Que el siglo XX ha sido el más cruel de la historia se ha contado muchas veces. También se han contado muchas veces historias de redención y de superación. En este caso es la música la que obra el milagro y salva el lado más humano de ese siglo "problemático y febril". El bolero de Ravel, con su ritmo obstinado y su melodía recursiva, logra sintetizar en un final apoteósico, que refleja el principio del film como un espejo, todas las emociones acumuladas por el espectador durante la película.
Una historia del siglo XX a través de sus músicas y de los personajes que viven los conflictos que lo marcaron; una historia tensa y narrada con naturalidad y sinceridad, incluso los momentos musicales, que se pueden prestar fácilmente al manierismo y al extrañamiento.
El conjunto es simplemente conmovedor y nos enseña algo que ya nos dijeron de otra manera Schopenhauer y Nietzsche: si hay salvación para el dolor y se puede encontrar cierto sentido a la existencia es en la música.

Lo que en el inicio apunta al desarrollo de un folletín estilizado, tipo Victor Hugo o Dickens en plan austrohúngaro: chica joven llega a la ciudad a resolver un secreto familiar, padres muertos en un sospechoso incendio, usurpación del negocio familiar por un elegante pero oscuro personaje, posible existencia de un hermano hasta entonces ignorado, extraños personajes (generalmente muy violentos ellos) que van dando pistas por medio de mensajes enigmáticos... todo eso va derivando, no se sabe cómo, hacia una seudo intriga político-erótico-económica en que ya no tenemos claro quién es quién (no por la intriga sino por impericia del guión), por qué hay una banda organizada (o no) de ladrones (o no) que campan a sus anchas por Budapest sin que se asome ni siquiera un poquito la policía, qué les pasa a los procaces y fetichistas príncipes y dignidades del Imperio por la cabeza y por los pies.
Y a todo esto, Ella, la chica con perpetua cara de enfadada con el mundo (pero tampoco tanto) va y viene de acá para allá, siempre en el plano, con problemas de cataratas en muchas ocasiones, a juzgar por el abuso del desenfoque (qué estilazo tengo, pensará el director). El espectador tampoco acaba de entender cómo sabe ir a los sitios, pero, oye, va justo a donde debe ir para ver lo que tiene que ver... y se va. A veces mejor parada y otras peor.
Y lo peor, entretenido lector de esta reseña, es que la cosa se alarga más allá de las 2 horas, en plan tostón con pretensiones de inteligencia.
Si es una alegoría o simbolización del desmoronamiento del imperio austrohúngaro (única lectura posible, si queremos ser generosos) resulta tan simple como confusa. Para eso lean a Joseph Roth, y saldrán ganando.

La cosa empieza realmente bien: un George Clooney brillante, siempre en tránsito, habitante de los vuelos domésticos, y dejando a su paso por la geografía americana, cuando desciende a tierra cual angel exterminador, un rastro de cadáveres laborales, esto es: despedidos, carnaza de paro. Ah, me dije, aquí tenemos una buena oportunidad de ver una reflexión sobre la crisis actual.
La cosa sigue medio bien cuando el protagonista expone en la conferencia-mochila su idea de la vida, de las cargas de la vida, en su versión postmoderna del machadiano caminar hacia la muerte "ligeros de equipaje". Ah, me dije, aquí tenemos un atisbo de la condición humana en estos tiempos con su puntita de existencialismo.
Pero, amigos, de manera gradual dejan de interesarnos las duras vidas de los despedidos y lo que iba a ser una ácida, casi cínica, exposición sobre la necesidad o condena de las relaciones personales deriva, cual barquilla frágil llevada por el oleaje gordo del mercado audiovisual, hacia la comedia romántica tirando a facilona. Vamos, que la película se le va, o la deja ir.
Desde luego, la salva del desastre total la omnipotencia de Clooney en la pantalla y la buena factura técnica del film. Entretiene una tarde de esas tontas y se olvida apenas han puesto un pie fuera del cine. En la vida de verdad no viene George Clooney a despedirte del trabajo... que algo aliviaría, oiga.

Uno espera de una película de tan épico título que contenga grandes aventuras, peligros, Polifemos, Lestrigones... yo qué sé, y se encuentra con una desdibujada Nausicaa, cuyo discurrir tiene de odiseico el paisaje marino y ya está. Ni siquiera el espectador puede agarrarse a un espectacular naufragio interior y emocional. Los vaivenes sentimentales de la protagonista dejan de interesar desde el primer polvo en la playa, porque, sí, sexo haberlo haylo, pero tampoco pone mucho, bueno ni quita ni pone en realidad, pues como todo en la película es prescindible, incluida la película misma.
Los símbolos son tan ramplones: una tubería/amor que la protagonista dejó hecha una chapuza en el viaje anterior sigue estando allí (en forma de capitán macizo), una herida, ay, que no se ha cerrado, que se abre más hasta que los motores se revolucionan y se estropean y el destino de ella acaba siendo el mismo que el del barco.
Tampoco la parte a la que más partido se le podía haber sacado pasa de ser un esbozo: una mujer sola en un mundo de hombres.
Debe haber quien confunde la sutileza con la inanidad. Eso sí, los filipinos, unos puntos graciosos.

Me quedo con la escena más sobrecogedora de la película. En ella no aparecen muertos, no hay sangre ni sufrimiento físico, no hay bombas a punto de explotar, sino la presencia abrumadora, con todo su peso de civilización cansada, anodina y extenuada, de una inmensidad de cajas de cereales en un anónimo supermercado americano. La directora ha conseguido que esta sencilla imagen, este gesto cotidiano: el de elegir entre cajas alineadas de cereales (un ejército más inquietante que todos los insurgentes irakíes), resuma y condense todo el horror de una sociedad que solo puede encontrar un sentido a su vida arriesgándola día a día en misiones casi suicidas. Me parece el toque de genialidad de la película. Lo demás: una buena factura, unos solventes actores, un buen sentido del suspense... pero no tanto como para ser considerada la mejor película del año, si es que el Óscar significa eso. Aconsejable, pero no definitiva.