Estos dos últimos años hollywood ha dotado de su etiqueta de cine independiente y lanzado al mercado una serie interminable de peliculas dedicadas a leves disfunciones psicológicas.
Podríamos citar a Numb, Lars And The Real Girl y esta entretenida comedia como los exponentes mas notorios, pero ahí no se agota la lista.
Pareciera ésta, una tendencia intencional de bajar el nivel del Woodiallenesco neurótico transportándolo a niveles mas accesibles y digeribles para el público medio.
Esta comedia sin carcajadas no escapa a esa aparente directiva comercial, pero presenta un toque de originalidad, humor e interesantes saltos de guión que la hacen merecedora de cierta simpatía.
No está nada mal el ascendente Ryan Reynolds como obsesivo del orden sumergido en el caos, y acompaña muy bien la discretamente bonita Emily Mortimer, quizá condenada desde hace un tiempo a este papel y tipo de films.
Algunos momentos resultan ciertamente cargados de ternura, el desarrollo del relato mantiene la atención del espectador y satisface, como era de esperar, el confortable desenlace.
En un año que viene más que flojo en comedias románticas esta película se presenta como una interesante opción para quedar bien con las damas.

Denys Arcand continúa con su brillante metáfora histórica sobre el declive cultural del modelo americano lleno de tanto éxito y bienestar material como miseria espiritual.
Esta vez la víctima no es el amor como en aquella memorable caída del imperio americano, tampoco la pérdida de aquellos rastros de humanidad que damos por sentados, como en las invasiones bárbaras.
Esta vez la mediocridad etaria y emocional de un empleado público estalla en una crisis de la cual ni sus propias fantasías narcóticas pueden salvarlo. Esa crisis impregnada de angustia existencial refleja la vacuidad del concepto engañoso y estandarizado de felicidad, aquel que se vende tan masivamente como un yogurt.
La crítica profunda de alto vuelo intelectual sigue presente como en las dos piezas anteriores de esta magistral, creo yo inconclusa, trilogía, pero ésta vez se muestra más digerible y liviana en su discurso.
Los personajes son menos complejos, quizá por la necesidad teatral que el tono de comedia impone, pero el efecto conmocionante no pierde intensidad, aún se refuerza por la potente y precisa combinación de humor sardónico y serio drama.
Los últimos quince minutos de la cinta resultan de una perfección estética y profundidad emotiva no tan presentes en el tramo anterior, y sin éstos el film luciría algo inconsistente, pero por algo están ahí, y es difícil ver como un accidente la ecléctica conformación de la obra.
Me quedo con el último cuadro, de una sutil delicadeza acorde con la evolución interior del personaje central.
Broche de oro para otro logro de la poética barricada de Denys Arcand.

Ya en 1997 Michael Haeneke realizó por primera vez esta película con la infructuosa pretensión de sorprender y generar shock.
Para eso utilizó rústicas y tediosas herramientas: Violencia injustificada, demoras innecesarias y escenas que pretenden suspender la tensión y despistar al auditorio pero resultan harto previsibles y aburridas.
10 años después la cerrada industria norteamericana necesita recrear este olvidable film, rememorando un producto merecedor del ostracismo.
Lo más llamativo de esta copia hollywoodense(no es un remake es una fotocopia idéntica plano por plano) es que la única idea original y rescatable del film es su crítica a los tradicionales finales satisfactorios. Paradójicamente su realizador se vende a la concepción cinematográfica que critica y echa por tierra su solitario mensaje.
Tal como ocurrió con Ulrich Muhe en la versión original, el talentoso reparto es desperdiciado por la abulia narrativa y los guiños del "malo" hacia el público parecen más una burla que complicidad.
Si era estúpida la versión original lo es doblemente esta versión "U.S." por sumar a su insensatez la falta de originalidad.

"Hasta mi nene podría pintar eso", sugiere este interesante film producto de la irrefrenable fiebre documental norteamericana de los últimos años.
Ya desde el título se parte de una natural desconfianza hacia la pintura abstracta, ese autoconfinado suburbio artístico que desde el desquiciado Pollock derramando baldes de pintura sobre lienzos desnudos, muestra su aparente carencia de forma y contenido como virtuosismo incomprendido.
Contagiado por esa tendencia, Amir Bar-Lev desparrama sobre la cinta a una supuesta niña prodigio que pudo cotizar en decenas de miles sus garabatos, a sus extraños padres llenos de inocultables contradicciones, y el propio realizador que comienza el film de una manera ( o eso nos hace creer) y culmina de otra, tan contradictorio y merecedor de reproches morales como sus intérpretes, tan involucrado en el conflicto hasta el punto de poder objetarse la viabilidad de esta producción.
Sobre esta mescolanza visual y emocional subyacen profundas cuestiones de tinte ético y estético que llevan necesariamente a la reflexión sobre ciertos temas como el decrépito debate entre objetividad y subjetividad del arte, como la especulación de mercadeo que rodea al mundo pictórico, y sobre todo la fascinación exacerbada que nos inunda ante un niño que puede (o queremos que pueda) actuar como adulto, esa suerte de morbo circense que despierta el niño prodigio.
A pesar de sus falencias el resultado final resulta muy interesante y entretenido, parece obra de la casualidad, un resultado fortuito fuera de los planes, la belleza del film como en los garabatos de la niña, parece el resultado azaroso de una combinación caótica.
Muy interesante exponente del últimamente bastardeado y abusado género documental. Recomendable.

El siempre efectivo dilema moral de la bolsa o la vida en esta dura versión balcánica se plantea lisa y llanamente sin matices imprevisibles ni vueltas de rosca.
La cinta versa sobre la historia de un hombre común, humilde y honesto que se ve encerrado entre la espada y la pared transformándose sin pensarlo dos veces en asesino, esgrimiendo como insalvable justificación la vida de su hijo.
Como marco social la desigualdad de la desmembrada serbia de posguerra se presenta como un interesante caldo de cultivo para la miseria humana.
La historia tiene algunos huecos en cuanto a credibilidad, sobre todo ante la aparente ausencia de alternativas que guia la conducta del protagonista, la cual se muestra como demasiado recta y carente de contradicciones.
No faltan los golpes bajos en el planteo, surgiendo el niño moribundo como una salida demasiado fácil.
Falta despliegue emotivo en algunas escenas importantes y en general el relato es demasiado frío y crudo pero las notables interpretaciones de los roles protagónicos redondean un interesante producto que sin lugar a dudas deja en el espectador una reflexion pendiente sobre sus propios límites morales.
Sin ser memorable no pasa desapercibida, resultando uno de los mejores films europeos del pasado año.
Por lo dicho y por su innegable efectismo moral y algo morboso, no seria sorpresa que la absorbente industria de Hollywood adopte en un tiempo su propia versión mainstream.