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Críticas de Sirah Wiedemann
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de septiembre de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pero solamente ¿si es correspondido?... El final de "Los 400 golpes" nos dejó a un Antoine exultante y libre contemplando el ansiado mar, desconocido para él hasta ese momento. En este mediometraje Truffaut sigue la pista a un adolescente Antoine Doinel (que ahora se dedica a grabar vinilos en la empresa Philips), quien ha dejado atrás los golpes que le dio la vida en su niñez y afronta con ilusión los vaivenes que le han de llegar en su recién estrenada adolescencia.

Si en la anterior película se reflejaba la áspera infancia de un niño a quien han despojado del amor materno, en ésta se detalla sutilmente el despertar de un joven a los placeres mundanos: la música, la literatura y el Amor. Preciado sentimiento el del amor, pero es delgada la línea que lo separa de la amargura. Antoine conocerá ambas caras del mismo sentimiento, lo que seguramente influirá en algún momento de su futuro sentimental. Pero para eso deberán acompañarlo en las peripecias que tienen lugar en "Besos robados".

Especial protagonismo cobra la música, presente hasta en el más mínimo detalle, haciendo innecesarios los diálogos en algunas escenas.Y al igual que ocurre en otras cintas de la Nouvelle Vague, se erige un discurso entre aquellos que defienden el relevante papel que juega la cultura en la civilización humana y quienes ven en ella un mero absurdo que los aleja de su único propósito: la rentabilidad económica. Por fortuna, el ideal romántico defendido por Truffaut no se ha extinguido aún, si bien hay que buscarlo con algo más que una simple mirada.

Pequeña historia que sirve de nexo entre la infancia del personaje interpretado por Jean-Pierre Léaud y su entrada en la vida adulta. No resulta imprescindible, pero si recomendable. Disfrútenla.
Sirah Wiedemann
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9
19 de febrero de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las películas más especiales con la que me he topado en la vida, pero nunca surgía el momento de hacer su crítica, tal vez amedrentada por no estar a la altura de expresar todo lo que me hace sentir siempre que la veo. Recuerdo que fue un viernes de hace tres primaveras, estaba en el piso con una compañera y nos decidimos a verla. Jamás olvidaré esa noche del catorce de mayo y todo lo que sentí. A menudo nos adentramos en una película con la idea de evadirnos, transportarnos a otra historia, pero no siempre lo conseguimos. Pues bien, la historia de Jesse y Celine es una de las más reales que he visto en el cine, por no decir la más auténtica, traspasa la pantalla y llega directamente al espectador, convirtiéndolo en un elemento más de la película.

El romance que va surgiendo a través del diálogo de los protagonistas, esas miradas y aquella noche mágica en Viena tienen vida propia, la de cada espectador que quiera identificarse con ella. Siempre me ha fascinado la idea de volver la vista atrás en el tiempo y observar cómo afectó una decisión en apariencia trivial al transcurso de la vida de una persona. Esa naturalidad que nos muestra Linlater, la espontaneidad de nuestros actos o la belleza de nuestros sueños escondida en cualquier rincón por el que paseemos convierten esta obra en una película de culto con todo merecimiento.

Sin duda puedo afirmar y no exagero que esta película marcó un antes y un después en mi vida, pues me “despertó” en ciertos sentidos. Realmente pienso que hay pocas veces que te encuentres con alguien que consiga conectar de ese modo contigo, por eso hay que luchar y ver qué es lo que realmente quieres. Es una historia de amor real, sin pretensiones, que tan solo quiere mostrar cómo es el transcurso de la vida y la importancia de nuestras decisiones, algo que nos puede pasar a cualquiera. En vísperas de que se estrene la tercera entrega de esta trilogía inusual a la par que honesta, animo a todo aquel que aún no la haya descubierto a que se anime a verla, pues no defrauda en absoluto. Además, el modo de presentarnos el amor en tres edades distintas de unos mismos personajes, con lo que conlleva el cambio y la adaptación a las circunstancias de cada momento, la convierten en idónea, pues pocas veces podemos contar con una historia tan genuina que nos retrate y nos diga lo que ocurre en la vida real y qué papel juegan los sentimientos en todo ello.

Destaco muchísimo el talento de Richard Linklater por atreverse con este singular proyecto hace dieciocho años, así como el de Ethan Hawke y Julie Delpy, éstos dos últimos no solo como intérpretes sino también como guionistas, aunque no salgan en los créditos de esta primera parte como tal (si aparecen en la segunda parte, “Before sunset”).

Después de aquel catorce de mayo aprendí a observar todo lo que ocurre a mi alrededor con otros ojos y esa sensación de nostalgia por aquello que me gustaría vivir aún pervive en mi interior. Como reflexión final me quedo con la idea de que el despertar al amor de estos dos jóvenes durante una noche en Viena es la historia de cualquiera de nosotros, de todo aquel que haya sido joven, haya soñado, amado y elegido vivir. Porque estamos aquí para disfrutar del viaje e intentar vivirlo con la mayor plenitud posible. Por Jesse y Celine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
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9
30 de enero de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comienza la película con un hombre totalmente abandonado a sus pensamientos, desnudando su alma ante los espectadores. Las imágenes se mezclan con pequeñas entrevistas a personas que acabaron dedicándose a la enseñanza. ¿Por qué? Solo unos pocos creían poder cambiar algo. De primeras, este comienzo me quedó noqueada, con una música tan decadente y profunda que consigue que la película te cale y se meta dentro de ti como una segunda piel. No estamos ante una película más, de eso me siento segura. A medida que avanza nos damos cuenta de que el profesor en cuestión, Henry Barthes (en una interpretación de Adrien Brody soberbia), es un hombre que está atravesando una gran crisis existencial, podría decirse. Va rotando por los institutos de la periferia de una de las muchas ciudades de Estados Unidos, y tal como comprenderemos más tarde, esa deriva se debe a que no siente que haya nada que lo ligue al mundo. Sin embargo, en el instituto al que llega parece conectar con alumnos, incluso con los más problemáticos. Un contexto, el del instituto, que sirve para denunciar el trato y la decadencia del sistema educativo. Otros de los males de nuestra sociedad que refleja son el continuo estrés, el aislamiento social y la incomunicación abismal que se va abriendo entre nosotros por vivir en una época tan acelerada en muchos aspectos.
Por fin están saliendo directores y películas que se atreven a contarnos lo cotidiano con un realismo apabullante, nada de maniqueísmos ni superficialidades, sino que se adentran y nos muestra la vida tal y como es: desconcertante. Hay una certeza que siempre he tenido y que es compartida por el protagonista, la de que realmente estamos solos y que todo en lo que creemos y hacemos ¿hasta qué punto cambian las cosas? ¿O pueden cambiar las cosas aunque nosotros no lo veamos? Tal y como dice Henry y ocurre en 1984, muchas veces tenemos dos ideas opuestas y creemos en ellas con la seguridad de que pueden ser compatibles. Para mí ese estado perpetuo se resume en dos palabras: la Vida.
Es difícil no empatizar con los personajes y las circunstancias de cada uno: ya sea en el papel de una adolescente dotada de una enorme sensibilidad pero incomprendida por su entorno, una mujer en la edad madura que va comprendiendo que la hora de su relevo ha llegado y no entiende el significado que ha tenido todo, un moribundo atormentado por fantasmas del pasado que se da cuenta de hasta qué punto todo ha sido en vano, una joven maltrada y herida o un niño de grandes ojos expresivos marcado por uno de los hechos más trágicos para todo ser humano… En definitiva, estamos ante un film brutal en el sentido emocional, que no debería dejar impasible a nadie que crea en la importancia de la educación, la búsqueda de nuestro lugar en el mundo y el sentido verdaderamente existencial que tiñe nuestros actos. Porque a fin de cuentas ¿quién no ha sentido nunca un dolor que le oprimía el pecho mientras iba caminando por la vida?
Sirah Wiedemann
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8
23 de septiembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así es Antoine Doinel, a quien nos encontramos al inicio de la cinta en un lío por culpa de escaquearse del Ejército, pero atolondradro como es él no ve la menor gravedad en el asunto. Tras ello se verá obligado a buscarse la vida de cualquier modo, y quiere la fortuna que el padre de una amiga especial lo recomiende para un empleo vacante. De este modo comienza la tercera cinta que gira en torno a la persona de Antoine, al cual dejamos en plena adolescencia en "Antoine et Colette" para encontrarlo ahora convertido en un hombre hecho pero no tan derecho.

No sé porque me gusta tanto este personaje, pero le guardo especial cariño. Será su modo de tomarse la vida, sus ocurrencias que a veces le cuestan caro o su carisma en particular, pero a mí me tiene enamorada. Da igual lo que le ocurra, él nunca pierde el brillo en la mirada. Ese modo de entender la vida creo que lo convierte en especial. No son pocas las peripecias que le suceden a lo largo de la película, que gira en torno a temas tan vitales como la soledad, el amor, las dudas y la elección. No es baladí decir que a menudo una decisión puede cambiar el rumbo de los acontecimientos en la vida de una persona, por eso a veces es tan difícil tomar el impulso necesario y atreverse a elegir. Tener dudas, es por tanto, lo más normal. Y cuándo se habla de sentimientos, ese estado se magnifica por mil. Entonces vendrán canciones, pasiones, deleites, y se irán, confundirán nuestros pensamientos y nos impedirán pensar con lucidez. Y puede que nos demos cuenta que lo mejor es fluir, dejarnos guiar por lo que sentimos. Ser honestos, sin más, como Antoine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
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7
15 de febrero de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin premeditación, contando solo con el azar a merced de la televisión, que rechazaba toda película que quería ver. Así he acabado viendo con mi novio Love Story, en una noche de San Valentín, tras una jornada exhausta. Llevaba tiempo con ganas de verla, pero nunca encontraba la ocasión adecuada. Sin quererlo, hoy lo conseguí. De primeras me dije: no me apetece verla, quiero algo ligero, y ésta me da que me va a dar pena (solo con la melancólica melodía de Francis Lai me pongo hecha un flan). La empezamos a ver y ahí estoy yo, a la media hora y ya he empezado a llorar. La siguiente hora la pasaría igual. Desde el inicio nos cuentan lo que va a suceder al final, pero ello no impide que te olvides durante el inicio y disfrutes con la relación tan cómplice que se establece entre Jenny y Oliver. Él es un joven tímido, soñador y tierno, mientras que ella es una perspicaz chica, inteligente y con un arrojo que para mí lo quisiera yo en ocasiones.
Su historia está enmarcada en la década de los 70, en plena ebullición y ola expansiva de la modernización de la sociedad, cuyos integrantes de aquellos años intentaron, no con todo el éxito que pretendían, derribar toda barrera injusta que los separaba, ya fuera por motivo social, económico o religioso. La manera en la que afrontan su relación en todo ese ambiente y época puede parecer irrelevante hoy día. A veces la memoria es cruel, por eso debemos rescatar en ocasiones los hechos y darnos cuenta de que hasta hace apenas nada estaban muy mal consideradas socialmente algunas de las costumbres más habituales de nuestro tiempo. No voy a criticar que un chico de buena posición se enamore de una chica de origen sencillo pero con sus mismas inquietudes, me parece algo totalmente normal. Pero hay quienes si lo hacen, basándose en la idea de que dicha situación solo conduce a la idealización a la vez que esconde un machismo soterrado. Si expusiera tal hecho a la censura, yo misma estaría cayendo en una postura de lo más clasista. Sería una verdadera contradicción. En esta historia surge la reivindicación de la máxima del verdadero Romanticismo: la expresión individual del individuo, sea de la índole que sea, sin que haya nada que pueda condicionarla.
Hay división de críticas, muchas tachan esta película como una fábrica de lágrimas, y aunque a mí me provocó muchas (el haber estado sometida a un estresante período de exámenes no ayuda a que mi hormonas estén en orden), no considero deleznable el hecho de que nos cuenten de un modo genuino un sentimiento tan necesario y común en todo ser humano: el amor. Aquí no hay artificios ni trucos complejos que escondan una historia pretenciosa, sino que su propósito es claro, el de recordarnos por qué a veces tenemos sueños en la vida. Y lo más importante es poder compartir con aquellos a los que queremos la felicidad que nos proporcionen, ya los alcancemos o solo consigamos vislumbrar parte de la belleza en nuestro anhelo. Pues al fin y al cabo, ¿con qué nos quedamos acaso, si no son con los recuerdos y sensaciones?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sirah Wiedemann
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