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Críticas de Sandro Fiorito
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Críticas 372
Críticas ordenadas por utilidad
8
22 de marzo de 2012
38 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vamos directamente a por sus personajes. Son el claro ejemplo de que los polos opuestos se atraen, de que es más lo que nos une que lo que nos separa, pues siendo ambos completamente distintos activan por obra y gracia del siempre imprevisible juego del destino una extraordinaria, entrañable y divertida relación. Phillippe (François Cluzet) es blanco, tetraplégico, millonario, bien posicionado y de buena familia, amante del arte en general y de la música clásica y la poesía en particular. Driss (Omar Sy) -su cuidador- es negro, goza de una salud plena, se encuentra (o encontraba) en paro, pertenece a una familia deshecha que vive en un barrio marginal, y le encanta escuchar y bailar funky. Ambos coinciden en lo principal: son unas bellísimas personas, alegres y especiales, cuya máxima es la de poder disfrutar de la vida.

Driss irrumpe en la soporífera monotonía de Phillippe para tirar a la basura la bandera de la hipocresía o ignorancia que enarbolan muchos de los llamados tolerantes y/o conocedores del drama que suscita cualquier tipo de discapacidad. Lo verdaderamente doloroso de cualquier afectado por un problema de estas características no es sólo la desgracia que le ha sido impuesta sino la errónea percepción de la gente que les rodea, empeñada en hacer ver a esa persona como alguien distinto y dispensándole por ello un trato diferente y excesivamente protector. “Intocable” rompe esas barreras y nos saca de nuestro letargo para que nos atrevamos a descubrir por nosotros mismos la realidad de las cosas desde una óptica alejada de los tópicos, en esta historia inspirada en hechos reales que se digiere con entusiasmo, entre sonrisas y carcajadas, con el corazón en un puño y la alegría haciéndolo latir con emoción. El buen rollo se apodera de la cinta y uno se siente profundamente ligado a sus personajes, interpretados con absoluta brillantez por dos inmensos François Cluzet (“Pequeñas mentiras sin importancia“, 2010) y Omar Sy (“Corresponsales especiales“, 2009).

Ellos son los pilares de una película que Olivier Nakache y Eric Toledano (“Aquellos días felices“, 2006) han manejado con pulso firme, manteniendo el metraje libre de lagunas y contundente en el recorrido directo hacia nuestras emociones. La película se disfruta muchísimo y su espíritu nos invita a afrontar la vida tumbando los muros del prejuicio racial, social o de cualquier otra condición para mostrar cómo ni siquiera aquello que consideramos como el problema más grande puede ser capaz de derrumbarnos si somos capaces de mantener lo que más transmite esta película: optimismo y alegría.

(Sigue en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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8
4 de enero de 2010
40 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiovivo c.1950 es la inteligente forma que tiene José Luis Garci (El crack, Luz de domingo) de transportarnos al Madrid de aquellos años, abriéndonos una ventana desde la que poder disfrutar con la vida de un sinfín de personajes que van desde el director y los empleados de un banco, a unos mecánicos de taller o una taquillera de Metro, pasando por jugadores de timbas que viven de la reventa de entradas, unos cineastas argentinos o unos profesores de baile, entre muchos otros.

La película no tiene una trama concreta, su argumento es ninguno y su corazón es la sucesión de escenas que representan a aquel Madrid. Cada escena una historia, cada momento una bonita postal, cada minuto un elegante ejercicio cinematográfico que sorprende por lo original de su resultado sin pecar de la vulgaridad habitual que sí hacen gala muchas producciones nacionales.

La absoluta compenetración de dos elementos perfectos, como lo son su fotografía y la dirección artística , consigue que parezca que nos encontremos ante una cinta rodada en los años en los que se inspira la historia y no en una película hecha apenas dos suspiros, en 2004.

En un principio, sus escenas no están relacionadas entre sí, pero progresivamente las historias irán entrelazándose de alguna manera muy hábil ofrecida por su director. Este modelo consigue no aburrir en ningún momento, ya que pasamos de una escena a otra sin parar, volviendo después al punto en el que nos quedamos sin habernos olvidado para nada de su historia.

Agradable y distinguida en todos sus sentidos, cuenta con un reparto eterno en el que coinciden los clásicos, los actuales y los más olvidados. Resulta muy interesante volver a ver los nombres de Alfredo Landa, Andrés Pajares y Fernando Fernán-Gómez a estas alturas, junto a los de María Adánez o Carlos Hipólito, pasando por Santiago Ramos, José María Pou, Carlos Larrañaga, Francis Lorenzo, Elsa Pataky... y muchos más. Algunos disfrutan de un gran protagonismo en la película pero siempre sin abusar. Otros exprimen lo grande de su interpretación en apenas unos minutos.

La música, de Pablo Cervantes, compuesta por una exquisita pieza tocada en piano, resulta más que adecuada para la ocasión y evoca la nostalgia de la que está compuesto esta interesante película que tiene su historia en mitad del Madrid franquista, sin aburrir con un melodrama que nos hable de lo “pobrecitos todos” y olvidándose de los aspectos más polémicos de la época para contarnos que entonces, en mitad de una dictadura, también existían los buenos momentos, tal y como reza la frase de los créditos finales:

“Corrían muy malos tiempos, pero vistos a distancia quizá fueran los más nuestros”
Sandro Fiorito
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8
16 de enero de 2010
37 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin ser una obra maestra su fuerza contribuye a elevar esta película a los altares de la calidad cinematográfica, gracias a la buena combinación de su cautivadora fotografía, música y trabajo del reparto. Tiene sus defectos, como escenas vacías en las que su lentitud no ayuda a digerir con entusiasmo la película o lo presumible de algunas de sus secuencias, que no dan cabida a momentos de sorpresa.

Pero más allá de su impecable ambientación, el conjunto de la película constituye una obra de gran calidad e interés en el que destacan los papeles de sus actores principales, Edward Norton y Paul Giamatti, siendo a mi parecer más sobresaliente el trabajo de Giamatti sobre todo el reparto.

La historia nos habla del enigmático Eisenheim (Norton), que se dedica a hacer disfrutar al público más exquisito con sus espectáculos de magia e ilusionismo. Unos actos que no tienen buena acogida por parte del príncipe heredero Leopold (Rufus Sewell) que considera que Eisenheim no tiene poderes sobrenaturales como hace parecer ver en sus espectáculos, y que lo que en sus números se ve es una farsa compuesta de múltiples trucos que deben tener una explicación lógica.

Por esto pone la situación en manos del inspector jefe de policía Uhl (Giamatti) que, a pesar de su admiración por el mago, deberá investigarle para desmontar su espectáculo y evidenciar lo que su desagradable jefe pretende demostrar: que todo es una patraña.

Y mientras Eisenheim continúa superando como puede los obstáculos que la incredulidad de la realeza le brinda, el amor llama a su puerta de la mano de la prometida de Leopold, Shopie (Jessica Biel) que deberá elegir entre hacer caso a lo que dicta su corazón o cumplir sus planes nupciales y convertirse en princesa.

Bonita es la palabra más idónea para describir esta película, narrada como un cuento (que de hecho, está basado en la historia corta de Steven Millhauser) y contando con preciosos detalles llenos de elegancia, sostenidos por la mágica música que Philip Glass (El show de Truman, 1998) creó para la ocasión.
Sandro Fiorito
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8
13 de febrero de 2010
35 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Coproducción italo-española dirigida por un húngaro afincado en España, que cuenta con un reparto español, italiano e inglés y está rodada en el distrito al que hace alusión el título de la película: Brooklyn. Todo un cóctel de nacionalidades para ofrecernos una historia encantadora y divertida, que encuadrada dentro del tópico "haz el bien" sabe narrar con elegancia y estilo el argumento fantástico que nos presenta su trama.

Dos años antes, Ladislao Vajda dejó su huella en España gracias a su obra más reconocida, Marcelino, pan y vino (1955), que contaba con el mismo actor que cobra vital importancia en esta película: Pablito Calvo.

En esta ocasión, la historia nos sitúa en el americano distrito de Brooklyn, concretamente en la zona donde reside un mayor número de italianos y lugar en el que se encuentra la gran comunidad de vecinos de la que es propietario el huraño y miserable abogado Mr. Bossi (Peter Ustinov) y que es el techo de muchas de esas personas que cruzaron el charco en busca de una vida mejor. Pero la pobreza de estas gentes les impide estar al corriente de pagos con el patrón de la finca, que no muestra ninguna intención de conceder prórrogas a los inquilinos para que puedan costearse el alquiler de sus viviendas. La gran antipatía de Bossi choca con una misteriosa anciana con poderes sobrenaturales que le hechiza, convirtiéndolo en un perro y condenándole así hasta que consiga ser querido por alguien.

Después, la trama va desarrollándose de forma animosa y con un ritmo adecuado que consigue que el espectador no se despiste de la historia y guarde interés sobre la misma en todo momento. Además del buen trabajo de Ustinov, al que no veremos demasiado tiempo en sus propias carnes, destaca también un gran Pablito Calvo y la convincente interpretación de Aroldo Tieri en el papel de Bruno, el ayudante del abogado Mr. Bossi y que protagoniza la cara romántica de la película. Pepe Isbert, desde la breve de su papel se encarga de copar algunos de los momentos más graciosos de la cinta, siempre pululando por el patio de la comunidad y haciendo sus pequeños trabajos de pintura.

Una película notable y muy cómoda de ver que nos hará disfrutar durante todo su metraje con una buena historia repleta de buenas interpretaciones, genial ambientación en el mismo corazón de un luminoso Brooklyn y con un trabajo canino de excepción: el perro Calígola, del que se hace mención destacada en los créditos principales de la película.
Sandro Fiorito
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6
6 de octubre de 2010
43 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Correcta, entretenida, liviana y a veces imprecisa representación del mundo de la drogodependencia. Enmarcada por la cámara de Gus Van Sant (“Elephant”) -quien debutaba como director-, la película está protagonizada notablemente por Matt Dillon, que deja constancia de una gran calidad como actor que ha sabido atesorar a lo largo de su carrera. En este caso lo hace desde la piel del supersticioso Bob, un toxicómano que se dedica al asalto de farmacias junto a una pandilla constituida por la pareja que él mismo forma con su novia Dianne (Kelly Linch) y la compuesta por Rick (James LeGros) y Nadine (Heather Graham).

La liviandad de la cinta reside en la poca profundidad mostrada por Van Sant para dibujar el entorno del tema abarcado. La presencia de las drogas en la película se limita a lo estético, sin ahondar apenas la dirección en los efectos que éstas pueden producir. Buscando la comparación, me viene a la mente “Pánico en Needle Park” (1971, Jerry Schazberg), en la que podemos ver a un primerizo Al Pacino junto a Kitty Win experimentando auténticas odiseas para poder chutarse. El sufrimiento, ansiedad y patetismo del duplo de drogadictos era palpable, algo que no se produce en “Drugstore Cowboy”, donde parece querer reproducirse la misma pareja, sin lograr alcanzar el mismo nivel de interés, resultando menos creíble su actitud debido -entre otras cosas- a la perfección física y lucidez psíquica de sus protagonistas. A pesar del nivel de adicción de todos los personajes (que son unas auténticas máquinas de pincharse las drogas más duras), ninguno -excepto de forma chispeante el encarnado por Dillon- logra transmitir autenticidad.

A pesar de los defectos del filme, que se manifiestan con fuerza en su tramo final, la cinta se deja ver como un documento entretenido en el que la mayor baza es su parte estética. Y es que Van Sant siempre logra buenas notas en esta faceta, caracterizándose por una dirección sosegada en lo narrativo y fría en la imagen. La banda sonora de la cinta es escasa, pero cuando aparece lo hace en forma de notas clásicas inspiradas en la música de los años en los que se ambienta el filme (década de los 70). El autor de la misma es el compositor Elliot Goldenthal, quien se daría a conocer años después con sus trabajos en “Demolition Man” (1993), “Heat” (1995) o “Enemigos públicos” (2009).
Sandro Fiorito
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