Los títulos de crédito muestran los nombres de un notable elenco -B. Karloff, L. Chaney, L. Greene, etc.- de sobrada solvencia en el ámbito del miedo cinematográfico.
Y los primeros planos de la proyección anuncian un relato de los que hacen temblar al espectador.
Eso es lo que se pretende.
Enseguida la ambientación y el estilo narrativo reafirman la impresión primera y la historia discurre envuelta en una atmósfera de terror que, aunque presenta algún detalle que puede juzgarse ingenuo en nuestros días, sigue poseyendo enjundia y un fuerte carácter.
Las situaciones se resuelven con coherencia y toda la película ofrece un magnífico porte.
Muy agradable de ver.

Esta pieza teatral de E. Neville -de referencia inmediata y plausible al mito de Fausto- es irónica, desenvuelta, divertida y presenta numerosos momentos de indudable ingenio.
La adaptación a cargo de A. González Verger -que también dirige la obra- y de F. García Pavón sabe recoger el sentir del autor madrileño y presenta en Estudio 1 una producción dinámica y de fácil visionado que mantiene la frescura y el vivaracho talante del texto original.
El desarrollo es ágil y cada escena encuentra un lugar perfecto en un contexto francamente agradable.
Hay que destacar la actuación de todo el elenco y merece mención especial la excelente interpretación de J. Sacristán durante los fugaces flashes en los que Interviene.

La obra que nos presentó Pasolini en aquel lejano 1961 posee fuerza intrínseca y notas de relevancia desde el punto de vista de la denuncia social.
También ofrece un notable valor costumbrista, sentido de lo cotidiano y significado como documento de una determinada realidad en un época y en un lugar concreto.
Pero la estructura narrativa de la película resulta deslavazada, su capacidad de fabulación deambula por el ámbito de lo modesto y las transiciones entre las situaciones parece más una acumulación de anécdotas que un paso natural entre las escenas.
El largometraje se ve con cierto agrado pero es inevitable percibir con claridad que el capítulo cinematográfico no se encuentra a la altura del factor histórico.

Enseguida una intriga de corte familiar y de hondo dramatismo señala la pantalla con el dedo del misterio.
Pero a continuación se advierte que a la obra le falta enjundia narrativa e intensidad a pesar del sentido profundo del argumento.
También se percibe cierto aire de impostura que desbarata las buenas intenciones del espectador cuando pretende imbuirse de los detalles del argumento.
Así que el resultado adquiere el valor de una pieza correcta y amable -decorosa, si se quiere- en la que el inesperado último giro del argumento pretende salvar la función.

La obra es ingeniosa y posee amplias posibilidades para ser llevada a la pantalla como demostró F. Lloyd al dirigir su sobresaliente película en 1933.
La adaptación que F. Abad presenta en Estudio 1 ofrece un esmerado y efectista trabajo de ambientación pero la trama resulta fría y, en general, tiende a apoyarse en un estilo narrativo algo abstruso.
De esta manera sobre la función siempre sobrevuela una inoportuna atmósfera de impostura que le resta crédito y capacidad de fabulación.
Se ve con cierto agrado porque el argumento es interesante y el espectador mantiene la esperanza de que la función cambie su rumbo en alguno de los lances.