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Críticas de harryhausenn
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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de noviembre de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Poesía sin fin es la continuación de La danza de la realidad, un ambicioso proyecto que el artista multidisciplinar Jodorowsky comenzó hace tres años tras pasarse un cuarto de siglo sin rodar una película. Supone el segundo volumen de una pentalogía que el surrealista director quisiera llegar a terminar. En esta parte, el director nos narra la etapa de su vida desde que dejó la ciudad de Tocopilla con su familia para irse a Santiago hasta su marcha, ya adulto, a París. Todo ello, una vez más, sirviéndose de su propia familia para retratar su pasado.

La maravillosa La danza de la realidad nos brindaba un retrato de una infancia inocente, con momentos ingenuos, como la estrella del uniforme nacional que el propio Alejandro temía que le asfixiase. Pero también de una belleza conmovedora, como el pasaje de la huída del padre, donde el chileno intentaba humanizar su figura de tirano. En Poesía sin fin la familia no es el pilar importante sobre el que gira la obra, sino los artistas con los que Jodorowsky compartió escena en el Santiago de finales de los años 40 y principios de los 50: Nicanor Parra, Enrique Linh, la poetisa Estela, las hermanas Cereceda...

Pero la película no es un simple relato al uso. El narrador, el propio Jodorowsky aparece en escena para influír en los personajes, intercalando sus arrepentimientos presentes con sus acciones pasadas. La película se centra más en desarrollar el ambiente de inspiración y magia en el que se rodeó por entonces su autor que en narrar los propios hechos en sí. Para ello el chileno recurre a sus decorados estrambóticos pero cuidados al detalle, coloristas, y a unas actuaciones cómicas en homenaje al vodevil para aumentar el histrionismo del conjunto. Cómo no, también hace uso de una serie de perfiles de actores improbables para que fluya el relato, como viene siendo recurrente en su filmografía.

Además, el mensaje de ruptura con los convencionalismos que defiende la obra, supone un paso más allá en cuánto a defensa de la vanguardia artística respecto al anterior episodio. Poesía sin fin habla más sobre el acto de creación de la poesía que sobre la vida del director. Muestra la luz del arte ante las sombras del fascismo. Poesía sin fin es un carnaval que defiende la irreverencia, que celebra el atrevimiento y que nos llama a ser valientes para entregarse a la propia poesía, dejando el pasado atrás si es necesario.
harryhausenn
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8
11 de agosto de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver al cine de Garrel es como sentir de nuevo una caricia que llevábamos tiempo buscando. Cada segundo parece soplarnos sutilmente en la frente, de manera reposada, casi hasta parecer que dura el doble. La suavidad de sus puestas en escena hace que sus películas de desenvuelvan con total delicadeza hasta mostrárnosla en su máximo esplendor, cual flor abierta. No sólo eso, además la luz consigue unas formas tangibles y unas superficies cuyo grano nos da la impresión que varias capas se juntan para formar las figuras en pantalla. Hasta tal punto que, sin que nos demos cuenta, esas capas se despliegan y nos colocan entre ellas, dentro de los rostros de los personajes.

Toda la fotografía del cine de Garrel se basa en las expresiones faciales. La càmara siempre está al servicio del sentimiento que atraviesa el alma y que compone, por consiguiente, la cara que ilumina el patio de butacas. El blanco y negro de la imagen elimina todo artificio innecesario para ayudarnos a encontrar la emoción pura en nuestro interior. Pocos decorados, planos medios o primeros planos en su mayoría y diálogos que no se desvían más de lo necesario. Esos son los elementos que utiliza Garrel. Para atravesar al espectador, la desilusión sólo necesita los ojos vidriosos y el ceño fruncido de una mujer tras una ventana.

Un aprendiz de ebanista comparte vida con tres amantes entre sus idas y venidas del pueblo a París. El único que está al corriente de todo es su padre, un hombre que siempre ha querido lo mejor para su hijo, aunque ello suponga exigirle mucho y desear que no se desvíe del camino marcado. Le sel des larmes es también una historia de una juventud rebelde que quiere romper con los valores de la anterior, que quiere entregarse al hedonismo pero a la que le cuesta asumir sus consecuencias. Pero aunque pueda parecerlo, no estamos hablando de la jóvenes de hoy, sino de la generación de Garrel.

No es que la historia resulte anticuada, es que Garrel prefiere poner su propios años mozos en un contexto actual antes que juzgar erróneamente a quienes no conoce. Es por ello que los personajes masculinos resultan tan antipáticos, tan insensibles, tan sexistas e inmaduros para una audiencia mucho más abierta, e informada, en cuanto a responsabilidad sentimental, es decir, la actual. Ya en L'ombre des femmes, el personaje masculino afirmaba no tener que dar explicaciones de sus sentimientos, pues los hombres no deben hacerlo. El protagonista de Le sel des larmes, parece no ser sino una continuación de aquel infeliz que se daba de bruces con la realidad cuando le pagaban con su misma moneda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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7
19 de diciembre de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más, Sean Baker vuelve a posar la cámara en los marginados del sueño americano, eje central de su carrera. Tangerine ya seguía casi en tiempo real, iPhone al hombro, el recorrido de una prostituta recién salida de prisión buscando venganza. Y sin embargo, Baker fue capaz de mostrarnos unos personajes tan alocados como tiernos, tan violentos como inocentes y tn extrafalarios como reales. Cambiando Los Ángeles por Orlando, el director retrata ahora la infancia en un motel en las inmediaciones de Disneyland, "el lugar más feliz de la Tierra".

La película es una sucesión de episodios o sketchs en la que, en un principio, los niños son los absolutos protagonistas: traviesos, maleducados, adorables y ocurrentes. Moviéndose por un terreno de colores chillones para atraer turistas que Baker enfoca de manera que el apartado técnico hace de esta obra una especie de reverso del cine de Wes Anderson, donde la irreverencia y la crudeza de la realidad abofetean sin piedad una estética tan artificial como impostada. Paulatinamente, las ocurrencias del verano interminable de este grupo de niños van dejando sitio a los problemas de los padres, que quizás sea el mayor pero de la cinta.

Durante gran parte de la película Baker defiende la infancia, incluso en los peores entornos, como un paraíso indestructible. Sin embargo, al profundizar en las historias de los padres, este logro se derrumba y aparece en su lugar una moralina que enturbia el resultado. En Tangerine ningún exceso tenía consecuencia, el final en la tienda de donuts era un interminable ensañamiento por parte de los protagonistas con un personaje secundario, el taxista armenio -que aquí tiene un breve cameo como el propietario del hostal- en las que las carcajadas del resto del elenco ponían el broche perfecto a la historia. Eso hacía del conjunto una joya que defender: nada de adornos, nada de concesiones, nada de amabilidades, lo dejas o lo tomas.

En cambio, Baker decide encarrilar a sus personajes esta vez. Se cierra toda la celebración y el descaro que gozábamos a lo largo de la película con una nota triste e innecesaria. Tras haber cogido carrerilla, el director recula justo antes de su salto mortal y nos deja con una película muy bonita pero sin la osadía que esperábamos. Celebramos todos los personajes, el humor, el drama y ese triste hostal rosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
harryhausenn
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7
30 de julio de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una serpiente se acerca a un charco de leche derramada y se pone a beber. El lechero accidentado, fascinado, contará este extraño suceso a sus allegados horas después. "Una serpiente nos expulsó del paraíso" advierte uno. "Sí, pero esa serpiente decidió venir con nosotros" sentencia el otro.

Kusturica se pone ante la cámara para interpretar a un lechero que a lomos de su burra atraviesa el frente de la guerra de los Balcanes, de un pueblo a otro, siguiendo la denominada Vía Láctea. La tranquilidad del pueblo apenas se ve perturbada por la guerra hasta que una misteriosa mujer de origen italiano, perseguida por soldados, llega a la región,

On the milky road es una película que va mutando según avanza. Comienza como una comedia costumbrista con toques de slapstick. El director graba una serie de reacciones en cadena cómicas que establecen el tono de esta primera parte. El recorrido de un águila que provoca un accidente es desde el primer momento una de las mejores escenas de la película por su perfecta ejecución, plano tras plano. Justo después un accidente con un reloj desata carcajadas al tiempo que nos presentan uno de los personajes más surrealistas de la cinta: una antigua campeona yugoslava de gimnasia rítmica. Igualmente, vemos al lechero esquivar las bombas sin inmutarse mientras reparte su producción. Todo ello interrumpido infinitas veces por una gallina que necesita saltar frente un espejo cada vez que pone un huevo.

Todo parece ya visto anteriormente. Las canciones, el alcohol, el ruido, el folklore y la fiesta desenfrenada que caracterizan las comedias del cineasta, al que se acusa frecuentemente de copiar a Fellini de manera reductiva con cierta razón. Sin embargo, a mitad de metraje, se cumple la profecía. La serpiente que bebía la leche se reencarna en el personaje de Monica Bellucci, serpiente y Eva a la vez, que decide acompañar a un Adán expulsado del bucólico paraíso que Kusturica nos había mostrado hasta entonces.

Se abre así el segundo episodio de la película, el de la lucha por la supervivencia, como si de una nueva película se tratase. Acción e intriga con un mayor fondo dramático. Todo el elenco reducido a dos personajes que se dan cuenta que el territorio que antes les acogía de pronto se ha vuelto hostil. Quizás una parte demasiado alargada, pero efectiva pese a todo, destacando el pasaje en la copa del árbol, en el que el director se permite a sí mismo un descanso para brindarnos una bonita escena, al margen del trepidante ritmo.

La dirección impecable del conjunto se ve enturbiada en cambio por un poso revisionista bastante incómodo. Utilizar una guerra reciente como fondo tiene sus riesgos: no tan solo de ir demasiado lejos, sino también de quedarse corto, lo que también supone una deformación de los hechos. Estos últimos meses, además, Kusturica no sólo ha desconcertado a la élite cultural europea al alabar a Putin, sino que además afirma habérsele vetado el film en Cannes por razones políticas. Caldo de cultivo que propicia un distanciamiento de la película, dejando sin respuesta una pregunta crucial: ¿Dónde sitúa Kusturica el límite de los bandos?

homecinema.blogspot.fr
harryhausenn
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8
21 de marzo de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sensación de follarse América. Eso es lo que dice sentir la protagonista de American honey tras huír en un coche robado. La nueva cinta de Andrea Arnold es un paréntesis, una vía de escape, una liberación insultante en plena América profunda. Un canto a la juventud y a la ingenuidad. Una oda a la despreocupación y a la insensatez. Un retrato que transforma la basura blanca en diamantes. Una declaración de amor -incluso una proposición sexual- de una británica a un país tan fascinante como EE.UU. Casi tres horas de viaje que bien podían haber sido trescientas.

La directora, poseedora de una de las miradas más interesantes del cine actual, sigue la huída de Star, una adolescente pobre de familia desestructurada, con un grupo de jóvenes de paso por su pueblo de Oklahoma. Entre ellos, Jake, la seduce y logra convencerla para que se una a caravana de vendedores de revistas que recorren el Medio-oeste americano encontrando personajes de lo más variopinto.

Lo que escrito parecería un road-trip al uso, la cineasta lo transforma en algo inédito gracias a la sensibilidad con la que dota el conjunto. Cada encuadre, cada plano parece perfecto sin decaer en ningún momento. Arnold atraviesa una región de poco atractivo y gracias al detalle logra transformarlo en un paraíso adolescente: las flores en las gasolineras repletas de camioneros, los campos de petróleo donde los obreros trabajan, los insectos que flotan en las piscinas de los nuevos ricos, los atardeceres en los aparcamientos de los supermercados... Arnold se infiltra en este grupo de jóvenes para mostrarnos su percepción hipnotizada por la belleza oculta en la miseria. Una tropa de futuro incierto que no se parece preocuparse en absoluto al respecto.

Este logro, sin embargo, no sería suficiente para mantener el largo metraje del film si no fuera por la carga emocional: el amor rebelde de juventud. El objeto de nuestro deseo que nos atrae y que hace que nos lancemos sin red. Desde el primer encuentro, la química de la pareja es efectiva, llegando a incendiar la pantalla en las escenas de sexo que se suceden a lo largo de este juego sentimental del ratón y el gato.

American honey no ha cosechado muy buenas críticas. Se le reprocha sobre todo una supuesta pose de film realista y crudo. Por ello, se le compara como un intento de Larry Clark o Harmony Korine. Salvo que, pese a que ambos cuentan con una filmografía contundente, ninguno se ha interesado en captar esa rabia y desencanto adolescente con la delicadeza de Andrea Arnold. Ella apunta más hacia la majestuosidad de Malas tierras que hacia el morbo, la impostura o las ganas de epatar.
harryhausenn
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