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Críticas de La mirada de Ulises
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Críticas 114
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
10 de mayo de 2015
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Recientemente han llegado a los cines españoles una serie de películas de calidad estimable e incluso grande, realizadas por países de escasa tradición cinematográfica y con exiguos recursos de producción. Algunos ejemplos son "Timbuktu" (Mauritania) o "Mandarinas" (Estonia-Georgia) y ahora se suma "Difret". Desde Etiopía, Zeresenay Mehari nos ofrece un incidente sucedido en un poblado cercano a Addis Abeba en los años 90, y también un testimonio de lucha contra tradiciones que nada tienen de humano y mucho de atropello salvaje. La fuerza de la película está en la propia historia y en partir de hechos reales. Así lo dice Angelina Jolie al presentarla como una de esas que la gente debe conocer, y así lo refrenda el hecho de haber ganado el premio del público en Sundance y una mención -también del público- en Berlín.

Estremecedora es la realidad de una tradición bárbara y dolorosa la vida de esas hijas a las que sus padres a duras penas pueden proteger. Hirut es una niña de catorce años que es secuestrada y violada por un joven del lugar que la pretendía, en compañía de sus amigos. Tras una breve reclusión, logra escapar y en la huida mata al agresor, para ser encarcelada y acusada de asesinato. La abogada Meaza Ashenafi será quien la defienda desde su Asociación de defensa de las mujeres. Es el comienzo de una lucha por la legalidad y por suprimir el matrimonio por rapto, costumbre del lugar que prescinde de la voluntad de la mujer y su derecho a elegir su condición.

Sin lugar a dudas, la cinta evidencia sus limitaciones cinematográficas, y adolece en algunos momentos de la fuerza de una dramaturgia que aporte expresividad, emplea con poca sutilidad los flash back o construye un guión excesivamente lineal que va directo al mensaje. Es, en definitiva, un cine de denuncia de una realidad vergonzante realizada con corrección, que lo entiende como instrumento al servicio de la persona y la sociedad. El dúo de actrices protagonistas resuelve su trabajo satisfactoriamente, aunque sus personajes no evolucionan ni abren perspectivas a una trama previsible. Estamos ante una película comprometida y ante una historia de superación en la adversidad, con una mujer fuerte y otra herida en lo más profundo, con un pueblo ancestral al que le cuestan incorporarse a la civilización, con unas autoridades timoratas incapaces de velar por los derechos del pueblo.
La mirada de Ulises
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8
20 de abril de 2015
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida sale al encuentro de Kaito y Kyoko, y estos dos adolescentes sienten pero no entienden lo que sucede a su alrededor. Tienen toda la energía del mundo para amar, pero también toda la incertidumbre de no tener el calor humano o de equivocarse. Él ha sufrido el divorcio de sus padres, y sus silencios son reflejo de un dolor interior y de un miedo a lo desconocido. Ella tiene a su madre en estado terminal y no comprende la muerte porque está llena de amor a la vida. Por otro lado, Kaito y Kyoko se quieren pero la confusión emocional les atenaza, sobre todo al primero. Su juventud contempla la hermosura y fuerza del mar pero también sus peligros y amenazas. Educados en ambientes familiares distintos, Kaito se retrae de salir a nadar o practicar surf mientras que Kyoko lo hace con la libertad que le da el cariño que ve en sus padres.

Naomi Kawase nos retrata ese despertar a la vida con una película tan atractiva y sensual como reflexiva y profunda. "Aguas tranquilas" respira el frescor de la naturaleza y también el de la adolescencia. Parte la directora de realidades muy sensoriales, y el espectador siente el viento o la energía del mar, huele la vegetación de una creación vigorosa o contempla deslumbrada la puesta del sol y la llegada de la oscuridad. Abundantes imágenes cargadas de valor metafórico para hablarnos de la vida, con el amor y la muerte en un ciclo sin término... porque la Madre se lleva a cada cual a su tiempo, para seguir viviendo en el más allá. Los jóvenes protagonistas se encuentran con nuevas realidades y el desconcierto se adueña de su voluntad para impulsarlos a cantar o amar en un caso, o a rebelarse y enfurecerse en el otro.

Extraordinarias interpretaciones de todo el reparto y perfecta sintonía entre ellos. A los silencios y actitud malhumorada de Nijiro Murakami responde Jun Yoshinaga con la dulzura de su rostro o de su voz. La escena de Kyoko con sus padres en la terraza de la casa es ciertamente entrañable y placentera, mientras que la secuencia coral de la agonía resulta antológica, de lo mejor que el cine ha recogido a la hora de tratar la muerte. Si el aspecto visual y la puesta en escena destaca por su elegancia y trascendencia -no queda reducido a un esteticismo vacuo-, la fotografía se nos presenta como fascinante y sugestiva, los diálogos respetan los tiempos del drama y de la intimidad en un equilibrio admirable, y la estructura circular del guión da sentido a ese periodo de aprendizaje donde la energía para vivir se toma del amor o de la ola del mar.

En "Aguas tranquilas" hay sensibilidad a raudales y hondura de pensamiento, que nos son presentadas con ritmo pausado y muchas referencias al ciclo de la naturaleza, que en ocasiones pueden parecer crípticas pero que hablan de una verdad universal. En esa isla japonesa todo sucede en el interior de los personajes, y lo exterior apenas se apunta para dinamizar su proceso de maduración. Por eso, el espectador debe disponerse a contemplar ese paisaje y a relacionarlo con lo que sucede en el corazón de Kaito y Kyoko, a ver la película sin prisas pues estamos ante un espectáculo para los sentidos. Entonces, disfrutará de la experiencia de haber estado en la cresta de la ola, que es lo mismo que estar en la esencia de la vida. Hay, en definitiva, mucha poesía, espiritualidad y sensibilidad en esta propuesta venida del Extremo Oriente.
La mirada de Ulises
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7
16 de abril de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Taki acaba de fallecer en el Japón del siglo XXI. Entre sus pertenencias, su sobrino Takeshi recibe su autobiografía y algo más, que le permiten conocer mejor a su tía... cuando estuvo como criada en la casa del tejado rojo, a comienzos de la 2ª Guerra Mundial. Descubre su vida junto a la familia de posición acomodada que le dio cobijo: Masaka y su trabajo como diseñador de juguetes, su bella mujer Tokiko y sus problemas de corazón al conocer al joven Itakura, y el pequeño Kyoichi que Taki toma a su cuidado. Las relaciones entre este quinteto del Japón imperial son estrechas y comprometedoras, delicadísimas y llenas de humanidad, y solo la guerra decantará el devenir de unos y otros. Esa es la historia que Yôji Yamada recoge en "La casa del tejado rojo" y que viene a ilustrarnos una mentalidad y un modo de entender la familia y el matrimonio que murieron con Taki.

El veterano director nipón mantiene su interés por todo lo relacionado con la familia, y vuelve a mirar al corazón de sus protagonistas para mostrar sus inquietudes con discreción y de manera sutil. Vemos el decoro y lealtad de unos y otros, pero también sus inclinaciones y conciencia de culpa... que Taki arrastrará hasta sus últimos días. Pero la elegancia y finura para abrir el alma de cada uno hace que nos acerquemos a ellos con pudor, sin juicios recriminatorios, comprendiéndoles e incluso disculpándoles. Yamada hace que los planos respiren humanismo, que los personajes nos transmitan una manera de pensar en que el servicio, la disciplina o el patriotismo se sitúan en primera línea. También acierta al introducir a Takeshi y a su novia para mostrar la evolución de la sociedad japonesa hacia la modernidad... siempre manteniendo una hondura y un sentimiento a prueba de bombas.

En sus quehaceres, Taki manifiesta tanta abnegación como bondad y fortaleza. A su modo, vela por la felicidad de la familia y es algo más que una criada. Es la guardiana de la casa del tejado rojo, la que ha vivido tanto como para poder contar lo que se cocinaba en ella, y para hacerlo de manera velada, desde el silencio y la lealtad. El rostro de Haru Kuroki -premio a la mejor actriz en el Festival de Berlín- transmite esa delicadeza y fragilidad, esa duda y discreción tan juvenil como refinada; mientras que el de Takako Matsu como joven esposa encierra honestidad y a la vez debilidad. Asistimos a una historia de amor y a otra de infidelidad, a una de amistad y a otra de lealtad. Todo sucede a fuego lento, con la pausa y nostalgia que permiten a la memoria paladear aquellos maravillosos y difíciles años. Contemplación con hermosos planos que hablan de quietud, silencios para reflejar lo incierto de una guerra que aparecía en el horizonte, y colorido para enriquecer una mentalidad que comenzaba a estar trasnochada.

La cinta encierra el encanto y dulzura de la novela de Kyoko Nakajima, con un entrelazamiento de los distintos tiempos que está realizado con sencillez y elegancia. Quizá haya un exceso de circunloquios y demasiada repetición de situaciones, que pueden llegar a cansar al espectador. Pero estamos ante una mirada llena de romanticismo y de pureza siempre desde la contención emocional, ante una visión luminosa y poética de las realidades más cotidianas, allí donde las pequeñas cosas que se ven responden a grandes deseos del corazón, donde la verdad profunda de lo que sucede está en manos de una humilde y heroica mujer. La película hay que verla sin prisas y sin esperar grandes acontecimientos, atentos a las invisibles cosas del alma.
La mirada de Ulises
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6
7 de abril de 2015
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un tribunal rabínico es el escenario de un juicio de divorcio que se hace tan absurdo como eterno. Los protagonistas son Viviane Amsalem y su marido Elisha, que viven separados desde hace años. No hay motivo aparente para la ruptura, salvo que ella ya no le quiere ni se siente querida por él, pero Elisha se niega a concedérselo. En principio, los jueces quieren ser diligentes y ser imparciales en el proceso, pero la ley judía y la opacidad de los querellantes dificulta la rápida resolución. El asunto parece muy atascado y la presencia de testigos no hace sino confundir más al tribunal, y prolongar la agonía de Amsalem. Esa es la historia de "Gett: El divorcio de Viviane Amsalem", película en la que los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz se acercan a un drama personal y familiar que, por momentos, adquiere tintes cómicos por lo irracional de la situación.

La propuesta tiene aires teatrales por desarrollarse en un único espacio, y también por servirse de la palabra como único vehículo para el entendimiento. La paradoja es que justamente los diálogos se convierten en una cárcel de incomunicación, que cuanto más razones dan los personajes más confuso y embrollado resulta todo, que los rostros expresan mejor el estado del alma que la propia palabra. Con el discurrir de la película, el espectador se cerciora de que la convivencia es inviable, de que la condición de sumisión de la mujer hace imposible un trato de igualdad, de que Elisha no está en condiciones de dar a su esposa lo que ella necesita. La pretendida armonía matrimonial tendría que ser el reflejo de otra concordia entre la fe y la razón, pero la vida de los protagonistas no es así y la religión encona las posturas. No hay infidelidad ni violencia física, pero sí falta de consideración e indiferencia de afecto. Hay respeto legal pero no trato humano, y así la relación no puede prosperar.

El curso de la causa judicial se vuelve patético y hasta ridículo, sobre todo con el peregrinar de testigos, cada cual más contradictorio y lamentable que el anterior, aunque la palma de la lleva una de las hermanas de Amsalem y sus vecinos. Ellos son el apunte cómico e incluso divertido en una cinta oscura y difícil porque exige mucha atención del espectador para seguir las razones de unos y otros, porque no es fácil discernir el motivo de esa obstinada negativa de Elisha. Podría aducirse que uno y otro son tercos en grado máximo -aunque no en igual medida-, que desde el principio ha faltado diálogo en ese matrimonio -sobre todo a la luz de la última escena-, que el miedo del marido solo es comparable a su dureza de corazón, que el amor es cosa bien distinta para uno y para otro... Y, aún así, no encontraríamos luz suficiente para esclarecer ese conflicto conyugal. Porque estamos, en realidad, ante una inteligente crítica a cierta cultura y sociedad judía, que hace que sus gentes sean poco flexibles y dialogantes, poco humanas.

Los rostros de la pareja son un poema de expresividad, sobre todo cuando permanecen en silencio. Ronit Elkabetz como Amsalem y Simon Abkarian como Elisha son el dúo perfecto para dos papeles que en la ficción son irreconciliables. A su vera, un rabino interpretado por Sasson Gabai quizá esté un poco sobreactuado, lo mismo que algunos de los secundarios-testigos que completan un reparto donde los jueces son comediantes de chiste o autoridades sin alma. La película se construye desde la austeridad de su estética y puesta en escena, con un denso guión que equilibra drama con humor, que avanza con buen ritmo y con rótulos cronológicos que acentúan el absurdo. En definitiva, la denuncia se cocina a fuego lento y requiere un público resistente, que asiste incrédulo a una cárcel conyugal donde la palabra ha dejado de servir para comunicarse.
La mirada de Ulises
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6
3 de abril de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo el mundo conoce la historia de Cenicienta y, sin embargo, Kenneth Branagh realiza una nueva versión y lo hace bajo el paraguas de Disney. Tenemos que preguntarnos qué aporta esta nueva "Cenicienta" al mundo del cine, o quizá más bien qué aporta a la industria del cine. Porque argumentalmente no varía un ápice del cuento de Charles Perrault, y por otra parte el tono es el propio de los dibujos animados que dejaron huella en nuestra alma infantil. En el aspecto cinematográfico todo es convencional y al más puro espíritu hollywoodiense: el cine como evasión a un mundo de sueños donde todo es posible, con personajes esquemáticos que juegan al contraste para resaltar las virtudes de los buenos, con una narrativa lineal y sin recovecos que no admite más que una visión. En la tonalidad, dulzura y buenos sentimientos para ensalzar la generosidad y el valor, la bondad y el amor, la familia y el aire popular que la cinta respira.

En la vertiente industrial del Séptimo Arte, Kenneth Branagh condimenta un plato delicioso que gustará a un público amplio (fundamentalmente femenino), y no solo al mundo infantil. Como es habitual, cuida con esmero todos los aspectos artísticos que buscan crear un ambiente de ensoñación: fotografía, vestuario y puesta en escena transportan al espectador a un mundo de hadas, donde la banda sonora sinfónica se encarga de arrancar emociones y hechizo por la elegancia de los movimientos de la cámara y de la coreografía. Basta con ver la transformación de la calabaza o la entrada de Ella/Cenicienta en el Palacio para sentirse fascinado por esa magia y por esa pureza de sentimientos. Decididamente, Disney ha plantado su jardín -no sea tan secreto como el del príncipe-, aunque en él brote alguna mala hierba y envidia que amenace el final feliz. No hay que temer. Basta con echarle valor y ser generoso, y la magia se encargará del resto.

Nadie mejor que Cate Blanchett -lo mejor de la película, junto al diseño de producción- para mirar con distancia y frialdad un mundo que trata de ser bueno. Nadie mejor que Helena Bonham Carter para encarnar un espíritu tan extraño y misterioso como el del Hada. Casi nadie mejor que Lily James para suavizar tanta mezquindad con su inocencia y ternura naturales. Acierto de casting y también de enfoque al no traicionar el espíritu Disney, que quiere mostrar un mundo no como es sino se querría que fuese. Si se aceptan los postulados comerciales y se está dispuesto a soñar despierto y creer en las hadas, "Cenicienta" gustará porque su factura es elegante y cuidada (y algo cursi), porque su narrativa es clara y sin doblez, porque sus personajes son tan transparentes como sencillos. Si se espera otra cosa o la realidad de la vida o algún tipo de innovación, es mejor optar por otra película de la cartelera. En ese sentido Kenneth Branagh no engaña a nadie y da lo que promete: una puesta en escena elegante y vistosa, una versión respetuosa con el clásico de Disney.

La amabilidad y el encanto de la propuesta son indudables, y no estamos ante una película como "Maléfica" o "Blancanieves y la leyenda del cazador", por citar dos ejemplos recientes que han adaptado cuentos infantiles con algún que otro claroscuro. Aquí todo es luz y color, castillos de ensueño con grandes salones de baile y casas campestres que parecen de caramelo y chocolate. El director no se excede en el sentimentalismo pero tampoco lo oculta, y únicamente deja ver su mano en el diseño de producción, tan enfático como atractivo, tan bonito como irreal. Estamos en el sueño y en el jardín de Disney, donde todo es hermoso y placentero.
La mirada de Ulises
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