"Oppenheimer": película de juicios en la que, técnicamente hablando, no hay ni un solo juicio.
Aún no sé si es un golpe de genio o una tomadura de pelo.
Lo que desde luego sí parece una broma de mal gusto es que, a lo tonto a lo tonto, Christopher Nolan lleve casi una década ya sin interesarme. Desde "Interstellar" (2014).
Ale.
Cada cual que traduzca esto como mejor le apetezca.
"Tenet" (2020) no me interesó mucho, pero hay motivos más que suficientes en ella como para volver a visitarla cada cierto tiempo. La vi dos veces en cines, sin ir más lejos.
"Oppenheimer" no me ha interesado mucho, y tampoco habrá motivos en ella como para, de aquí a un tiempo, volver a transitarla. Es de esas obras de: vista una vez, vista todas. Y cuando el cine de un autor cuyo fuerte, precisamente, es volver placenteramente con el tiempo a él, cae en ese sonrojante agujero, malo.
Christopher Nolan busca su Oscar, eso es evidente.
Y lo hace de la manera más academicista posible. Aunque haya tratado de vender, por activa y por pasiva, que esto es otra cosa; y haya hordas que se lo compren.
Yo no.

Admito que "Skinamarink" tiene un nosequé lynchiano que me gusta un porrón, y ciertos momentos sueltos que dan muy mal rollo. Pero es que, más allá de eso, es una película que me ha desesperado y aburrido mucho.
Kyle Edward Ball debuta en el largo con un film claramente experimental que podría definirse como la versión cargante y pretenciosa de "Paranormal activity" (Oren Peli, 2007). La idea general de "Skinamarink" reconozco que tiene su aquel, pero he chocado frontalmente con la ejecución del tal Edward Ball. Eso de que durante noventa minutos se dedique a dejar bien claro que hay un director detrás de todo el percal, me ha matado. Y a partir de ahí es que ya no podía abstraerme de esa artificiosa dirección.
A ver, que sí. Que el objetivo de "Skinamarink", por encima de todo, es dividir. Es una obra de extremos. Y eso lo hace de vicio. Pero yo me sitúo en el extremo del pulgar para abajo fruto de una pesadilla que es más eficaz contada que vista.

Siendo seguramente "Irati" una prolongación 'más madura' de su ópera prima, creo que disfruté bastante más "Errementari, el herrero y el Diablo" (2017) que esta que ahora nos ocupa. Incluso me arriesgaré a decir que aquella era mejor película.
No me andaré con rodeos. El gran, y principal lastre de "Irati", es que Paul Urkijo Alijo está infinitamente más pendiente de lo técnico que de la historia o los personajes, lo que desemboca en un film que me interesa al mismo tiempo que no me interesa.
A nivel guion es todo tan arquetípico y manido, que horroriza. Los personajes, literalmente, es que no tienen personalidad. Son carcasas andantes incapaces de transmitir otra cosa que no sea falsa trascendencia. Si al menos los malos hubieran sido muy malos y los buenos muy buenos, pues aún. Pero es que todo aquí se mueve en un bosque de grises que te deja absolutamente tieso en la butaca. Y este es un problema que seguramente ya estaba presente en la anterior cinta del cineasta, pero allí la protagonista era una niña, y estos la personalidad la llevan de serie. Con lo que afectaba menos, o nada. Pero aquí el cartón se ve, y le pasa mucha factura al film.
Visualmente "Irati" es prodigiosa, ahí nada que objetar. Pero en la otra mitad del lote esta oda a la tierra y a las raíces se me queda muy coja.

"Ámsterdam" es de esos productos que solamente nacen, crecen, se reproducen, y mueren bajo el pretexto de servir como vacuo y vanidoso escaparate para la sucesiva aparición de rutilantes caras conocidas.
Las estrellas protagonistas de turno visitan a otra estrella, que a su vez les recomienda visitar a una cuarta estrella, que por consiguiente les encomienda a visitar a una quinta estrella que con suerte estará acompañada de una sexta estrella, y así sucesivamente hasta completar las pertinentes más de dos horas de metraje. Todo ello resultando más convincente ese momento en el que Anya Taylor-Joy conoce por primera vez a Robert De Niro, como si de verdad los propios actores se estuvieran encontrando por primera vez en el set de rodaje, que esa escena en la que el personaje de Anya Taylor-Joy, que me daba muy igual, conoce por primera vez al personaje de Robert De Niro, que me daba todavía más igual.
No hay más en "Ámsterdam", la enésima tomadura de pelo de David O. Russell. Bueno, sí hay más. Por fin Hollywood ha decidido darle la espalda.

Ana Lily Amirpour se convierte en la primera cineasta en poner su rúbrica en este magnífico "Guillermo del Toro's Cabinet of Curiosities", y lo hace con "The outside (La apariencia)": un segmento que me ha gustado mucho.
La dificil convivencia entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, o entre lo que somos y lo que la sociedad y nuestro entorno dicta que debemos ser, y todos los espejismos que ello genera, pululan en un episodio bastante cáustico y con claro aroma a esa nueva carne tan de Cronenberg. Todo ello basado en una historia de Emily Carroll.
No sé, ya digo que me ha seducido mucho "The outside (La apariencia)". Y no me voy a enrollar más.