Comedia convencional, de talante ingenuo, porte suavecito, algo rutinaria, previsible, sin sorpresas y adscrita a un sentido del humor de intensidad baja.
Puede reseñarse su vocación costumbrista, la descripción psicológica de los personajes -sencilla pero eficaz- y cierto carácter moralizador.

Pero el auténtico valor de la película que dirige P. Lazaga radica en la nómina de actores.
Es un privilegio contemplar sus actuaciones en un largometraje que se estrenó 1964.

Los elegantes octosílabos de P. Calderón de la Barca sirven para componer una divertida pieza de enredo que llama la atención por su ingenio, por su rapidez de reflejos, por su desenvoltura y por su viveza.
La obra mantiene sus virtudes en la pantalla y la técnica del escamoteo se aviene de buen grado a convertir el celuloide en un aliado útil para amoríos, engaños, puertas ocultas y diálogos elocuentes.

A. Castellón penetra en el espíritu del dramaturgo madrileño y dirige una película de gran sentido del humor en la que hasta el desenlace sólo el espectador conoce la identidad del fantasma: ángel demonio o mujer.

Historia con aceptable nivel de intriga que, sin embargo, en pantalla resulta artificiosa, no del todo convincente y con cierto tufillo a descuido o escaso interés en la producción.
Es como si el guionista -P. Naschy- y el director -L. Klimovsky- no se lo creyeran y como si los protagonistas -el propio P. Naschy a la cabeza- hubieran mantenido el pensamiento en otro lugar durante el rodaje.
Estereotipos, situaciones de consistencia dudosa y diálogos superficiales representan un lastre excesivo que no pueden soportar el buen tono del ritmo o la enjundia argumental.

Voluntad de cine negro de altura que se tambalea agitado por su aire inequívoco de producto de imitación que no alcanza al original.

La naturalidad del lenguaje de E. Jardiel Poncela, su sintaxis sencilla y su original planteamiento argumental pueden llenar el escenario de ingenio y hacerlo vivir al espectador cuando un elenco escogido y selecto es dirigido por un G. Pérez Puig que dominaba su profesión como nadie.

Pieza de teatro divertida, de interesante trama, ágil, audaz y de contenido profundo que en la pantalla de televisión ofrece las galas de un magnífico espectáculo a cuyo éxito contribuye la persuasiva actuación de los cinco protagonistas principales: P. Sanz, I. Merlo, L. Varela, A. Baró y T. Rabal.

Con sencillez y elegancia J. Bracho nos enfrenta a una película profunda envuelta por un clima denso definido por perfiles equívocos en que se dan citan la obsesión, el espasmo, la traición, los celos y el crimen porque un aleteo romántico, que podía aspirar a lo convencional, se torna vendaval.
Siempre mantiene un alto nivel de intriga e interés aunque hay momentos en que el ritmo resulta lento y resta atractivo al largometraje.

Ambientación magnífica, espectaculares ejemplos de fotografía en blanco y negro, primeros planos muy sugerentes y una prodigiosa interacción de cámaras que trasladan a la pantalla toda la fuerza de los sentimientos, de los impulsos o de las sospechas.
Y, además, unos diálogos cuidadísimos, exquisitos, elegantes y cultos.

Por si fuera poco, A. de Córdova y G. Martín ofrecen una actuación memorable.

Cine mexicano de alta calidad.