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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
7
22 de marzo de 2018
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los primeros minutos, como si tal cosa, como las cosas más importantes, se desliza una simple frase entre complejos experimentos: “ahora, recuerda divertirte”.
Es una lección que vamos aprendiendo todos, que a cada uno le llega en determinado momento, pero que no estaría de más dicha por cualquier padre, como hace el de Meg Murry.

‘Un Pliegue en el Tiempo’ recuerda divertirse, quizás demasiado.
El empacho digital de entornos coloridos y seres estrafalarios a punto está de matar la sencilla intrahistoria personal de Meg, cuando lo único que quiere hacer es favorecerla.
Pero, afortunadamente, hay algo a lo que agarrarse: límites oscuros que se llegan a tocar, inseguridades dolorosas que dejan vacíos sentimentales, y cierta imaginería perversa que refleja miedos muy reales.
(Algo bueno tiene que tener darle a todos los palos, que al final acabas acertando en alguno)

Resumiendo mal y pronto (porque sería reducir al absurdo la odisea sensorial), Meg no está buscando realmente a su padre: está buscando una versión de si misma que no sabe si existe, que existió hace tiempo, una a la que cuidó su padre y de la que poco a poco se ha ido alejando.
Un pliegue en el tiempo no es tanto una puerta para reequilibrar el universo, sino un detalle, una leve distracción donde se tiene que suspender lo que te dicen que eres, y averiguar quién eres de verdad.
Porque precisamente lo que tienen las mejores historias infantiles es la capacidad de equiparar la búsqueda de identidad a cosas tan fantásticas como salvar el universo.

Por eso, y simplemente por eso, hay que querer esta tremenda rareza, un cóctel curioso, sabroso a veces, de tratado existencial y fantasía sideral, que nunca tiene demasiado miedo de resultar incomprensible o perturbador, ni tampoco pierde demasiado el tiempo para que acabe aburriendo.
Al final, no deja de ser una niña enfrentada a su propia idea distorsionada del mundo, que en vez de dejarse arrastrar por él dice “no”, y trata de arreglarlo ella misma.
Aunque sus mayores, sus ídolos, se rindan ante la pérdida, aunque hileras infinitas de madres castradoras le digan que tiene que dejar de jugar y entrar a cenar, aunque le demuestren una y otra vez que la infancia es la etapa de la vida en la que, con cuatro palabras amables, te pueden perder y malinfluenciar.

“Lo único que viaja más rápido que la luz es la oscuridad” le dicen.
Pero el pequeño gran triunfo de esta historia consiste en darse cuenta de que, si portas una luz, la oscuridad nunca te podrá tocar.
Charles
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6
20 de enero de 2017
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es ley universal que todo lo que sube, tiene tendencia a bajar.
De igual manera, todo lo que ya está abajo tendrá difícil poder subir.

Así sucede con la familia de los Cutler, instalados en el escalafón más bajo de la sociedad, aunque completamente cómodos con esa idea.
La vida en su campo de caravanas no parece tan mala cuando los niños son tratados con desinteresado cariño, los adultos viven ajenos a las preocupaciones de un trabajo diario y todos utilizan el lenguaje malsonante que les venga en gana, sin nadie que les diga lo que deben hacer.
Parece una buena vida, viviendo a su manera, en el territorio que nadie ha reclamado.

Hasta que vemos la duda en Chad, el padre de familia, cuando sus menos amables familiares tratan a su hijo con la clase de bondad que esconde una férrea garra autoritaria.
Diferentes corrientes coexisten en esa familia, que mejor funcionan cuanto más ocultas están, pero que se agitan y rebelan ante cualquiera que se atreva a quitarles lo que les pertenece por derecho.
Colby, el patriarca, carece de la duda moral de Chad: él ve a su familia como un pueblo al que proteger, ajeno a la ley de otros, inmutable por mucho que pasen los tiempos, con cierta carga mítica que les da el ser descastados de la sociedad. Para Colby el mundo no es de determinada manera, es como él dice que sea, y así lo hace saber cuando, a la luz de la hoguera nocturna, reescribe la creación a su imagen y semejanza.

Colby ofrece a Chad el reino, como legítimo heredero, pero este se niega.
Sus hijos tendrán la educación que él no pudo tener, el respeto que él no puede proveer. Deben tenerlo, por su bien.

'Trespass against Us' es una historia de padres e hijos, muy bien medida por sus dos principales protagonistas, pero no se queda en solo eso.
También es una exploración sobre como la línea familiar marca el destino de sus miembros, probablemente mucho antes de que ellos se lleguen a dar cuenta, hasta que las negativas y los tratos desfavorables se hacen demasiado evidentes.
Los Cutler luchan por su dignidad, reclaman su sitio, Colby ha interiorizado su discurso para que te creas que lo tienen, pero en el fondo sabes que no es así, porque cuesta mucho desprenderse de unos lazos afectivos que han cimentado toda tu vida, por muy tóxicos que sean.

La ley natural reclama que ciertas cosas sean de determinada manera.
Y un reino ofrecido a Chad puede no ser un gran legado, pero es el suyo.
Menos de lo que otros tendrán, pero más de lo que sus hijos, con suerte, y con su ejemplo, lograrán algún día.
Charles
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6
17 de diciembre de 2018
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La salvación de Transformers”, la han llamado.
Y bueno, salvación sería si hubiera llegado hace dos películas como prueba de que hay otros caminos expresivos para la saga, más próximos a la esencia ochentera de la serie televisiva (diseños incluidos) que al entretenimiento descerebrado asociado a la franquicia actual.
Ahora, más bien queda como simpático recordatorio de que alguna vez lo pasamos bien entre robots transformables, pero toca que el último apague la luz.

‘Bumblebee’, creo, tiene un concepto erróneo de si misma, porque bucea demasiado tiempo en tópicos como para que su relación chica-robot pase de lo superficial.
Aunque sí, es maravilloso preocuparse, por primera vez, de que haya un genuino centro emocional en el argumento, y en cierta medida todo pase por en medio de dos seres que, cada uno a su modo, han perdido una guía vital, sintiéndose desplazados en un planeta que no les comprende.
También, es fantástico que Charlie sea la primera protagonista tridimensional en una tradición de hombres muy machotes salvando a damiselas hipersexualizadas, a la cual una foto de padre e hija pesa como una losa de tiempos más felices que parece no volverán.
Y sienta muy, muy bien alejarse de la destrucción en grandes ciudades, y enfocarse en una población rural de esas donde el tiempo y la adolescencia se han detenido.

Bumblebee llega allá huyendo de la guerra civil en Cybertron, y lo primero que recibe son disparos muy parecidos a los que le dedicaban los Decepticon, trazando un punzante paralelismo en que no importa tanto la especie, porque en todas partes de la galaxia hay una batalla en curso (si bien los humanos somos los que la practicamos por diversión).
Por una serie de avatares, acabará siendo el amarillo Escarabajo de Charlie en su cumpleaños, y ambos dos encontrarán consuelo de su soledad mientras el cerco sobre el Transformer se estrecha, y otros tantos robots malos vienen dispuestos a jorobarle el refugio. La nota realmente curiosa la tendrá que poner un ejército norteamericano presto a colaborar con los Decepticon, porque no vaya a ser que se pasen al bando ruso.
Justo ahí empiezan los problemas para la cinta, preocupada por ripear el sabor de los 80 en infinitas canciones y constantes referencias, repitiendo clásicas situaciones de extraterrestre marginado, y pasándose por la bujía cualquier coherencia interna con tal de resultar majeta: ¿a cuento de qué Bumblebee a veces se comporta como niño asustado y otras como guerrero vengador, según convenga animar risas o excitar adrenalina, con escenas enteramente dedicadas a su supuestamente entrañable torpeza?

Pues fácil, porque mola saquear un subgénero y estamparle una marca reconocida, a ver si suena la flauta de la taquilla.
No es que se cargue nada, pero a veces molesta invocar una ternura que simplemente no está ahí, y es más construcción artificial que verdadero elemento de guión: los personajes y su entorno son tópicos de tópicos de tópicos, rara vez yendo un poco más allá de lo que todos estamos esperando que hagan.
Con todo, con sus aciertos tontainas y sus floridos errores, este desvío de la épica principal entre buenos y malos metálicos comprueba de nuevo el archiconocido menos es más, y deja abierta la pregunta de si no merecía la pena centrarse en un corazón de hojalata desde el principio, para que la acción espectacular fuera bien acompañada.

Llegando tarde a su propia fiesta, esta recuperación se siente maniobra de marketing, y mucho menos la fresca historia juvenil de atardeceres aventureros y ojitos azules que quiere ser.
Bee, huye de vuelta a Cybertron, que los humanos después de la primera caricia van a querer ordeñarte a ti y a todos tus compañeros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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9
24 de febrero de 2015
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca pensé que el hombre de las mallas pudiera volar.
Los otros niños sí, y el público, y el mundo entero también. Eran otros tiempos, cuándo la gente en mallas andaba por la Tierra (¡por la realidad!) y nos sentíamos bendecidos porque ellos estaban allí para salvar el mundo, las veces que fuera necesario. Ahora es diferente, ahora tenemos estos universos, estos grupos de gente extraordinaria, y la era dorada está olvidada. Así como los hombres detrás de aquellas máscaras.
Nunca pensé que el hombre de las mallas pudiera volar, pero... ¿pensaba él lo mismo?

'Birdman' cuenta la historia de un hombre con problemas para comprender que la mejor parte de su vida ha terminado y nunca volverá, pero también tiene algo de opinión sobre este mundo donde esperamos a superhéroes que nos salven, tanto de demonios externos como de los internos (los más aterradores...).
Creamos estos increíbles relatos de gente con poderes que lucha por salvarnos, pero nunca les dejamos donde pertenecen, en las páginas de un cómic donde podemos ver que no son reales, no. Les dejamos entrar en nuestra realidad, porque nadie necesita más charla depresiva sobre simples humanos. Queremos ser mejores, más grandes, más trascendentes.
Luchamos por trascender.

La mayoría de nosotros sabía que es una fantasía, que cuando las luces se enciendan debemos salir a nuestras mundanas vidas. El hombre en mallas, sin embargo, se pasa el día en un uniforme colorido, haciendo casi exactamente las mismas cosas que parece que está haciendo (ah, los efectos especiales), sintiendo la admiración del público, y teniendo el mundo a sus pies.
Ha escapado de la banalidad, y se siente un dios. Lidia con eso sin sentirte algo chiflado.
Y luego, lidia con tu "integridad artística", que quiere hacer algo "memorable" en la "historia del cine". Lidia con no volver a ser ese dios, porque el cuerpo no perdona y los abdominales dionisíacos flaquean con el paso de los años.
Michael Keaton, el caballero oscuro de otro tiempo, ha vivido todo eso, y por eso esta historia es su biografía en carne viva. Sin sentimientos reprimidos, sin ataduras, sentimos su desesperación porque él la sintió en su día, en no ser más el hombre del momento, porque pasó a ser George Clooney (y más tarde Christian Bale).

"No... no existo... ¡no importo nunca más!" dice en boca de otro personaje. Y la ironía es que eres un hombre de nuevo, Michael Keaton, o Riggan Thompson (tanto monta...).
Tratando de actuar como si hicieras algo importante, recogiendo los pedazos que se caen y rompen, luchando cada día por eso llamado sueños. Luchando por importar, como todo el mundo.
El verdadero triunfo sería darse cuenta de que, una vez amado, una vez experimentado lo mejor que la vida puede ofrecerte, esa vida nunca será la misma. El resto es solo caos y fama, la prima bastarda del prestigio.
La Inesperada Virtud de la Ignorancia es pretender no saber eso, siempre tratar de ser amado de nuevo. O fingir que eres todavía ese dios que fue amado.

Nunca pensé que el hombre de las mallas pudiera volar.
Pero él sí lo creía. Y todavía lo cree, no importa si es pornografía cultural, aunque ahora esté recitando las inmortales (aburridas) palabras de Raymond Carver.
Él era amado. Más de lo que jamás lo volverá a ser.
Charles
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8
23 de marzo de 2018
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca existirá mayor amor que el que uno mismo se pueda dar.
La rutina de Reynolds Woodcock así lo confirma: doble peine cuidando sus plateados cabellos, manos precisas abotonando su atuendo, milimétrico mimo sobre el tejido.
Los animales más temidos, de hecho, no lo son por caóticos y desordenados, pues en ellos existe un propósito, un método, ante el que todos los demás se someten, asustados.

‘El Hilo Invisible’ transcurre tras una bomba que ya ha caído.
Una bomba llamada Reynolds Woodcock, que ha reconstruido la particular casa de muñecas a su imagen y semejanza, encontrando nula resistencia y reclamando un trono que exige ser gobernado.
La moda es su territorio, y sus clientes los invitados: adinerados con nombre que gozan de las maravillas de su reino, disfrutando de la tonta perspectiva de que, por una vez, alguien manda más que ellos.
Nada cambia en este entorno, porque el dios de la aguja y el hilo no quiere que así sea.
(Y si así lo quiere, más vale que la última ilusa se vaya, y rapidito)

Nosotros no somos conscientes de esta realidad: Woodcock es un profesional, puede y debe permitirse su voluntad.
Por eso su nuevo cortejo entra ante nuestros ojos con facilidad, con una música que Johnny Greenwood siempre disfraza de arrebatadora balada romántica.
Alma llega con su aire inocente para transformar a la bestia en un hombre de verdad… y el primer cuchillazo es autoritario, letal: “tendrás tetas si yo quiero, tú no serás mujer de verdad”.

¿Es el amor un juego de perder, de perdonar?
La pregunta ahí queda, y nada de lo que hagan Alma o Reynolds lo va a cambiar.
Él sólo estará accesible en sus delirios, en sus fallos, en sus bajezas, cuando en su reino la corte no le espere. Todo lo demás, las miradas de Alma, los intentos de seducción, las travesuras ocultas a plena vista… son tonterías de niña pequeña, ilusiones de un amor que se considera malgastado fuera de los tejidos.
Dios sólo permitirá que se le cuide cuando no le importe ser adorado.

Claro que todo dios tuvo que aprender a ser hombre, y así lo señalan esos detalles entretejidos en las telas, pequeñas palabras que un día estuvieron llenas del cariño que les correspondía.
Fantasmas pueblan la casa de Woodcock, almas en pena pertenecientes a un momento en el que disfrutaba de ser sencillo, y no tener que forjar/tejer la armadura de ser poderoso.
Momentos que, pese a que le cueste aceptarlo, viven en las cariñosas atenciones de una Alma que va afilando las garras que le llevarán a su corazón.

“Estar enamorada de él hace que la vida no tenga misterio”.
Quizá sea eso.
Rendirse a la certidumbre, amansarse y renunciar a los arrebatos de carácter que todos ya nos conocían.
Morir un poquito en pareja, porque ese alguien ya nos amenaza como mejor nos gusta, y no nos hace falta buscarlo en otro lado.

(Entonces, me di cuenta de que la melodía de Johnny Greenwood no era una balada: era un esplendoroso réquiem)
Charles
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