Una sitcom muy distinta a lo que se suele hacer en España, con un humor sustentado en los lugares comunes que surgen en torno a la paternidad, cierto, pero más venenoso y corrosivo de lo habitual, capaz incluso de mofarse del drama (un ejercicio arriesgado si no clavas la salida). El formato lo hemos visto antes en 'Louie' y otras comedias norteamericanas donde el show y la vida del cómico se confunden, y la traslación no solo funciona, sino que despega y se mantiene, resultando genuinamente divertida. Si bien el humor siempre tienen un componente subjetivo (a mí Berto me parece un tipo graciosísimo, qué le vamos a hacer), la calidad de los guiones, el mimo con que están construidos algunos gags y los valores de producción están fuera de toda discusión. Seis capítulos que se ven de una sentada y saben a poco, pero supongo que para mantener el nivel en una temporada más larga hubiera sido necesario un equipo de guionistas mucho más amplio. Esperemos que la 2ª temporada llegue pronto (y tenga algunos capítulos más).

Una película rodada con descaro, cinismo e insospechadas dosis de humor negro. Es evidente que Adam McKay, director y guionista, no pretende perfilar un retrato caritativo, ni siquiera objetivo, de Dick Cheney. Está describiendo un monstruo y no escatima artillería; pero también es evidente que una simple descripción de los hechos no hubiera dejado mucho mejor al personaje. Al final queda la amarga constatación, una vez más, de que las personas que suelen acceder al poder son las más ambiciosas y despiadadas. Las menos indicadas para ostentarlo.

Los haters vuelven a denostarla bajo el argumento de que solo funciona por sus constantes referencias nostálgicas (absurdo desde el momento en que muchos de los seguidores de la serie no vivieron los 80 ni han consumido su cultura pop). Obviando su parafernalia ochentera, nos encontramos ante un relato muy bien estructurado, desacomplejadamente lúdico, que utiliza recursos narrativos eficaces (pese a haber caído en desuso por la orgía digital en la que vivimos) y con unos personajes arquetípicos a los que se da dimensión y carisma con buenos diálogos. Logra, en definitiva, algo muy difícil: ser tan buena como la primera.

'Ready Player One' está lejos de las mejores películas de Steven Spielberg, pero incluso sus obras menores siguen siendo un portento de ritmo y pericia narrativa.

Más cine de animación que de imagen real, Spielberg toma la historia de Ernest Clime y la desprende de su "oscuridad" ciberpunk para hacerla más ligera y aventurera, más apta para un público juvenil. Y no funciona mal. Mientras que la novela original está concebida como un ejercicio de nostalgia ochentera para los nacidos en los 70-80, esta adaptación recurre más a la cultura moderna de Internet y del videojuego online para concernir al público adolescente y postadolescenre.

Los malos están casi caricaturizados (muy al estilo de las pelis juveniles del propio director) y la moraleja final deja pocas dudas de a qué espectador se dirige. Aun así, es una película de aventuras ritmosa y desenfadada que puede disfrutar cualquiera, siempre que no tenga alergia al croma.

Hollywood parece haber puesto el foco sobre la América redneck que ha encumbrado a Donald Trump y, tras el divertimento de 'Logan luck' o la maravilla de 'Tres anuncios en las afuera', llega esta nueva epopeya palurda que deja al espectador a medio camino entre el estupor, el horror y la sonrisa incrédula. Un potente biopic firmado por (el hasta ahora más bien mediocre) Craig Gillespie, que logra retratar con mucha sordina y una inquietante ambigüedad moral a esta heroína deportiva caída en desgracia. Media película es una imponente Margot Robbie, la otra media es la Tonya real, un personaje verdaderamente inefable.