Un romance blandito para exhibir el encanto del director-protagonista. Recordaré la película por la secuencia de la canción "Nonqonqo", escrita por Miriam Makeba y cantada maravillosamente por Letta Mbulu.

Guión escrito por el director y dos de sus hermanos. Una simpática historia que retrata con humor y mimo a la comunidad negra de Brooklyn. La niña protagonista es una delicia, la madre una guapísima mujer con estilo de reina y el padre un ogro amoroso y protector, lo que ilustra bien lo positivo del recuerdo infantil del director.

Una de las películas que se cita como representación del "Black US indie cinema" en la década de los noventa. Es verdad que retrata bien la escisión de la comunidad negra entre la integración y la delincuencia, pero cae en los topicazos fílmicos cuando cuenta la historia de amor de los protagonistas.

El título se refiere a la lengua bantú hablada en Ruanda y la historia se centra en el genocidio de 1994: en tres meses, de abril a julio, fueron asesinadas más de ochocientas mil personas de la etnia tutsi y también hutus moderados. El gobierno hutu promovió la masacre utilizando la radio como herramienta para envenenar el alma de sus súbditos. La película hace el loable esfuerzo de intentar explicar un entramado de circunstancias que favorecieron uno de los episodios más infames de la historia reciente, articulando el argumento en siete fragmentos que se conectan entre sí en ciertos momentos.

Una película muy atractiva: por el movimiento de la cámara, por el tratamiento del color, por la frescura que transmiten los personajes y por la historia: una pareja de color, él viéndolo todo en blanco y negro, en un esquema vital de arrinconamiento que responde a la realidad de la ciudad de San Francisco, y ella tendiendo al aburguesamiento, intentando tener una visión del mundo menos restringida pero irremediablemente más integrada en una sociedad injusta, la otra cara de la ciudad.