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Argentina Argentina · Argentina
Críticas de Crotalus
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Críticas 31
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
17 de mayo de 2016
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tengo formación académica en materia cinematográfica, sólo soy una espectadora, y en tal sentido sé que es limitado lo que puedo escribir. No puedo justificar con tecnicismos por qué "The Last Farm" está entre las mejores películas que he visto en toda mi vida.
Como un diamante, esta película es perfecta, es eterna, es brillante. Así como el diamante se gesta en las entrañas de la Tierra esta película surge de lo más profundo del espíritu humano. Es pequeña y es inmensa. Invaluable. Son diecisiete minutos de belleza en los que Rúnarsson nos hace saber cuánto conoce y respeta a los hombres que viven intensamente y no se dejan domesticar.
Hrafn es un viejo que vive en una granja a orillas del mar en una zona remota de Islandia. En menos de dos minutos sabemos que su vida es y ha sido dura. Su elección ha sido mantenerse fuera del sistema, en cuerpo y alma, lo más alejado posible del mundo del consumo que se pueda estar. Pero Hafrn no es un hippie que migró de la ciudad al campo, ni lee a Osho; él nació en esas tierras frías viendo cada mañana el mismo horizonte gris del océano, las mismas playas y montañas que conservan su nieve en verano. Allí vivió con Gróa y allí nació su hija. Allí pescó, quizás crió animales, construyó su casa y llevó y trajo con su camioncito volcador todo lo necesario para subsistir en su granja. Y trabajando rasgó el pullover que seguramente Gróa le tejió.
Lo que sigue en los restantes quince minutos no lo contaré. Pero es una de las las expresiones más sensibles que pude encontrar sobre el amor, sobre la vejez y la muerte, sobre las convicciones y la forma de vida que se elige.
Rúnar Rúnarsson tenía sólo veintisiete años cuando rodó este corto. Me pregunté cómo era posible que una persona tan joven supiera tanto sobre la vida de los ancianos. Y busqué información sobre él. En un reportaje leí que toda su infancia compartió gran parte de su tiempo con sus abuelas, con quienes conversaba y con una de las cuales solía pasar un mes al año en su casa, alejada de los centros urbanos islandeses. Entendí entonces como emerge en “The Last Farm” - y también en “Volcano” (Eldfjall), otra gran película de Rúnarsson- la punta del iceberg de la que hablaba Hemingway. Por debajo de los diecisiete minutos de rodaje hay miles de horas dedicadas a escuchar y contemplar la vida de sus abuelas, y todas esas palabras, imágenes y sonidos cristalizaron en el diamante que gestó unos años después y que, según sus palabras, ofrece como un tributo a sus ancestros.
“The Last Farm” es del año 2004 y Volcano, de 2011. En 2012 Haneke, estrenó “Amour”, película por la que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes y el Oscar a Mejor Película Extranjera, entre otros premios. Habiendo visto las tres películas tengo la certeza absoluta de que el consagrado y septuagenario Haneke le robó descaradamente y sin pudor a Rúnarsson y ni siquiera así, con toda la maquinaria y las grandes figuras a su servicio, logró llegarle a los talones al joven y gran director islandés. Si yo, que soy una simple espectadora, me doy cuenta de eso, ¿cómo no van a saberlo quiénes entregan los premios? Sentí vergüenza ajena mientras veía “Amour”, y luego indignación.
Seguí buscando información sobre Rúnarsson en internet. No abunda. Algo hay sobre la película que hizo en 2015 y todavía no pude ver. Encontré su facebook., tenía 357 “Me Gusta” y con el mío, ahora, 358. Ojalá quien lea esto pueda acceder a la película, verla, disfrutarla y hacerle un poco de justicia.
Crotalus
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3
26 de abril de 2016
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terminó la película. La sensación de incomodidad que me acompañó durante todo el metraje se hace más consistente. Hay algo intrínseco a la película y no a la historia del crimen que le dio origen que me molesta.
Vamos primero a los aspectos más evidentes: buena actuación de Francella, un par de escenas muy bien construidas -como la última escena en Tribunales-y una ambientación aceptable. El guión, a cargo del mismo Trapero, tiene errores en los diálogos en los que usa giros idiomáticos actuales para reconstruir hechos de hace treinta años (un ejemplo: cuando Alejandro saluda a Ricardo Manoukian, le dice “¿Qué onda?”, expresión de uso sólo en los últimos años y otros ejemplos por estilo). Por otro lado, llama la atención que los personajes salen a la calle en pleno mes de agosto vestidos con pantalones cortísimos y camisas de verano, como si la película estuviera dirigida a los espectadores del hemisferio norte más que a los del sur, donde verdaderamente ocurrieron los hechos. Son detalles, pero hacen tanto ruido como ver un tomacorriente detrás de Napoleón.
Cuando se narra una historia, en el formato que sea, el autor busca los recursos que le posibiliten contar una metahistoria, si se me permite acuñar el término, una historia nueva y a veces oculta que se construye con los fragmentos de otra historia, que en este caso es inasible por su extensión, porque es la vida real. “El Clan” no es un documental, Trapero ha elegido qué contar de la infinita sucesión de momentos que compusieron la vida de la familia Puccio. Y no sólo elige qué contar sino cómo hacerlo: los primeros planos a la linda cara de Peter Lanzani (Alejandro), mostrando una vez tras otra que el chico sufría, que el padre lo dominaba pero él tenía buen corazón y que casi lloró cundo se enteró de la muerte de su amigo Manoukian. También mostró que Alejandro era capaz de enamorarse, que quería a sus hermanos y era un buen hijo y mejor deportista. Muestra a un padre que proviene del mismo infierno, una madre pusilánime y un gobierno de facto protector de los criminales colaboradores. Esas elecciones nos cuentan una historia pero también nos hablan de su autor y de aquello que persigue cuando pone las manos en la masa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Crotalus
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3
11 de abril de 2016
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El talento es una virtud que, en la mayoría de los casos, se agota con el tiempo. Tenemos en el cine, la música, la literatura y hasta en la ciencia incontables casos. Si pensamos en algunos ejemplos en lo referente al cine (el Spilberg post La Lista de Schindler, el Pablo Trapero posterior a El Bonaerense, Brian De Palma desde los años '90, etc) no se puede entender qué los llevó a producciones de tan bajo nivel después de haber conocido la gloria. Y están los otros, los que por tener un talento extraordinario -o una prudencia sabia- se mantuvieron al tope de las expectativas propias y ajenas hasta su muerte: Sidney Lumet, Stanley Kubrick, Bergman, por ahora James Cameron y otros más. Hasta ayer, cuando vi Los odiosos ocho, Tarantino entraba para mí en esta última categoría. Dijo que se retiraría luego de su décima película, para no hacerlo cuando la gente se canse de él sino en lo más alto de su carrera. Me parece que hizo mal el cálculo.
Después de haberme aburrido durante 167 minutos intento comprender cuáles son las claves del fracaso: la primera, en esta historia no hay buenos y malos, algo que parece tan elemental es fundamental en las historias violentas, porque para empatizar con la violencia debemos asistir primero al sufrimiento del bueno, que es la condición que nos hace después disfrutar de su venganza. Aquí -eso sí, como su título lo indica- todos los personajes principales son odiosos y lejanos y nos da lo mismo que mueran, que revienten o que se vayan felices andando a caballo por el bello paisaje de Wyoming.
Algo que no dejó de sorprenderme es el ritmo de la película. Que una película de Tarantino sea lenta y pesada es casi un oxímoron. Los campos nevados llegan a saturarnos y los caballos con la diligencia filmados sin pausa durante minutos desde todos los ángulos posibles nos hacen pensar si no se trata de un homenaje malogrado y lamentable a “El caballo de Turín”.
La sangre, siempre presente en Tarantino de esa forma exagerada y grotesca que lo caracteriza, toma aquí un matiz escatológico al presentarse en forma de vómito, que resulta tan desagradable como la obscenidad innecesaria y nunca antes vista en sus anteriores películas.
Es este un Tarantino desvirtuado y triste que parece haber perdido el rumbo. Esta fue su octava película, todavía faltan dos para que se retire. Por algo será que dicen que el siete es el número sagrado.
Crotalus
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2
29 de noviembre de 2013
22 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tenía grandes expectativas puestas en esta película; luego de haber visto“Precious” sabía que su director es un especialista en manipular al público distraído y de lágrima fácil.
Esta vez la apuesta de Lee Daniels fue un intento descarado para ganar la estatuilla en los próximos premios Oscar. Como la astucia de Daniels se nutre de las limitaciones de su público, haciendo jugadas de la misma conveniencia política que quienes siguen detentando el poder, lo más probable es que este farsante del séptimo arte logre su objetivo en el 2014.
La película es banal. Y a la vez es perversa, ya que utiliza el sufrimiento que los negros han padecido en EE.UU. con el fin de hacer propaganda política para Obama. Lo hace contando un fragmento de la historia del país que le enseña al mundo entero sobre derechos y libertades desde la mirada de Cecil Gaines, un mayordomo afroamericano de la Casa Blanca, cuyas virtudes más allá de llevar bien la bandeja no podría precisar. En la sucesión de presidentes desde Eisenhower hasta Reagan, todos excepto estos dos y Nixon (por razones obvias: eran republicanos y uno de ellos fue además el borracho protagonista de un escándalo) son presentados como personajes afables, casi inocentes, llegando al paroxismo de la banalidad perversa el la figura de Kennedy: muchachito tierno de ojos claros y buen padre de familia que nada parece haber tenido que ver con la Guerra Fría, las intervenciones de la CIA asesinando jefes de estado, el ataque a Cuba o el sostenimiento de la guerra de Vietnam.
El poster que publicita la película merece un párrafo aparte. Presenta a este mayordomo con el puño en alto, en signo de protesta y a la Casa Blanca en su otra mano. Si algo no fue Eugene Allen (el verdadero nombre del hombre en quien se inspiró la historia) es un revolucionario. Fue un negro dócil, un “negro de casa”, como se decía siguiendo la lógica racista de la mayor parte de la población norteamericana. Como a cualquier negro de aquella época no le faltarían razones para crecer y vivir con miedo, y es entendible que así fuese, pero no es honesto que lo presenten como un Martin Luther King infiltrado en la Casa Blanca.
A los personajes les falta profundidad, nunca llegamos a sentir empatía con el pobre Cecil, a pesar del talento de Forest Whitaker, y mucho menos con los demás personajes. Demasiadas historias de vida cruzadas con el fin de mostrar la posibilidad de la pluralidad. Daniels nada por la superficie, no se pone el snorkel ni por medio minuto y el resultado es que el espectador sólo llega a construir sospechas sobre la naturaleza de los personajes y de los EE.UU. como nación que resulta luego demasiado aburrido tratar de confirmar.
La historia de Cecil está desprovista de ideología pero no de sus consecuencias. Como le sucede a mayoría de la gente. Quizás por eso, cuando la película terminó mi asombro fue inmenso al comenzar a escuchar los aplausos -conducta colectiva para mí inexplicable en el cine, salvo que se encuentre presente en la sala el director- de un público complacido con el producto mainstream que acababan de consumir. Y eso no fue todo: cuando se encendieron las luces pude ver que a mi izquierda una mujer sostenía un pañuelito para secarse las lágrimas y a la derecha de mi prima, sentada a mi lado, otra mujer estaba en idéntica situación. No pudimos evitar la carcajada ni comentar: “Qué mal que estamos”.
El Nobel de la Paz para Obama y el Oscar para Daniels. Esa es la realidad. De cine, mejor no hablemos.
Crotalus
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10
31 de octubre de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la mejor serie que vi en mi vida.
Después de haber visto las cinco temporadas completas puedo asegurar que, tal como la rankean, B.B. va mejorando a medida que avanza, transformándose en una experiencia más adictiva que las metanfetaminas. Para quienes disponen de una temporada en DVD o en formato avi es casi imposible ver sólo un capítulo por día. Y esa adicción tiene, a mi entender, varias causas con efecto sinérgico.
El guión es sencillamente genial. Vince Gilligan debió haber trabajado muy arduamente para escribir una historia tan elaborada y a la vez tan accesible para el público en general. Tiene la estructura de la cebolla: uno puede quedarse con la imagen externa, que está muy bien, pero también hay capas y capas debajo de la superficie para ir quitando y analizando si uno lo desea, hasta llegar al corazón y encontrarnos con una obra que además de la intriga y la acción, nos muestra que el ser humano es siempre muy complejo, más allá de que cada uno sea capaz o no de darse cuenta de su propia complejidad. No hay personajes planos, todos cambian con el tiempo, como sucede en la vida real, y nos interesa lo que va a pasarle a cada uno de ellos a medida que los vamos conociendo, con una o más facetas que nos son familiares y absolutamente creíbles.
Tiene profundidad filosófica -y no estoy exagerando. Con una obra cuya trama se desarrolla en el mundo del narcotráfico llegaron a lograr, para quien sepa leerlo, una visión existencial frente al universal conflicto de la muerte, que ni aun muchísimas películas europeas de lo más aburridas y que se lo han propuesto han llegado a alcanzar.
W.W es un personaje único. No es mejor que Tony Soprano, pero a diferencia de él no se interesa por las mujeres de los prostíbulos, ni por otros placeres vulgares como la comida en exceso o el juego. W.W. hace negocios con la mafia pero desconoce el código de honor que se respeta en el submundo cuasi ideal de Vito Corleone. Walter no maneja los códigos mafiosos porque él pertenece al mundo académico, un mundo del que es sacado en forma abrupta por la sentencia de muerte de su enfermedad. Es sumamente inteligente pero no usa su inteligencia ni para destruir al mundo ni para salvarlo, sólo la usa para su propio placer sin ser por ello el típico nerd que deviene en asesino serial. Es un personaje sofisticado que no encaja en ningún estereotipo y por eso B.B. es tan impredecible como Game of Thrones, porque vamos conociendo a Walter, pero no tanto como creíamos y eso sucede desde el capítulo 1 hasta el final.
Hay que destacar también el talento de su elenco. Mis preferidos: Bryan Cranston (Walter, ofcors), Aaron Paul (Jesse) y Dean Norris (Hank). Incontables las escenas a rescatar en este sentido, pero como ejemplo, una: el momento en que Walter está dando clases y siente náuseas ¿cómo hace este Bryan Cranston para hacernos ver tan sutilmente que está conteniendo sus ganas de vomitar mientras les habla a los alumnos? Es para que los que estudian actuación la vean una y mil veces, como un simple ejercicio didáctico.
Otra clave de lo más acertada: no se dicen disparates científicos, no subestiman al espectador. Se tiene respeto por quien está al otro lado de la pantalla y eso se demuestra cuidando que todos los detalles que tienen que ver con la química están controlados al milímetro. (Al respecto una pequeña digresión: ¿alguien vio el trailer de la remake colombiana de B.B.? - http://www.youtube.com/watch?v=PoH2gu7snwc - ¡Dios mío! ¡Cómo se atreven! Ni siquiera un poco de respeto. Por supuesto, como lo dice la letra de esos contratos tienen que copiar el formato en forma exacta. Lo que no pudieron copiar, por razones obvias, es el idioma. Entonces le pusieron como título “Metástasis”. Yo me pregunto cuál metástasis porque W. sólo tiene cáncer de pulmón. Pero eso no es lo peor: todos hemos visto que en la presentación de B.B. los nombres de los actores y actrices, tienen cada tanto una letra o dos remarcada en color, con una mayúscula y rodeados por un recuadrito. Bueno, en la presentación del trailer colombiano también, sólo que las letras que remarcan son cualquier par de letras tomadas al azar. ¡No se dieron cuenta de que los recuadros simulaban los de la tabla periódica y que las letras eran símbolos químicos! Como si esto fuera poco, remarcan letras sin sentido dentro de palabras que sí contienen símbolos y algunos recuadros hasta incluyen un acento. Vergonzoso. Eso sí es subestimar al público. Deberían rescindirles el contrato por animales)
Las escenas de violencia tienen la carga justa y están filmadas al mejor estilo norteamericano. No nos dejan sabor a poco y a la vez queda fuera de campo aquello que resultaría desagradable ver. Un equilibrio perfecto.
No sé qué van inventar después de Breaking Bad los que escriben y hacen series. Es una vuelta de tuerca que no tiene retroceso, por compleja, por divertida, por inquietante. Por adictiva. Por todo eso uno quisiera que fuera interminable. Pero un día, muy a nuestro pesar llega el último capítulo y a partir de ahí entramos en período de abstinencia. Aunque pensándolo bien no estaría nada mal verla por segunda vez...
Crotalus
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