Nos encontramos ante una de las obras más polémicas de la historia del cine, pero no hay que centrarse en ese tema, ya que la polémica la creará quien realmente no entienda este filme -que desgraciadamente fue, y sigue siendo, mucha gente-. Para mí, de lo último que habla esta película es de Cristo.
Esta cinta -aún no he tenido tiempo de leerme el libro- nos describe la dualidad mesiánica de quien ama a la humanidad, pero no sabe cómo actuar en esa empresa: ¿la espada o el abrazo? Cristo no sabe qué es lo que debe hacer, si seguir los dictados del amor, el perdón y la misericordia, o, por el contrario, levantarse en armas contra el opresor derramando sangre a cambio del pan y la libertad.

Jesús, directamente, no sabe qué elegir, cuál es la opción correcta. Él no quiere ser el Mesías y mucho menos el hijo de Dios. Pero tiene que aceptar su destino.
Para tomar la decisión recurre a la pasividad, a esperar una señal de Dios que corrobore cuál de las dos opciones es la correcta, pues ve ambas como posibles y de igual fuerza.
Judas, para la sorpresa de muchos, parece el verdadero héroe después del mismo Cristo, pues su traición no es debida al egoísmo -como nos tiene acostumbrada la versión clásica de las Escrituras- sino al amor que siente hacia su Maestro, pues él le pide que le entregue para poder así llevar a cabo la decisión de su padre, Dios.

De todos modos, y aunque lo indica claramente al principio de la proyección, esta historia no sigue con veracidad ningún Evangelio, ni tampoco trata de desmentirlos. Va más allá.
Nikos Kazantzkis, el autor original de la novela, trata la figura de Cristo -para mí, la mayor figura de la historia de la humanidad como pensador y humanista- de la misma forma que Nietzsche trata la de Zoroastro o Hesse trata la de Buda: un cuento, una parábola de la vida misma, de la importancia de las decisiones y de la potente reverberación de sus consecuencias.

El único punto en contra que le veo a esta película es que pueda resultar un tanto lenta para el espectador acostumbrado al cine comercial. Por lo demás es perfecta: diálogos perfectos, planos de gran calidad artística y banda sonora que ambienta totalmente.

A ver, fui a ver esta película con mi novia, fan nº1 de Edward Cullen, la saga Meyer y la madre que les echó, y al salir del cine me dijo: "¡Vaya petardo de película!"

Si a ella le pareció tan mala imaginaos lo que me pareció a mí, lo que se dice un bodrio infumable. Y además largo.
Es una copia del guión de la primera (sí, también tuve que verla), solo que esta vez el machote pasa de ser el guaperas anémico al pagafantas cherokee. Baboso, pagafantas y cansino. Le pongo dos estrellas en vez de una porque hay que reconocer que los juegos de luces y los paisajes arborícolas son preciosos, pero ya está.

Podrán presumir de taquilla pero, como siempre, esto solo se debe a la camapaña comercial, intensa y costosa donde las haya. Por lo demás, decir mala es decir poco.

Dada la falta de originalidad de los guionistas en lo que llevamos de siglo, que solo saben crear secuelas de los ochenta y noventa y conversiones de comics y videojuegos al celuloide, Sin city viene a ser un gran trabajo. La historia en sí es "la gran fantasmada", pero ese su encanto; una trama totalmente inverosimil, pero ahí está la gracia; violencia y palabras malsonantes en todo momento, pero esa es la esencia.

Todo el evidente dineral gastado en la producción merece la pena, a nivel de edición y postproducción, dando como resultado un comic en movimiento de una calidad increíble, con unos personajes repletos de carisma.

No es mi género favorito, pero Sin City me ha gustado, me ha enganchado.

Quise ver esta película por el indiscutible éxito de la serie original, pero me ha decepcionado muchísimo. Es una película exageradamente superficial para niñas -de la edad que sea- pijas y con poco cerebro, dando todo el protagonismo a gilipolleces sin nada de profundidad, un producto que invita al consumismo y la estupidez. No diré más de algo que ni si quiera fue capaz de transmitirme un ápice de amoción.

Un bodrio para pijas descerebradas.

Tremendísima película, de esas que marcan época, un mito hecho celuloide. Antonio Montana nos llevará de la mano al mundo de los horizontes personales, a interrogarnos qué es lo que realmente necesitamos para ser felices en esta vida. Sé que muchos de los espectadores se limitan a contentarse con los disparos, el lenguaje violento y las drogas... pero Scarface no es solamente eso, ni mucho menos.

Scarface es ambición, es el "si tú quieres puedes", "The world is yours", los sueños de quien nunca tuvo nada y se ve con las posibilidades de ser quien él quiera. Tristemente Tony va por "el mal camino", adoptando una filosofía errónea a causa de su pasado, de sus sueños, pero sin nada que echarle en cara. Pese a sus actividades delictivas y criminales Montana es un hombre de gran corazón y con principios, alguien que no "joderá" jamás a quien le deje tranquilo, alguien incapaz de hacer daño a un inocente -por lo menos de manera consciente-, alguien que solamente sabe defenderse, ya que proviene de la cloaca, del mundo de la supervivencia, un lugar en el que la ética no te ayudará a traer comida a tu plato.

A mí me estremeció, conmovió, emocionó. Es una gran historia y una interpretación fabulosa la de Al Pacino, sin mentar a Michelle Pfeiffer -preciosa- y el resto del reparto. Lo último, y ya muy secundario pero curioso, es todo el ambiente ochentero, tanto en estética como en la música, que nos transportará de nuevo al Miami de 1980.

Scarface: algo muy grande.