Aburrida con avaricia. La gente va al cine para evadirse de las rutinas laborales y resulta que en la pantalla se encuentra con una interminable reunión de empresa. "La conferencia" es más pesada que un concilio vaticano. Más tediosa que un consejo de ministros.

Aunque la intención de Matti Geschonneck es clara no funciona. El director pretende resaltar la frialdad burocrática con la que se decidió el exterminio judío durante el nazismo. Para ello la película evita todo matiz espectacular. En un espacio único, en concreto la sala de juntas de Villa Wanesse, Geschonneck muestra la reunión de jerarcas nazis tal y como debió desarrollarse, un ambiente de trabajo sin emoción ni drama. Para ello se sirve de asépticos planos fijos de voluntad documental. El guión, como un prólijo informe estadístico, despliega una retahila de cifras y datos infumable.

Llego a sospechar si la propia película es una nueva arma nazi contra espectadores incautos.

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Como serie sobre distopias catastrofistas "Apagón" es un desastre pero puede ser útil como catálogo de ropa de segunda mano. Concretamente de jerséis de lana tamaño XL. Una "fashion week" de la pobreza. La serie se sube al carro de las nuevas corrientes de pensamiento progresista y a la estética de la precariedad. Una puesta en escena de la miseria similar a las recientes campañas de Navidad de Lotería Nacional, que han canjeado la exaltación del lujo por la conciencia social hacia los desfavorecidos.

Si el primer capítulo, dirigido por Rodrigo Sorogoyen, nos informa con vigor y buen ritmo sobre un apagón eléctrico causado por ondas solares, el resto de capítulos emprenden una deriva errática hacia lo particular, por no decir hacia el aburrimiento más monumental. Aquí ya no hay tragedia mundial sino historias mínimas donde el apagón es lo de menos.

Una mirada anti-épica, más centrada en lo íntimo que en lo general, sin ningún interés por indagar en las consecuencias de un fallo tecnológico global. "Apagón" se sirve del género catastrofista como excusa para plantear (otra vez) la posibilidad de un futuro alternativo al capitalismo.

Nada más ver a David Verdaguer me entra un no sé qué. Me revuelvo en la butaca con la sensación urticante de tener un bicho bajo la ropa. Cuando miró a este actor no veo al personaje que interpreta sino un tsunami de ideología progre que me deja turulato. Cabe la posibilidad de que David Verdaguer no sea de carne y hueso sino una proyección mental de la nueva izquierda para seducir desde el buen rollito a la juventud del piercing. No es posible que exista en el mundo un ser humano que concentre todo el dogmatismo político de un país bajo un bigote gafapasta. No es normal pero hay que reconocerle su mérito.

Nada mejor para la cultura hegemónica que un profesor como Verdaguer. Mucho me temo que en poco tiempo los alumnos de la película leerán en clase a Michel Foucault en lugar de Harry Potter. Y ya se sabe que se empieza leyendo a Foucault y se termina haciendo yoga en el salón de casa.

Lo siento por David Ilundain. Tal vez mi opinión mejore cuando Verdaguer abandone el jersey de lana y su aspecto de marinero vagamundos.