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Críticas de travis braddock
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Críticas 152
Críticas ordenadas por utilidad
4
28 de mayo de 2015
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sean Penn siempre ha tenido el aura de ser un verso libre, alguien que sigue un camino propio, no siempre predecible. A principios de los años 80 logró su primer papel de relevancia como el estrafalario Jeff Spicolli en ‘Aquel excitante curso’, un rol cómico que es una de las raras excepciones en las que el actor ha hecho reír ante la cámara. Y es que su carrera ha estado marcada por las interpretaciones de personajes en ocasiones oscuros, muchas veces ambiguos, en filmes como ‘Atrapado por su pasado’, ‘Pena de muerte’, ‘Acordes y desacuerdos’, ‘21 gramos’, ‘Mystic River’ o ‘Mi nombre es Harvey Milk’, que le valieron estas dos últimas los Oscar que actualmente posee. Ese deseo de dar vida a historias que representaran los claroscuros del ser humano también se ha visto refrendado en sus incursiones como director, con ‘Extraño vínculo de sangre’, ‘El juramento’ o ‘Hacia rutas salvajes’. A pesar de trabajar durante años en el sistema de grandes estudios, Penn se ha mostrado contrario a muchas ideas y muchas políticas de Estados Unidos y ha dado que hablar con sus críticas a la guerra de Irak y su apoyo al presidente venezolano Hugo Chávez, al que lloró en su muerte. Y a pesar de no ser muy favorable a la vida frívola y endogámica que muchas veces se vende desde Hollywood, eso no le ha quitado de emparejarse con celebridades, caso de sus matrimonios con Madonna y Robin Wright o relaciones con Scarlett Johansson y Charlize Theron. Esa contradicción puede sacar de quicio o ser la evidencia de la paradoja que muchas veces nos envuelve a lo largo de nuestras vidas. Y fruto de esa paradoja, ahora Penn ha decidido aparcar de momento los personajes complejos para convertirse en héroe de cine de acción en ‘Caza al asesino’.

‘Caza al asesino’ es una adaptación de la novela de Patrick Manchette, “Prone Gunman”, que podría ser la primera de una trilogía formada también por otras dos novelas tituladas “3 to Kill” y “Fatale”. Y en las tareas de dirección está el francés Pierre Morel, un discípulo de Luc Besson que ha colaborado en algunos de los títulos europeos más taquilleros del cine contemporáneo, como ‘Distrito 13’, ‘Desde París con amor’ y sobre todo ‘Venganza’, un thriller que supuso el paso de Liam Neeson de los papeles de carácter a los de matón maduro sin contemplaciones. No sé si Sean Penn, ya cincuentón, querrá seguir sus pasos, pero lo cierto es que su implicación en ‘Caza al asesino’ no se limita a la actuación, pues también es uno de los guionistas y productores de una cinta que por momentos parece un remedo de las de Neeson y por ende, de todos esos productos de acción que hace años protagonizaban Stallone y Schwarzenegger.

La estructura de ‘Caza al asesino’ se hace muy reconocible ya desde los primeros minutos de película, cuando vemos a ese francotirador, amigo de sus amigos y amante de su pareja, que debe ocultarse tras una misión que sale mal, antes de descubrir que todo ha sido una trampa urdida por algunos de los más próximos a él. Y ante esta situación, como no podía ser de otro modo, nuestro héroe decidirá tomarse la venganza por su mano. La idea del hombre recto traicionado por los suyos y volcado en la reparación del daño recibido siempre ha venido muy bien para dar prestancia a las ficciones, como la que estableció Alejandro Dumas en “El conde de Montecristo”, con apuntes sobre la bondad y la maldad que existen en el ser humano, de la contradicción entre egoísmo y altruismo y de cómo de cruel puede ser la venganza del que una vez fue bueno y se ha rebajado al terreno del mal. Sin embargo, en el terreno del cine de acción, estas consideraciones se dejan muchas veces fuera para quedarse con lo más superficial de “el que la hace, la paga”, que tanto satisface los instintos primarios y la película de Morel y Penn no se libra de eso.

Sean Penn es un buen actor y sabe también dar empaque a ese francotirador que no duda en emplear la violencia en busca de respuestas, acompañado de unos Idris Elba y Ray Winstone que muestran su saber hacer en personajes sin mucho más recorrido que su carisma. No se puede decir lo mismo de un Javier Bardem que da rienda suelta al histrionismo como villano de la función. Si su papel en ‘Skyfall’ se movía en una fina línea entre lo sublime y lo ridículo, bien controlado por un experimentado director de actores como es Sam Mendes, en ‘Caza al asesino’ Pierre Morel deja claro que le interesa más la pirotecnia y eso también se deja notar en la interpretación del español. Algo de exceso es también esperable en el malo de un producto de este tipo, que apuesta por el mismo trazo grueso en las habituales licencias que se producen a la hora de reflejar los tópicos de cada país. Parte de la trama se desarrolla en Barcelona y sus responsables creen oportuno ambientar una secuencia en una corrida de toros, para que se note que es España, sin saber que en Cataluña las corridas hace años que dejaron de estar permitidas. Uno de esos hechos que colarán en el público internacional poco avisado y que nos dan la risa en estos lares, como cuando se mezclaron las Fallas y la Semana Santa en ‘Misión imposible 2’.

‘Caza al asesino’ es un thriller que gustará a aquellos que disfruten de las películas de venganzas protagonizadas por tipos duros y que para el resto será otra más de tiros y porrazos, esta vez con un Sean Penn al que esperamos ver de vuelta en papeles como los que le han hecho famoso. Y que el hecho de ver a un actor comprometido con sus roles haciendo personajes de este tipo no sea más que una de las paradojas que han cimentado su carrera.
travis braddock
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7
19 de junio de 2012
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos llega "Moonrise kingdom", la nueva película de Wes Anderson, un director que con los años ha creado un estilo propio muy reconocible. Todos sus filmes son una especie de cuentos para adultos caracterizados por temas recurrentes: el colorismo, personajes estrafalarios y bizarros, que usan una vestimenta muy característica que llevan durante todo el metraje o la mezcla de humor absurdo y drama. A Anderson le gusta además construir los planos como si fueran viñetas, con una composición llena de pequeños detalles, que refuerza la sensación de cuento de todas sus obras. El cine de este realizador gusta o repele, no admite opiniones muy moderadas y yo me incluyo entre los que le aprecian, habiendo visto casi toda su filmografía ("Academia Rushmore", "Los Tenenbaums", "Life Aquatic", "Viaje a Darjeeling"), a falta tan solo de "Fantástico Mr.Fox".

En esta ocasión, el realizador se centra en la historia de amor de dos preadolescentes, hablando del descubrimiento y la iniciación de los primeros amores, de dos jóvenes inadaptados que encuentran su mejor refugio en el otro, la parte que necesitaban. Los dos crean un mundo puro, aparte del resto de las personas, no corrompido por unos adultos que hace tiempo que perdieron esa inocencia y viven un presente poco estimulante.

Es precisamente la trama protagonizada por los chavales la más interesante de la película, pues consigue interesar más que la de los adultos, en la que asistimos a la relación de amantes de un guardia de la isla (Bruce Willis) y la madre de la niña fugada (Frances McDormand), que engaña a su marido (Bill Murray). Edward Norton y Harvey Keitel tienen también su parte de protagonismo como dos curiosos boy scouts que mandan en el campamento del niño desaparecido. De este modo, Anderson tiene un reparto de algunos nombres ilustres, que cumplen bien su cometido, aunque el gato al agua se lo llevan los dos protagonistas.

Con todo ello, nos encontramos ante una película que emociona por momentos y que en ocasiones se pierde en la habitual rigidez, del predominio de la forma sobre el fondo de su director, que muchas veces es un pequeño lastre para redondear sus filmes ("Los Tenenbaums" es mi favorito de todos ellos, me parece el más logrado). No obstante, resulta muy apetecible y recomendable para que los que nunca han visto ninguna de las obras de Wes Anderson se inicien en su particular universo.
travis braddock
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8
31 de enero de 2012
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Clint Eastwood se sirve de los mimbres de la clásica cinta basada en hechos reales para ir más allá de la simple biografía y mostrar las aristas de un personaje que fue capaz de amedrentar a todos los presidentes que hubo durante su mandato entre 1924 y 1972, pero que también ayudó a la modernización de los métodos de investigación de crímenes.

Un hombre que detestaba a todo aquel que se saliera del círculo "blanco, protestante y padre de familia" y que ocultaba una homosexualidad que nunca reconoció, influido por las enseñanzas de su madre, que le decía que prefería tener "un hijo muerto antes que uno mariposón". Un hombre de vida privada reprimida que se especializó en saber más que nadie sobre la vida privada de los demás.

A todo ello ayuda la excelente interpretación de Leonardo DiCaprio, que hace tiempo dejó de ser el clásico ídolo adolescente para convertirse en un actor con cosas que decir (aunque la Academia de Hollywood continúe excluyéndolo de los Oscar, parece que siguen viéndolo como aquel niñato de aspecto andrógino que tuvo un golpe de suerte con "Titanic"). Aquí vuelve a dejar constancia de sus capacidades dando vida a un personaje tan complejo como contradictorio. Como es normal en las cintas de Eastwood, el resto del reparto está a la altura de la circunstancias y Naomi Watts y Armie Hammer (el que gracias a los efectos digitales interpretó a unos gemelos en "La red social" y que se muestra como un actor con futuro) cumplen con creces.

Es curioso como Eastwood se ha confeccionado una especie de marca de fábrica en sus últimas películas, sobre todo a raíz de "Mystic River", con esa iluminación tenue, esa melancolía, esa música de acordes sencillos compuesta por él mismo, que se repiten a lo largo de todos sus filmes más recientes. Lo más cercano a un estilo propio que ha tenido alguien que siempre ha sido un artesano del cine.

Una película muy recomendable para todos aquellos interesados en los retratos de gente contradictoria y paradójica, con el toque especial, tan humanista, con el que Eastwood impregna siempre sus historias.
travis braddock
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8
9 de noviembre de 2015
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que muchos aficionados al séptimo arte coincidirán conmigo en que hay dos escalas para medir las películas que nos gustan: las que consideramos estupendas y que quizá conservamos en nuestra colección particular sin gastarlas demasiado y las que no nos parecen tan buenas, pero vemos una y otra vez, como placeres culpables. Por ejemplo, yo considero a ‘2001: Una odisea en el espacio’ como una obra maestra indiscutible, de las que cuando las ves sientes que te transportan a otro mundo, a la pura esencia de ese universo mágico que es el cine. Sin embargo, entera no la he visto más de cuatro veces, algo que no puedo decir de otras que no llegan a su nivel de calidad (en algunos casos admito que el nivel que tienen no es bajo, sino subterráneo) pero que me he echado a los ojos varias veces más. Así como hay gente que se pone películas para tener ruido de fondo mientras hace labores del hogar o para coger el sueño antes de dormir, yo necesito de vez en cuando ver alguna comedia tontorrona o alguna producción romanticona para mejorar el estado de ánimo en los días grises. Y esto me recuerda a lo que siempre decía Carlos Pumares (uno de los primeros culpables de mi cinefilia) en su programa de radio Polvo de estrellas, que cuando llegaba a su casa después del trabajo lo que le apetecía era ver una película de Jean-Claude Van Damme y no una de Woody Allen. Porque hay producciones que se ven sin esfuerzo, por convencionales y previsibles, y otras que requieren de un mayor compromiso por parte del espectador, aunque lo devuelven con creces. Y una de estas últimas es ‘Victoria’.

‘Victoria’ es una película que sabe crear sensación de agobio a pesar de desarrollar buena parte de su metraje en las calles semivacías del Berlín de madrugada. El agobio de verse arrastrado a la aventura en tiempo real de esa gente desconocida, a lo que contribuye esa cámara que parece decidida a no perderse nada y que convierte al espectador en un testigo que acompaña, silenciosamente y sin actuar, a los jóvenes protagonistas. No hay flashbacks ni explicaciones forzadas que nos hagan saber más de ellos, salvo las confesiones que deciden contarse dentro del nivel de las conversaciones que pueden mantener unas personas que han bebido más de la cuenta. Victoria es la más explícita mientras que de los chicos no sabemos ni sus nombres, solo sus apodos y que uno de ellos pasó por la cárcel. A partir de ahí tenemos que imaginarnos de dónde han salido y cuáles son sus circunstancias, esas que para Ortega y Gasset determinan quién es la persona y que, en esos chavales, no parecen ser demasiado buenas. Ella y ellos son personas que posiblemente no se habrían relacionado en otro contexto, pero a las que las circunstancias han unido con esos curiosos vínculos que establecemos con los extraños, con los que tantas veces somos más sinceros que con los que tenemos cerca.

La película se beneficia del buen hacer de la barcelonesa Laia Costa, vista en series como ‘Pulseras rojas’ o ‘Carlos, Rey Emperador’ y que ha tenido que revelarse como actriz de cine en una producción alemana, siendo incluso galardonada por su labor en los premios del cine germano, en los que ‘Victoria’ fue la gran triunfadora. Costa es esa Victoria que tendrá que pasar por una serie de peripecias no del todo recomendables para poder experimentar algo parecido a la sensación que indica su nombre. Porque Victoria ha dedicado buena parte de su vida a formarse como pianista, ensayando durante horas todos los días a lo largo de los años, para que finalmente la dijeran que eso no era lo suyo. Ahora, como tantos otros jóvenes españoles, está en Berlín y trabaja en una cafetería, comunicándose en inglés porque no conoce el alemán ni a nadie de aquel país. Por eso la encontramos al principio de la película bailando sola en una discoteca y a medida que sabemos más de ella entendemos por qué ha decidido seguir los pasos de esos jóvenes de aspecto no muy prometedor que le instan a que vaya con ellos a seguir la juerga en lugar de ir a acostarse. Al principio puede parecernos un poco inocente e imprudente, hasta que nos damos cuenta de que ellos son para ella la promesa de salirse de la rutina ya conocida, donde cada día es igual que el anterior.

‘Victoria’ no es una película hermética ya que en todo momento entendemos lo que está pasando pero, al final, uno termina tan exhausto como sus personajes. Confundido por lo que acaba de ver y por la fisicidad y la tensión que Schipper sabe mantener en todo momento, incluso en los aparentes tiempos muertos. Y es que Victoria ya no es la misma del principio y, mientras muchos otros dormían sin enterarse de nada, ha pasado en algo más de dos horas por una serie de ritos que la han hecho redescubrirse como persona y quizá sentirse más viva de lo que nunca había estado. El filme puede ser leído como una metáfora de la juventud europea de nuestros días, un thriller (que algunos no han tenido problema en destripar), una historia de amor y amistad o un relato sobre la iniciación a la vida de una Alicia que decide entrar en la madriguera del conejo. Pero eso, al igual que sus circunstancias previas, lo tendremos que deducir nosotros. Porque ‘Victoria’ se eleva por encima de su premisa argumental para brindarnos una de esas películas que te dejan pensativo y que una vez vistas dan lugar a ricos debates. De las que quizá no veamos más allá de un puñado de veces por la entrega que nos piden, pero que no por ello dejan de ser lecciones de lo que es el cine y de la capacidad que tiene para crear historias que, sin conocernos, saben hablarnos de lo que nos pasa.
travis braddock
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6
4 de noviembre de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Trueba tuvo que cargar desde sus inicios con el sambenito de ser el hermano de Fernando Trueba ("Belle Epoque", "El artista y la modelo") y de que las malas lenguas pensaran que estaba ahí por parentesco. Con los años ha sabido construirse una respetable carrera como director ("La buena vida", "Soldados de Salamina", "Madrid 1987") y también como novelista (llegando a alcanzar el Premio Nacional de la Crítica por la espléndida "Saber perder"), además de demostrar que tiene el don de la palabra y de saber interesar a los demás en lo que cuenta (cada vez que le veo entrevistado o le he visto en alguna conferencia, escucharle ha sido un verdadero placer). Todo ello me ha llevado a ver esta historia ambientada hace más de 40 años, cuando España era (algo) diferente a lo que es ahora y llevar el pelo largo podía ser motivo de disputa y los embarazos no deseados eran no poco problemáticos.

La película tiene buenas intenciones y el punto de partida es interesante, pero acaba siendo una historia con situaciones, personajes y estilo muy vistos (las escenas familiares del personaje de Juanjo sonarán a "dejá vu" a cualquiera que haya visto un capítulo de "Cuéntame cómo pasó"). Los tópicos facilitan que llegue la historia al espectador, pero hacen que muchas veces no se transmita una verdadera emoción a los que buscamos un poco más que la clásica historia de siempre. Tampoco ayuda una lánguida banda sonora con una guitarra que suena de vez en cuando y que en un alarde de torpeza no resalta ni refuerza nada de lo que se ve en pantalla, haciéndose preferible que no haya banda sonora, más allá del "Strawberry fields forever", que en su primer verso da título a la película de Trueba y que Lennon empezó a componer en el rodaje en Almería de "Como gané la guerra" a las órdenes de Richard Lester.

En cuanto a las interpretaciones, cabe destacar a Javier Cámara, que siempre está mucho mejor cuando no quiere ser el más gracioso de la clase y que sabe componer personajes a medio camino de la ternura y el patetismo. También se defienden muy bien la debutante Natalia de Molina (mostrando un encanto y una dulzura que no se pueden fingir como chica modosita por fuera y aventurera por dentro) y los secundarios Ramón Fontseré y Jorge Sanz (al que debe ser de las pocas veces que se le entiende todo lo que dice). No se puede decir lo mismo de un Francesc Colomer bastante perdido que no acaba de dar la talla como muchacho rebelde.

Así pues, la película se deja ver pero tampoco deja un poso especial después de verla, algo que suele suceder en el Trueba cineasta, más limitado que el Trueba escritor u orador. Y es que, como los protagonistas de la película acaban descubriendo, tampoco se puede ser bueno en todo.
travis braddock
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