Nos encontramos ante una muestra de uno de los géneros que más audiencia atrae en el proceloso mundillo televisivo: el biopìc en el que el protagonista es un personaje en el que se unen cierta presencia histórica con conexiones con la prensa del corazón. Este hijo de Alfonso XIII tuvo una vida marcada por la desgracia, desde una infancia triste, en la que fue "abandonado" por sus padres en un clásico internado de la élite europea, pasando por el matrimonio con la nietísima del tirano Franco, unión que tenía como aliciente ser un buen paso político para aspirar a la corona real, pero que acabaría de mala manera, tanto en el aspecto sentimental como en el sucesorio, hasta llegar a sus últimos años, marcados por el accidente automovilístico que devendría en la muerte de su primogénito y finalizando con el absurdo y trágico encontronazo con un cable que casi le decapitaría en una pista de esquí de Colorado.
Todo este cúmulo de funestos hechos podría haber dado lugar a una obra atractiva para un espectador que ,ante el drama ajeno, cruza los dedos para que no le pase lo mismo a él, pero el resultado es bastante desigual: una realización pulcra, como mucho, a cargo de Álvaro Fernández Armero, quien, tras dirigir media decena de poco interesantes largos para la gran pantalla, se gana los garbanzos con productos más seguros para TV. El guión, escrito por Ángela Armero, no pasa de ser una narración convencional en la que se pierde tiempo en nimiedades y se pasan por alto aspectos que podrían haber dado mucho más juego; no obstante, parece que a la joven escritora le ha servido como aprendizaje para saltar al cine, con El diario de Carlota (bastante desdeñable, por cierto), incluso saltando el charco, pues en 2012 se estrenará I`ll see you again, donde Steven-Charles Jaffe dirigirá su guión.
El elenco, en general, está aceptable, con José Luis García Pérez como protagonista, y Cristina Peña como Carmen Martínez Bordiú se esmera en hacer creíble un personaje archiconocido a través del papel couché y de la tele, aunque pienso que se queda muy corta en el intento.
En definitiva, producto plagado de altibajos con cierto interés al tratar temas colaterales en la época de la transición española.

Esta tarde me he tirado en el sofá aplatanado por un incesante dolor de cabeza que me ha impedido hacer nada más que encender la tele y zappear hasta encontrar algo que no me hiciera menear ni una sola neurona. Así, me he decidido por este telefilme canadiense, cuyo único "atractivo" consiste en volver a ver a Rob Lowe, uno de los legítimos integrantes del "Brat Pack", grupo de chavaletes surgidos de la peli Rebeldes, de Coppola, allá por un lejano 1983, de los cuales varios tuvieron interesantes carreras (Matt Dillon, Tom Cruise, Patrick Swayze), alguno mantuvo cierto éxito (Emilio Estévez), y otros aprovecharon el tirón ochentero para ver cómo sus proyectos languidecían de una manera más acorde con su escaso talento (Ralph Macchio, C. Thomas Howell, Leif Garrett). Dentro de este último conjunto podríamos meter al amigo Rob, al que hace una década que sólo podemos encontrar en producciones de medio pelo para televisión. Éste es el caso: aquí, nuestro prota es el dentista Bart Corbin, cuya mujer ha fallecido a resultas de un aparente suicidio; tras esta premisa inicial, todo recuerda a tropecientos productos similares, sin que se pretenda nada más que ofrecer un entretenimiento ligerito y sin pretensiones, cuyo reclamo de "basado en una historia real" seguramente sólo atrae a unos cuantos que, como yo, no tienen nada mejor que hacer que pasar una hora y media en un estado de vida latente y atontadilla delante de la tele, un sábado después de comer. Como curiosidad añadida, sale Lauren Holly, aquella que mantuvo un fugaz matrimonio con Jim Carrey.

Nos hallamos ante otra de tantas producciones televisivas que, en los últimos tiempos, apuestan por el oportunismo más obvio; coincidiendo con el segundo aniversario del accidente del vuelo JK5022 de Spanair en el aeropuerto de Barajas, en el que fallecieron 154 personas, las recién nacidas productoras Mecanismo Films y Media Gameworks, contando con Telecinco como distribuidora, realizan este telefilme un tanto aburrido, dirigido por Norberto López Amado. Este señor, que parece haber aparcado su carrera cinematográfica (sólo ha dirigido un aceptable largo, Nos miran), ante los más sencillos estímulos del mundillo televisivo, cuenta en su haber como realizador con una rareza curiosa, el corto La mirada del ángel, protagonizado por una tal Letizia Ortiz, más conocida por su "trabajo" actual que por sus veleidades artísticas.
Aquí ha contado con la participación de actores muy conocidos, como el luso Joaquim de Almeida, Carmelo Gómez o Emma Suárez, que se comportan ante la cámara con la naturalidad propia de su experiencia profesional, pero sin que se adivine ningún tipo de pasión ni la inspiración que un buen intérprete deja ver cuando se encuentra ante una obra en la que cree.
El hilo argumental de la trama es bien sencillo: ocurre el accidente, y una comisión investigadora, encabezada por Javier Torres (Carmelo), se encarga de intentar esclarecer el asunto, recibiendo presiones por parte de la compañía aerea, la prensa, los ciudadanos, etc. Todo ello resulta, como mucho, entretenidillo, pero tan, tan blanco, que no llega a interesar realmente al espectador (ni siquiera al morbosillo que espera ver cadáveres, sangre, etc, lo que no aparece por ninguna parte). Todo está bañado por una limpieza casi quirúrgica, claramente marcada por la consigna de no herir sensibilidades; jamás se hace referencia a la empresa aeronáutica (sólo se habla de "los americanos"), ni a la compañía aérea, incluso las escenas del aeropuerto están fotografiadas con una luz casi angelical (creo yo que para que nos traguemos que aquello es Barajas). Por otro lado, apenas hay referencias a los pasajeros, salvo escasas escenas en las que aparece alguno que otro, más que nada, para mostrar que son personas y no meros números en una estadística de tragedias.

Estamos ante una de esas producciones televisivas con una caducidad aproximada de una hora desde que se acaba su visionado. No se muestra ni una sola imagen original, todo lo que sale lo hemos visto en innumerables ocasiones; la historia es el clásico melodrama de la mamá desesperada por sacar de la cárcel a su vástago injustamente condenado, aquí en una variante exótica, ya que nos trasladamos a Tailandia, donde, cómo no, las mafias de la droga y la prostitución campan a sus anchas, lo que permite a los cinco guionistas, nada más y nada menos, mostrarse un pelín críticos, aunque siempre desde un punto de vista conservador y eurocentrista. A lo manido del leit motiv central se añaden algunas gotitas de lío familiar entre los progenitores de Marco, el chaval acusado, y otro poquitín de romance selvático, entre la mami, Barbara, y Jan, el típico fulano francés bohemio, que ayuda a la buena mujer a sus aventurillas por el país asiático.
El elenco, plagado de nombres desconocidos, cumple su cometido sin más, siendo todos conscientes de la limitación artística de un producto de tales características.

Vaya por Dios; yo que pensaba que iba a ver una peli de psicópatas y me encuentro con una de las más descacharrantes comedias de la historia. Hombre, el "Tic, tac, Doc" que amenazaba como frase promocional de la cosa evidenciaba que uno no se podría tomar en serio lo que se vería en pantalla, pero es que no tengo palabras para describir el estupor con el que me he quedado al finalizar la hora y tres cuartos que dura esta basurilla.
Jon Avnet, cuya carrera en el cine se resume en una peli de calidad aceptable, Tomates verdes fritos, y media docena de productos vulgares, dirige (supuestamente) un guión perpetrado por Gary Scott Thompson (que se debió de fumar todas las sesiones del taller de escritura de su barrio), y protagonizado por Al Pacino, que encarna a un psiquiatra forense, Jack Gramm, especializado en cazar asesinos en serie y que arrastra, como no, un alma torturada por los fantasmas del pasado. A este tipo le acosa el psicópata de turno, que le dice que le quedan 88 minutos de vida, y partiendo de esta premisa se desarrolla todo el mondongo. Esto, que no es de una originalidad epatante, podría, sin embargo, devenir en un thriller aceptable, si hubiera caído en las manos adecuadas. Lo malo es que eso no ha pasado, y asistimos a uno de los mayores cúmulos de despropósitos, del que es difícil entresacar alguna escena que no esté mal escrita, mal dirigida o mal interpretada.
Justicia divina sería que todos y cada uno de los personajes que pululan por la trama sufrieran 88 eternidades de insufribles dolores, pero como esto no es el juicio final, pues va a ser que no se llevarán su merecido.
Destacaría el trabajo de Al Pacino, empeñado en los últimos ocho años (desde Insomnia) en emborronar su carrera con bodrios intragables, absolutamente increíble, a sus destartalados 67 tacos, como esa especie de pseudo agente del FBI-psiquiatra seductor de un montón de tías cañón que aparecen por doquier a lo largo de la peli (hay muchísimas, y uno se lía con todas ellas), cuando lo lógico más bien es sentir grima ante su apariencia semicadavérica que porta un peinado cardado alucinante. El resto del elenco oscila entre lo malo y lo peor, especialmente Leelee Sobieski que atraviesa todos los límites de la iniquidad.
El argumento es un chiste, de principio a fin, plagado de barbaridades insostenibles, por lo que he de reconocer que me he reído a mandíbula suelta. Lástima que eso no fuera la intención de sus ¿responsables?.