Por muy buenas que sean las localizaciones y la fotografía (que son lo que le valen los tres puntos que le he puesto) no es factible sustentar una película únicamente a base de estampas estáticas. Este material hubiera resultado mucho más efectivo (y rentable) en formato de libro ilustrado con estas mismas imágenes y los cuatro o cinco textos intercalados. En un film, aunque sea uno cortito como éste, el resultado es soporífero.

Cine de fantasmas, pero no porque salgan fantasmas en la película. Cine hecho por y para los fantasmas que se dedican a montarse sus pajas mentales con este tipo de productos, vendiendo humo al resto de mortales.

Vale, vale, esto no es realmente una crítica sobre el documental en sí, sino más bien sobre el producto que ello supone.

El documental es interesante en cuanto que muestra a grandes maestros del cine clásico entregándose a tareas muy alejadas del estándar hollywoodiense. Desconozco si el potencial propagandístico del cine no había sido explotado aún por Hollywood con anterioridad, lo que sí está claro es que de ninguna manera dejó de estarlo después, y hubiera resultado tanto o más interesante indagar también en toda la labor que la industria del cine norteamericana realizó tras el conflicto, presentándose a sí mismos como los verdaderos y únicos salvadores. Recién acabada la guerra, la impresión general era que fueron los soviéticos quienes fundamentalmente se encargaron de derrotar al ejército alemán, pero tras décadas de bombardearnos con sus películas de talante victorioso, tras habernos repetido hasta la saciedad el desembarco de Normandía, esa percepción ha cambiado hasta el punto de que, en la actualidad, los Estados Unidos son considerados por buena parte de la población como la fuerza determinante que con su irrupción cambió el rumbo de la guerra.

Podría decirse que esto es apenas relevante ya que la temática de La guerra en Hollywood es otra, centrada en la labor específica de estos cinco directores en concreto, pero el caso es que habiendo visionado otro documental recientemente estrenado también en Netflix, American Factory, resulta demasiado obvio que el sesgo y la labor propagandística del cine llegaron para quedarse. Es curioso, además, que en American Factory hagan con los chinos algo parecido a lo que aquí denuncian respecto a los japoneses: retratarlos como una especie aparte, con todo el desprecio que ello conlleva (mucho más diluido que en los ejemplos del cine de guerra, por supuesto). Está claro que la guerra, sea del tipo que sea, nunca ha dejado de disputarse en las pantallas.

La premisa del documental de retratar el choque cultural entre los nuevos propietarios chinos de una empresa y los trabajadores americanos parece interesante, pero me temo que el resultado no se centra tanto en eso sino en un problema que poco o nada tiene que ver con la nacionalidad de los propietarios de la fábrica.

El documental es interesante, por supuesto, pero refleja la problemática que sufre cualquier trabajador actualmente, en un mundo globalizado donde rige la máxima competencia, y por eso mismo me parece un tanto ridículo presentar a los chinos como los enemigos del trabajador, cuando en cualquier otra empresa, sea china, americana o europea, la inercia es la misma. Es más, resulta bastante cínico que se señale a los chinos a la hora de retratar los perjuicios provocados en Estados Unidos por una tendencia que precisamente es consecuencia de las doctrinas neoliberales de Milton Friedman formuladas en Chicago y exportadas después al mundo entero (empleando cualquier medio que fuera necesario, ejem).

Sí que es preocupante, no obstante, que la dinámica de hace unos años de externalizar servicios desde países más desarrollados a otros con menos derechos para conseguir ahorrar dinero en la mano de obra se pueda estar invirtiendo, y lo que nos encontremos sea que países mucho más arcaicos en cuanto a derechos laborales estén externalizando sus servicios a países más desarrollados e intentando degradar su panorama local.

Cualquiera que, por casualidad, se topase con esta película sin previo aviso (haciendo zapping, por ejemplo) no necesitaría más de un par de minutos para abandonar, un tanto contrariado, su visionado, acompañado de alguna expresión del tipo "¡Menuda basura!" o similar (aunque supongo que la excepción a esto serán todos los "morbosos" que sí resistieron verla entera, dando pie a la leyenda que se ha creado en torno a ella). Por el contrario, si ya vas avisado de estar enfrentándote a "la peor película de la historia"... ¡qué maravilla! ¡qué deleite!
La película es exactamente eso: un despropósito de los pies a la cabeza. Estéticamente podría pasar por un telefilm, ya que la calidad de las tomas es buena (salvo un par de gambadas) y no hay efectos especiales, que es lo que más suele dar la nota en las malas producciones. Pero, salvando eso, todo lo demás es una fascinante aberración. Las escenas de cama que salpican el film son lo más antierótico que he visto en mi vida, los fallos de racord se suceden sin piedad, los diálogos y sus interpretaciones son de vergüenza ajena, con especial mención para el protagonista, cuya carencia absoluta de expresividad le hace parecer un simpático asperger y, en definitiva, la historia acaba no teniendo ni pies ni cabeza.
A pesar de todo esto, o precisamente gracias a la concatenación de tantos errores, la película se deja ver. No hay ningún punto muerto, siempre hay algo extraño que llama la atención y te mantiene enganchado ("montaje de atracciones" lo llamaba Eisenstein), y por ello acaba resultando una excelente elección si lo que quieres es ver una película realmente mala.
Esto plantea, por último, otra cuestión: si una película te da lo que esperas de ella, ¿se puede decir que es una mala película? Ésta en concreto ha colmado mis expectativas sobradamente, por lo cual la recordaré con cariño. No le doy más de un 5 porque, bueno, al fin y al cabo no es más que un bodrio, pero al menos lo es hasta las últimas consecuencias.

El primer capítulo es, sencillamente, espectacular. La temática resulta muy interesante y empieza a desplegarse una trama con varios frentes abiertos. A partir de ahí, la cosa empieza a repetirse y las diferentes historias parece que empiezan a dar tumbos sin demasiado sentido hasta que, al llegar al desenlace, te acabas dando cuenta de que los guionistas han estado jugando contigo para venderte no poco humo. En definitiva: un bluff en toda regla. Se nota que ha habido un gran presupuesto, porque la serie está rodada de forma magnífica. Los paisajes y la ambientación en general son espectaculares, pero es una lástima que no hayan sabido darle una continuidad digna al prometedor punto de partida.