Samuel Martín Mateos y Andrés Luque Pérez se atreven a hacer un experimento interesante que merece su ovatio. Se embarcan con tino en las costas gallegas para intentar sumergir a sus personajes en una historia que recuerde a lo mejor del cine negro norteamericano. No se ha conseguido, pero tiene acento propio y los suficientes merecimientos para salvar a este producto.

En primer lugar una mezcla de visión, comercialidad y buen casting. Enfrentar a dos actores tan distintos como Carmelo Gómez y Hugo Silva. Veteranía contra juventud de galán. Muchas tablas contra una de las estrellas televisivas del momento. El contraste funciona, Gómez está muy bien creando a su villanesco y socarrón capo, mientras que Silva demuestra que puede tener mucho más potencial que el de encantador de quinceañeras ("Mentiras y gordas", sin ir más lejos).

Como muy bien apunta una crítica previa, es una pena que una actriz como Yoima Valdés siga siendo relegada a descanso del guerrero con acento cubano, porque verdaderamente a mí en "800 balas" ya me pareció que tiene más registro del que se le da. En cuanto a los secundarios gallegos, afirmar que son muy buenos y suponen algunos de los mejores momentos del film.

No logra esa cotidianeidad brutal y terrible de "Los Soprano", ya que tiene demasiados giros, que no estarían mal de ser tan tramposos. Su indefinición entre la comedia y lo oscuro no llega a cuajar del todo, hay vacíos y el desenlace apuesta más por buscar la sorpresa que una lógica argumental.

De cualquier modo, ante las buenas actuaciones y osadía, creo que hay que darle un pequeño premio a esta intentona que desgraciadamente no abunda en nuestros estrenos.

En una época muy turbulenta para el país, sobre todo económicamente, Argentina empezó a sacar un cine de primera categoría. Ante la falta de medios, los pibes apostaron por volver a los fundamentos, buenos guiones, directores competentes y repartos talentosos. La jugada no les ha podido salir mejor y hay están los Campanellas y la ilustre compañía.

Podría decirse que "No sos vos, soy yo", no tiene grandes pretensiones, todo lo contrario, narra cosas muy serias, pero al estilo Woody Allen, sin que des cuenta, disecciona mucho tu día a día. Diego Peretti encarna a un tipo cualquiera, pero, los tipos cualquiera también tiene alma y, eso lo capta a la perfección Taratuto, provocando una fuerte empatía de los espectadores.

A destacar asimismo la labor de Soledad Villamil. La primera vez que uno ve su dulzura en "El mismo amor, la misma lluvia", se puede dudar si es que es así de personalidad o que ha clavado el personaje. Aquí, con una papeleta distinta y muy ingrata, es capaz de encarnar un personaje caprichoso pero con sus motivaciones, de una forma muy creíble. Verla en "El secreto de sus ojos", simplemente ha sido ya la tercera confirmación de su savoir faire. Cecilia Dopazo asimismo debe destacarse en su rol.

Con una combinación muy poderosa de comedia, tristeza y cotidianeidad, la cinta avanza sin pausa, incluyéndose el simpático personaje de Marcos Mundstock, a quien todos los buenos seguidores de ese regalo de los dioses llamado Les Luthiers, conocerán sin necesidad de presentación.

Sin buenos ni malos, cada uno con sus motivaciones y hablando de personas... algunos dirán de vuelo bajo en aspiraciones, pero, ¿qué habrá más lindo que esto? Si no hubiera existido esta generación de cineastas, habría que haberla inventado.

Impresionante producto empaquetado y hecho para vender, entrar por los ojos y arrasar en taquilla. Los 80 comienzan con Steven Spielberg y George Lucas colocándose por encima del resto en cuanto a espectáculo y rendimiento en taquilla. Ha llegado una nueva estética y trepidante estilo para narrar el género de aventuras.

Desde su magistral opening, Indiana Jones es una película excelente que además cuenta con la impagable presencia de un Harrison Ford sumamente solvente como el arqueólogo más convertido en agente 007 de la Historia, pegándose de tortas con un soldado nazi en un aeropuerto o desvelando enigmas, lo que se tercie.

Con una banda sonora adictivia y un excelente reparto, el arca perdida tiene todos los elementos que se le pueden pedir a un Isla del Tesoro con momentos de terror y una mezcla de esoterismo y fantasía donde el director saca como nadie el juego al esoterismo que tuvo esa monstruosa asociación que fueron los totalitarismos, en este caso, el nazismo.

A pesar de su metraje, la primera vez se ve conteniendo el aliento y si eres niño, te conviertes en un rendido admirador, perdonándole sus fallos y topicazos, rendido ante una montaña rusa terriblemente bien hecha.

Spielberg había sacado el látigo a pasear...

Milos Forman apuesta en esta ocasión por sumergirse en el turbulento inicio del siglo XIX de España, en pleno clima de contrastes, mientras que a través de los Pirineos venían los ecos de la Revolución Francesa, existían elementos tan atávicos como el Tribunal de Santo Oficio, una de las claves de la Leyenda Negra para la historiografía del país.

De la mano de la visión de un artista singular y único, Goya, el director intenta que sus atormentados ojos de este pintor de cámara de los Borbones y también de los horrores de La Guerra de la Independencia (1808-1814), presenten una época brumosa y tenebrosa, donde se fusionan dos vidas, las de una desventurada joven y un miembro del Santo Oficio que terminará evolucionando hasta posiciones afrancesadas.

A nivel de reparto, la obra funciona. Skarsgard está solvente en su rol conductor, mientras que Javier Bardem da verosimilitud a un personaje quizás demasiado tópico, pero que él eleva con su talento interpretativo, mientras que Natalie Portman cuaja un muy buen trabajo con la desventurada criatura que encarna.

No obstante, a pesar de su sana tristeza y manera de mirar desapasionada ante tantos desastres, da la sensación de que falta un verdadero hilo común para estas tres vidas que no parezcan tan forzadas.

Forman tiene elevados objetivos en su narración, aunque ha faltado el último toque de alquimia para esta recomendable cinta.

Ha pasado algo muy interesante con el cine argentino. En unos últimos años de graves problemas para el país, tanto política como económicamente, en el séptimo arte han encontrado un vehículo de expresión increíble, adornado con varias generaciones de actores increíbles y cineastas con ganas de contar de forma ingeniosa sus relatos, con personalidad.

En esta ocasión, Rodrigo Granda narra una pequeña historia cotidiana, que en no mucho se distinguiría de los dilemas de "Un millón en la basura" o "Don erre que erre". Un viejo empleado de una compañía no quiere vender una vieja revista que le falta a su jefe, un joven ambicioso interpretado por Pablo Echarri.

De tan simple premisa, surge una hermosa historia. Es curioso como algunos de los momentos más épicos surgen de lo que no dejan en ocasiones de ser auénticas cabezonerías, como la que un magistral Federico Luppi encarna con su personaje, con más aristas de las que pensábamos conforme avanza la cinta.

Atendido quizás por primera vez de verdad por sus jóvenes compañeros, el testarudo y quijotesco discurso de Castilla le granjea mucha admiración y respeto, aunque en su casa, lógicamente, se considera que está cometiendo un error gravísimo por no aceptar el género precio ofertado que le solucionaría muchos agujeros. A destacar en su ámbito doméstico el papel de su esposa, una Norma Leando que vuelve a confirmar que se trata de una actriz increíble, una verdadera súper-dotada de la actuación que puede con lo que le den y hace creíble cualquier diálogo.

"Cuestión de principios" pretende entretener con humor elegante y cierta reflexión ética. Lo hace con una solvencia increíble y que es la enésima demostración de la buena salud de la que goza el cine argentino últimamente.