo”, “más loco”… atreverse con lo que para los demás es impensable, tal vez ¿ caricaturizar al profesor? ¿escandalizar a las muchachas? ¿humillar al moro, al diferente? ¿trapichear con drogas? ¿blasfemar?

¿Qué hace un marginado para lograr su cuota de pertenencia a este mundo, para arañar unos instantes de reconocimiento, para gritar al mundo que él también existe, y que no soporta vivir sin que le distingan de aquella mierda que algún mal chucho ha dejado en el suelo?

Ansias de grandeza, vanidad herida, grito desesperado que clama por una existencia que contenga algo más que indiferencia. ¿Surgen así los mejores prodigios del alma humana y sus más terribles letrinas?

Al sufrir, al sentirse excluido, basta cualquier mano, cualquier mago, cualquier inepto que nos ofrezca un papel importante a desempeñar, un objetivo que nos haga imprescindibles. Nos entregamos a su predicamento, a su manipulación y esgrimimos cualquier arma, cualquier bomba haciéndola nuestro mejor aliado para conquistar la plenitud…
zoquete
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8
19 de julio de 2005
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rica en matices, en colorido, en sensualidad, en luces (y sombras), en caricias al iris y, especialmente, en fulgurantes melodías que aprovechan nuestras canciones para convertirlas en su historia.

Nos encontramos ante un musical, difícil de encajar pues rompe muchas normas, pero fácil de tararear, pues se sirve de una bonita historia de amor para encandilarnos a través de famosas baladas que alguna vez hemos canturreado, que alguna vez hemos creído.

Flashes psicotrópicos, ingenua frivolidad, cabareteras bailando (dibujadas como escorzos de Toulouse Lautrec) y una banda sonora que parece perseguir un único mensaje: las canciones de amor son atemporales, y esto funciona igual al conmovernos con los temas que escuchaban nuestros abuelos como en el caso poco probable de que nos hicieran llegar poesía escrita por nuestro bisnietos.

El amigo McGregor, como Christian, aspirante a escritor en el ´Art Nouveau´ del Paris de principios del siglo pasado. Nicole Kidman, como Satine, la más deseada de las artistas y cortesanas del Moulin Rouge, desbordante de sensualidad y glamour. Finalmente, el eterno dilema del amor más ñoño frente al materialismo con rostro de Richard Roxburgh, como el duque, aspirante y admirador de la chica y potencial mecenas del célebre local parisino. El enfrentamiento entre el escritor y el duque no se hace de esperar, si bien se vive en la abnegación de Satine, a priori la más mundana del trío, finalmente la más idealista.

Sin tiempo para descubrir si la historia se nos hace previsible, sin aire para considerar la consistencia de los personajes, las voces de los protagonistas nos conducen por fascinantes números musicales, la presencia de Kidman pide más metros de pantalla y la precisión derrochada en el guión hace encajar muy afortunadamente conocidas letras de temas populares.

Un juego tan policromático puede presentar tonalidades chocantes o, simplemente, fuera de lugar. En particular, el personaje de Toulouse Lautrec comporta poco más que el nombre, lo cual resulta sorprendente dada la compleja y sugerente personalidad del pintor. Tal vez, para una película apta, musical y abiertamente superficial, era ya demasiado pedir.

Reventaría de no mencionarlo: me cae simpático un tipo que nos va preparando durante un buen tramo de historia para su versión de ´The show must go on´, de Queen, cómo no. Sin duda, la banda sonora dará más que hablar.
zoquete
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