Cierta melancolía embriaga al espectador. La historia es bella pero simple, la formalidad visual lo envuelve todo con su calidad y su formalismo sin parangón. Tenemos unos efectos, fotografía, escenografía y maquillaje envidiables, a lo que nos tiene acostumbrados Guillermo del Toro. Un guion de corte clásico, con diálogos bellos y que transmiten, pero la gestualidad de sus actores, su compenetración, son los que más comunican. Sally Hawkins arrasa y estremece, miradas y ademanes que traspasan la pantalla sin necesidad de entenderla. Aún así no veremos artificios ni giros ni locuras que puedan mantener al espectador enganchado sin pestañear. No es una películas de impactos, de giros o sobresaltos. La narración no busca el impacto ni el enmarañamiento ni el enredo intencionado, si no que con sus homenajes y odas internas nos mantendrá silentes pero constantes en esa laguna que debemos cruzar, sin flotador, a nado, sin ayuda externa. Las distintas capas interpretativas encierran una amplia variedad sugestiva de visiones de las necesidades humanas, de entender el mundo, de aceptarlo y sobre todo de aceptarnos a nosotros mismos. No hay mejor metáfora que la que nos llega al corazón. No hay mejor cuento que el del mundo real. Al final Guillermo nos enseña que nuestro subconsciente intenta amoldar nuestro dolor al receptor, al espectador, y vemos que los mensajes secundarios a veces comunican más que lo que tenemos en primer plano. Esos detalles no serán recibidos por igual en el público, he ahí la pequeña tara de la película, no destacar con su opulencia dramática.

María y su necesidad por los demás. María y su incomprensión de los demás... María necesita a María. Una historia de personalidad, de comprensión sobre la maraña de relaciones familiar y de dependencia con un humor e ironía agradable, una empatía a una generación simple y lograda y una reafirmación de la sociabilidad del ser humano, que necesita y repele al mismo tiempo. Al final una trama de necesidad de sentirse querido y aceptado y de supervivencia del ego en un ambiente hostil desde el cariño. Una oda a los dramas de las generaciones incomprendidas por tenerlo todo y faltarle más. El peso interpretativo recae en una Lennie correcta pero sin el brillo al que nos tiene acostumbrados, un elenco secundario de lujo y una ambientación estudiada sin un detalle que se le escape. Banda sonora auténtica, rítmica, acompasada que la diferencia de lo habitual, ese toque discreto pero incisivo al que nos acostumbramos sin necesidad de asombro. La sencillez se viste despacio, las prisas son para el reposo posterior...

No es que estéticamente sea buena, es que carece de todo tipo de trama, intensidad y hasta de finalidad. La secuenciación, con sus intensos, largos y cansinos planos, su falta de diálogos, su carencia de potencia, magnitud o fuerza de contenido nos mantiene alejados de toda empatía hacia el argumento. No hace más que sumirnos en un hartazgo sin fin de cada supuesta libertad actoral, de cada libre sentimiento expuesto en un vacuo 'in crescendo' de atonales secuencias sin ton ni son. Eternos y desanimados quedan los espectadores por mucho que entendamos que la libertad de elección de visionado es una libertad de rodaje. Nada más allá de ausencia y carencia de vitalidad dramática y visceral.

La perspectiva es clara, directa y lineal, con una exposición de las tramas relativamente empática. Los personajes se diseccionan sin alardes pero con altibajos emocionales, y el peso recae en una expresiva y directa Diane Kruger, que busca en su interior la posibilidad de disociarse de lo deseado. El guion puede caer en lo esperado, y aunque la acción empieza con impacto y trasgresora, vemos que la frescura va desapareciendo, a pesar de la colisión final. Lo bueno de las tramas cambiantes es que el hilo conductor sigue y las historias se cierran. Los personajes secundarios ayudan a comprender la multicausalidad y dan profundidad a los personajes. A pesar de la corrección formal, algo falta en la historia, algo de intensidad emocional que se deshace entre dedos arenosos, algo que haga viva la secuenciación del drama, que convenza al espectador más allá del impacto.

Desgarradora historia, narrada con virtuosismo gracias un guion equilibrado y una interpretación con garra y carácter. Maggie Gyllenhaal escenifica en su personaje todo lo que se nos fue quitando con el paso de los años. Todas esas ilusiones perdidas y esa pureza decapitada. Su personaje es complejo, y en las tramas se ve esa complejidad, se siente y se palpa como si fuésemos nosotros mismos los que anhelamos sus sueños o los que nos entristecemos con sus dramas. El director es capaz de distribuir por la película una delgada línea fronteriza entre las condiciones sociales estipuladas y las consecuencias de rebasarlas, de forma natural, sin complejos, pero que el espectador admirará sin percatarse del nivel de permisividad que estamos empatizando.
Lo difícil o dificultoso de crear personajes poliédricos es caer en la no racionalidad de sus actuaciones, pero ahí Maggie Gyllenhaal hace suyo al personaje principal, y apoyada por las tramas desliza casi sin trabajo aparente ues personalidad, leve pero intensa que vive su particular momento de excitación de ilusión.