Los futuros apocalípticos se han imaginado de muchas maneras: guerras nucleares, invasiones extraterrestres, impactos de meteoritos gigantes o toda una caterva de catástrofes. En este caso la humanidad se ve abocada a la extinción porque ha perdido su capacidad de tener descendencia.

La acción se inicia en un Londres asediado por masas de inmigrantes ilegales que pretenden acceder a las cada vez más pequeñas islas de bienestar que quedan en el mundo y no sabemos muy bien si el impulso que mueve a esas masas es la maldición de la infertilidad o la desigualdad económica, o ambas cosas a la vez. Porque el guion de la película es confuso y las aclaraciones argumentales no llegan a producirse en forma verbal o de imágenes. Las piezas no encajan y socavan la historia.

Pero donde destaca la película es en la puesta en escena. Creo que los directores mexicanos se están convirtiendo en los demiurgos absolutos de los planos-secuencia falsos, larguísimos, con cámaras móviles que siguen al protagonista. Lo digo porque he visto hace poco "Birdman" (González Iñárritu) que parece la culminación de esta idea. En este caso es Alfonso Cuarón el maestro de esta técnica con la que nos introduce en medio de una batalla campal que sentimos desde nuestros cómodos asientos. Muy creíble en todo momento. El director nos traslada eficientemente por los diferentes escenarios con una habilidad digna de estudiar en las escuelas de cine, supongo, que no sé si se hace ya.

Lo mejor, por lo tanto, es dejarse llevar por el discurrir de la acción en el retrato de un mundo no tan imposible al fin y al cabo. Michael Caine, como siempre, eleva la película, y el resto de los actores están correctos aunque, puestos a pedir, personalmente le agradecería a Clive Owen un poquito más de expresividad en su siempre disgustada cara. Ya sé, la situación que vive no es la más agradable, pero pequeños matices faciales consiguen excelentes resultados.

Para empezar esta crítica, quiero decir que nunca he visto en la pantalla un baile con una alegría tan desbordante como el primero de los dos de esta “Orgullo y prejuicio”. Se siente con asombro el placer de los pasos de baile, de los saltos, del ansia de diversión entre la gente joven que normalmente estaba constreñida por una de las palabras que más se utilizan en la novela de Jane Austen, “civility”, la urbanidad, la norma en las relaciones de las clases acomodadas.

Los bailes eran la esencia, la vida de una sociedad ociosa, la protagonizada por las mujeres de las familias rentistas rurales británicas entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, el paisaje en el que se mueve nuestra protagonista, la inquieta y rompedora Elizabeth Bennet. Frente al mundo masculino de la política, el gobierno, la guerra, las mujeres eran las protagonistas de un escenario diferente, el de la conquista del marido adecuado para la supervivencia.

Adaptar un clásico literario a la pantalla y conseguir transmitir con imágenes lo que la novela cuenta a base de palabras siempre resulta una tarea complicada, especialmente en obras cuya narración se centra más en el desarrollo de los sentimientos de los personajes que en la descripción de las cosas. Aquí es donde la película de Wright apenas transmite la rebeldía de Elizabeth, la dolorosa sensatez de Charlotte Lucas, la timidez de Darcy, la banalidad de Lydia o la negligencia del señor Bennet, entre otros. Ahí reside la grandeza de la obra de Austen, lo que nos acerca a ella, y ahí no llega la película. Efectivamente, el film nos relata los momentos principales de la novela, pero pierde su esencia y se convierte en una bien escenificada película “de época”, de gente que vivió hace mucho tiempo, con un final feliz, como esperamos todos.

Todas las películas que he visto de Joe Wright (“Expiación”, “Anna Karenina”, “Orgullo y prejuicio”) buscan la excelencia de la imagen, del encuadre, de la fotografía, pero descuidan nuestra comprensión de los personajes. Curiosamente las tres son adaptaciones elegantes de novelas cargadas de matices que no llegamos a percibir en sus adaptaciones cinematográficas. Precisamente Wright destaca en los momentos en los que no pretende ser tan escrupuloso con la narración original, como en el baile descrito más arriba, aunque esta iniciativa le haya llevado al final a las excentricidades de su adaptación de la legendaria novela de Tolstói.

El reparto, encabezado por Keyra Knightley, realiza una excelente actuación y la película es hermosa siempre, por breves momentos brillante, pero no se hará un hueco en mi corazón.

Me resulta extraño comentar una supuesta película española rodada en Canadá, en inglés, con actores angloparlantes y que desarrolla unos acontecimientos de finales del siglo XX en Estados Unidos. No se trata de una cuestión de nacionalismo, sino de empatía, de cercanía, de calor, de pasión, de todo lo que se echa en falta tras el academicismo de esta obra. Un creador es libre de utilizar los medios que le parecen más adecuados, y es una ventaja que un poderoso estudio de cine norteamericano (Universal) te distribuya la película, pero que no parezca demasiado evidente que el interés final es hacer caja.

"Regresión" es una película de suspense, con el habitual uso de la música para acrecentar el miedo del espectador que teme constantemente un susto mayúsculo. A pesar de este recurso y otros tan trillados como las puertas azotadas por el viento, la lluvia cayendo a chorros sobre los cristales de los coches o la remision constante a las pesadillas, no llegamos a tener una sensación de angustia verdadera, objetivo de este tipo de filmes. La trama se entiende al final pero hasta eso ocurre fríamente, con una explicación didáctica para mentes poco despiertas. Es una pena que la idea que sirve de base al argumento no haya discurrido más por los cauces psicológicos y menos por el de los aquelarres tópicos. Personalmente me importa un comino si los hechos reales en los que se basa "Regresión " ocurrieron en Minessota o en Chile, para haber jugado con más libertad con el argumento.

Los actores protagonistas están correctos: Ethan Hawke cumple, Emma Watson podría haber puesto algo más de su parte. Pero hay que destacar entre ellos al magnífico y políglota actor sueco David Dencik que borda su actuación sin rastro de acento nórdico.

Que esta película se trata de una apuesta arriesgada, es indudable. Que la mediocridad que nos rodea, de la que la mayoría formamos parte, podría ser objeto de creación artística, es un reto. Solamente por esta apuesta debemos respetar a Linklater, como a todos aquellos que intentan hacer cosas diferentes, en un intento por hacer avanzar el arte.

Ahora bien, el arte ¿no debe ser también entretenimiento? ¿No debe emocionarnos? Pues aquí es donde debo decir que, desgraciadamente, la película no entretiene más que a ratos y apenas emociona. No sé si porque esperamos una línea argumental más compleja, pero da la sensación de que la vida de Mason no es real, a pesar de todo, sino un cliché, un compendio de la infancia de cualquier niño americano. “Momentos de una vida” se ha subtitulado en español, es cierto, eso es; pero, a pesar de todo, no es una vida real sino una fantasía más.

También es verdad que la dificultad que entraña Boyhood es enorme. Se trata de dirigir y montar una película a lo largo de muchos años, manteniendo una coherencia en el objetivo de narrar el crecimiento de un niño desde su entrada al colegio hasta su llegada a la universidad. Se van construyendo los personajes a base de retazos con los que vamos comprendiendo las personalidades de cada uno según se acumulan los momentos de sus vidas. Sus anhelos, sus frustraciones, sus relaciones con los demás… Correcto, bien dirigidos los actores, escenas hermosas en la mayoría de los casos, pero yo le pido a una película algo más que una concatenación de postales en movimiento. No sé si el común de los mortales estamos preparados para una ausencia casi absoluta de argumento.

Magnífica la utilización de la música y de los artilugios informáticos para situarnos en el tiempo; magnífica la forma tan real en la que se relacionan los hermanos protagonistas, magnífica la escena en la que el padre de ambos les habla sobre cómo afrontar las relaciones sexuales, pero… Ay, voy a decir algo inapropiado, me aburrí a ratos.

Buena película, es indudable, pero tengo el corazón dividido. No se trata de reducir el metraje, como algunos comentan, sino de que algo te toque el corazoncito.

Me costaba encontrar un adjetivo para calificar la película y finalmente he usado “desbocado” porque me ha parecido el término más adecuado. Si bien es cierto que el film resulta excesivo también es cierto que, a ratos, tiene garra. Como muchos habrán notado, se trata de la tercera parte de una serie formada previamente por “Uno de los nuestros” y “Casino” aunque a distancia respecto de las dos obras anteriores. La maravillosa “Uno de los nuestros” iba acelerándose, como sus propios personajes, pero nunca pareció descontrolada. Sin embargo esa sensación sí se tiene en último film de Scorsese: no es solo que se descontrolen los personajes, es que la realización también lo hace.

Hay varios momentos fabricados para el lucimiento de Leonardo di Caprio que, por qué no decirlo, hace una magnífica actuación. Y las escenas alocadas, por lo esperpénticas, te llevan a recordarlas con una mezcla de humor y repugnancia. Desde luego, no te dejan indiferente.

Cuando hablo de excesos no me refiero solo a las tres horas de metraje sino a que simple y llanamente es una película abarrotada de excesos por todas partes: en el lenguaje, en el sexo, en el mundo de los negocios… Esta vez la historia se centra en el mundo de los brokers sin escrúpulos que únicamente quieren hacer dinero fácil. Scorsese se aleja ahora de la mafia o de su extensión en el mundo del juego para retratarnos el sitio donde se hace dinero fácil hoy en día: en las grandes estafas financieras. ¿Les suena?

La película nos abre los ojos al salvaje mundo de las finanzas actuales, los verdaderos mafiosos de hoy en día. Pero no queda claro que signifique una crítica sino más bien un espejo o un agujerito por el que el común de los mortales nos asomamos a la vida sin control de los que rigen ahora nuestras vidas. Y nada más, y nada menos.

Las tres horas de duración se llevan bien; estamos hablando de un genial director. Pocos serían capaces de mantener una tensión de tres horas. Pero, insisto, no he encontrado nada nuevo.