El concepto de originalidad es muy difícil de acuñar a estas alturas de las películas. El salmantino Gabriel Velázquez en este caso otra vez con Blanca Torres en su tercera colaboración se las ingenian para serlo.  Abandona Velázquez la problemática juvenil en la que venía incidiendo con sus tres films anteriores para pegarse a la tierra y sus gentes para lo cual utiliza el género documental o falso documental en este caso que nos retrotrae a ese cine silente donde de verdad, la imágen vale más que mil palabras. El proyecto es un estudio no exento de humor, un cuento, una leyenda sobre un lugar plagado de belleza donde la endogamia vuelve idiotas a sus habitantes y solo con el mestizaje venido de fuera se podrá aspirar a un futuro mejor. La metáfora está servida. "El Inglés" no tiene origen, puede ser un rey o un mendigo, solo es "diferente" o para ser más exactos leptosomático frente a pícnico según la tipología de Kretschmer. Aparece y desaparece ante un "hombre" representado por el doctor obsesionado con un mundo donde todo se pueda medir y cuantificar, como un mesías redentor para dejar su semilla y probablemente cumplir su destino en otros lugares.

Este raro capricho rodado en super 8 en blanco y negro tan evocador y nostálgico como misterioso y entrañable que se han construido sus directores juega con el lenguaje metalingüístico con el desparpajo de un niño inocente, curioso y burlón, para goze y deleite de la esencia del cine.

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Es de agradecer que gentes como el productor y director Luis Miñarro se gasten sus dineros y energías en producir cine de autor, alternativo, experimental o como quiera definirse ese cine alejado de los circuitos comerciales que trasciende las normas o juega con ellas. Un cine minoritario pero no por ello menor, si acaso todo lo contrario, como exponente de la grandeza del cine en todas sus facetas. Así gentes como un servidor pueden disfrutar con lo último de Pixar, el Terminator de turno, o cualquier otra manifestación cinematográfica del género que sea que me emocione de alguna manera. Solo hay que saber que es lo que se va a ver y elegir el momento anímico adecuado para ello.

Bienvenido pues este poema tan personal y descarnado de Juan Barrero que se pone en primera fila con su pareja ante nosotros para mirar con su prisma aquello que le preocupa, que le intriga, que le interesa, que teme y que ama y jugar con esa mirada imperfecta, subjetiva, para enseñárlo y compartirlo. Un conglomerado de momentos y sensaciones que pueden cautivarnos y aburrirnos a partes iguales pero que no nos dejará indiferentes. Comentaba recientemente Oliver Laxe a tenor del éxito de su película "Lo que arde", que hay películas que no hay que entender, ni encasillar en una narrativa convencional de corte literario, sino dejarse llevar por la marea de sus imágenes y sentir o no sentir, allá cada cual. (Esto último lo digo yo).

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Una "pequeña" delicatessen de "los arqueros" (Powell y Pressburger) en plena efervescencia creativa de su carrera que queda injustamente ensombrecida entre títulos como "Vida y muerte del Coronel Blimp" (1943) o "Las zapatillas rojas" (1948). El cine de este tandem británico-húngaro con una veintena de películas fue casi siempre más que gratificante con altos estándares de calidad y creatividad, tanto en la narración visual como en los guiones. El guión de esta que nos ocupa fue puesto como ejemplo en Paramount para los nuevos guionistas.

Aquí dan todo un recital de buen hacer con un ritmo envidiable y un repertorio de recursos al servicio de una sencilla historia de amor que no deja fisuras. La fotografía de Georges Perinal en blanco y negro se luce tanto en interiores como exteriores aportando una atmósfera tan bella como inquietante de las islas escocesas y su entorno, en el que es imposible no enamorarse por muchos planes que uno tenga preconcebidos. Castillos con sus fantasmas incorporados, clanes y lugareños entrañables, folclore local siempre evocador y por supuesto kilts (falda escocesa) al lado de un mar que te da la vida y te la arrebata en menos que sopla una galerna engulléndote en el famoso remolino de Corryvreckan. Y a pesar de tanto tópico no hay ni una pizca de sensiblería con momentos casi documentales. Dejaron el molde desde "Whisky Galore" (1949) a "Local Hero" (1983) entre otras muchas de similar temática.

La "maldición" se impone a la razón y a los elementos en la ficticia isla de Kiloran para que todos hayamos disfrutado con la movida travesía y lleguemos a buen puerto. Una delicia tan clásica como su protagonista Wendy Hiller (1912-2003) una gran dama del  teatro y el cine británico,

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La novela de título homónimo fue la única que escribió el guionista francés Jean Redon. No tardó ni un año Georges Franju (1912-87) en adaptarla con tres guionistas a la pantalla. Al reputado Franju reconocido por haber fundado junto con Henri Langlois la Cinemateca Francesa en el 36 y cosechado éxitos como cortometrista la cosa en principio no le salió bien y la crítica del momento le puso a caldo por meterse con un género menor indigno de su valía como director según llegó a decir uno de los que la criticaron. A lo que Franju respondió que precisamente su idea era que a los géneros menores se los tomara en serio. En Gran Bretaña la Hammer andaba revitalizando el gótico al estilo de la Universal y Franju quiso darle "savoir faire" francés al asunto, mezclando el horror más descarnado con poesía y belleza. En ambos sentidos lo consiguió. A posteriori la crítica estadounidense Pauline Kael (1968-91) que se significaba por ir casi siempre a contracorriente de sus contemporáneos declaró sobre la cinta que nos ocupa que "era quizás la cinta de terror más elegante que se haya hecho jamás". Manu Argüelles en "Cinedivergente" (Julio/2012) la califica de: "película bisagra entre el terror clásico y el que estaba por venir".

Es evidente a mi juicio que la trama es lo menos importante del asunto y más bien es flojita. Pero sobre ella se apoya Franju para crear una atmósfera heredera de Hitchcock y Poe donde sublimar los escenarios y personajes arquetipicos del terror de serie B. La casa, las escaleras, el sotano, los perros que ladran, el quirófano-laboratorio, el bosque impregnado de niebla en la oscuridad el científico, el sirviente (en este caso femenina) y esa máscara tan bella, sencilla e inquietante que aúna como ya hemos comentado el horror y la belleza. Franju ofrece como también apunta Argüelles otra mirada sobre clásicos como "Rebeca", "Frankenstein" o "El fantasma de la Ópera".

Tanto el elenco como la fotografía en blanco y negro de Eugen Schüfftan cumplen con el propósito "clásico" a los que se añaden como "novedad" el diseño de vestuario de Christiane por Givenchy y la música de Maurice Jarré . Tanto en su momento como actualmente algunas de las escenas siguen siendo insoportablemente desagradables e impresionando a parte de los espectadores.

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Descubro con esta entrega que le había perdido la pista a Soderbergh y uno ya no sabe si sus anuncios de retirada son o no son. Me he perdido sus últimas cuatro entregas de su prolífica, ecléctica y desigual filmografía. Treinta una películas en 35 años de profesión no está nada mal, aunque no sea oro todo lo que reluce como la que nos ocupa.

La cosa tendría su gracia si el tema no fuera tan serio. La mayoría del dinero que circula por el mundo no es real, ni tiene una correspondencia real con nada tangible. Es humo que se compra y se vende dando pingûes beneficios a unos pocos en detrimento del noventa por ciento de los mortales, la base social, los ciudadanos, el pueblo o como queramos llamarnos aquellos que bastante tenemos con sobrevivir. Los gobernantes lo saben y no solo eso sino que lo promueven y lo utilizan. Y todo hijo de vecino que acumule un "capitalito" respetable se ve tentado en mirar para otro lado cuando lo deja en manos de manipuladores que lo escamotean en sitios nada respetables. Almodovar se disculpa, Imanol no sabía..., todos lo hacen..., son las excusas de turno del que más y el que menos cuando te han pillado con el carrito del helao. Y no hay solución.

El que parece que se lo toma a broma, incluso con cinismo ya que en un momento dado pone en boca de los abogados afincados en Panamá, Mossack y Fonseca, que interpretan con desparpajo Oldman y Banderas, el hecho de que el propio director y su guionista también utilizan sociedades offshore. Su intento de denuncia bienintencionado se diluye en una narración parcelada que más que unir disgrega el asunto y embarulla el mensaje al espectador medio que no acaba por saber si la cosa es para llorar o reir. La Streep impulsa el proyecto con su presencia y va a lo suyo: sacar el máximo de cada personaje que interpreta. Ha quedado encantada con el trato, faltaría más, que le ha dispensado Soderbergh y ya han hecho otra peli juntos. Y a vivir que son dos días.

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