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España España · Zaragoza
Críticas de cassavetes
Críticas 496
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
23 de marzo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Partido de la jornada. Los noventa minutos más los tres de descuento del mismo se desarrollaron así.

Primero de todo, el tiempo de añadido aconteció nada más empezar la contienda: el árbitro, un tal Gaspar, que parecía un tanto excéntrico en sus ademanes y demasiado gesticulante, se quiso hacer notar. Por lo demás, el encuentro comenzó trepidante, con unas incursiones por las bandas sonoras muy poderosas y un control del juego aéreo y a ras de suelo más que destacados. La presentación de los jugadores (de nuevo la megafonía los presentó a destiempo y en plena disputa) fue también muy vistosa y aplaudida. Los himnos sonaron en pleno partido. Había pausas de hasta veinte o más minutos, lo cual los protagonistas del choque parecía que agradecían. La mayoría, no todos, aprovecharon de hecho para avituallarse y reponer fuerzas en alguna de aquellos recesos. Por lo demás, los primeros cuarenta y cinco minutos consiguieron atrapar la atención de unos espectadores (el partido se disputó a puerta cerrada) que desde sus casas (nos consta) se lo estaban pasando pipas facundo (palomiteros, comepipas, aquí era el todo vale). El estilo de juego que implantaron ambas plantillas, compuestas a partes equitativas por chicos y chicas, se entremezclaban en un puro júbilo compartido, una comunión perfecta llena de amor, deleite y gozo para los sentidos y una armonía fascinante, casi irreal. Pura entelequia. Aquello hasta se parecía a una coreografía. Unas formaciones de ensueño. Un auténtico Dream Team.

Y por fin llegó el merecido descanso, al que los veintidós (los números aquí danzan todo el rato) empezaban a dar muestras de cierto agotamiento.

Un poco fundidos en negro.

Irían ganándose todos (vale la paradoja) dos o tres a cero.

La segunda mitad parecía que se iba a desarrollar por los mismo derroteros. Pero en un momento dado, hubo cambios. El público (nos consta) no entendió alguno de los mismos, quizá realizados a destiempo y sin venir a cuento, dado el buen nivel de las actuaciones individuales y colectivas. Y de repente, y siempre con la conveniencia del ínclito señor colegiado, comenzó un juego subterráneo y poco vistoso. Tal cual, porque llegaron a fundirse los plomos del terreno de juego y apenas había visibilidad. El referee, sin embargo, dio la orden de continuar, hecho que puso de los nervios a los presentes, además de a los amantes del fair play y del jogo bonito y ortodoxo. No había, a todo esto, más que jugadores patrios, muy patrios según rezaban las fichas repartidas al inicio del encuentro con la adición de dos refuerzos foráneos, los cuales, debido a su lógica falta de adaptación a sus compañeros, tenían claros problemas de comunicación. Así, cuando se torció definitivamente el acuerdo tácito de juego de toque y de baile de claqué, comenzó el tiempo de las marrullerías, de entradas realmente muy feas y de una serie de agresiones que para el señor árbitro no merecieron siquiera una mera amonestación verbal. Hubo protestas varias y notorias, pero el señor de negro (que actuaba sin jueces asistentes y no tenía un pelo de tonto) daba a entender de esta manera que quería quedar bien con ambos equipos. Aquí paz y después gloria, se infería con su declaración de intenciones a la segunda hora de dirigir la contienda. Quizá lo que quería era evitar que le tacharan de beneficiar a nadie.

Pero paz, lo que se dijo paz, no vio un servidor. Lo que antes del descanso había sido cerebro y sensatez se había convertido en un peligroso correcalles donde tenía cabida el todo vale y nadie podía estar a salvo de la quema. Tal cual, de nuevo. Suponemos que por algún extraño tipo de combustión espontánea una de las jugadoras se salvó afortunadamente por los pelos de salir chamuscada. Pero la cosa de las llamas no pasó, en ese sentido, a mayores. Sí a algún menor, a lo que parece, se trata de un niño que se ocupaba de algún tipo de labor de apoyo y utillería y que era muy querido por todos los jugadores. Desgraciada noticia que todavía, a estas horas, no ha quedado esclarecida para evitar lo que los expertos dan en llamar como enojoso spoiler, la verdadera tragedia que, según esas mismas fuentes, supone un demoledor fenómeno desgraciadamente corriente en nuestros días. “Dios no lo quiera (y cito) que nadie cometa ese horrendo spoiler”.

El partido ya, como cabía esperar, pasó a un plano más que secundario. El árbitro no daba señales de vida, incluso las informaciones que nos llegaron tiraban por el mismo camino: el irresponsable habría desaparecido. El descontrol fue tal que resultaba baladí, sin nadie que forzara la decisión, decidir la suspensión del encuentro. El instinto decía que sí, que aquello no debía continuar disputándose. Pero siguió, vaya que siguió, más que nada en aras del supuesto espectáculo. Y fue eso, el instinto, precisamente, lo que acabó por liquidar un acontecimiento que empezó siendo deportivo y acabó como el rosario de la aurora. A más de uno le dieron quebraderos de cabeza. Y a otros, de algún que otro hueso. El parte de heridos y bajas sólo lo podría saber el acta de un partido que nunca debió acabar así, si es que alguien redactó el acta, si es que hubo guión en todo esto. Todo para más inri, a tenor de los buenos síntomas que los protagonistas habían mostrado al inicio del choque. Un climax desolador.

En fin, amigos, real como la vida misma.

Última hora: nos informan de que las autoridades han decidido que todos los integrantes de las dos plantillas pasen el preceptivo control antidopaje. Y el árbitro también.
cassavetes
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7
14 de marzo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Buena parte del cine de Philippe Garrel se resume. Tal cual. Sus películas son un pasar páginas hasta encontrar el episodio en la vida de su protagonista, hasta encontrar el pasaje de lo que verdaderamente marca el devenir amoroso de él o de ella o de los dos. El libro podría ser extenso y andarse por ramas y circunloquios. Garrel saca las tijeras y te dice, en off en este caso: éstos son los momentos que tienes que ver y que te interesan. Cotilla. Y nada más.

Por ello puede resultar su cine un método abreviado del conocimiento humano del amor. Lo que Garrel firma y filma es característico: lo que rodea, mata, daña, alimenta, subyace a, el amor. Aquí es su propia hija Esther (a Louis le ha dado por dirigir y por descansar en los brazos cinematográficos de Greta Gerwig) la que junto a una magnífica Louise Chevilotte, conforman los entresijos paterno-filiales-amorosos de tres personajes típicamente parisinos. Juventud, madurez que tarda en aparecer, madurez juvenil, qué es la fidelidad para ti, papá, le suelta la hija a su pater. Y, obviamente, no saber contestar con el sí o el no de latoso e irritante rigor. La pelota, no obstante, pasa de padre a hija, de hija a novia del padre, de novia del padre a la hija, que conviven, inri, bajo el mismo techo.

La Chevilotte arde en deseos. Otro de los aledaños. Hasta lo que podemos ver, que es bastante, afortunadamente, nadie tiene claro (¿tu sí?) los límites del ansia, del capricho y de la pasión. Pasajeros, efímeros, (¿in?) oportunos los tres. Mensajes que te envían aquellos devaneos posiblemente por algo y en el momento exacto.

Ah, l'amour.

Tenías que ser francés.
cassavetes
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7
2 de marzo de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvamos unas cuantas distancias, formales, argumentales, estilísticas y unas cuantos kilómetros más, si decimos que los hermanos Dardenne son los Coen europeos. Viceversa a veces. Muchas veces. Los hermanos Dardenne, Luc y Jean-Pierre, tuvieron unos fantásticos inicios en el largo belga, unos años festivaleramente premiados gracias a un cine comprometido, social, insólito (Loach y quién más) y emocionante. Cine de agallas que han mantenido con los años con algún altibajo que otro. En líneas generales puede decirse que afortunadamente siguen siendo los mismos hermanos de siempre y nada parece indicar que vaya a cambiar la cosa. Porque con El joven Ahmed: primero, cumplen su habitual y siempre merecido peregrinaje por el reconocimiento de laureles (mejor dirección en Cannes); y segundo, su compromiso con el buen cine, con los ideales que nunca deben perderse y la honestidad profesional no llevan camino de abandonar a esta Bélgica cinematográfica.

El joven Ahmed podría lindar con cierto riesgo. La trama, edificada por un tema de los candentes, el conflicto islamista radical presente en ocasiones con consecuencias funestas en la vieja Europa, podría significar tomar partido por el maniqueísmo o presentar de forma ambigua personajes, posturas y comportamientos. Nada de ello sucede. Sin decantarse por opiniones o extremos, los Dardenne narran, colocan la cámara (en este caso alrededor, literalmente, de un niño, de un chaval imberbe, de un Timothée Chalamet a la musulmana, de un chico que apenas sabe lo cómo piensa una chica, lo que hay detrás de un beso, de lo que supone el amor pero sí de qué va eso del sacrificio paradisíaco) y los espectadores somos más espectadores que nunca. Vemos, oímos y luego si se quiere se calla, se otorga o se posiciona uno.

A propósito, en los ochenta y cuatro apenas minutos de película hay una ausencia (Schubert y un grupo belga que suena en la radio del coche) total y absoluta de soundtrack musical. La intriga que nos absorbe, que nos envuelve lenta y apasionadamente en la película llega de la mano de una cámara nerviosa, orientada hacia la acción y una dirección sobria pero invisible (la cámara, no los directores, somos nosotros) al fin y al cabo. Sin llegar a ser un thriller (últimamente asusta menos el pensar qué hubieran hecho unos directores más allá del charco con este guión, quizá la influencia europeísta del cine se vislumbra ya en Jolivud) acumula los suficientes atributos para llegar al interés que aquel género suscita en la congoja de quien ve películas al uso.

Son los Dardenne, ojo, que nadie espere El fugitivo ni esos inventos actuales producción made in Netflix. El día que alguien como Luc y como Jean-Pierre Dardenne pise uno de esos platós… me acuerdo de cuando se cierra una sala de cine.
cassavetes
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5
1 de marzo de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Greta Gerwig, Gretica entre nosotros, toca y convierte en oro cada plano en el que interviene, con rebrillo, como si obligase a la cámara, en contra de la voluntad del director, a barrer para ella, a nuestra Greta, nuestra Gretica. Cosa que lograba ya en sus inicios de cine indie o, más allá aún, en sus pinitos mumblecore, de los cuales fue la reina indiscutible. Consorte lo es en Baghead. Si en otras cintas del bajo presupuesto ella aglutinaba plano contra plano, aquí conforma una parte más del pastel, quizá esa parte del roscón que lleva dentro la sorpresa (sus ojos, la comisura de su sonrisa, el enamoramiento instantáneo, aquella inesperada mueca) pero una parte más funcional, prosaica, menos atractiva (contradictio un terminis, si va ligado nuestra GG).

Baghead también tiene pocas perras detrás, los actores son de saldo, y el mumblecore y tal. Pero no mola tanto como algunas por momentos deliciosas películas de los nombres oficiales de este sub sub género cinematográfico. Aquí Baghead linda con el Dogma, con el cine noventero de sé lo que hicisteis. Greta (y los otros, pero a mí la que me importa es ella) está agarrotada por un guión. Repito. Greta se agarrota con guión. Espontaneidad y guión. Cine y libertad. ¿Más contradictios?

Sí, Gretica tiene gracia si la cuerda se destensa y la rienda se suelta. Si no, simplemente es Greta. Y eso no lo puedo tolerar. Quizá sea lo que le falte a Lady Bird, por ejemplo.
cassavetes
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6
29 de febrero de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Greta Gerwig sufre insatisfacción crónica. Qué pastillas hay para la insatisfacción. Que encima es crónica. Greta Gerwig en Hannah takes the stairs tiene un problema muy mumblecore, esos problemas tan de hoy en día de la población urbanita y tan corriente en las películas de bajo, bajísimo y exiguo presupuesto. Greta Gerwig es esa Hannah, una Hannah simpática, ocurrente y encantadora, que escribe el guión a medida que actúa, al igual que lo hacen los demás actores de la película, a la par que lo hacen todos en comandita, directores a la misma altura que el director que firma, Joe Swanberg, avanzadilla del mumblecore más indie. Todos, pues, aportan y sazonan con ingeniosas y alternativas escenas procedentes directísimamente de una, como mucho, veinteañera existencia, la suya, basada en hechos reales que trasplantan al guión embrionario sobre la marcha de la película.

Tener 28 ya te hace mayor, dicen ellos.

Inocentes.

Claro que si a los trece ya tienes una relación (sic) de dos años, la biografía que plasmar en una cinta indie no puede por menos que agrandarse con el tiempo. Veintitantos, breve lapso pero a lo que se ve bien aprovechados. Currículum a lo "vivimos en mi casa, loft, apartamento, mi amiga y yo, ven a tomarte algo”.

Y los amores de una rubia, tres eran tres, la rubia es la insatisfecha crónica. Que cuando besa, besa ora salvaje, ora no me toques más.

Que viene todo a ser, salvando las distancias, como la vida misma de ti y de mí, pero sin primerísimos planos y con respuestas menos elaboradas y menos underground. Pero... qué majica que es la Gretica.

Greta merece un capítulo, un prólogo y un epílogo aparte. La musa que nació para esquivar (hasta el momento) el gran Hollywood (te estamos observando, Greta) porque el mundo (Lady Bird) le hizo así. Y el mundo le hizo mostrarse lo natural que es, como Dios la trajo al mismo, como hasta al mismo Dios querría.

Gracias, Greta. Y ya si encima me tocas la trompeta...
cassavetes
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