Como después de ver «Único, el pequeño unicornio» me quedaron muy buenas sensaciones, decidí darle una oportunidad a su continuación, con el claro prejuicio de que, indudablemente, iba a ser una obra inferior.
Pero menuda sorpresa me llevé: «Único en la isla de la magia» es desbordante, con una imaginería que sobrepasa en originalidad a su antecesora y con grandes momentos.

Está claro que hoy en día es difícil encontrar historias fantásticas novedosas, pero como reza el dicho: «No hay otros mundos, pero sí hay otros ojos», y eso es precisamente lo que hace este filme; mediante conceptos y situaciones claramente distanciados del estándar, nos cuenta una hermosa fábula de toda la vida, aunque endiabladamente entretenida y visualmente rompedora.

¿Es una película para niños? Desde luego que sí, pero conviene hacer un par de apuntes.
El filme atesora momentos muy edulcorados o, como he leído por ahí, muy ñoños... que constituyen el contrapunto perfecto de otros más terroríficos. Debido a ello, recomiendo que si la criatura que va a ver la peli tiene menos de ocho años, la vea acompañado por un adulto.

Tras ver «Tesla» tengo sensaciones contradictorias.

La película es muy teatral, rodada íntegramente en interiores y con decorados e iluminaciones que, en ocasiones, rozan (intencionadamente) el ridículo.
Los pequeños insertos desde el punto de vista actual a veces son fluidos y acompañan en la narrativa, aunque otras te sacan completamente de la película.
Pero, curiosamente, debo reconocer que toda esta ambientación funciona. Al menos en ciertos momentos.

Si a esto le sumas unos cuantos diálogos ambiguos y la complicada personalidad del protagonista y de varios secundarios, obtienes un raro magnetismo que te incita continuamente a seguir viendo la película y a participar en el juego que te propone.
El problema es que cuando acaba el filme descubres que poco o nada te ha aportado.

¿Otra oportunidad perdida? Bueno, yo diría que relativamente, porque sus notables interpretaciones y la lograda atmósfera son un logro en sí mismos.

He aquí la nueva sorpresa de la temporada, el nuevo 'sleeper' que dicen los entendidos.
De entrada, y siempre según los entendidos, se supone que hay dos detalles que deberían llamarnos la atención y animarnos a ver la película: la creadora del guión y actriz principal es Zoe Kazan (nieta de Elia Kazan) y los directores son los mismos de «Pequeña Miss Sunshine». He de reconocer que el primero, más que animarme, casi me echa para atrás, pero, en cambio, fue el segundo el que me engañó.
A partir de este momento, la crítica adora la peli, nosotros nos lo creemos y la cinta asciende a los cielos... pero no.
Supuestamente es fresca y original, pero la idea de un chico joven que crea a una mujer (ya sea mediante tecnología o magia) y que luego puede controlar todos sus actos LA HEMOS VISTO MIL VECES.
Por supuesto, en esta ocasión también se les ha quedado en el tintero el hecho de que un 'poder' así pueda caer en manos de un tío un pelín salido. Que lo pueda utilizar para saciar sus más bajos instintos, vaya. Pero noooooo, el tío es poco menos que un fraile y las únicas menciones al tema las hace su hermano, que en la película nos lo hacen pasar por un asqueroso cerdo que solo piensa en eso. Me gustaría ver esta misma premisa en manos de Haneke.
Por otro lado, lo único fresco que hay en la peli es la estética, muy actual: casas súper modernas blanquísimas, gafas dosmildiezochenteras y ropa Lollipop, todo ello aderezado con una fotografía excesivamente brillante que satura sobremanera los colores. Mucho me temo que en esto «Ruby Sparks» sí que va a crear canon y posiblemente sea la norma a seguir a partir de ahora en este tipo de historias (comedias románticas con un toque de surrealismo).
Su hermana mayor («Pequeña Miss Sunshine») sí que cumplió con lo prometido: apareció de la nada, los críticos la adoraron, el público respondió, se activó el boca-oreja, era fresca, tenía ese toque diferente... pero, en cambio, «Ruby Sparks», no.
Por mucho que se empeñen, esta película es del montón, y eso no sería un problema si no se hubiesen empeñado en hacerla sobresalir de él.