La película se abre camino entre la intriga, los malos presagios, los sobresaltos y una constante atmósfera de intranquilidad.
En el aspecto formal evidencia austeridad hasta el máximo extremo y eso repercute tanto en la fotografía como en los efectos especiales que pecan de sobriedad la primera y de ingenuidad los segundos.
La trama se sigue con interés porque la narrativa asume los principios de la sencillez y de la eficacia y los intérpretes representan sus papeles con responsabilidad.
Fluidez y rigor acreditan la labor del versátil director J.A. Nieves Conde.

Héroes y antihéroes dirimen en la pantalla su razón de ser porque más que una filmación de cine negro -que lo es- parece un proyecto de corte psicológico poderoso y vehemente.
Se trata del primer largometraje dirigido por C. Wilde -que también es el protagonista- y demuestra una inusual capacidad para ser un neófito porque sabe desprenderse del carácter literario de la novela y acierta a proporcionar a su película un carácter de verdadera índole cinematográfica.
En ello también desempeña un papel importante el guionista H. Foote.
Interpretación, fotografía, ambientación y banda sonora contribuyen al realce la trama y entre todos presentan un proyecto de sobresaliente calidad dramática y plástica.

Una historia de corte candoroso y de textura moralizadora permiten que R. Boleslawski realice un producción excelente.
La fotografía, la ambientación, el ritmo y la interpretación contribuyen a que el resultado final tenga el aspecto de película importante a pesar de su aire, por lo general, ingenuo.
La trama está muy bien contada porque se apoya en un estilo narrativo nada sofisticado que resulta atractivo, ágil y siempre desenfadado por la naturaleza de la acción.
La peripecia es encantadora, discreta, entrañable y a ella se presta de muy buen grado un elenco en el que tanto protagonistas como actores secundarios contribuyen a realzar el valor del argumento.

El consabido entrenamiento en una escuela de oficiales y sus duras condiciones marcan la referencia de una película que poco a poco se va sobreponiendo a su propio carácter algo básico y consigue que el celuloide ofrezca algunas ráfagas notables.
Su argumento es sencillo pero la buena factura cinematográfica y la excelente interpretación de los protagonistas le proporcionan un razonable porte dramático que favorece el desarrollo de la acción y depara cierto empaque fílmico.
Posee buen ritmo y una estructura narrativa muy correcta y eficaz.

La película nos presenta ocho breves propuestas de buen cine, sencillo y cordial para lucimiento de algunas estrellas tan rutilantes como G. Cooper, E. Barrymore, G. Kelly o W. Powell -entre otros- dirigidos por un nutrido grupo de directores bajo la pauta de otros tantos guionistas de renombre.
Posee un sesgo emotivo, una faceta crítica y también un evidente talante constructivo en el ámbito conceptual.
Pero lo que más llama la atención es su atractiva factura cinematográfica y su calidad homogénea a pesar del distinto origen e inspiración de cada una de las historias.
Las tramas se suceden con mucha fluidez y el espectador se deja llevar entre ellas con una sonrisa amable y con un indudable sabor de nostalgia.