Película rodada en 1959 por Renato Castellani que supone un fruto tardío del neorrealismo italiano, visceral y acertado retrato del universo femenino que puebla una cárcel de mujeres, donde la rivalidad, el abuso de poder y la intimidación es el pan de cada día. Lo que Castellari narra de forma soberbia, es la relación de dependencia mutua que surge entre una reclusa veterana interpretada por Anna Magnanni y una interna novata y primeriza interpretada por Giuletta Masina. Duelo colosal de divas, la Magnani abrasadora, grandilocuente, desequilibrada, rencorosa y al mismo tiempo sensible y solidaria con la reclusa nueva. La Masina bordando el papel que siempre repitió toda su vida; mujer quebradiza, ingenua, insegura, tímida, de rasgos casi infantiles. La película merece la pena simplemente por observar a estas dos grandes actrices. Como curiosidad, papeles cortísimos de unos jóvenes Alberto Sordi y Renato Salvatori.

Cachondísima película de ciencia ficción setentera donde en una zona residencial de Connecticut, todas las mujeres que acuden con sus maridos a vivir terminan perdiendo sus criterios y aficiones personales para convertirse en autómatas amas de casa, que únicamente se desviven por mantener el hogar limpio y satisfacer los insensatos deseos de sus maridos. JAJAJJAJA, los maridos claro, están en la gloria. La peli se basa en una novela de Ira Levin (el autor de “La semilla del diablo” y “Los niños del Brasil”) Las protas son Katharine Ross y Paula Prentiss, ésta última exhibiendo las piernas más bonitas que jamás tuviera mujer alguna. Perfecta combinación de suspense, comedia ácida y finalmente peli de ciencia ficción con claras referencias a “Los ladrones de cuerpos”. Especialmente recomendada para machistas desesperados, misóginos con complejo de inferioridad y feministas que quisieran ver a todos los hombres castrados física y mentalmente.

El pope del “punki cinema” japonés, es uno de esos directores inclasificables, del que puedes esperar CASI CUALQUIER COSA, películas del género yakuza, chambaras psicodélicos o de corte clásico según el caso, adaptaciones de mangas populares, comedias marcianas de humor negro, películas de arte y ensayo, sanguinolentos monumentos Splatter , violentos gores, incluso películas poéticas y surrealistas. Con Blues Harp, realiza una película que podría circunscribirse en el género yakuza, aunque sin desistir de dinamitar el género con una propuesta en ocasiones convencional y en otros momentos rompedora e iconoclasta. El inicio de la película es algo desconcertante, comienza con un flash back tranquilo y evocador del protagonista para acto seguido sumergirnos en unos títulos de crédito de ritmo infernal y arrollador, donde mezcla dos secuencia paralelas con planos entrecortados, contrapicados, imágenes ralentizadas mezcladas con imágenes veloces. Todo parece indicar que nos vamos a encontrar ante otra de sus películas locas, perturbadas, desequilibradas. Pero poco a poco, la película va tomando ritmos narrativos más sosegados y convencionales.
Utilizando el género yakuza como telón de fondo, Miike nos cuenta la relación de estrecha amistad entre dos individuos desclasados, un yacuza de base que pretende llegar un día a ser un gran capo, y un músico de blues, que en su infancia fue abandonado por su madre criándose como un huérfano. Miike abandona un tanto el género gansteril para adentrarse en un estupendo retrato de estas dos personalidades que se conocen por un golpe de azar y rápidamente se comprenden, debido a sus carencias afectivas y a sus deseos de salir de la situación en que ambos se encuentran.
Maravillosa fotografía nocturna de Yokohama, garitos nocturno, conciertos de blues, noches lluviosas y melancólicas, restaurantes de comida rápida bañados en luz de neón, callejones vacios. En el último tercio de la película Miike vuelve a retomar otra vez el ritmo más acelerado para retornar a los clichés de género, rompiendo la película con un anticlímax brutal al cortar la última escena con un fundido en negro que anticipa otro flashback evocador y poético. ¿Final abierto? Ni mucho menos, más bien un cierre brusco que es otra de las características del estilo Miike.
Gran película, que decepcionará un poco a los fans del Takashi Miike más desaforado he ido de olla, y que también podrá resultar algo desesperante para los amigos de la narrativa convencional y las propuestas poco arriesgadas. Cine diferente, o lo tomas o lo dejas. A mí me encanta Takashii Miike, incluso me lo paso bien con algunas de sus bazofias más indefendibles.

Me da un poco de pereza clasificar el género de esta película de Adam Mason. Porque sería muy fácil además de injusto, suscribirla dentro del género road movie, survival o peli con psicokiller. La película sobrepasa en todo momento los límites de estos subgéneros. Aquí, lo que verdaderamente importa es el enorme sentimiento de culpa del típico joven matrimonio americano, en donde él lleva a cuestas un acto aborrecible e innombrable que además el director jamás nos dice en qué consiste, aunque claramente el espectador lo puede intuir. Me encanta este final abierto a todo tipo de especulaciones. El paisaje desértico típico del western hace aún más abstracta la propuesta de Mason, con una magnifica escena final en el lecho de un río seco, en donde se finiquita esta historia de culpabilidades compartidas, redención y castigo. Personajes que no son lo que en un principio aparentan, que esconden en su interior un acto amoral e imperdonable. El enemigo de esta pareja no es el desierto, la sed o el hambre…. ni siquiera lo es el vagabundo con sombrero de cowboy que recogen en su coche y que es el detonante de este viaje a los infiernos más íntimos. La figura del cowboy errante tampoco es lo que aparenta, no es el verdugo, en un personaje bastante complejo que en ocasiones deja de ser real para adquirir tintes mesiánicos y sobrenaturales. Blood River es una peli violenta, pero esa violencia proviene de un tremado duelo de personalidades entre los tres personajes protagonistas y de los dilemas morales que surgen de este duelo. La película podrá gustar o no, pero que es diferente no lo puede negar nadie.

L a tercera temporada empezó de forma brutal, los guionistas decidieron escribir ocho capítulos siendo más fieles a la estética del comic con nuevos personajes que prometían mucho, como el del Gobernador Philip o el de la luchadora negra con catanas. Tras la somnolencia de la segunda temporada que no dejó a nadie totalmente satisfecho, parecía que se habían decidido pasar más a la acción y sobretodo intentar volver al ambiente apocalíptico de la primera temporada. Joder, estos guionistas me tocan la moral!!! siempre especulativos, empiezan la temporada por todo lo alto y luego te la parten en una segunda mitad de otros 8 capítulos nuevos que son relleno puro y duro. Lo que se cuenta en estos 8 últimos capítulos se podía haber contado perfectamente en dos. Otra vez a joder el ritmo de la serie y a ralentizarla. Empieza a ser mosqueante; está muy bien que quieran tener la serie en antena ocho temporadas al menos, pero, joder, tiene que notarse tanto!!!! Esto ya se había repetido en la primera temporada, empezaba por todo le alto para desinflarse a mitad de camino y volver a resurgir al final.
Esta es la diferencia entre las series valientes que cada nueva temporada intentan dar el máximo posible y series tan cicateras y tacañas como Walking Dead ,que prometen mucho pero luego se quedan en un “no está mal” o en un “bueno, es entretenida”. Todas las series hay que rentabilizarlas y la mayoría terminan cayendo en la decadencia, es inevitable, pero es que lo de Walking Dead me empieza a sonar a cachondeo. Ahora te doy y ahora no te doy. Dos pasitos para adelante otro pasito para atrás. Por lo menos esta tercera temporada significa un paso adelante con respecto a la segunda.