La limpieza de la ciudad de Roma se utiliza como un pretexto que posee entidad de argumento y ofrece el aspecto de un brillante ejercicio de comunicación visual en el que M. Antonioni conjuga las distintas texturas de la luz, prueba la cámara y le asigna diversos parámetros, varía sus emplazamientos, valora los picados y los contrapicados, analiza la profundidad de campo, estudia los contrastes formales y conceptuales o evalúa los contraluces, los fundidos y los encadenados.
Pero también se observa un profundo calado de psicología humana de manera que, por encima del cortometraje, sobrevuela una indisimulada urdimbre de carácter social.

En esta ocasión M. Antononi realiza un ejercicio cinematográfico de alta escuela anticipándose a un modo de hacer cine que otros tratarían de adaptar posteriormente a sus propias circunstancias.
Su capacidad de fabulación ofrece un aspecto envidiable, su sentido del ritmo tiende a la sublime y su narrativa es absorbente.
También la ambientación y la banda sonora poseen los signos de un acompañamiento magistral.
Es cierto que en algunos momento da la sensación de que decae su intensidad pero, en general, mantiene un elevadísimo nivel de competencia.
La actuación de S. Cochran resulta memorable y también la del resto del elenco.
Hay que prestar especial atención al papel desempañado de forma sobresaliente por la niña M. Girardi.

La figura de S. Holmes se agranda en un episodio que se sustenta en el excelente guión de R. Gibbons y en la soberbia interpretación de M. Frewer y de K. Welsh que encarnan el perfil de los dos protagonistas principales y asumen el espíritu que les imprimió A.C. Doyle tanto en su aspecto físico como en el psicológico.
La peculiaridad del caso dificulta su adaptación al cine pero la película es claro exponente de un trabajo óptimo.
La parsimonia, la cautela, la pátina de misterio, la oscuridad, las miradas huidizas, la ambientación sobria y la atmósfera de sospecha componen un excelente marco contextual.
La fuerza de la acción y su capacidad para seducir representan el impulso, el fondo y la esencia de una película inolvidable.

Agradable película para la televisión que hace las veces de episodio piloto.
Plantea la situación correctamente y acredita una notable coherencia entre la acción y su contexto formal.
Ofrece un buen pulso narrativo y la interpretación por parte de la pareja de protagonistas -J. Warwick y F. Annis- es ajustada y convincente, sus caracteres psicológicos están bien definidos y la ambientación demuestra un gusto exquisito por los detalles.

La historia es densa y compleja y, sin embargo, el guión procura conducirla por el camino de una propuesta amena combinando la seriedad del suspense con la chispa de un humor que suaviza la tensión.
A pesar de ello incurre en alguna ingenuidad que no conviene al argumento y, en general, puede resultar algo abstrusa.

Cadenciosa, intimista, minuciosa, detallista y certera, la mano de E. Rohmer pone tanto interés en que la acción parezca natural que a veces resulta forzada a base de tanto querer encontrar la espontaneidad.
Las conversaciones están cargadas de ideas, un ejercicio de reflexiones cubre la pantalla sin disimulo, las cámaras hacen cualquier pirueta para captar los entresijos de la realidad, el entorno se orienta siempre en idéntica dirección y el argumento culebrea mirándose a sí mismo en un espejo.
Pero contexto cinematográfico y trama forman un conjunto heterogéneo y sus puntos de unión no siempre son idóneos.
Buena anticipación de lo que no mucho tiempo después descubriríamos en W. Allen con caracteres de obra maestra.