Aun cuando se trata de un género tan complejo como la comedia, decidí ver esta película tanto porque Isabelle Huppert siempre me ha parecido una extraordinaria actriz -últimamente en su Elle [2016], de Paul Verhoeven- como por la curiosidad que me despertaba las dos jóvenes Chloë Grace Moretz y Maika Monroe, en manos de un realizador, Neil Jordan, que me sorprendió muy favorablemente en 'La extraña que hay en ti' [2007].

Tengo que decir que, visto lo visto, ha sido un acierto volver a contemplar la calidad interpretativa gestual de Huppert, incluso en un papel absolutamente inverosímil, que ella trata de defender lo mejor que puede, imponiendo al espectador; que me ha resultado interesante el trabajo de Monroe por esa frescura tan prometedora; y que me han decepcionado Moretz y Jordan. La primera porque en ningún momento parece estar en lo que está, incluso con cara de pero que muy aburrida, y el segundo porque el film se le va completamente de las manos.

Para comenzar, el guión -obra de Ray Wright y Jordan- se elabora en torno a una caricaturesca psicopatía basada en esa conocida y habitual soledad de quien, solo, envejece. De ahí parte una historia plagada de incongruencias, insípida, caricaturesca, televisiva, asexuada, mortecina, como hecha de encargo.

La obscura fotografía de Seamus McGarvey no sólo resulta cutre y teatralizada sino que, incomprensiblemente, hace un daño terrible e insistente a Moretz, tomándole una espalda manifiestamente mejorable y unos primeros planos absolutamente inexpresivos y tediosos.

La música del compositor español Javier Navarrete es simplemente correcta en una banda sonora que excesivamente influyente y cargada de composiciones incorporadas.

Aun cuando el realizador consigue alguna impactantes secuencias muy bien rodadas, 'La viuda' no acaba siendo más que un vulgar thriller teatral con capacidad de transmisión propia de «serie B» y un guión plagado de irracionalidad disparatada.

Incluso contando con Isabelle Huppert, tampoco la psicopatología admite un mal guión [5 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
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No las tenías todas conmigo cuando opté por ir a verla.

Nada me seducía menos que tratar de disfrutar con un wéstern realizado por un francés, Jacques Audiard. Los europeos, con la excepción de Sergio Leone, muy ayudado por Ennio Morricone, no alcanzamos a ahormar el alma de un género tan estadounidense como ese del Viejo Oeste.

Tampoco resulta buena señal una coproducción tan 'plurinacional' -Francia, Estados Unidos, España, Bélgica y Rumanía- basada en una poco conocida novela homónima [2011], del escritor canadiense, Patrick deWitt, afincado en Oregón.

En fin, no tener grandes alternativas, una generalizada crítica favorable, la garantía de Alexandre Desplat con sus banda sonoras, que se hubiera rodado en Almería, Navarra y Aragón y la habitualmente convincente interpretación de John C. Reilly, me decantó en su favor.

Mi gozo en un pozo.

Lo primero que quiero resaltar es que la fotografía de Benoît Debie es intencionadamente obscura hasta romperte los ojos. Sobre todo en interiores, pero no sólo. Cada vez es más común el oscurecer la imagen pretendiendo, con ello, incrementar el clima de nostalgia, decrepitud, suspende y demás. Grave pretexto de quien no sabe iluminar, sobre todo cuando se trata de hacerlo de noche, con luz de velas o candiles. Cuestión que se agrava en un género, el wéstern, que brilla con su propia y peculiar luz. A eso, añádanle que el tratamiento de la imagen supura artificiosa digitalidad cuando está rodado con cámaras Arri Alexa de alta definición.

Por lo demás, resulta lenta, carente de la épica y el ritimo del género, con exceso de al menos media hora de metraje y un guión simplón que sólo respira durante las intimistas secuencias de John C. Reilly, especialmente en los diálogos fraternales con su 'hermano' Joaquin Phoenix. La ambientación es simplemente correcta aunque denota la falta de presupuesto.

¿Qué la salva del suspenso? Pues el loable intento del realizador de hacer una atípica película de vaqueros tratando de transmitir la bondad que esconde todo malvado, incluso en el Oeste. También la buena banda sonora de Desplat, que se esfuerza en no sonar a Morricone o Leonard Bernstein y en cumplir con las indicaciones del realizador en pro de una "música oscura opresiva", aunque peca de exceso de volumen hasta el punto de que hay diálogos que no se escuchan bien porque los tapa la música. Y el trabajo de un John C. Reilly del que fluye la única humanidad a resaltar en el film.

Por resumir: los franceses, como en general los europeos, no saben de westerns. Y esta película, en consecuencia, no es un wéstern, aunque muestra destellos de originalidad en el planteamiento.

Con aspectos interesantes, pero nunca un wéstern, siquiera francés... [6 sobre 10]

El Quicio de la Mancebía [EQM]
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Hay semanas en donde no hay mucho donde elegir y, para esos casos, suelo reservar alguna proyección que no me despierta especial interés pero que tampoco adivino como un desastre. ‘Red Joan‘ me pareció de estas últimas teniendo en cuenta que era inglesa -y eso suele garantizar la corrección en materia de ambientación, vestuario, música, fotografía, etc- y en ella participaba la gran Judi Dench.

Craso error. A veces, lo habitualmente correcto no salva de la quema.

Dirigida por Trevor Nunn, un afamado director teatral que lleva más de 20 años sin realizar un film -‘Noche de reyes‘ [1996], adaptación de ‘Twelfth Night´ [s. 1600], de William Shakespeare– da sobradas muestras del porqué.

La clásica producción británica de encargo que pretende ser, al menos, académica, y no lo logra ni por asomo al anclarse en un horrendo guión de Lindsay Shapero que está basado en una novela homónima [2013] escrita por Jennie Rooney e inspirada en la vida de de la espía Melita Norwood (R. Unido,1912-2005)].

Shapero trata de mezclar una pésima historia de amor con un thriller de espías de pacotilla protagonizado por una buenista pacifista -valga la redundancia- que dice que, en época de plena guerra civil española y pre 2ª Guerra Mundial [1937], ella hacía lo que hacía por la paz en el planeta, igualando la maldad entre los bandos enfrentados.

Ya son ganas de contarnos una milonga que ni siquiera tragaron los británicos hace 28 años, teniendo ella ya 80, que fue cuando se enteraron de sus andanzas, gracias a Vassili Mitrokhine -otro espía, éste huido de Rusia- y las relativizaron hasta el punto de ni siquiera procesarla.

En tales circunstancias no resulta extraño que tanto Judi Dench como Sophie Cookson y el resto del reparto se limiten a cumplir con el contrato, sin el menor atisbo de alma y convicción, colaborando, supongo que involuntariamente, en que el presunto melodrama produzca incluso vergüenza ajena.

En fin: un telefilm de los malos, malos, que trata de contar la historia de una alta traición a base de volcarse en los enredos amorosos de la traidora y no en la verdadera motivación, si es que realmente tenía alguna que mereciera calificarse de tal.

Pésimo cine inglés, algo que ni siquiera logra disimular la gran Judi Dench [4 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
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Tengo una gran admiración por Ralph Fiennes como actor, lo cual me previene de cara a otro tipo de incursiones, como estas que lleva a cabo en calidad de realizador.

No obstante quiero dejar constancia de que me parece que es sabio a la hora de rodearse de un buen equipo y que su objetivo de escrutar el alma artística de los personajes que retrata lo cumple con suficientes creces como para considerarle un correcto realizado con momentos realmente vibrantes.

En este caso, trata de acercarse, desde un absoluto amor al arte, a la compleja psicología un tanto bipolar de un genio como el bailarín ruso Rudolf Nuréyev y es precisamente en ese cometido en el que sobresale la película, dejando la parte del ballet como preceptivamente distante.

Se apoya en un dramaturgo, director y guionista, David Hare, muy capaz de esbozar un relato de ida y vuelta, sobre una historia universalmente conocida, que ha basado en el libro ‘‘Rudolf Nureyev: The Life‘ [2007] de la también bailarina, Julie Kavanagh, en torno a tres etapas sustanciales en la vida del bailarín ruso antes de consagrar su fama en Occidente y que han sido respaldadas incluso por la propia Fundación Nureyev.

Por otra parte, aunque suelo aborrecer los flashback, he quedado grandemente satisfecho con su inteligente utilización escueta, visual y enriquecedora, gracias, también a un gran montaje de Barney Pilling. La fotografía de Mike Eley me resulta cálida y perfectamente adecuada -también en las secuencias rodadas en blanco y negro- al propósito realista que se persigue en las distintas ambientaciones requeridas, tan dispares, París y Rusia, en aquellos tiempos.

Con una correcta puesta en escena y una buena interpretación coral en la que destaca sobremanera el propio Fiennes en el papel de Aleksandr Pushkin, su maestro de ballet. Oleg Ivenko, bailarín profesional y no actor, cumple a la perfección en todas las secuencias de la vida del protagonista, con su compleja psicología, excepto en las que se trata de imitar su danza, algo perfectamente comprensible dado que transmitir, bailando o filmando, el magnetismo de Nuréyev, es algo tan estéril como imposible.

Demasiado académica me parece, sin embargo, toda la secuencia de la liberación en el aeropuerto, quizás porque que resulta desmedida la pretensión de abarcar, en 127 minutos, un relato que comprende sustanciales aspectos políticos, artísticos e incluso propios de un thriller policiaco. Por no hablar del conseguido arrojo de alternar, por ejemplo, el Ballet de la Ópera de Paris con el musical erótico del Crazy Horse.

Mención aparte merece una formidable banda sonora, muy creativa en su parte original y magnífica en la parte incorporada. Acérquense, si gustan, al listado que les adjunto, para salir de dudas.

En fin, como cuenta Fiennes en la entrevista que editó ayer Metrópoli/El Mundo, él siempre tiene la sensación, repasando los vídeos de Nuréyev, de que el genio de la danza es “como un gato mirándote de reojo que, de repente, se pone a flirtear”.

Ralph Fiennes, dirigiendo y actuando, sabe hacernos llegar cómo un maestro -de los de antes- puede hacer en favor del genio del alumno que él jamás pudo ser [7 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
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Como suele ocurrir, los intereses comerciales consiguen que en Semana Santa las salas se programen con un sinfin de películas infantiles o de juveniles fillms de ‘destroyers’ confeccionadas en su práctica totalidad por ordenador.

Ante tal coyuntura, suelo decantarme por alguna excepción que se haya colado sin demasiada publicidad. Al encontrarme con la segunda versión de la película chilena ‘Gloria‘ [2013] realizada por el mismo director, Sebastián Lelio, me alegro profundamente de no haber visto la primera y, dado mi disfrute con su ‘Disobedience‘ [2018], no dudo en tal opción.

Bendita la hora. Como ocurría con el torero Curro Romero, me he quedado extasiado contemplando el trabajo de Julianne Moore, en una exhibición interpretativa digna del próximo Oscar. No se puede hacer mejor empleando, mayormente, el lenguaje corporal y facial. Una maravilla. A su lado, John Turturro no me dice nada, casi me molesta, como si él supiera que está de mera comparsa, que ella es la protagonista absoluta.

El realizador está a tono, con un guión y montador -él es también guionista y montador- impecable. Y, como ya he afrimado antes, esa intimista forma dirigir a los actores y alcanzar el alma de sus personajes. Permitiendo que la protagonista hable con grandes silencios infinitamente expresivos.

Buena puesta en escena y cómplice banda sonora de Matthew Herbert, completada, junto al sonido inmiscuyente de los móviles, por mucha buena musica incorporada al recuerdo de Gloria. Lástima que para la versión doblada al español no hayan incluido los correspondientes subtítulos musicales, ya que son la esencia vital de la música que tararea el personaje de Moore.

Tampoco me ha satisfecho la fotografía de Natasha Braier, excesivamente fria, borrosa y antinatural, que no entiendo a qué instrucciones de Lelio obedece.

El remake por el mismo director es toda una extravagancia que en este caso -como confiesa la propia Julianne– se debe al especial interés que la actriz tenía en que se hiciera y, me imagino, a la complicidad que ello despertó en propio realizador.

Ya digo: es una de esas excepcionales películas en las que una actriz de hace dueña absoluta de la obra, también gracias, desde luego, a un director que sabe sacarle lo mejor de sí mismo, que tiene su mérito.

Si quieres, esta vez limítate a contemplar el alma creativa de Julianne Moore [8 sobre 10]

El quicio de la mancebía [EQM]
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