La casa vieja tiene una puerta de acceso muy baja. Cuando pasas tienes que agachar la cabeza. Es una puerta pequeña. El tráfico está insoportable. Se dice, los muertos ocupan el umbral.

Lo visible implica un ojo desde el que ser visto. Un cuerpo es un cuerpo, en forma y significado. La palabra recorrido. Un recorrido que atraviesa la piel y nos deja ver el infinito bajo ella. En la serie, se menciona en repetidas ocasiones la tibieza del cuerpo. La tibieza como algo más de lo que tenemos y podemos observar a través de la vista. Se implican otros sentidos. Por qué tu cuerpo se siente tibio. Cómo encontrar un método para abandonar la carne. Lain afirma: hay muchas versiones de mi misma: una por cada persona que me recuerda. La desaparición a través de la idea del doble. Estar en todas partes fuera de uno mismo.

No puedo quitarme de la cabeza que hay algo que se trata, insistentemente, sobre el encuentro de la horizontalidad con la verticalidad. Una línea horizontal que representa el mundo real y una línea vertical como la suma de las espiritualidades y el contacto con dios. Donde se cruzan surge el lugar de encuentro entre ambos mundos.

Hay algo implícito, la supervivencia. Hay algo oculto, la sensación de estar bordeando la periferia del mundo.

Alguien pregunta, te vuelves loco. No, la necesidad de volverte loco desaparece. Al final te quedas observando desde la puerta con la cabeza gacha. Es afuera que te vuelves loco. Es afuera que tienes la añoranza de querer sentirte en casa en todas partes.

Comienza como un experimento distante. Poco a poco va ganando mi atención. Para cuando Juliette Binoche se pinta los labios y pone sus pendientes, ya la tiene toda.

Hay algo extraño en ella.

La ira.
El odio.
Un hombre con una guitarra.

Siento ver el mundo arder a través de sus gentes. Del egoísmo de unos y la barbarie de otros. El rostro de Mercedes McCambridge. El fin de una era. Una historia de amor casi olvidada.

Llegado a este punto mi pregunta es: si la locura es el síntoma ¿cual es la causa?

Unos niños cantores, una profesora en una bicicleta y una guerra que se lo llevó todo. Todo menos los recuerdos. Todo menos la esperanza. 

Porque no hace falta mostrar una guerra para hablar de ella. Porque a veces es necesario ver el mundo con otros ojos. Porque ver crecer a estos niños puede hacer mucho daño. Porque al final solo queda el dolor por lo que quedó atrás, y la esperanza de que no se vuelva a repetir.

He oído una voz en la noche, a la luz de un candelabro, esa voz me habla de personas, de sus corazones, de sus almas, de sus miedos. Esa voz es la de Ingmar Bergman, que prescinde de todo para llegar a lo más profundo. Perderse en los entresijos humanos, en las inseguridades y debilidades. Ver el mundo en el rostro de cuatro mujeres. Solo una mirada. Solo un instante. Y conquistará nuestros corazones para siempre.

Lograr ver como Bergman lo reduce todo a la esencia es, sin duda, un espectáculo impagable.