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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
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Críticas 1.293
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
3 de marzo de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante mi absoluto respeto por la figura de Pedro Olea, un realizador que siempre se ha esforzado por conciliar comercialidad con calidad, desafío superado en ocasiones con notable (Pim, pam, pum... ¡fuego! y Un hombre llamado Flor de Otoño), y en otras con menos éxito (Tormento, No es bueno que el hombre esté solo). Olvidaremos piadosamente lo de Juan y Junior en un mundo diferente. Más allá del jardín no se cuenta entre lo mejor de su filmografía. Está basada en un tostón de Antonio Gala que combina mujeres necesitadas de amor y otras hierbas, hijos gay, amantes gay, amantes macho alfa, adulterios con jovencitas, y redención como única salida. Palmira está de muy buen ver (Concha Velasco: cuerpazo y ojazos), pero su marido ni la toca, enfrascado en sus negocios y en nínfulas de buen ver. Ella, salida como la pipa de un indio, no necesita sólo amor, sino algo más sólido, tumefacto incluso mejor, y entrega su cuerpo a un hombre que no puede corresponderla, y después a un sinvergüenza que, encima, la chantajea. Una dolorosa tragedia familiar la impulsa a marcharse a la peligrosa
Rwanda, con el fin de ayudar a la población y reencontrar al hombre al que amaba (Giancarlo Giannini y sus ojeras). La realización adopta un formato de culebrón televisivo muy poco grato, por el que desfilan rostros hoy consagrados (Ingrid Rubio, Eduardo Noriega, y la singular Martirio, aquí sin gafas de sol, que aporta un toque de exotismo a la trama). Debo confesar que, con esa osadía y desdén tan propios de la juventud, yo menospreciaba a Concha Velasco por haber sido la amante del director fascista por excelencia del cine español, y por aparecer en bodrios de eso que se llamaba comedia a la española. Después, comprendí que hay que comer, y los años 50 no debían ser muy halagüeños para la gente de la farándula. De no ser por ella, Más allá del jardín se vendría abajo. De hecho, si por algo vale la pena la película, es por Concha. Sólo lamentamos que apenas muestre su excelso cuerpo, pero lo que hay es lo que hay.
Eduardo
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4
1 de marzo de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, porque ya sabemos que los conocimientos geográficos de los estadounidenses, fuera de su propio condado, son escalofriantemente escasos. Krakatoa, el volcán que hizo erupción, se halla al oeste de Java, no al este. Aclarado este monumental fallo, reseñar que esta película fue una de las últimas producciones de Cinerama, y bien se la podían haber ahorrado. Aunque se adelanta en tres años a la moda del cine de catástrofes impulsada por el monstruoso éxito de La aventura del Poseidón, sus valores son endebles, cuando no inexistentes. Los cromos dan pavor, me refiero a los efectos especiales, realizados a base de maquetas infames, fondillos y miniaturas, con explosiones que las tracas falleras mejoran con matrícula. Durante la primera parte, como es habitual, van desfilando los personajes encerrados con un solo juguete, en este caso el Batavia Queen, el barco que se dirige a las aguas de Krakatoa en busca de un cargamento de valiosas perlas, con algunos convictos forzados a bordo. Más que personajes son estereotipos, tópicos andantes que sueltan frases capaces de alimentar la ira del santo Job. Les dan vida, por decirlo de alguna manera, actorcillos de tres al cuarto que desaparecieron más pronto que tarde de circulación, comandados por un Maximilian Schell de rara inexpresividad. La cinta se arrastra durante un metraje excesivo, pese a que fue piadosamente cercenado por la productora. Cuando llegan las fallas, digo las tracas, digo el enfurecido momento del volcán, uno ya está demasiado harto de necedades para hacer caso de los horrores que plasman las imágenes. Bernard L. Kowalski regresó de inmediato a su entorno natural, la televisión, de la que no debería haber salido jamás, y Al este de Java se hundió en las profundas aguas del olvido, hasta que la 2 la resucitó el otro día. Amén.
Eduardo
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5
26 de febrero de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Catherine es rica, triunfa en su profesión de ginecóloga, lo tiene todo, pero se aburre en la cama. Su marido y ella ya no follan. ¿Es culpa de ella? ¿De él? ¿De ambos? Decidida a averiguar si su hombre le pone los cuernos, contrata los servicios de una prostituta de lujo, cuyo nom de guerre es Nathalie, para poner a prueba la fidelidad de Bernard. Por supuesto, Nathalie tendrá que informarle de todos los detalles escabrosos de su presunta relación con Bernard, incluidos los más íntimos, faltaría más. La historia irá dando giros y giros, hasta desembocar en una conclusión acaso sorprendente... Es lo que solemos llamar una película terriblemente francesa, gente guapa y rica que no sabe hacer nada con su vida, puesto que, en principio, lo tiene todo. Una vez definido un propósito, no se detiene ante nada para lograr su objetivo. ¿Recordáis aquello de "los ricos también lloran"? Pues eso. La historia, pese a su morbillo, no se sostendría sin grandes intérpretes. Fanny Ardant, siempre elegante, siempre contenida, siempre aportando ese matiz, ese gesto, esa mueca reveladora de que va más salida que la pipa de un indio, está perfecta, ravissante. ¿Quién mejor para el papel de Nathalie que una de las más excelsas zorras del cine galo, la incomparable Emmanuelle Béart, inolvidable belle noiseuse en toda su prístina desnudez? Sólo verla de lejos ya te pone inquieto, esos ojos de fiera, la boca depredadora de las mil y una felaciones, su cuerpo de curvas y volúmenes sorprendentemente equilibrados. Ella es la guía del laberinto en el que Catherine se ha metido. El trío se completa con Gérard Depardieu, que sale poco y está comedido. La película puede parecer ridícula en ocasiones, no lo niego, y sólo gente con mucha pasta se puede montar esos embolados. Sin duda es bastante mejor que su estúpido e inútil remake, Chloé, obra de un Atom Egoyan ya en plena decadencia. En cualquier caso, mucho ruido y pocas nueces. Perversión de qualité.
Eduardo
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6
25 de febrero de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una pandilla de policías corruptos, machistas, racistas y asesinos hace la vida imposible a una pareja, puta ella, su chulo él, para que el hombre trabaje de soplón para ellos, con el fin de liquidar a un gangster que se les ha atragantado. Una colección de personajes repugnantes circula por las imágenes de esta película, en que los menos tóxicos resultan ser los residuos de la sociedad. La acción es trepidante y no concede cuartel al espectador, que se queda cubierto de mugre hasta las cejas. Si esos tipos son los que nos defienden, yo me apeo. Gran parte del mérito de la cinta recae en los intérpretes, empezando por una Nathalie Baye que nunca estuvo mejor, la pobre puta de buen corazón machacada por unos y por otros. Comparte cartel con su entonces compañero, Philippe Léotard, al que estaba a punto de cambiar por Johnny Halliday. Siempre entusiasta a la hora de desnudarse, Baye tampoco nos decepciona en este título. Richard Berry es el brutal jefe del grupo de policías que les tortura, en todos los sentidos, siempre a un paso del brote psicótico. Maurice Ronet, casi con un pie en el otro barrio, es el gangster codiciado por los (supuestos) agentes de la ley. Un polar brutal, no apto para todos los paladares.
Eduardo
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4
24 de febrero de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Caramba con la tal Semiramis! ¡Menudo pendón! A ciencia cierta, nadie sabe si existió la tal reina asiria, constructora de Babilonia, pero eso a Primo Zeglio y a su pléyade de guionistas les importa un rábano.Tantas manos implicadas se hicieron un lío, y la película discurre con fláccido aburrimiento, lo cual en un peplum es imperdonable. Esta señora jugaba a varias bandas, y no vacilaba en entregar sus artículos más preciados si con eso lograba sumar un reino más. Aquí se inventan que quedó prendada, que no preñada, de un apuesto esclavo que, por supuesto, también era rey de su pueblo. Entre intrigas, traiciones, alguna que otra batallita mal coreografiada y diálogos de llorar, discurre esta cinta que, si destaca por algo, es por la aparición de Yvonne Furneaux, señora de hipnóticos ojos verdes y suntuosos senos. Si Semiramis era algo parecido a Yvonne, no me extraña las que se armaban. Le da la réplica un gañán, que no galán, importado de Estados Unidos tras comprobarse que no había manera de convertir a aquel cacho carne en un actor. Kansas busca a un asesino (1960) fue su gran oportunidad, cuando encarnó al famoso gangster Pretty Boyd Floyd, pero ni por ésas. Su máximo momento de gloria fue cuando posó en bolas para un desplegable de Playgirl en 1974. Poca coña, que estaba a punto de cumplir los 50. En cuanto a la Furneaux, tras pasear sus curvas y valles por alguna película destacable (La dolce vita, Repulsión, La momia versión Terence Fisher), tuvo el mal gusto de casarse con un hombre adinerado y retirarse a vivir a Lausana, la muy desagradecida. Duelo de reyes no aporta nada, y encima adormece. Pensadlo dos veces.
Eduardo
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