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Chile Chile · Santiago
Críticas de wambo
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
10
6 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de ese humor genial, hay ciertos matices que parecieran caer dentro de todo sinsentido como villanos demasiados a la moda como para ir de encubierto. O feligreses de un bar que se toman muy en serio una oferta que podrían haber cobrado y no cumplido. Y en compañía de este humor genial, tenemos escenas dignas de películas de Tarantino. Y sí señores, no es una coincidencia: estamos frente a otra de las tantísimas películas que Tarantino plagió par hacer Kill Bill; no tan solo del la canción principal. Hay una escena en Kill Bill vol. 2 que es calcada, casi al pié de la letra, a uno de los momentos más violentos de esta maravilla.

El gran Isaac Hayes

Esconder mi fanatismo por Isaac Hayes sería un sacrilegio porque este tipo fue un genio. Pasando por sus interpretaciones en el mundo de Holywood como aquí o en Escape de Nueva York, ese film de culto de John Carpenter en donde comparte pantalla con Kurt Russell y Lee Van Cleef, no pasan desapercibidas, porque sencillamente ese tono tan particular de voz jamás pasó -ni dejará de pasar- desapercibido.

Pero la gran carrera de Hayes vino de la mano de lo que mejor sabe hacer: música. Conocido en el ambiente como “Black Moses”, sus canciones cargadas del más puro frenesí no te dejarán indiferente. Como cuando se adjudicó el Oscar a mejor Banda Sonora por el tema principal de Shaft.

Lo que logra esta película es precisamente acción sazonada con escenas notables y tomas que consiguen asombrar. Eso sí con sus matices: afroamericana y al ritmo de la música del mismo Isaac Hayes. Por lo demás, una serie de negros de culto conocidos hacen gala con su presencia. ¡Otro acierto que notable! Tenemos a nuestro querido negro Dick Hallorann del peliculón El resplandor. O al malvado Doctor Kananga en la película de James Bond Vive y deja morir.

Truck Turner es una de las buenas películas que he visto en el último tiempo. Y que conste que las actuaciones dejan bastante que desear. Y quizás ahí que radique precisamente su encanto. Cada segundo de esta película vale la pena.
wambo
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8
19 de junio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manila, capital de Filipinas. País que obtuvo dos veces su independencia. Primero de la Corona española y luego de los gringos, es en donde se desarrolla la historia. Un lugar interesante, sin duda, no solo por lo lejano que nos resulta este archipiélago asiático, si no además por todos los vestigios de la ocupación española: desde palabras en español, nombres completamente hispanos, el fervor religioso por el cual son mundialmente conocidos en Semana Santa y una que otra referencia a la cultura española tal como si se tratara de un eco que aún hoy retumba en Filipinas. Es por eso que no es de extrañarse que el protagonista de esta historia lleve como nombre Óscar Ramírez.

La historia es la siguiente: Óscar Ramírez, un campesino pobre junto junto a su familia emprenden un viaje a Manila. ¿El objetivo? Una nueva vida en donde tengan una situación digna para vivir. Un futuro mejor. La oportunidad de salir adelante. Pero Manila no era la maravilla que esperaban. Porque a la capital de Filipinas la honestidad no le viene. El aire que se respira está impregnado de corrupción y desconfianza permanente. En donde el más fuerte sobrevive. Un aire pesimista. Porque eso es Manila: un lugar lúgubre y hostil.

Tras una serie de intentos y engaños, Óscar conseguirá trabajo como guardia en una empresa de transporte de valores. Sin sospecharlo, se adentrará en una historia ajena, que no le pertenece ni quiere ser parte de ella. Y es precisamente desde aquí el punto de inflexión de la película. Porque desde aquí Metro Manila adopta otro aire. Deja la denuncia en segundo plano para adentrarse en un thriller de joyería. Estamos frente a un drama en su máximo estado de pureza. Porque Metro Manila es drama. Drama y una historia esterotípica de la explotación que viven miles de filipinos.

Al principio la película se impone como una denuncia social pero que con el transcurso de los acontecimientos va decantando en un thriller de aquellos. Infatigable y tenso como una cuerda de acero. Metro Manila toma un elemento de por sí brillante de la tragedia griega para construir esta hitoria: la fatalidad del destino. Propongo verlo así. Como una tragedia de la que difícilmente el héroe podrá salir airoso. Manila lo recibe con cierta predestinación y malicia. El problema es que él, en su ingenuidad e inocencia, no lo sospecha. Y de aquí se desprende otro elemento genial que viene a equilibrar la balanza: la resiliencia del protagonista a no aceptar su destino. A lograr imponerse ante la adversidad más sentenciada. Esta loable capacidad de sobreponerse ante esta Manila podrida una y otra vez.

Pero basta de hablar. Se trata de ese tipo de obras escasas hoy en día en donde la narración muta de un momento a otro de manera muy original, con una fotografía bellísima en donde consigue exponer una historia como si se tratase de dos películas en una. Y aún más de destacar: el final es sencillamente perfecto. De esos que consigue erizar hasta el último de los vellos del cuerpo. Lo conseguido por Sean Ellis es brillante y es por eso que aturde un poco que Metro Manila haya pasado tan desapercibida luego de su exitoso paso por el Festival de Cine Independiente Sundance (donde ganó el premio público). Queda muy recomendada.

Extraído de Wambollywood.com
wambo
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10
1 de julio de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a todo pronóstico, una nave extraterrestre se posó arriba de Johannesburgo. No ocurrió en el Área 51, ni en Moscú, China, o en alguna de las grandes potencias espaciales. No. Ocurrió en Johannesburgo, la ciudad más poblada de Sudáfrica, y permaneció allí varada y flotando por meses hasta que el ejército decidió intervenir.

¿El resultado? Más de 1 millón de alienígenas con aspecto de langostas se les permitió asentarse y vivir en un territorio precario y reducido; verdaderas favelas que denotan la poca intención por integrarlos a la sociedad. También tenemos una organización empeñada en el estudio de estos organismos, una banda criminal nigeriana que busca aprovecharse de ellos, un sanguinario ejército que anhela un pronto exterminio, y como guinda de la torta: un ineficiente, algo imbécil, aunque muy bien intencionado funcionario llamado Wikus Van De Merwe al que se le asignará como jefe de la misión de desalojo alienígena. Por aquí es que viene el motor de acción de la trama.

Sector 9 tiene muchas cosas interesantes. Una de ellas, el cómo aborda de una manera disfrazada, la gran sombra del pasado que arrastra Sudáfrica: el Apartheid. Y es que no hay que ser brillante para darse cuenta en que el gran trasfondo de esta historia recae en las desconfianzas, temor al diferente, aires de superioridad, falsas intenciones de integración…

La película en sí es deliciosa por donde se le vea. Desde sus efectos especiales, el guión mismo, la evolución de los personajes; que sorprende, enternece, emociona. Es sagaz, es tonta. Cruel y divertida.

Al verla, uno entiende el porqué a Peter Jackson le interesó producirla. Sector 9 recuerda quién fue Peter Jackson antes de toda la fantasía comercial de la saga del Señor de los Anillos; me refiero a esa esencia bizarra de sus inicios que puede apreciarse en Bad Taste, su primera película por allá en 1987, o en Braindead, en donde el terror y la comedia parecieran naufragar en un mar muy agitado.


Buen ojo, Peter Jackson

Jackson apuesta por apadrinar una película gore, de serie B y las temáticas que le gustan a él, pero con la genialidad que le puso en bandeja Neill Blomkamp: hagamos una película barata pero de muy alto presupuesto.

A lo que voy es a lo siguiente: por muy costosa y rimbombante en efectos especiales, Sector 9 es una película de Serie B. Pero B con mayúscula y escrita con la más fina caligrafía; tiene ese sabor exquisito del primer cine de John Carpenter y David Cronenberg (pensando por ejemplo en La mosca).

Me quedo con la sensación de haber visto una muy buena película de Ciencia ficción; de esas rarezas que el tiempo les dará la razón.

Espero que venga un Distrito 10 (y que sea pronto)
wambo
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10
26 de febrero de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así es: Lee Marvin junto al gran Toshiro Mifune protagonizan este thriller psicológico ambientado en una isla desierta en el océano Pacífico durante el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. La película de John Boorman funciona muy bien a lo largo de prácticamente toda la historia; con una tensión que no afloja. Las actuaciones de Marvin y Mifune convencen, además de contar con una locación paradisíaca -la isla de Palau- que emula ser el mismo infierno con toda la belleza natural que por las circunstancias pasa desapercibida.

El gringo y el japonés, una exquisita dualidad

Por un lado tenemos a Lee Marvin quien encarna a un gringo de lo más canalla, poco habilidoso, bastante inútil pero muy astuto. Y por el otro, a Toshiro Mifune que es la perfecta caricatura del virtuosismo japonés: meticulosidad, perfeccionísmo, ingenio y técnica. Tanto el gringo como el japonés encuentran en una isla completamente desierta -si no fuera por el otro- en las entrañas mismas del océano Pacífico. Si bien no se explica cómo terminaron allí, poco importa. Allí están e inmediatamente surge la pregunta: ¿podrán convivir o estarán destinados a continuar la guerra que los dejó en esa situación?

Lee Marvin lo hace genial. No hay mucho que decir. Y respecto a Mifune debo destacar que estamos frente a un actor de categoría. Completamente a la par con Lee Marvin. No estamos en lo absoluto frente a un Mifune diferente del que estamos acostumbrados a ver en las películas de Kurosawa. Sigue siendo el mismo engreído, taciturno y posero de siempre pero esta vez no luciendo katanas ni personificando samurais. Se trata de una nueva faceta de Mifune como actor de Hollywood (en concreto su segunda película en la industria) que no flaquea precisamente porque se le abordó con tacto; el acierto aquí está en que no se le impone hablar en inglés por lo que no pierde su impronta. Así que Mifune sigue siendo el mismo gritón descompensado de siempre y eso se agradece.

Una historia de límites y lenguaje

Un concepto interesante y que se mancilla durante toda la historia es el espacial. Limites y barreras. Límites como la posesión de ciertas partes de la isla; barreras, como la incomunicación propia de lenguajes ajenos que no se entienden. Limites que provocan conflicto. Conflictos que se traducen en hurtos y persecuciones. Barreras que impiden conocerse. Límites que contienen soledad y desesperación.

De alguna manera tanto el gringo como el japonés lo único que verdaderamente anhelan es combatir la soledad con un poco de humanidad. Por más guerra que se curse en el mundo, ambos se necesitan. Se buscan para evitar la demencia. Y lo hacen más que como militares como niños que juegan a ser militares. Cada uno con su refugio, con sus trampas y armamento hecho con una que otra ramita del lugar. Cada combatiente con su respectiva casa club. Con tácticas llenas de astucia y precariedad.

Lo que hace brillante a esta película es el tratamiento que se le da al lenguaje. Dos actores. nada más. Y cada uno con su idioma. Surgen por lo mismo monólogos que aspiran a ser diálogos. No hay entendimiento. De nada sirve hablar. Y aquí lo genial: crea una doble complicidad con el espectador. El espectador pasa constantemente a situarse en la desesperación de cada uno. La frustración se manifiesta por la falta de entendimiento entre ellos, y el espectador todo lo entiende. Y lo disfruta desde la distancia. Omnisciencia en su máximo estado de pureza.

La temporalidad también es tratada con genialidad. ¿Qué tanto avanza el tiempo en situaciones como esa? La noción se pierde, sin duda. Ya no se trata de segundos, minutos y horas. Tienes todo el tiempo del mundo pero retrocediendo en una mortal cuenta regresiva: El agua escasea, los alimentos también. ¿Y qué hace John Boorman para reflejar esa idea y a la vez darnos temporalidad a nosotros, los espectadores? ¿Cómo sabremos cuánto tiempo llevan? Simple: por sus barbas. Así, con este elemento tan natural no solo nos indica el paso de los meses sino además refleja la fatiga y en definitiva los estragos de encontrarse en una situación así. Más claro imposible: los personajes van madurando con la historia.

Lo único malo de Infierno en el Pacífico es el final porque da la impresión de que se quedaron sin plata o que una irremediable lucha de egos fue la causante de tal atrocidad. Pero nada de eso. Nuevamente los productores -como en tantas otras ocasiones- fueron los culpables. El final no les gustó y optaron por poner una escena sin actores de la película cómica The party, protagonizada por Peter Sellers. Así de burdo. ¿Cómo lo ven? En todo caso en internet se puede encontrar el final alternativo, pero que termina por ser un remedio peor que la enfermedad ya que la enfermedad en este caso resulta hilarante únicamente como consecuencia de dejar una evidente sensación de estupefacción que te deja incapaz de reaccionar. Pese a que lo anterior podría parecer sentencioso, no es así: estamos frente a un tremendo peliculón digno de ser visto, re-visto y recomendado.
wambo
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10
29 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en las anotaciones de dos exploradores que se hacen llamar científicos, Guerra construye un relato alucinante, en donde tal cual viaje, deleita con una cosmovisión ancestral y ajena al hombre blanco, impregnada de la sabiduría de la Selva.

La película cuenta dos historias en dos épocas distintas: La primera, sobre el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg, quien, gravemente enfermo, es llevado por su asistente Manduca a buscar la ayuda del chamán Karamakate, conocedor de los secretos de la yakruna, la flor de una planta sagrada de su pueblo.

La otra ocurre décadas después y es acerca de Richard Evans Schultes, un científico estadounidense quien también va tras la yakruna luego de conocer los diarios de Theodor, e impulsado por el contexto de su época.

Mediante Karamakate -el chamán- ambas historias convergen y se van desarrollando. Los vacíos argumentales en El abrazo de la serpiente no existen justamente por este recurso brillante que hace de la película en toda su extensión, exquisita y absorbente. Karamakate es alma que hace palpitar el corazón mismo de la historia.
Un auténtico ensayo audiovisual

De una manera sutil pero de calidad y elegancia, Guerra expone porqué al hombre blanco solo se le adjudica ese color por la piel (y nada más).

Por un lado, los señores del caucho mataban y explotaban al aborigen como si fueran bestias para el beneficio personal y en nombre del dinero; por otro, las misiones católicas se encargaban de aniquilar pueblos por un bien mayor. Por la voluntad y en el nombre de Dios.

Así, toda lengua aborigen era considerada la lengua del demonio. Los niños debían llevar nombres bíblicos y vestir a la usanza cristiana. Debían hablar, pensar, cantar como el hombre blanco, máximo redentor de los que se han privado de conocer la Palabra.

El sincretísmo cultural no se daba en esta parte abandonada del mundo (como sí se dio en latitudes más australes). Al menos no de manera dogmática, sino más bien para endiosarse. Se acababa desde adentro con una cultura -que como tantas otras- tenía su propia tradición que cantar pero que, sin embargo, nunca se oirá.

¿Dónde está la verdadera genialidad de la película? No está en su fotografía (que por cierto es preciosa). Tampoco en su guión (magnífico). Menos aún en sus locaciones (majestuosas). La verdadera genialidad -y que la consagra como obra maestra- es que está hablada en más de un 95% en la lengua de los aborígenes. Esto no sólo le da un bello toque de distinción, sino que además es, de alguna manera, una forma de entonar esa canción prohibida por el colonialismo de un pueblo sojuzgado, que permanece sin ser oído; de esa tradición ancestral casi extinta. El último grito de américa directo desde algún lugar de la Selva colombiana.

La genialidad de Guerra queda reflejada precisamente aquí, en lo lingüístico, ya que no deja pasar por alto las barreras del idioma en la construcción de su ficción. Hay un trabajo loable de los actores de empaparse culturalmente, rompiendo así con el método Hollywood. Me explico:

Durante toda la historia humana ha existido un constante trabajo intelectual por parte de diferentes civilizaciones para aprender a hablar el idioma del otro. Esto, que es tan obvio, suele “solucionarse” con un personaje secundario que las hace de traductor y que únicamente está ahí para hacer más verosímil la historia. Aquí no. Hubo preparación para abordar la comunicación entre las partes, con un debido aprendizaje por parte del elenco que dio como resultado un guión que desarrolla un estereotipo diferente del blanco al que estamos acostumbrados: ya no se trata del explotador, indolente y sádico, que se comunica por medio del látigo y privaciones (el que tan bien interpreta Klaus Kinski en las cintas de Werner Herzog); sino la de un hombre letrado, culto; que aprende el idioma en busca del conocimiento que permita perpetuar una cultura ya casi extinguida.

Un deleite visual

El resultado es tan espectacular, que de alguna manera increíble, Guerra demuestra que no era tan loco después de todo privarnos de los colores de la selva, pues lo consigue mediante un trabajo a dos tonos impecable; que sin pretenderlo probablemente, evoca el trabajo fotográfico del peruano Martín Chambi. Porque a ratos, la película nos regala verdaderas postales maravillosas. A lo Chambi.

El abrazo de la Serpiente decanta la sustancia misma de la selva: como evocadora de locura, de desquicio y enfermedad para el hombre blanco. Y como fuente emanadora de sabiduría y vida, para el aborígen.

Imposible no evocar a las películas de Herzog. Sea Aguirre la ira de Dios, por los paisajes y las eternas navegaciones por el Amazonas; Cobra Verde, por ese vestigio a colonialismo; y Fitzcarraldo, por el negocio del caucho y la hipocresía.
wambo
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