Cuando uno piensa en películas de samuráis lo primero que le viene a la mente son batallas épicas, luchas de clanes e historias personales. Zatoichi tiene todo esto y mucho más, pero ante todo está rodada con armonía y tranquilidad. Es como mirar a un bonsái.

La primera secuencia de la película es la presentación de los personajes, pero la primera impresión que tengamos de ellos estará muy lejos de la realidad de estos. Takesi nos muestra poco a poco como las cosas no son lo que parecen y lo hace con un personaje principal que es un samurái ciego. Si el personaje principal es un samurái ciego, ¿qué sorpresas nos depararán el resto?

Las historias que se cuentan darían cada una por separada para hacer una película, pero Kitano las cuenta perfectamente haciéndonos participes de sus problemas y de las soluciones que creen correctas para resolverlos. Cuando uno termina de ver la película da la sensación que los personajes siguen con nosotros, como si fuesen viejos amigos que acabamos de ver después de años sin saber nada de ellos.

Si los personajes son un lujo, no menos lo es el ritmo y la fotografía. Hay planos fijos largos mostrando los impresionantes paisajes combinados con movimientos rápidos de cámara cuando los samuráis se enzarzan en las batallas. Pero si algún plano se puede quedar en la retina es un plano largo donde en primer lugar tenemos cuatro personas trabajando la tierra y al fondo una procesión pasando de izquierda a derecha de la pantalla. Es un coreografía tan bella que no sabes dónde mirar aunque el movimiento rítmico de los agricultores te embauca hasta desear que el plano no acabe nunca y poder observar eternamente el trabajo de estos.

Por si esto fuera poco se nos narra también en medio de esta belleza sin igual la lucha de dos clanes por gobernar la ciudad y sus salones de juego. Al más puro estilo de Mario Puzo con sus jefes y capos. Cuando estos jefes visitan al capo de la ciudad nos encontramos con otro fabuloso plano, mientras que la cámara recoge al capo de espaldas los jefes son tomados de frente, dando la sensación no solo de grandeza por parte del capo (esta en primer plano) sino de que los jefes son diminutos a su lado ( éstos se encuentran en un segundo plano)

Todo esto está rodeado por unas vistas de un pueblo japonés con sus casas de madera, sus bares donde la gente bebe saque, sus baños calientes y sus casas de juegos. Para aquellos que amamos el país del sol naciente es una delicia estar rodeados de una vida medieval que jamás tendremos pero que siempre amaremos.

Sin lugar a dudas es una película para visionar tranquilamente, sin ruidos ni movimientos a tu alrededor para saborear la esencia que desprende y la armonía que trasmite.