Dos veinteañeros se conocen en un tren, justo en el momento que entre una pareja de mediana edad tiene lugar una discusión poco cariñosa y que rompe cualquier atisbo de romanticismo. Él está de paso por Europa y ella regresa a París, pero la simpática química que se establece entre ambos les alienta a pasar una noche juntos en Viena.

"Antes del amanecer" son las conversaciones, los recuerdos, las miradas, los roces, las luces que se encienden; entre dos desconocidos que, sin compromiso alguno, se acompañan durante unas horas por la orilla del amor. Y viven ese momento pleno en el que, él o ella, no sólo son seres engalanados con sus propias virtudes, también las que la otra parte suma e imagina.

Habla Linklater de unos jóvenes sinceros, cultos, con proyectos y limpios objetivos. Habla de un mundo en que las ondas que circulan son las que salen de los sentidos y el corazón, y no de las inquietantes antenas de la telefonía móvil y las falsas conexiones, con cable de fibra, de "nuestros amigos" de las redes sociales. Habla de un mundo que parece muy lejano aunque sólo haga 16 años que escribió sobre él.

David Frost era un periodista sensacionalista y "bon vivant" que fue elegido por Richard Nixon, y su equipo de asesores, para ser deglutido en una entrevista y servir de trampolín al ex-presidente, tres años después del escándalo de las escuchas ilegales (Watergate), en su vuelta a la vida pública. La categoría dialéctica de Nixon; adornada con las demás "virtudes" de un buen político, a saber: convertir la mentira en dogma de fe, tomar decisiones como se toma un Jerez, ampararse sistemáticamente en la falta de pruebas ante cualquier acusación, hablar durante horas sin decir nada pero con la cadenciosidad suficiente para adormecer al oyente, etc..; prometía una victoria por goleada del viejo zorro. Pero resultó que el maestro de la evasión y el oscurantismo tenía un defecto, y es que era humano. A los animales inteligentes, algunas veces, pocas, les pica un mosquito que inocula un parásito en estado larvario, de breve existencia afortunadamente, capaz de provocar al eclosionar inexplicables reacciones febriles que llevan incluso a estados muy próximos a la sinceridad y la conciencia.
Posiblemente esto fue lo que le sucedió al trigésimo séptimo presidente de los USA y lo que salvó al incauto periodista; ¡que ya les vale, con todos los avances que tienen, y no haber vacunado al jefe de los fontaneros!.

Frank Langella (Nixon), hace creíble y aborrecible a este idólatra del poder que llegó a gritar públicamente su superioridad sobre el resto de los mortales, colocándose al margen de cualquier ley y justificando su anómalo posicionamiento. Cosa que por cierto siguen haciendo muchos líderes mundiales. ¡Ah, pero como no hay pruebas (porque las dinamitan), se siente!

A esta Seminci (2011), generosa en óperas prima, ha llegado el israelí Joseph Madmony, para mi gusto con muy buenas intenciones, y con un libreto escrito con bolillos y tejido con insinuaciones, como hacen los realizadores que consideran respetuosamente que el público es inteligente.

La repentina muerte del socio más activo de una tienda de restauración multiplicará todas las carencias del avinagrado e indolente sobreviviente, que tras cuarenta años de corrosivas dudas está dispuesto a utilizar la escasa disponibilidad que le resta para descubrir una vieja y espinosa verdad. Por otro lado el negocio está tocando fondo y el hijo del Sr. Fidelman está empeñado en convertirlo en bloque de pisos. La aparición de un misterioso joven, que apareció con muchas ganas de trabajar dos días antes del deceso, será un reguero de pólvora que acabará provocando una necesaria explosión.

A destacar que en ningún momento aparece el eterno conflicto que obsesiona a toda la sociedad israelí, lo que nos hace pensar que hay vida, aunque amargue, al otro lado de la frontera del odio.
Yo señalaría al hosco protagonista restaurador como un digno candidato para ganar el premio a la mejor interpretación masculina porque rezuma bilis, nos incomoda y es un fiel calco de algunos que todos conocemos o hemos conocido.

La sensación que te deja "El incidente" es que esa brisa desconocida que ataca a los ciudadanos de distintas partes del mundo, susurrándoles el siguiente, y último, paso de sus vidas, se lleva también todo recuerdo de la película. Es tan liviana e insustancial que el intrigante comienzo se diluye prontamente en la nadería más absoluta, e incluso llegas a sentir simpatía por un fenómeno, supuestamente de autodefensa de la naturaleza, que está empeñado en limpiar la tierra de seres inservibles (por este derrotero, de fumigación de imbéciles, el film hubiera tenido más posibilidades).

Cuando escribo este comentario (16-10-2011) me pregunto si no merecemos los humanos un fin parecido; méritos no dejamos de hacer para considerarnos ya amortizados, por ejemplo, esta simplona cinta americana ha sido votada en FA por 29.385 personas y ha recibido 363 críticas, contando la mía; mientras, por comparar, una maravilla como "La marcha sobre Roma" (1962), del italiano Dino Risi, la han votado 49 y sólo ha sido considerada por un crítico. ¿Es o no cierto que la estupidez humana ha llegado a unos niveles insospechados, en los que la marcha atrás se ve bastante improbable? De ahí lo de las máquinas inteligentes, ya que la mayoría de los hombres han perdido su capacidad de entender....

¡Pero, atención, algo está sucediendo, mientras hago estas disertaciones, veo en la televisión, en directo, cómo los ministros de economía del G20 se tiran, uno por uno, comenzando por los más poderosos, por la ventana de un rascacielos de New York; mientras, el corresponsal nos cuenta que un extraño olor a hierba está saliendo por las rejillas del aire acondicionado y en la esquina superior derecha de la pantalla se parte de risa el indio M. Night Shyamalan!. Aquí donde yo vivo, por suerte, el olor a hierba no es extraño, así que también estallo en una sonora carcajada.

El odio es un sentimiento tan profundo que allá, donde habita, sólo existe el color gris: el gris blancuzco de una explosión o el oscuro gris que queda cuando cesa el ruido.
El odio crece, como los champiñones, en túneles sin luz, en medio del estiércol. A veces, sin previo aviso, se manifiesta como una plaga indestructible y sale a la luz extendiéndose como una llama sobre un camino de pólvora. Entonces nos preguntamos ¿porqué?, ¿dónde estaba?.....y empezamos a sentir que lo grave ya no es la caída, es el aterrizaje.

Sincero documento de Mathieu Kassovitz que parece saber muy bien de qué está hablando y no se limita a bosquejar la realidad, que ya cuentan los telediarios, si no que aporta brochazos goyescos que también convierten en monstruosos los sueños de la razón, que siempre debería permanecer despierta.
No se entreveen soluciones, cada minuto del largo día tiene treinta segundos de intranquilidad, el latir de los corazones son tambores de supervivencia, ni el dormir reparador cae sobre las calientes calles de París...... Y sin embargo acabamos creyendo que la película tiene que servir para algo; tal vez para, mientras se reflexiona, activar una pausa que congele el dedo en el gatillo, la llama en lo alto de la botella y la afilada hoja en la funda de la navaja.