Entrañable corto de Antonio Mercero de clara influencia del cine de Tati. No sé quién me había dicho que era una serie infantil con la musiquita de fondo de la película Mi tío (1958) pero Trotín Troteras es un corto nada más. Se hace curioso por las vistas de las calles en aquel entonces pero un poco estridente en cuanto al sonido. Demuestra que Antonio Mercero estaba destinado a ser un extraordinario director.

Con el orador del Ateneo toca acertadamente ese efecto simpático que tiene el ser humano en sus adentros de imitar las reacciones de los demás, como los monos. Debe ser algo originario. El caso del paraguas no es más que un ejemplo de los contratiempos que surgen en nuestra vida con cualquier nimiedad. Y Trotín Troteras con su cencerro atrayendo las ganas de divertirse de los niños y suavizando los problemas del vecino. Nos hace pensar con nostalgia: ¡Qué tiempos aquellos en los que sólo había un tonto en cada pueblo!

De entrada tal vez no sea ésta la película que uno espera o pueda parecer. Robert Cummings se nos presenta como si fuera a hacer una comedia pero enseguida aparecen Steve Cochran y el malévolo Peter Lorre y la cosa cambia. Ambos hacen una pareja peculiar: Dios los cría y ellos se juntan. Se divierten de lo lindo. Steve Cochran con sus pedales en el asiento trasero es algo inaudito y sacude unos guantazos que tiran de la silla. Ya por ellos la película es meritoria.

Luego está Michele Morgan y si no es una mujer fatal, podría estar a la altura de las grandes: Lauren Bacall, Elizabeth Scott... Robert Cummings y ella imprimen a la acción un ritmo lento, con largas pausas acarameladas; un ritmo romántico e intrigante sin que la acción pierda comba. Acertados diálogos y detalles de altura.

No estará mal enamorarse de la mujer del jefe y pensar escaparse con ella a La Habana y perderse para siempre entre el bullicio de la gente, pero si el jefe está más loco que una cabra, debería uno pensárselo. Y es que la película tiene su lado psicológico, además del ambiente continuo más que peligroso.

Casualmente el año anterior se estrenó Junior Bonner de Sam Peckinpah —una gran película— que tiene su paralelismo con ésta. En aquella, el hijo, Junior Bonner, se dedicaba al rodeo y también buscaba una especie de reconciliación con su padre que tenía problemas con el alcohol. En este caso el padre de Junior Jackson también tiene problemas con el alcohol pero no por beberlo, sino por destilarlo ilegalmente. Tanto el uno Junior como el otro Junior quieren lograr el reconocimiento de su padre ejerciendo en lo que son expertos. En el último héroe americano, Junior es un temerario piloto de carreras de coches.

La película es un exponente americano total con todo el sabor de los 70, y eso es ya un punto a favor —no faltan las persecuciones policiales al estilo Burt Reynolds—, y habla de la gran afición que tiene ese pueblo por los espectáculos a lo grande, como el del tema de esta película: Las clásicas carreras por pistas de tierra de coches de modelos de todos los gustos; o las competiciones en las que los coches terminan destrozados. El ambiente y el paisaje me ha parecido clavado a los que se ven en el programa Los cazatesoros, el de los dos amiguetes que se dedican a comprar antigüedades por los más recónditos lugares. Supongo que algún día visitarán las naves que por aquí se ven buscando viejas glorias de vehículos y demás cacharros olvidados. Igual encuentran a Junior Jackson, ya mayor, que les hablará de su padre con cariño y, a lo mejor, les vende algún alambique antiguo o algún cartel de aquellos famosos de aceites STP o Wynn's, o algún trofeo de los suyos. Los americanos son muy nostálgicos, bueno, como todos; o casi todos.

Por lo demás, la película no es ninguna obra maestra, mucho mejor la de Peckinpah, con Steve McQueen, pero se puede disfrutar sin más. Está siempre presente Jeff Bridges en sus tiempos mozos; de entrada aparece el genial Ned Beatty, siguiéndole el peligroso Falconetti, continuando con el espabilado Ed Lauter y rondando de continuo el escandaloso Gary Busey. Por tanto, tiene miga para verla tranquilamente.

Es una lástima que una película tan entretenida sea tan majadera. Si la ves, no dejarás de pensar en esas cantidades astronómicas de dólares que 3 nazis al término de la guerra han dejado de herencia. Algo irreal. Si la película, tras un inicio de gran clase, hubiera tirado por una conspiración urdida dentro del microcosmos secreto que presenta pero sin esas aspiraciones paranoicas de dominar el mundo; que tratara de un plan de baja intensidad que diera pingües beneficios a los que están metidos en el ajo, sin más, estaríamos hablando de un excelente y entretenido film.

Sin embargo, se han pasado. El pacto de Berlín es una película que cuenta con numerosos escenarios, acción bien rodada y muchos personajes a un lado y a otro del pobre Michael Caine que como heredero de esa cifra astronómica se mete en un lío de impresión tratando de seguir lo que su conciencia le dicta.

Lo mejor para verla es no hacer cábalas, aceptar a la criatura como viene, sabes que habrá tiros, algún giro argumental, más o menos previsible, y eso es lo que cuenta, aunque uno se haya quedado plantado con lo de los miles de millones de dólares y el pacto para dominar el orbe.

No es difícil poner al público en contra de la banca, y aquí se utiliza un par de argucias para acrecentar ese desprecio. Bien, tampoco es que sea muy necesario pero si a una mujer se le deniega un préstamo para el tratamiento médico de su marido, el banco es que tampoco sea muy responsable, más responsable será la Sanidad de ese país ya que ese tema sería su competencia. Tampoco hay que entrar en polémicas, te ponen a un jefe tiburón, ansioso porque su banco obtenga cada vez más beneficio, un tipo de apariencia ya de entrada pelín desagradable, y así, en ese aspecto, la película funciona.

La fotografía es buena pero anodina tanto como esa música pasajera de baladas a cargo de Mik Flannery, cantautor que allí en Irlanda supongo que será muy apreciado. Las fotos reflejan también muy bien el espíritu patriota con los colores pastales predominantes de la bandera, el verde y el naranja, y quedan muy bien; muy relajantes.

Por lo demás, la película tiene esos aires de rareza que da el poner a un protagonista raro, introvertido y presuntuoso. Y la compañera también es algo rarita. Los demás ni pinchan ni cortan y, al final, el menos raro parece que es el jefe y sus ansias de conseguir beneficios a toda costa vendiendo seguros de vida y planes de pensiones. Por tanto, haz caso del mínimo interés que ha despertado esta película viendo la poca gente que la ha votado y pasa de los Mulligan, O´Fuarain y del mismo Flannery, y santas pascuas.