Cuando los planes se tuercen y la línea tozuda de la vida se empeña en poner obstáculos, en cerrar puertas o en inventarse dificultades, sólo si se poseen las cualidades de un gran director -C. Sautet lo ha acreditado suficientemente- es posible plasmar en el celuloide una historia como la presente sin gritos, alharacas o aparatosidad innecesaria.
Película comedida, personal e intimista que habla con sencillez, emplea un tono sosegado y conciliador pero de profunda factura cinematográfica y de impresionante capacidad de seducción.
Utiliza escenas de gran expresividad y mantiene al espectador pegado a la butaca, intrigado y siempre ávido de la escena siguiente.

Todo sucede como en una balada triste en la que cada estrofa añade suavemente un nuevo detalle valioso y casi confidencial porque parece dictado al oído de cada persona.

Encontrar una película de miedo que realmente provoque miedo no siempre resulta tarea sencilla y por eso celebramos cuando alguna cumple lo que promete.
Más todavía si las historias pertenecen a las que suelen funcionar bien sobre el papel impreso pero presentan mucha dificultad para su adaptación a la pantalla grande.
Ese es el mérito que debemos atribuir a J. Harrison.
Dirige con habilidad, posee facilidad de expresión cinematográfica, no incurre en banalidades, exageraciones o innecesaria truculencia sino que apunta con visión certera hacia el objetivo concreto y se ciñe a él como lo hicieron en su momento los autores de los textos originales.

A. Conan Doyle, S. King y M. McDowell pueden hallarse satisfechos.

Interesante aventura que sucede en la convulsa zona de los Cayos de Florida y en la que una vez más Cecil B. DeMille -de dilatada trayectoria- pone de manifiesto su habilidad como director.
La narración discurre fluida y cargada de verismo, modula con solvencia lo dramático, lo cómico y lo romántico, mantiene su ritmo a un nivel adecuado y, salvo puntuales detalles de ingenuidad, sólo la parte final resulta algo forzada.

Posee una magnífica fotografía y algunas de sus escenas parecen acuarelas en movimiento, la ambientación alcanza cotas muy elevadas y la presencia de John Wayne en un papel desacostumbrado proporciona un punto adicional de interés.

Entretenida, profesional, colorista y de gran valor cinematográfico, entre drizas, jarcias y eslingas anda el juego.

Drama intenso desde que los primeros fotogramas saltan a la pantalla para anunciar que el espíritu de E. Pardo Bazán se perpetúa en el celuloide como un arquetipo de la escritora gallega.
Historia rural contada con maestría para el cine porque el guión de J.L. Sáenz de Heredia roza la perfección y su labor como director convierte el relato en una trama terrible que pone el miedo en el cuerpo, que esparce la semilla de la sospecha en cada escena y que lleva la indignación por la injusticia al corazón del espectador entre tinieblas y el convencimiento de que no hay día que no llegue ni plazo que no se cumpla.

La pausa y la cadencia en el arte de narrar puestos al servicio de una obra excepcional.

Denostada durante décadas, la producción cinematográfica española de los primeros años 70 está siendo sometida a un evidente proceso de revisión que seguramente terminará atemperando los juicios y aportando equidad a lo que se escribe -y a lo que se piensa- sobre aquella época.
Esta película de Luis María Delgado, muy maltratada por la crítica y la pública opinión, posee ternura y un grado de emotividad nada desdeñable ni ñoño, su ritmo es vivo y su capacidad narrativa resulta fresca, eficaz y demuestra un destreza muy notable.

Las opiniones van y vienen al albur de las modas.
Como casi todo.