Una sorprendente y creativa idea da lugar a un guión que no está a la altura de las circunstancias y a una historia que no termina de encajar los perfiles para que el resultado resulte redondo.
Su originalidad es innegable y el buen gusto en el tratamiento cinematográfico, el ritmo adecuado y la intensidad de la acción dotan a la obra de una evidente fuerza expresiva.
Pero la interpretación presenta lagunas que lastran el buen éxito, le falta convicción, también sentido dramático y da la impresión de cierta precipitación en el rodaje.
Sus luces y sombras desdibujan la peripecia caprina y ovina.

Una divertida escena de confusión en un café permite a A. Guy realizar un nuevo ejercicio de experimentación con aquellos artilugios cinematográficos que tanta admiración despertaban entre sus coetáneos a finales del siglo XIX.
La acción es directa, su interpretación diáfana y la capacidad de concisión, como siempre, proverbial para ser capaz de resumir un argumento en menos de un minuto.

La absenta es buena.
Siempre que se sepa tratar con ella.

Las sorprendentes correrías del hombre mosca caminando por las paredes es una de las filmaciones que han quedado en el recuerdo como referente de una fantasía que G. Méliès concibió y filmó con el pulso de una cámara que no tenía secretos para él y con la valentía de una vocación.
La historia del cine está unida a la inspiración de ideas fascinantes que se llevaban a la pantalla sin conocer con certeza su alcance. Pero casi siempre se hacía con la convicción de que en esa dirección existía un camino rico en perspectivas técnicas, económicas y artísticas.

La historia escrita por J.J. Dibildos y A. Paso propone un argumento en torno a los desfavorecidos de la fortuna que recurren a triquiñuelas, aranas y todo tipo de trapacerías para ganarse el sustento.
Picaresca que no cesa.
La ficción es de porte sencillo y está urdida con cierto ingenio que se apoya en la excepcional vis cómica de A. Landa y de T. Leblanc que bordan sus respectivos papeles y proporcionan humorísticos destellos adicionales a la historia.
La descripción de los personajes evita lo artificioso y casi siempre opta por perfiles psicológicos que tienden hacia la caricatura porque de ese modo resulta fácil justificar sus reacciones primarias que provocan la sonrisa fácil en el espectador.
La película permite pasar un rato agradable, distraído y sin complicaciones que es lo que se pretende, en este caso, cuando se abona el importe de la entrada.

Artística composición en la que, una vez más, G. Méliès demuestra su gusto por los planteamientos donde se combina un notable requerimiento estético con un proyecto de corte onírico.
Llama la atención la complejidad de la trama, el gran número de intervinientes así como la constante variación de decorados y su riqueza.
La pieza resulta fluida, interesante y dotada de evidente soltura y gracia narrativa.
En 1900 el director francés ya poseía todos los elementos necesarios para elevar su obra cinematográfica a los más altos pilares de la época.
El tiempo iría perfilando su estilo y confirmando su potencialidad.