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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
7
24 de septiembre de 2015
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué pasa por la mente de esos abuelos que se masturban en urinarios públicos? ¿Qué clase de perversión masoquista les lleva a exponerse abiertamente sin obtener en la mayoría de casos más respuesta que las miradas de desaprobación? Algo parecido le ocurre al protagonista de Desde allá, un hombre mayor que sólo se excita a golpe de billetera, comprando a chicos de la calle para que le muestren sus cuerpos desnudos, jugándose el pellejo por un breve instante de placer. La película sugiere que todo surge de un trauma infantil que sufrió con el padre, pero patina un poco más a la hora de narrar la trama principal, su historia de amor imposible con un adolescente pandillero y heterosexual.

Era complicado fundamentar esta relación entre dos seres antagónicos, un sexagenario que regenta una tienda de prótesis dentales y un joven que sobrevive por las calles de Caracas trapicheando con sus amigos. Vigas podría haberlo hecho mostrándonos su soledad en un entorno hostil, en el que de repente aparece un hombre que se preocupa por él, aunque al principio sólo sea con un propósito sexual. Pero la historia se fundamenta sobre unos cimientos demasiado enclenques, poco convincentes. Porque hay realidades tan extremas que ni la ficción puede permitirse el lujo de aunar.

Esa falta de credibilidad no le resta el mérito a una cinta que de una manera tan sobria, sin apenas artificios, logra despertarnos grandes sentimientos. Lo consigue además con un notable esfuerzo por innovar en el terreno estilístico, con un juego de enfoques y desenfoques que, según el director, pretenden reflejarnos el deambular del protagonista por una sociedad extraña, hostil y despersonalizada. Desde allá es un debut notable, lleno de buenas intenciones, pero sin los méritos suficientes como para convertirse en la triunfadora de un festival de cine. Las malas lenguas que apuntaban al influjo de Alfonso Cuarón como jurado del certamen veneciano hoy son un poco más puras.
polvidal
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4
22 de diciembre de 2010
67 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sentimiento catalán, que no es uno sino muchos, está lleno de contradicciones. Sólo así se entiende que para la adaptación de una de las leyendas más populares de Catalunya, la del timbaler del Bruc, se decidiera contar con Juan José Ballesta como protagonista. ¿Acaso no hay suficientes actores de calidad en nuestra tierra? Si ya cuesta creernos al actor madrileño en la piel de un rebelde contra el ejército romano en Hispania, imagínense el estupor que produce oírle hablar un catalán de extrarradio que sonrojaría al mismísimo Pompeu Fabra.

Ni cortos ni perezosos, los responsables de Bruc. El desafío decidieron deleitarnos con la versión catalana de la película en el preestreno de anoche en el cine Urgell de Barcelona. Una versión que, mientras nos ofrece un francés original e impoluto con los subtítulos correspondientes, decide doblarnos al catalán los pasajes en los que suponemos Ballesta se expresa en castellano o no se defiende del todo con un idioma que, evidentemente, no es el suyo. Flaco favor para la cultura catalana, puesto que el actor no domina la lengua ni aún en el doblaje, y para la cultura en general, ya que privan al espectador de la versión original íntegra de la cinta.

Toda esta falta de seny, de sentido común, tiene una finalidad que, para gusto de los amantes del tópico, es puramente económica. Los productores de Bruc decidieron utilizar como gancho a Ballesta para ampliar el público potencial de la película al territorio español, aunque para ello tuvieran que sacrificar la verosimilitud de todo un protagonista que debió ser catalán de pura cepa. La duda está en si Ballesta es suficiente reclamo como para que a un ciudadano de Badajoz le interese la historia de un héroe catalán.

Los guionistas han decidido reducir la esencia de la leyenda de Bruc, esa en la que un joven consigue espantar a todo un ejército de Napoléon con el estruendo de un tambor, a un simple flashback que, curiosamente, es la secuencia más lograda del filme. Los 90 minutos del metraje se centran en un juego del ratón y el gato muy ambicioso en efectos pero totalmente parco en ideas. Y es que una vez superada la sorpresa inicial de la factura técnica, irreprochable, se nos aparece en todo su esplendor la oquedad más absoluta.

Lástima que una ambiciosa producción catalana se muestre tan insegura. ¿Por qué no rodar íntegramente en catalán, como Pa negre y otras tantas que han triunfado este año? ¿O por qué no rodar íntegramente en castellano asumiendo con un par de collons que al fin y al cabo todo esto es un negocio? Las contradicciones no terminan aquí. Los silbidos se adueñaron de la sala en cuanto aparecieron en los títulos de crédito los logos de Telefónica y el gobierno de España. Curiosamente, más de la mitad del aforo fue invitado al preestreno por gentileza de MoviStar y, curiosamente, nadie reniega de papá Estado a la hora de pedir financiación. Por actitudes como estas, contradictorias, caemos mal los catalanes.
polvidal
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5
16 de enero de 2008
38 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran parte de esta nueva película de Álex de la Iglesia se la pasan filosofeando sus dos protagonistas, los dos reclamos internacionales John Hurt y Elijah Wood. Maestro y alumno respectivamente disciernen sobre la posibilidad de conocer la verdad. Para el primero, no hay nada verdadero más allá de los números. Para el segundo, todo encuentra su explicación en las matemáticas. Y mientras uno y otro se enzarzan en acaloradas e interminables discusiones se suceden en la comunidad universitaria de Oxford una serie de crímenes relacionados con la lógica pero totalmente desvinculados de los desvaríos filosóficos que van vertiendo los personajes.

¿Puedes negar que esto es una piedra?, le pregunta el pupilo al profesor señalando un pedrusco en mitad de la calle. El espectador, entre tanto, se cuestiona la utilidad de tales reflexiones en una trama que finalmente queda absolutamente alejada de cualquier razonamiento filosófico. Al final, los hechos dan la razón al joven alumno y en la batalla entre filosofía e investigación criminal sale claramente vencedora esta última. La verdad se puede demostrar.

El problema viene cuando esa verdad, en este caso ficticia, resulta de lo más inverosímil. La explicación de los hechos que propiciaron los crímenes de Oxford es tan decepcionante como las pistas que nos van acercando a ella, hasta el punto que cualquier resolución de Jessica Fletcher en ‘Se ha escrito un crimen’ parece más convincente que el rocambolesco desenlace que nos ofrece este flojo guión.

El mérito de De la Iglesia, aún así, no debe infravalorarse. Por un lado, consiguió que se embarcaran en este proyecto dos pesos pesados de la escena internacional y, desde luego, ha sabido sacarles todo su jugo, sobre todo a un John Hurt que devora su papel con la misma intensidad con la que se zampa a sus compañeros de reparto. Y es que si Elijah Wood permanece anclado en el ni fu ni fa interpretativo, las dos actrices Julie Cox y Leonor Watling descienden al mismo nivel con dos papeles que son puro estereotipo.

El auténtico esfuerzo del director vasco lo encontramos en la belleza formal de determinados planos de la película. La influencia de Hitchcock es palpable desde el momento en que entra en escena el recurso al que dio vida el maestro inglés. Mediante un destacable plano secuencia a través de las calles de Oxford y el cruce entre determinados personajes, De la Iglesia nos descubre el primero de los asesinatos. Este complejo ejercicio supone el punto álgido de un filme que en lo estético poco más tiene que ofrecer.

Los crímenes de Oxford se asemeja a una producción norteamericana. Puede parecer algo bueno, y de hecho lo es, aunque para ello De la Iglesia haya tenido que renunciar a su estilo propio. Resultan más encomiables, en mi opinión, las novedosas aportaciones de El día de la bestia y La comunidad que los esfuerzos por imitar la estética y la narrativa de un thriller que en Estados Unidos se fabrica en serie.
polvidal
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2
27 de junio de 2014
22 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si descartamos a la ligera que Ayer no termina nunca fuera toda una experiencia terrorífica, Mi otro yo sería la primera incursión de Isabel Coixet en el thriller, o lo que es lo mismo, un peldaño más en su descenso a los infiernos del desorden y el caos. La directora catalana da un nuevo paso suicida en su filmografía y confirma que el único sello de identidad que se mantiene a lo largo de su carrera son las gafas de pasta. Porque ya ni las lavanderías de autoservicio han logrado sobrevivir a tamaño desbarajuste.

Siempre se agradece el flirteo de cineastas con géneros que se alejan de su identidad. Ahí está Almodóvar y su oscura La piel que habito para demostrarlo. Pero ni Coixet es el director manchego ni cuenta con el empaque suficiente para correr el riesgo. Antes de meterse de lleno en camisas de once varas, necesitaba recuperar con urgencia la senda que abandonó tras La vida secreta de las palabras. Porque desde aquel 2005 se sucedieron los palos de ciego. Elegy, Mapa de los sonidos de Tokyo, Escuchando al juez Garzón, Ayer no termina nunca. Fallidas teclas que la directora ha ido tocando y que cuestionan si existe una Isabel Coixet más allá de Mi vida sin mí.

Mi otro yo desde luego no es el revulsivo más idóneo para relanzar una carrera en horas bajas. Es el típico proyecto con el que un estudiante de la ESCAC se marcaría un tanto pero que en manos de una realizadora acostumbrada al intimismo y a la trascendencia se queda en una mera aberración, la de una directora que ha querido jugar a ser Shyamalan. Y hasta el propio creador de El sexto sentido sabe que el thriller psicológico es un terreno muy difícil de abonar.

No basta con una sucesión de apariciones y columpios oscilantes para crear una atmósfera de angustia. Ni siquiera la mirada penetrante de Geraldine Chaplin como último recurso. Se requiere una buena dosificación de los tiempos, ni excesivos preámbulos que aborrezcan al personal ni la acelerada precipitación de los acontecimientos. Pero sobre todo se precisa una buena historia, que atrape desde un buen comienzo y se aleje de los vicios telefílmicos.

Mi otro yo es un cúmulo de despropósitos, desde fantasmas de carne y hueso hasta crueles esposas que fornican con el amante a plena vista de sus moribundos maridos. Tan cruel como ver a aquél carismático Rhys Ifans que gritaba en calzoncillos en Notting Hill convertido aquí en un monigote sin ningún peso en la narración. Casi tan bárbaro como recurrir a Sophie Turner como reclamo para finalmente evidenciar que su talento jamás sobrevivirá a Sansa Stark.

Ahora que Isabel Coixet ha comprobado que no es tan fácil ser Jaume Collet-Serra o Juan Antonio Bayona, a la directora ya sólo le quedan un par de géneros a explorar en su deriva hacia la autoinmolación: el cine de acción y la comedia. Comencemos a temblar.
polvidal
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7
4 de mayo de 2012
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
La homosexualidad femenina, lo decíamos hace unos años con el estreno de la Habitación en Roma de Medem, sufre a menudo una doble exclusión social, ya sea por parte de los heterosexuales como de los compañeros que abanderan buena parte de la causa arcoíris. Sólo hay que echar un vistazo a la oferta cinematográfica de contenido gay y contrastarla con la presencia de lesbianas en la gran pantalla para cerciorarse de que el amor entre dos mujeres no vende de la misma forma que su versión masculina. Una realidad oculta tanto en las calles como en las salas y que se acentúa cuando la protagonista es nada más y nada menos que una adolescente negra de Brooklyn.

De título casi profético, Pariah nace con todos los números para convertirse en una película marginal. El filme de la debutante Dee Rees ha pasado sin pena ni gloria por cuatro pantallas de Estados Unidos y todo parece indicar que la cifra se reducirá a la nada en nuestro mercado. Las razones de su escasa repercusión muchos la han encontrado en la fobia de Hollywood no sólo a la homosexualidad femenina sino también a la comunidad negra, que tardó años en ver reconocido su talento en la historia del cine.

La historia de Alike, una joven de color de clase media con pintas de machorro, reúne todos los requisitos para toparse con el rechazo frontal en los despachos californianos, pero precisamente su singularidad, la rareza de su planteamiento, es lo que la convierte en un soplo de aire fresco para nuestras predecibles carteleras. De los barrios negros y periféricos uno sólo espera delincuencia, raperos y drogas, estereotipo del que únicamente es culpable la industria del entretenimiento. Ha tenido que ser una directora novel la que nos descubra desde dentro, con esta cinta casi autobiográfica, algunas realidades que permanecían, y seguirán permaneciendo, ocultas.

No estamos precisamente ante un peliculón, pero desde luego Pariah merece un recorrido más largo del que le espera, condenada a morir en la polvorienta estantería de un videoclub de segunda mano. Merece su oportunidad Adepero Oduye, que borda un complicado papel protagonista en esa peliaguda fase de la vida en la que descubrimos y asimilamos la personalidad. Merecen su reconocimiento secundarias como la fiel y varonil amiga o la sobreprotectora madre. Y desde luego merece un apoyo mediático la valiente directora Rees, que tuvo que recurrir a vías de financiación alternativas para poder sacar adelante su ópera prima.
polvidal
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