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Críticas de Vic
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
El último vals
Concierto
Estados Unidos1978
7,9
4.740
Documental, Intervenciones de: Bob Dylan, Van Morrison, Neil Young, Joni Mitchell ...
10
24 de marzo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Crítica para "LA VOZ EN OFF" de esturionmusic.com)

En los últimos tiempos de la peseta, siendo un mocoso que ni siquiera tenía la virtud de haber recibido la santísima primera comunión —amén—, trepé por el sofá donde mi padre recién se recostaba y me repantigué en silencio, solemne y formal, mirando fijamente la pantalla del televisor. Por lo general se tornan parcos en nitidez los recuerdos de la niñez, aunque algunos se autotatúan perviviendo cuasi indemnes a la acumulación de las motas de polvo; imperturbables a esos residuos pontificados por el puñetero esprint del segundero, indiferentes al batiburrillo de lugares, palabras y olores que terminan bailoteando en la memoria con las arritmias de un guateque del inserso.

Pajaritos por aquí, pajaritos por allá, la cuestión es que la noche anterior habían cenado en casa unos familiares, y como solía hacer en los escasos minutos que descansaba de dar la matraca —más por obligación paterna que por voluntad propia—, clavé resignado mis diminutas posaderas en una sillita cerca de la mesa y puse la oreja. Observaba sus ademanes, me sumergía en sus conversaciones, aunque no pillara ni papa, ávido por descubrir, ya puestos, alguna perla del mundo de los mayores, de ese universo tan desconocido, prohibido y fascinante a ojos de la sedienta curiosidad de un crío. Mi padrino, precisamente, informó a mi padre de que al día siguiente televisaban "El Padrino", y todavía logro entrever aquella mueca de satisfacción que se dibujó en su rostro. A continuación intercambiaron una retahíla de comentarios que traquetearon mi atención: ¿Qué sería eso de la mafia? ¿Por qué habría familias en guerra? ¿Un padrino como el mío era el jefe? No entendía nada. Pero tampoco pregunté. Mañana, me dije, como quien no quiere la cosa, ahí estaré. Papá, al observarme tomar asiento tan sigilosamente, sonriendo intentó persuadirme con argucias del tipo: es para mayores, es muy compleja, te vas a aburrir. Ja, aquellos envites me retenían con mayor firmeza en el salón; ya sabía yo cómo se las gastaban los adultos, lo embaucadores que podían llegar a ser con sibilinas tretas como la de Los Reyes Magos, así que de ninguna manera me la iba a dar con queso, aquel renacuajo de allí no se movía. Y de repente...

De repente un llanto de trompeta me atravesó. Tal cual.

Comenzaba por esos años a desperezar poco a poco el oído, pero aquella fue la primera vez que tomé verdadera conciencia del abismo emocional que puede habitar en unas cuantas notas musicales. A partir de aquel día, además de prenderse la chispa que fuera espoleando mi incondicional pasión por el cine, cada vez que se cruzaba en mi camino esa partitura, el reloj se detenía, mis ojos se cerraban extendiendo un lienzo de oscuridad, y durante unos instantes sólo existían los colores que esbozaba la sangrante melodía, aquella nana taciturna que me embelesaba con su bella tristeza, y que enseguida se convertía, con la conjunción progresiva del resto de instrumentos, en un florido y melancólico vals que no se demoraba en sacarme una sonrisa de puro regocijo.

"The Godfather Waltz", la imperecedera pieza compuesta por Nino Rota para la obra maestra de Coppola, por una burda asociación de títulos fue lo primero que me vino a la mollera al tropezarme con "The Last Waltz". No obstante, el mamporro que encajé a las primeras de cambio, aunque no similar en magnitud, sí fue comparable en intensidad. No lo podía creer. No podía creer que en el apogeo de la edad del pavo, pese a que estaba bastante más preocupado en escuchar día sí y día también álbumes contemporáneos como el "Radio Bemba Sound System", el "Origin of Symmetry", el "Planeta Eskoria" o el "Hybrid Theory", todavía no conociera, al menos de oídas, el nombre de esos tíos cuyo magnetismo había tardado dos minutos en alelarme con "Don't do it". No podía creer, cuando emergieron los créditos finales mientras se alejaba la cámara desamparando sobre el escenario a aquellos virtuosos que tocaban su último vals, que esos cinco no compartiesen el protagonismo que tenían en boca del populacho los omnipresentes The Beatles, Led Zeppelin, Pink Floyd, y tantos y tantos otros grupos archiconocidos. No-lo-podía-creer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vic
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8
30 de junio de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aron Ralston es a partir de hoy uno de mis ídolos, el novio que querría para mi hermana o el individuo que quiero ser de mayor. Un tío aventurero al que ningún obstáculo puede frenar, sea una grieta, una roca, su propio brazo…

La película nos muestra al personaje en una situación límite, una de esas experiencias que la mayoría ni hemos vivido ni viviremos, en la que afloraría el instinto de supervivencia que tenemos escondido bajo nuestro monótono bienestar. Una odisea dura y agobiante que pone de manifiesto, de nuevo, que la realidad puede llegar a superar a la ficción.

También queda de manifiesto que Danny Boyle tiene algo de idea y estilo a la hora de hacer películas, manejando el ritmo narrativo como nadie tanto a ralentí como con agresivos acelerones. Para ello utiliza varios planos simultáneos, una música electrizante y una estética propia de un videoclip de música house, como ver un reportaje de Jose Luis Calleja yendo a cien por hora en la caravana de Pocholo mientras escuchas “Smack my bitch up”. Este cineasta podrá tener más adeptos o detractores, pero si hace diez años me preguntas cómo me imaginaba el cine del 2011, este sería un buen ejemplo.

Obviamente es imposible comentar algo sobre la peli sin mencionar al brazo que la sostiene, James Franco, un actor al que no le va a faltar curro a partir de ahora y que vamos a tener en cuenta aunque no seamos quinceañeras con acné. El joven actor devora uno de esos papeles que cualquier aspirante a estrella desearía: hora y media de protagonismo en el que sacar tu mejor repertorio. Sin duda cumple, y con creces.

127 horas es, al mismo tiempo, un crudo retrato de la desesperación y un alegre canto a la vida, toda una experiencia que nos puede hacer reflexionar sobre las nimiedades por las que en ocasiones nos preocupamos, y que perderían toda su banal importancia si tuviésemos una roca de quinientos kilos aprisionándonos. Por cierto, no olvidéis si decidís ir de excursión a la montaña, llevar encima una navajucha multiusos, aunque sea de los chinos, nunca se sabe…
Vic
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No Direction Home: Bob Dylan
Documental
Estados Unidos2005
7,8
5.211
Documental, Intervenciones de: Bob Dylan, Joan Baez, Allen Ginsberg, Pete Seeger ...
8
25 de enero de 2016
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Palabras mayores, señoras y señores. Preguntad a cualquier cinéfilo de pro que se haya empapado de la filmografía de Scorsese, cuáles de los trabajos del neoyorquino le hacen más tilín. Soslayando la evidente perogrullada, puesto que un sujeto que no haya repasado el currículum de Don Martin ni es cinéfilo de pro ni de proa, por norma ante semejante cuestión emergen de la respuesta títulos que merecidamente copan el imaginario colectivo: “Uno de los nuestros”, “Taxi driver”, “Casino”, “Toro salvaje”... Pero si además ese susodicho cinéfilo de pro, que lejos de ser un impostor se ha dejado caer inclusive por alguno de los documentales del reputado director, siente especial predilección por la música, ni mucho menos sería descabellado imaginar que en aquella lista scorsesiana incluiría “No Direction Home: Bob Dylan” en los puestos de honor (quizá también “The Last Waltz”, aunque ese último vals ahora mismo son otros López). “¿No direction lo qué? ¡Esa no la he visto!”, pensarán varios despistadillos. Pues mal hecho, troncos.

Mal hecho porque estamos ante casi tres horas y media de una densa y jugosa travesía. Ahí es nada. Mas como ocurre con las grandes obras el film atesora la virtud de contraer el espacio-tiempo y esfumarse en un tris. O por lo menos esa sensación tiene este menda cuando hacia el final aparecen las letras blancas sobre fondo negro mientras Dylan le canta a un público hostil aquello de “How does it feel?” de la soberbia “Like a rolling stone”.

En dicha travesía asistimos a la paulatina transformación del joven Robert Zimmerman (criado en un gélido pueblo minero de Minesota del que renegó prácticamente desde la infancia) hasta convertirse en uno de los principales y más controvertidos iconos de la música en la segunda mitad del siglo XX (imposible entender este proceso de autoafirmación sin la figura de Woody Guthrie, a quien idolatró, imitó y a posteriori homenajeó). En buena medida es el propio Bob quien nos permite hacernos una composición de los hechos mediante las honestas confesiones que, pasándose los edulcorantes por el forro, regala al etéreo entrevistador. Confidencias aderezadas por acotaciones de artistas coetáneos y demás personajes que compartieron vivencias con él, confluyendo en descifrar un portento en ciernes cuyo apetito voraz de experiencias y conocimiento llevaría a perpetrar alguna que otra controvertida anécdota derivada de la astucia, y por qué no decirlo, de la sinvergonzonería más ambiciosa. En efecto, en este mejunje de canciones y viajes (físicos e interiores), ligado por impagables imágenes inéditas y por el pegamento de un trabajo de contextualización histórica a la altura de un realizador con el talento por castigo, se nos reparten las cartas boca arriba sin trampa ni cartón.

Esta esponja humana al que apenas bastaron un par de meses sumergido en los locales del Greenwich Village para interiorizar la esencia de una suntuosa colección de artistas y hacerla carne de su carne, elevándola a la excelencia con la amplificación de su privilegiado ingenio, rompió los moldes y ninguneó las expectativas de algunos de sus colegas, pero sobre todo de una airada porción de un público que sintiéndose traicionado por la electrificación de su folk acústico, mutó la idolatría en pataletas continuas. Pero a él, cómo no, lo que pensase o ladrase el resto del cosmos se la traía bastante al pairo. Con la fría determinación de quien se sabe libre y poderoso, con ese gesto desafiante y chulesco del que tiene la sartén por el mango, tras oír lindezas como “¡Judas!”, se giraba hacia su banda (The Band, peccata minuta...) y soltaba: “Play it fucking loud!”.

“Plat it fucking loud!”, que en cristiano significa algo como: “¡Hagamos que estalle la cabeza de ese memo!”.


(Crítica para "LA VOZ EN OFF" de esturionmusic.com)
Vic
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