"El callejón de las almas perdidas" ("Nightmare Alley", Edmund Goulding, 1947), ofrece una interesante y, por momentos, inquietante, reflexión sobre lo que se esconde en los abismos del alma humana. Eso explica por qué Guillermo Del Toro se fijó en ella hasta el punto de tomar su guion y realizar una nueva versión, con el mismo título.

He visto en este film un diseño de producción impecable, un mayor detenimiento en el perfil de los personajes (lo que explica que supere en casi una hora la duración de la original) y una pulcra expresión de cariño por la gente marginada. Pero la película sufre, según creo, por la forzada composición de Bradley Cooper. Es este un actor de muy mejorable dicción que lleva años intentando demostrar que sirve para algo más que para comedias ligeras (a mí me parece que no lo consigue), y que queda muy por debajo de Toni Collette, David Straithairn o Cate Blanchett; y tampoco mejora la prestación de Tyrone Power que, sin ser un intérprete de calidad excepcional, sí sabía emplear la mirada y la voz para centrar el interés del público en el personaje principal y hacerlo creíble.

Decía Cecil B. DeMille que una película debería comenzar como un terremoto, y de ahí tenía que ir hacia arriba. Aun considerando tal afirmación exagerada, sí que me parece que esta película de Adam McKay empieza con muy buen pulso. El problema que le veo es que, según transcurren os minutos, va perdiendo fuerza. Pasa de ser un alegato contundente a una blanda arenga. En el primer aspecto les debe mucho a las intervenciones de Jennifer Lawrence y a los ácidos gags del personaje interpretado por Mark Rylance, siempre atinado; en el segundo padece los excesos de Leonardo DiCaprio, por momentos hiperventilado, en lo que me parece un defecto de dirección. En resumen: se come bien, pero no llena el estómago.

En su primer largo de ficción, Jack Clayton recibió un guión con la historia de un arribista que pretende dejar de lado todo escrúpulo con tal de ascender en la pirámide social. El director demuestra, para mi gusto, un muy hábil uso de los primeros planos de los personajes, con el fin de que percibamos con toda claridad sus motivaciones. A ello ayuda la precisa fotografía en blanco y negro de Freddie Francis, que perfila los rostros de los personajes acentuando lo anguloso de sus facciones, como si con ello se quisiesen destacar los laberintos del alma humana.

Creo que al film le dan también un alto valor las interpretaciones de los actores, en especial de Simone Signoret, que recibió -merecidamente, pienso- el Óscar a la mejor actriz

De una novela dura y con bastantes aristas, Jane Campion ha extraído una película tan tensa como fluida, que obliga al espectador a penetrar en la psicología de los personajes, en especial los interpretados por Benedict Cumberbarch, Kirsten Dunst y el inquietante Kodi Smit-McPhee. Acompañados de una fotografía espectacular y de un montaje muy medido, pienso que directora y actores desean que el público reflexione sobre cómo influyen las las convenciones sociales en la vida de las personas (más detalles en zona spoiler).

Según veo, Paul Thomas Anderson acentúa en sus películas la irracionalidad que está en la base de las relaciones sentimentales humanas. En general, pienso que todos somos conscientes de ello, pero casi nunca lo expresamos, sobre todo si vivimos la vida agarrándonos a la racionalidad como intento (probablemente vano) de verle un sentido.
En todo caso, Anderson suele servirse de unas tramas argumentales en cierta medida poco definidas y poco comunes, como consecuencia del análisis que hace del impulso amoroso. El resultado es un cine muy personal, como muy particular es la recepción que cada espectador hace de su cine. Tengo que reconocer que con "Licorice Pizza" (id, 2021) conecté menos que con "El hilo invisible" ("Phantom Thread", 2017) o "Magnolia" (id, 1999), pero, como me pasa con todos sus films, digo que vale la pena verlo. Su punto de partida es el de un drama romántico al uso, pero se beneficia de la particularísima visión de su director y guionista, como ya he dicho, y de la espontaneidad de sus actores, en particular de Alana Haim, que hace suya la película con una naturalidad muy de agradecer.