Yasujiro Ozu (1903 – 1963), en su juventud, fue un estudiante no muy modélico, que luego vivió como profesor de pueblo, gastando su dinero en sake, lo cual lo endeudó ganándose el desprecio de su familia. También aprovechaba su tiempo libre para ir al cine de ciudades más grandes, donde pudo ver películas de Chaplin, del cual reconoció sentirse muy influenciado.

He nacido, pero…(y sin embargo hemos nacido) en una de sus más importantes películas de su periodo mudo (aun siendo una película de 1932, el sonoro tardó en llegar al continente asiático). La película original carece de banda sonora propia, lo cual se debe a la costumbre japonesa de contar con un bushido en las diferentes salas donde se proyectaba una película. Este personaje se dedicaba a narrar y leer los intertítulos, así como a improvisar algún que otro diálogo de la obra.

Influenciado como hemos dicho por Chaplin, ofrece un retrato en tinte cómico al más puro estilo slapstick (que realmente de cómico no tiene nada salvo la comicidad de la vida innata en todos nosotros) de unos personajes que irradian ternura en parte debido al acierto del casting así como también por la espléndida dirección de actores. La fotografía está cuidadamente equilibrada, como en el resto de su obra salvo que aquí, podemos disfrutar de una cámara en movimiento mucho más activa que en su posterior filmografía.

La filmación en exteriores, situando la acción en los suburbios de Tokio y cayendo el peso de la película en dos niños y en la familia nos presenta una especie de prefacio de un semineorrealismo italiano trece años antes de que Rossellini presentara la primera película de este movimiento.

Breakfast at Tiffany's se trata de un screwball, una comedia sofisticada de base romántica la cual parece haber sido ideada para el único y exclusivo lucimiento de una brillante Audrey Hepburn, cuyo personaje, Holly Golightly, es movido por un guión que gira en torno de su persona construyendo uno de los films más recordados de los sesenta y de la historia, perdurando en la memoria de todos aquellos enamorados de las más importantes historias de amor que nos ha ofrecido el celuloide desde Casablanca hasta Pretty Woman.

Y es que cuando digo que todo en esta película gira en torno a ella, es todo, o más bien dicho, todos, todos los hombres que rodean su vida ya que ella no es más que lo que llamaríamos una itgirl, una bellísima joven que sabiendo de su hermoso físico no duda en desenvolverse con pasmosa soltura aprovechándose de los diferentes favores que puede conseguir de los hombres que la desean y que se mueren por la posibilidad de llegar algún día a poseerla. Esta preevolución de la femme fatale, que actúa con ingenuidad pero sabiendo gracias a ello dominar a los hombres, posa junto a ellos como aquellas joyas de Tiffanys que tanto anhela pero nunca consigue, creando cierto paralelismo entre ambos objetos de deseo cuyo único vínculo no es sino el dinero, elemento primordial para vivir en una de las ciudades capitalistas por excelencia como es Nueva York.


El film puede ser discutible, en parte debido a su época, al mostrar al hombre, Paul, como la rectitud que rechaza las inmoralidades de la vida (la venta del amor) queriendo con ello cambiar a la irremediable Holly, o al mostrar a la mujer como deseosa e interesada en los bienes de los hombres y no en la valía de ellos mismos como tal. También será cuestionable el uso de estereotipos en los que se sustentará toda la base humorística de la película como es el caso del vecino asiático. No obstante, resulta una comedia sofisticada, que no inteligente, con pequeños atisbos melodramáticos que funciona como romance amoroso, como digno entretenimiento y como cinta icónica de los sesenta y la cultura pop del momento.


Luis Suñer


http://cinemonogatari.blogspot.com.es/2014/07/breakfast-at-tiffanys-1961-desayuno-con.html

La película Ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio de Sica significa la obra por excelencia del neorrealismo italiano. Este cine nacido al final de la II Guerra Mundial tiene la finalidad de retratar mediante el cine la realidad cotidiana de la Italia de la posguerra, centrándose en las miserias y dificultades que tuvieron los ciudadanos italianos urbanitas que superar en unos tiempos tan difíciles. Para lograr un fuerte efecto de verosimilitud, la película apuesta por mostrarnos en casi todos los planos del film un constante movimientos de personas que deambulan para arriba y para abajo, que es lo que también le pasa al protagonista Antonio, un padre de familia al que conocemos saliendo de una multitud en la cola del paro para ver como consigue un empleo y con ello encuentra la primera de sus complicaciones, conseguir una bicicleta para poder llevarlo a cabo. Una vez nos introduce en la vida del protagonista, dejando claro que hay muchos más que también desean un empleo, va a su casa y su mujer decide vender las sábanas para conseguir el dinero que necesitan. De nuevo en la siguiente escena se puede observar como hay una gran cola que espera desprenderse de objetos no esenciales con tal de conseguir algo de dinero. A partir de entonces, desde que compra una bicicleta, se la roban, la busca y hasta que intenta robar él otra, nos introduce en un viaje por la Roma de la época, alternando espacios abiertos con espacios cerrados para mostrarnos la realidad de la ciudad. Los ejemplos son muy numerosos, en los exteriores, desde niños trabajando debido a la no obligación de la escolarización, movimientos políticos entre los ciudadanos, robos, barrios conflictivos, puestos de piezas de bicicleta al aire libre con un gran jaleo y alboroto lleno de movimiento e incluso de conflictos (mostrando con verosimilitud la escena del conflicto, pudiendo haber utilizado actores no profesionales, como la mujer del hombre que no le quiere dar el número de la placa a Antonio). En cuanto a los interiores, las casas familiares, la policía restando importancia e invitando a Antonio a buscarse en la vida en cuanto a su denuncia, la superchería en la casa de la vidente, el restaurante donde se deja clara la distinción de clases, mostrando el niño burgués un para nada disimulado desprecio por el hijo de Antonio debido a sus hábitos humildes o una casa de prostitutas.

Siempre que veo una película de Kurosawa nace en mi interior un fuerte deseo de expresar en forma de crítica todo lo que este pequeño genio es capaz de transmitirme con sus films. No obstante, una vez entro a FilmAffinty a leer las críticas que ya hay escritas no me veo capaz de aportar más a lo que éstas ofrecen. Esta vez no he podido reprimirme, me da igual que esta crítica no interese a nadie pero siento la necesidad irremediable de expresar a todo aquel que quiera leerme que Kurosawa conmigo lo ha vuelto a hacer. El que un paisaje sea uno de los protagonistas principales de una película es algo complicado, pero que se puede hacer. Kurosawa va un paso más allá. La taiga no solo es un personaje principal sino que a través de la pantalla absorve el comedor de mi casa y me introduce dentro. No exagero si digo que sentí el cansancio y el frío extremo que padeció el capitán cuando recogía plantas con Dersu para crear una cabaña. Ni que sentí como se me llevaba el río mientras los demás intentaban salvarme antes de partirme la crisma en el acantilado.

Hasta ahora esta sensación solo la había obtenido con Los siete samuráis y con La muerte tenía un precio de Sergio Leone, pero este tema lo dejaré a parte, ya que mencionar a estos dos monstruos en un mismo comentario puede alimentar la polémica.

Déjate llevar por una vorágine de torrenciales actuaciones que gozan de una excelsa dirección de actores, por un guión que fluye de una manera tan previsible como seductora, por una falsa realidad, una artificiosidad bien llevada, como si de Tarantino se tratara, como si la estilización de lo “molongui” a cámara lenta nos resaltara que lo que estamos viendo está hecho “para molar” y que de hecho, mola.

Piérdete en una historia cuyos personajes encandilan por su carisma, que te interpelan y se mueven como si Scorsese fuera el titiritero que mueve sus hilos. Sumérgete en una historia real que de real no tiene nada, que es estilizada, trucada, maquillada, mejorada por la magia del cine.

No es una película perfecta, no es la mejor película del año, pero sí la que me ha hipnotizado sabiendo jugar muy bien sus cartas, siendo consciente de lo que es, siendo consecuente con su objetivo, yendo con la honestidad por delante, buscando la complicidad del público.

Los premios, los tenga o no (que seguramente sí), son lo de menos.