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Críticas de claquetabitacora
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Críticas 139
Críticas ordenadas por utilidad
4
15 de agosto de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
[...] Tristemente, “13 horas: los soldados secretos de Bengasi”, por mucho que se pueda percibir quien maneja la cámara y quien impone sus reglas en el juego, resulta cuanto menos un producto completamente desdibujado y poco atractivo. Para ponernos en situación nos encontramos en uno de los episodios de la historia actual que si bien es cierto puede que no tuviera tanto bombo como otros sucesos sí que es cierto que fue uno de los momentos más tensos vividos por soldados americanos en territorio hostil [...]. Bay decide recurrir a actores poco conocidos siendo James Badge Dale y John Krasinski los que abanderan el grupo para así, de esta forma, darle esa sensación de cercanía y hacer que los espectadores se impliquen con los personajes más por sus historias que por su afinidad con los actores que los interpretan. En ese aspecto la proeza heroica se recibe con gusto pero hay que saber manejar la situación, más aún cuando estamos hablando de una batalla donde lo que impera son las historias humanas, los familiares que les rodean y cómo se implican los soldados entre unos y otros para recibir el apoyo, la fuerza y la amistad y así convertirse, todos juntos, en una familia. Tristemente el director nunca ha sido pródigo en conseguir los matices necesarios en el género del drama. Le viene muy grande.

Si ya en “Pearl Harbor”, que es el único caso donde podía verse ese sobre esfuerzo enfocado a las emociones implícitas, caía en más de una ocasión en el patetismo y en la comedia involuntaria, aquí, en estas 13 horas, todo resulta insustancial, no logramos conectar con apenas ningún personaje por mucho que veamos que son padres, que tienen esposas, amigos, hijos y familiares al otro lado del mundo y que los vemos a través de la pantalla del ordenador como único medio de contacto. No hay nada que haga que nos impliquemos. Los diálogos son abultados, en muchos casos bufos, sin los matices necesarios para resultar inspiradores o atractivos [...]. Bay rueda de forma plana y sin apenas atractivo todas las escenas donde los soldados se relajan y pasan de ser combatientes a personas anónimas que viven, que tienen familias, problemas, miedos, temores pero que siguen sirviendo a su país como siempre han hecho aunque podría decirse que por primera vez el director deja a un lado el héroe convertido en personaje de acción y deja aflorar al hombre que se encuentra detrás de cada soldado. Con una duración excesiva que no ayuda, la historia va avanzando a trompicones, sin mucho acierto pues las escenas de despachos poco o nada importan al igual que las batallas dialécticas entre los soldados y el jefe de mando son aburridas. Huelga decir que este personaje no tiene matices, tan sólo escupe sus frases cual juego de memorización para no llegar a nada más. Aparece, suelta sus diálogos y se va [...].

Aún estando basada en hechos reales Michael Bay está mucho más interesado en la parte técnica, en la pirotecnia que siempre ha primado e imperado en todas sus películas. Podría decirse que, así como los efectos especiales son los que deben estar al servicio de la historia, en la filmografía del director sucede al revés: son los actores los que están para uso y disfrute de la parte técnica. La forma por encima del fondo en todo momento. Una vez dejamos atrás toda la parte previa al ataque y nos adentramos en la batalla pura y dura se desata un espectáculo de fuego, explosiones, tiros, muertos y muerte al mismo tiempo que demuestra cuanto ama y disfruta el director todo lo que representa la escafandra de un film. La segunda mitad la película se despoja de toda la parte humana para adentrarse en la guerra pura y dura. Una vez más el enemigo será presentado como una masa enfurecida, indefinida, sin rostros conocidos identificables y que son presentados como un enemigo sin apenas matices más allá del odio hacia los soldados que son considerados invasores. En ningún momento vemos a los integrantes del bando contrario más allá de algún líder pero apenas centra la cámara el objetivo en sus motivos y acciones. En ese aspecto todo está reducido a un par de escenas sueltas y desperdigadas [...].

No hay ninguna duda que Michael Bay se inspira o bebe de títulos recientes como “Black Hawk derribado” (Ridley Scott, 2001) de la cual intenta conseguir la puesta en escena vibrante y adrenalítica de encontrarse en territorio enemigo sin tener la seguridad de sobrevivir ante un ataque tan indiscriminado o “En tierra hostil” (2008) y “La noche más oscura” (2012), ambas de Katheryn Bigelow de las cuales intenta lograr la tensión agresiva de la puesta en escena de una directora que en género de acción sigue siendo uno de los grandes referentes al respecto. Aún reconociéndose el esfuerzo de implantar el estilo de esas películas en “13 horas: los soldados secretos de Bengasi” en ninguno de los casos resulta bien parado. Tanto Scott como Bigelow, cada uno en lo suyo, resultan eficaces en sumo grado, dominan el tempo, el montaje, la dirección y ante todo la sensación de peligro constante, haciendo partícipe en todo momento tanto a los personajes como al espectador de ese peligro que se esconde tras cada esquina logrando que se conviertan, en cierta medida, en películas de un cine casi documental, donde cada escena podría ser una clase magistral de cómo conseguir aunar realidad con espectáculo. Aquí, a pesar de haber algunos instantes logrados en medio del fragor de la guerra, no hay apenas empaque ni coherencia, todo va por caminos distintos sin un resultado satisfactorio. Tristemente, dado el exceso por el exceso, la planicie toma forma. Tampoco quiero decir que la película sea aburrida en todo su conjunto pues todo cuanto sucede está en pleno movimiento y no hay ni un solo segundo donde la cámara esté quieta. Hacerlo así es una forma de contrarrestar la calma tensa de la primera parte.

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claquetabitacora
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3
16 de abril de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La década de los 90 era la década del cambio. Cinematográficamente hablando los 80 fueron los años de la fantasía, la ilusión, la aventura más accesible, el cine de acción contemporáneo que arrasaba con héroes musculados de metralleta en ristre y marcando pectorales y cuyos guiones eran meros vehículos de lucimiento del actor de moda sin mucho más que rascar. Pero los 90 fue la era de la MTV y para la juventud, que tenía otros intereses y el grunge (Kurt Cobain a la cabeza) era la música de moda de toda una generación de inconformistas que tenían más dudas y menos sueños. De ahí que cuando apareció ante los ojos de espectadores inquietos “Le llaman Bodhi” de Kathryn Bigelow nadie, ni ella misma, podía pensar que ese título acabaría convirtiéndose en pieza clave del género y adquiriendo la calificación de obra de culto. Y no era para menos. Allí nos encontrábamos con el héroe ante la dualidad de sentir fascinación (y respeto) por el enemigo a la vez que debía cumplir con su deber por meterlo entre rejas. Tiempos donde el deporte de riesgo era algo completamente novedoso y encima contábamos con Patrick Swayze como un auténtico rey del surf que a su vez era líder de una banda de atracadores cuyas máscaras eran presidentes. Aquello, como crítica, no tenía precio.

Hay que indicar que la película es hija de su tiempo. Aunque a día de hoy quizás algunas resolutivas a la hora de plasmar la acción hoy se antoja un poquito encorsetada o incluso anclada en la década a la que pertenece en su momento era algo completamente novedoso. Como título referente consiguió ir un poco más allá en el género pues contenía un trasfondo mucho más maduro de lo que podía parecer. Ultimaré diciendo que el final dejaba fuera de juego al ser fiel al espíritu libre y transgresor del personaje de Bodhi, el malo de la película, y se apartaba de lo típico. De ahí que sea como fuere, sin entrar en demasía si “Le llaman Bodhi” era (y es) una buena película podemos decir que sí, marcó un antes y un después sirviendo como influencia para futuras películas que intentaron sin mucho éxito alcanzar ese estatus. Swayze seguía manteniendo su fama y Keanu Reeves se convirtió, de la noche a la mañana, en el héroe de acción que todo filme del género quería tener como cabeza de cartel y así se pudo comprobar con casos como “Speed, máxima potencia” o la trilogía “Matrix” (otro caso influyente de finales de la década de los 90 y parte de la del 2000).

Como Hollywood nunca duda en recurrir al manido remake cuando carece de ideas originales para sus filmes decidió, 24 años después, rehacerla a su antojo creyendo que sólo es cuestión de un lavado de cara para volver a conseguir el éxito. Cada cual es libre de hacer lo que le plazca con el cine. Nadie está obligado a nada y si se decide traspasar la línea de querer volver a contar la misma historia nadie debería sentirse ofendido ni menospreciado por tomar tan arriesgado camino. Pero la duda, el miedo y, por qué no decirlo, el cabreo es mayor cuando se trata de clásicos del género (más aún cuando cuentan con un culto a sus espaldas que no se lo salta un galgo). El director elegido ha sido Ericson Core cuya única película en su haber es “Invencible” de la Disney y basada en el mundo del rugby. No hay muchas credenciales fílmicas en cuanto a director se refiere para saber si él era el más indicado o la decisión ha sido completamente acertada. Puede decirse que su trabajo previo como director de fotografía es bastante bueno (que no genial) y aquí logra reconvertir “Point Break: sin límites” en un spot alargado de los deportes de riesgo más extremos. Todo está filmado para realzar y darle vida a todo lo que implica adrenalina, paisajes, movimiento y acción. Pero claro, una cosa es saber colocar la cámara, moverla y otra muy distinta es saber narrar una historia con ella. Y desde luego aquí puede decirse que el aburrimiento y la desidia es quien se encuentra tras el objetivo. Ni más ni menos. No hay nada más allá de lo visual, que tampoco es la panacea, que haga disfrutar o enfatizar los valores en esta copia mal hecha.

Para empezar la película está inyectada en esa solemnidad tan habitual en el cine actual, como si despojarla de cierto desenfado va a hacer que sea menos valorable o atractiva. Todo es demasiado serio, demasiado dramático, demasiado contenido. No deja que la película respire a sus anchas, todo está encorsetado dentro de un interés por parecer más trascendental de lo que se es. Pero el peor mal no es ese. Ni mucho menos. Puedo llegar a respetar y aceptar (entre comillas) esa decisión cuando me ofrecen algo que pueda llegar a captar mi atención. El problema radica que no hay una historia definida a la que agarrarse ni un guión coherente en su conjunto. Los malos aquí son simples chavales, jóvenes intercambiables que no aportan nada ni mantienen química con el espectador con ansias de ser líderes del youtube, que manejan pasta a su antojo (aunque todo es tan confuso que nunca logras comprender al cien por cien de donde procede o cómo lo consiguen) y ofrecen una distorsionada y muy poco creíble visión de estilo casi hippie sólo que a través de un medio de vida completamente acomodado y desprovisto de auténticos ideales aunque todo esté envuelto en una falsa pseudo religión tántrica de oda a la vida y canto a la fraternidad de medio pelo que no logra transmitir nada más allá de que son como una especie de familia unida pero poco más. Pero a poco que uno rasque y profundice más vergüenza ajena sentirá al descubrir cuáles son los motivos reales de esa escalada en el grado de peligrosidad en los deportes ejecutados. Tan místico de baratillo y tan paupérrimo en cuanto a fundamento que causa estupor y risa.

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claquetabitacora
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7
22 de diciembre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habiendo conseguido el beneplácito de crítica y público en 1971 con “El diablo sobre ruedas (Duel)”, el siguiente proyecto de Steven Spielberg, su salto a la gran pantalla desde la televisión, fue un giro radical por su parte tanto en forma como en fondo. Es más que probable que todo el mundo esperara un producto similar, una propuesta arriesgada y de envergadura similar a la del camión asesino. Por extraño que pareciese, “The Sugarland Express” (aquí se decidió traducir por “Loca evasión”), cuyo guión procedía de las manos de Hal Barwood y Matthew Robbins, era todo lo opuesto al espectáculo tenso y radical que ofrecía aquella película de suspense con envoltorio de road movie y monstruo metálico en el interior. Aquí nos encontramos con un proyecto menos llamativo, mucho menos espectacular, exento de adrenalina pero con las formas reseñables del Spielberg más íntimo, más sentimental y que poco a poco irían dando forma a las mimbres empleadas a lo largo de toda su filmografía y cinematografía.

Para empezar nos encontramos con una historia basada en hechos reales. Ila Fae Holiday y Robert Dent son la pareja originaria mientras que Goldie Hawn y William Atherton los interpretan. Se nos ofrece una película sencilla y rural donde la clase baja (la tan cacareada White trash americana) se convertía en un circo mediático a través del objetivo de la crítica social y moral. Hoy, de suceder algo así, sus protagonistas irían a las cadenas televisivas previo cheque en blanco para arañar unos cuantos ceros a riesgo de exponer sus miserias y su privacidad a todo tipo de críticas y observaciones. Algo completamente ajeno en la década de los 70 donde la pareja central eran convertidos en una especie de héroes locales pero que a su vez mantenían en jaque a todo un país. Tan sólo hay que ver la escena donde los coches de policía persiguen a los fugados, en fila india, como si estuviesen en cierta forma al servicio del espectáculo. Actualmente todo sería mucho más mediático pero sin tanta complicidad popular.

Queda claro que en manos de otro director este título hubiese acabado tomando cierto toque o enfoque telefilmesco (aunque aún quedaba un poco para que tal adjetivo tuviese tanto revuelo o razón de peso como calificativo en críticas cinéfilas). Pero Spielberg se calza, él solo, con veintipocos años, una historia de fracasados que no pueden evitar serlo y que llegan a vanagloriarse en cierta forma de ello, creyendo estar en la línea del éxito a pesar de no saber hacia dónde ir ni si el futuro les augura una vida mejor con sus decisiones a la desesperada. Sin lugar a dudas su vida es un callejón sin salida. La escena en la que él ve el corto del correcaminos y comprende que sus vidas son como las del Coyote, sin éxito y con la desgracia a la vuelta de la esquina, es tan concisa que abruma. Una forma de llegar a la conclusión de que no les queda otra razón que vivir al límite con las malas decisiones que la desgraciada vida les ha hecho elegir aún creyendo estar en posesión de una posibilidad efímera por conseguir algo mejor o salir indemnes de una colección de tropiezos (evitables o elegidos).

Tristemente, a poco que uno rasque la superficie de esta road movie descubrirá que hay algo más en el fondo. La misión de estos dos perdedores sin remedio, hijos de una parte de la población que no ha tenido suerte en la vida ni tampoco oportunidad de enmienda, es conseguir recuperar a su hijo quien se encuentra en manos de una familia de acogida y que los servicios sociales van a darles en adopción pues ellos podrán mantenerlo, separándole de una vida abocada al fracaso. Pero como toda bala perdida que se precie no saben (o no llegan a ser conscientes de ello) que no pueden ganar. Goldie Hawn como Lou Jean Sparrow Poplin, preciosa, jovial e ignorante, es una cría en cuerpo de adulta. Esa recolección de puntos canjeables, ese deseo de maquillarse porque en la foto sale fea o esa confianza progresiva con el policía secuestrado al que le hace firmar con autógrafo el periódico demuestra que es una, tristemente, ingenua que no llega a ser consciente de sí misma ni de que su infantiloide actitud es fruto de una falta de oportunidades. Es la carta marcada de una partida que no tiene solución ni resultado favorable. Y lo mismo sucede con la pareja de ésta. William Atherton como Clovis decide seguir la loca propuesta de ella y escapar de la cárcel para ir en busca de su hijo cuando tan sólo le quedaban cuatro meses de condena. Ambos forman la típica familia resquebrajada, rota, impulsiva e infantil que va solucionando y trampeando el temporal a base de errores pero apenas aciertos.

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claquetabitacora
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9
8 de noviembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Warrior” es una de tantas películas que por desgracia no vio la luz en las salas de estreno en nuestro país. Y es extraño pues el contenido, su guión, sus actores, en conjunto estamos hablando de una película que roza la perfección. Si uno es aficionado al cine de deportes y más aún al de boxeo podría incluso encontrarle ciertos paralelismos y semejanzas con la saga “Rocky” y en parte puede haber parte de razón en ello. Pero aquí se centra más en el drama mientras aquella trataba más sobre la superación y el espíritu positivo, como si Frank Capra hubiese aparecido en medio del rodaje. Aquí no hay monólogos ni frases de ánimo, no hay fanfarrias que elevan el espíritu ni personajes que intentan crear un camino de superación. Todo lo contrario. Estamos ante un panorama bastante desolador. Nos encontramos con un padre que intenta reconciliarse con sus hijos los cuales le odian y lo mantienen alejado de ellos por haberles dado mala vida y no estar en los momentos que lo necesitaban por culpa de la adicción al alcohol.

Dejando a un lado la historia de un padre que va dando tumbos por la vida, interpretado por Nick Nolte que regresa para demostrar por qué fue y es uno de los grandes de la interpretación, la película sigue buceando en el pozo del drama para contarnos las miserias y desgracias de sus dos hijos. Por un lado está Tommy, Tom Hardy en un papel seco, ambiguo, asocial, cargado de problemas y que demuestra tener una vena dramática comedida muy bien llevada, quién por un problema del pasado en los marines acabará desertando y por el otro está Brendan, Joel Edgerton, el cual abandonó el ring por una vida más acomodada pero vuelve a recurrir a la lucha para ganar dinero pues están a punto de perder la casa. Esa pelea le hará perder su único empleo y el único medio de vida para mantener a su familia. Esa situación le conlleva a prepararse para el campeonato mundial. Cuando ya no tienes nada que perder lo único que queda es aferrarse a lo que quizás te saque de la miseria o como mínimo te de el empujón que necesitas para seguir hacia delante.

Gavin O’Connor rueda con temple las escenas dramáticas pero sin excederse ni darle mucha atención a la lágrima aunque hayan escenas que puedan ser propicias para ello al igual que rueda con tenso nervio firme las escenas de lucha, sin meterle violencia gratuita y sin pasarse con la sangre. Al contrario, la ausencia de ella demuestra que rueda de forma elegante pero contundente, sin recurrir a casquería que podría haber servido para magnificar el sufrimiento y el dolor de los golpes pero quizás habría quedado demasiado excesivo o incluso demasiado estético. Todo lo contrario. “Warrior” demuestra ser un trabajo exquisito tanto en forma como en fondo. Para empezar es una película que conmueve. Las miserias humanas, las relaciones difíciles de la familia, el odio entre ellos por culpa de problemas no zanjados y errores enquistados del pasado son elementos que sirven para que la historia fluya, no sea un tropiezo. Son todas en su conjunto pequeñas piezas que van formando un todo para llegar a la prueba final, al combate, donde Tommy golpea con dureza como si de esa forma pudiese golpear al pasado. En cambio Brendan prefiere recurrir a la técnica que al golpe, una forma sutil de encajar los golpes que da la vida aunque ésta intente machacarte sin remedio.

“Warrior” es una película que logra conmover porque los actores lo entregan todo en roles cargados de problemas y sufrimiento, intentando solucionar vidas desgraciadas y donde el perdón tarda en llegar y cuando lo hace no le cuesta hacer sangre. Excelentes momentos como el del casino donde Tommy consigue derrumbar a su padre con palabras hirientes y cargadas de odio para conseguir en la escena siguiente el desmoronamiento total de un padre que ya no puede más, alguien que habiendo intentado enmendar los errores del pasado y conseguir evitar el vicio de la bebida la vida sólo sirve para golpear y derribar, sin tregua, sin concesiones, sin perdón. Tampoco podemos olvidar la gran escena donde Nolte intenta enmendar el pasado con su hijo Brendan y descubre a sus nietas. Una escena pequeña pero cargada hasta los topes de un sinfín de emociones. Porque la vida, como el boxeo, se trata de enfrentarse a situaciones mucho más duras como son las relaciones paterno filiales que no cicatrizan cuando vienen rotas del pasado o ver que el perdón es algo que cuesta ofrecer cuando no hay salvación, sobre todo el que logra sanar y transmitir la paz que una conciencia punzante necesita para aliviar un mal que necesita ser sanado..

Tristemente estamos ante un caso claro de tener que recurrir al método “boca a oreja” para recomendar esta pieza de orfebrería funesta pero a la par que esperanzadora para que la gente la descubra y la aplauda. Desde luego es un título que no deja indiferente, que consigue emocionar, golpear y dejarte seco. Porque a diferencia de muchos títulos ésta cuenta con lo más importante: llegar a la emoción sin dejar a un lado la cinematografía con la que cuentan las grandes películas, las que demuestran estar bajo la tutela de un director que entiende, un guión que transmite y unos actores que conmueven. “Warrior” es una excelente muestra de cómo se puede conseguir un buen producto de facturación excelente, grandes peleas bien coreografiadas que duelen y se sufren, interpretaciones cargadas de motivos y matices, emociones y diálogos que se convierte, por mérito propio, en uno de los mejores títulos en el género a la altura de las grandes. Y eso que no pudo luchar en el ring de los estrenos en pantalla grande.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/11/08/critica-warrior-gavin-oconnor-2011-resentimiento-en-la-lona/
claquetabitacora
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9
30 de septiembre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
[...] Basándose en el cuento de “La bella durmiente” de Perrault, los hermanos Grimm y Giambattista Basile pero alterando ciertos aspectos y cambiando algunos episodios (por ejemplo el carácter de Maléfica, la cantidad de las hadas o la invención de los esbirros de la villana), se tomaron ideas muy arriesgadas para la época. Disney quería que la película fuese como un tapiz en movimiento, que el espectador tuviese la sensación de estar viendo un cuadro que cobrase vida. Y es imposible negar que cuando uno contempla “La bella durmiente” tiene la certeza de que cada plano, cada escena, cada detalle está trabajado minuciosamente para captar ese deseo y directriz del maestro. Lógicamente, una producción de tamaña envergadura y una implicación tan enorme requirió casi toda la década de los años 50 para poder llevarla a cabo. Para empezar durante los primeros años se hizo en el guión, en la selección de voces y durante casi 5 años (1953-1958) se trabajó con ahínco en la animación requerida. Hay que añadirle que fue la primera película grabada en Super Technirama 70, un formato pionero que volvería a ser utilizado varios años después con “Taron y el caldero mágico”. Hay que indicar que la película conllevó una extenuante labor de animación sobre todo en el tema referente a fondos y decorados. Eyvind Earle fue el encargado del diseño de producción y bajo la influencia / referencia de grandes e ilustres artistas consagrados en el campo de la pintura como son Durero, Van Eyck, Botticelli o Brueghel uno puede captar la minuciosa labor de plasmar distintos fondos donde uno interactúa sobre el otro (tan sólo la primera escena da detalle de ello donde podemos ver distintas capas) [...].

Otro de los elementos que demuestran hasta donde llegaba el nivel exigido por parte de Disney fue utilizar la partitura del maestro Pyotr Ilyich Tchaikovsky del ballet “La bella durmiente”, del cual se adopta el nombre de Aurora para la princesa. Lógicamente la obra, de tres horas largas de duración, fue adaptada por George Bruns para la duración de hora y pocos minutos. Sea como fuere, tanto la inventiva primigenia del maestro Tchaikovsky como la adaptación de Bruns demuestran una calidad insuperable. Tan sólo hay que ver la calidad de los coros, la partitura, los tonos amables, la pomposa entrada, los siniestros acordes para las apariciones fantasmagóricas de Maléfica o la fatídica a la par que terrorífica banda sonora para la escena del clímax [...].

También se apostaba por dejar a un lado la redondez del trazo en el diseño de personajes y emplear un dibujo más estilizado, mucho más elegante y sofisticado, de líneas marcadas y mucho más angulares. Se puede ver como la figura de los humanos es mucho más delgada en las mujeres y mucho más remarcada en los hombres. Incluso se remarca y acentúa el trazo grueso en contornos y anatomía de secundarios como, por ejemplo, los animales del bosque. Para Aurora se recurrió a la actriz Audrey Hepburn por su extrema delgadez y a la actriz Helene Stanley para los movimientos y acciones. Otra de las innovaciones diferenciándose de anteriores películas basadas en princesas es que se le daba mayor protagonismo al príncipe. Ya no se trataba de un mero secundario que apenas tenían participación e interacción con la princesa de turno. En este caso se despojaba a la princesa para dejarla en un papel menos activo. Tan sólo hay que fijarse un poco para darse cuenta que Aurora tiene muy pocas escenas y las que comparte con el príncipe apenas quedan relegadas a un momento concreto en el bosque [...].

No se puede negar que la protagonista absoluta de la función, la que se lleva toda la atención es la villana de la película: Maléfica. Es cierto que los motivos por los cuales se desencadena el maleficio y todo el entramado entre ella y los reyes pudieran verse como un ataque infantiloide de celos (no haber sido invitada a la anunciación del nacimiento de Aurora) y que el castigo hacia la princesa sea provocarle la muerte una vez cumpla los 16 años se antoje un tanto excesivo pero uno ya sabe que los motivos y motivaciones en los cuentos son propensos a exageraciones y triquiñuelas un tanto fuera de contexto. Tampoco se puede negar que los cuentos de princesas siempre enfatizarán la belleza y gracia de la protagonista por encima de valores mucho más importantes. Sin ir muy lejos, los dones que las hadas le regalan son belleza y una melodiosa voz. Pero estamos ante un cuento a fin de cuentas y querer sacarle de contexto esos elementos que se convierten, por así decirlo, en la idiosincrasia particular del propio producto es hacerle un flaco favor, más aún cuando están al servicio de, quizás, la mejor villana de toda la factoría. Tan sólo hay que fijarse en su aparición, envuelta de humo verde (color representativo) o cómo su posición y su pérfido carácter le dan ese carisma y cariz realmente siniestro [...].

“La bella durmiente” es un título cuyo guión es bastante escueto. Como ya sucediera con “La cenicienta”, había que añadirle situaciones cómicas y momentos de aventuras para que pudiera alargarse lo suficiente como para considerarse un largometraje. Se contaría con siete guionistas, aunados por los escritores originales, para darle forma lo suficientemente coherente para conseguir una historia completa. De ahí se desprende que funcione muy bien en situaciones concretas como es la anunciación de Aurora con la aparición tanto del bien (las hadas) como del mal (Maléfica) dejando las cartas sobre la mesa en apenas minutos [...]. Es interesante ver como los contrastes juegan perfectamente en esta historia. Por un lado nos encontramos con el candor y el romance fuera de los muros de palacio, en el bosque, lugar predilecto para que la pareja se conozca y se procesen amor, con la ayuda siempre de los animales, sello distintivo de la casa, para pasar rápidamente a la frialdad y la ausencia del propio amor una vez Aurora vuelve al hogar [...].

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claquetabitacora
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