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España España · Barcelona
Críticas de Eduardo
Críticas 1.293
Críticas ordenadas por utilidad
4
11 de mayo de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los años 60, cuando el western agonizaba pese a los destellos crepusculares de Sam Peckinpah, un avispado productor llamado A.C. Lyles impulsó una serie de pobretonas películas del género por las que desfilaban antiguos astros sumidos en la decadencia más profunda. Por una parte le salían baratos, y por otra les daba trabajo, lo cual redundaba en el beneficio de ambas partes. La mayoría eran mediocres, por no decir abismales. Ésta no infringe la norma. Tenemos a los talluditos George Montgomery, con facilidad uno de los peores actores de la historia de Hollywood, Brian Donlevy, Yvonne De Carlo entradita en carnes, y al inefable Tab Hunter, que con 36 años en aquel momento es el benjamín del grupo. Con un argumento que recuerda al de La diligencia, pero en cochambroso, seguimos las aventuras de un carromato que transporta a varios presos, entre ellos a un asesino cuya familia está entocinada en salvarle de su destino. Entre decorados de tres al cuarto y exteriores rodados en el rancho del productor, discurre la acción cansinamente, hasta que, cómo no, los buenos ganan, los malos reciben su justo castigo, y los miembros del geriátrico se alejan en el The End. Del montón.
Eduardo
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6
13 de abril de 2014
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Norman Panama y Melvin Frank compusieron una afamada asociación de guionistas/directores escorada por lo general hacia la comedia. De sus plumas salieron Los Blandings ya tienen casa, Un gramo de locura, Navidades Blancas, Habitación para dos, Dos frescos en óbita, etc. Curiosamente, en 1959 cada uno se fue por su lado. Melvin Frank dirigió un western violento y apañadito, Los rebeldes de Kansas, y Norman Panama, un noir, La trampa, el que nos ocupa en este momento. Después, ambos regresaron a lo que sabían hacer mejor y nunca más se alejaron de los terrenos de la comedia. La trampa narra la situación en que se ha metido un leguleyo venido a menos (Widmark), convertido en correveidile del gánster Massonetti (Lee J. Cobb, con su habitual cara de asco). Widmark tiene problemas con su padre, el sheriff del poblacho, y con su hermano, el apocado y calzonazos ayudante del sheriff (Holliman), sobre todo porque está enamorado, y el sentimiento es correspondido, de la mujer de su hermano, la explosiva Tina Louise (malas noticias para sus fans: ni enseña nada, ni utiliza ropa provocativa; mejor revisáis God's Little Acre, donde debía poner de los nervios hasta al santo Job). El devenir del guión es algo teatral, con los principales personajes atrapados en el decorado único del desierto, y después en la cabaña donde tiene lugar el enfrentamiento definitivo. Sin ser nada del otro mundo, sólo un noir algo blandengue, aun se puede ver cincuenta años después sin aburrirse en exceso, sobre todo por los exteriores en bonito tecnicolor, y la esforzada composición de Widmark (al fin y al cabo era el productor). Para cvompletistas y coleccionistas.
Eduardo
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4
21 de marzo de 2012
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por cortesía de BTV, una película olvidada y difícil de ver, con el doblaje original de la época. La vi porque... ¿por qué iba a ser? Por Marlon, of course, la respuesta es obvia. Me faltaba en la colección. Pues bien, Su excelencia el embajador (El americano feo es el título original) es un cobarde, astuto y mezquino alegato a favor de la intervención en Vietnam (y en donde sea, que para eso somos ciudadamos del imperio), justo antes de que se produjera. Eso sí, disfrazado bajo una pátina de liberalismo que anima a distinguir entre comunismo y nacionalismo. Lo último es tolerable, lo primero ha de ser arrancado de raíz de inmediato. La historia es predecible, la interpretación de Eiki Okada (Hiroshima mon amour) es de juzgado de guardia, y Marlon suda mucho, muchísimo, de modo que en una escena se le corre el rímel y todos nos ponemos a reír. En cuanto a sus prestaciones, a medida que avanza la película (ignoro si se rodó en orden cronológico) da la impresión de que se la suda más y más. El veteranísimo Frank Skinner aporta una banda sonora con abundantes citas orientales y, en general, la película se ve desfasada y anacrónica casi 50 años después, aunque como documento histórico tiene su miga.
Eduardo
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8
4 de noviembre de 2011
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si alguien se dedica a perder el tiempo leyendo mis críticas, ya se habrá dado cuenta de que soy un francófilo de tomo y lomo, lo cual no me impide conservar la objetividad. Hacía tiempo que no venía un "policier" tan contundente como Mesrine, dejando aparte los dos mazazos en el estómago de Olivier Marchal, 36 Quai des Orfèvres y MR 73. Basado en la autobiografía de Jacques Mesrine, el enemigo público número 1 de Francia durante muchos años (como el Lute pero en galo, para entendernos), narra la primera parte de sus peripecias con un despliegue de energía y violencia descomunales, comandado por la magnética interpretación de Cassel, más malvado que nunca, secundado por un descomunal (en todos los sentidos) Depardieu y un Gilles Lellouche que no debemos perder de vista a partir de ahora, aunque ya destacaba, y cómo, en Les petits mouchoirs. Nuestra Elena Anaya tiene un pequeño papel, pero debo "spoilar" a sus numerosos fans que esta vez, aunque parezca mentira, no se desnuda. Tampoco le hace falta, ofrece una interpretación muy creíble y contenida. Ardo en deseos de precipitarme sobre la segunda parte, que sin duda me deparará granes momentos.
Eduardo
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5
30 de marzo de 2011
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por eso vale la pena ver esta película: porque es la última del inmenso Fernando Rey, con esa premonitaria imagen del final. El guión es confuso, cada vez más a medida que avanza la película, y sólo se mantiene gracias a Rey y a ese prodigio de la naturaleza llamado Maribel Verdú, guapa, sensual, espontánea, tierna, descarada, en fin, todos los registros y matices, sin miedo al gigante del cine que tiene delante. Por lo demás, muy mediocre.
Eduardo
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