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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
14 de diciembre de 2017
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos… La comedia es un género más difícil y esquivo, porque parece sencillo hacer reír, pero se antoja un cometido ingrato y tortuoso cuando se falla en el empeño, ya sea quedándose sin el premio de la ansiada risotada o provocando indecorosos bostezos e incluso sentimientos de vergüenza ajena. Por ello, resulta encomiable el empeño voluntarioso y la insistencia desinhibida de Álex de la Iglesia por la comedia en cualquiera de sus vertientes: el esperpento, la parodia, el enredo, la bufonada, el delirio, etc. Y por bien o regular que lo haga, casi siempre resulta interesante y entretenido, quizás porque conoce como ninguno los más secretos e insondables mecanismos del tinglado.

Y estamos ante un innegable acierto, lleno de fuerza, gracejo, brillantez, agudeza y chispa que contagia la risa y el buen humor casi desde el inicio y que no se permite desfallecer durante su breve, frenético y sabroso metraje. La situación única se vuelve un festín para el espectador, que asiste agradecido a una cascada de carcajadas, sonrisas y muecas de satisfacción que consiguen disimular la mínima enjundia de la trama (que no es sino un pretexto), centrándose en ofrecernos un desternillante catálogo de tópicos, lugares comunes, trivialidades y artificios que funcionan como un engrasado reloj de precisión, sin tiempos muertos ni digresiones, sin olvidarse en ningún momento que sólo pretende hacernos sonreír o troncharnos (según la inclinación y gusto de cada cual) y lo consigue sin falsos disimulos ni remordimientos pedestres.

Aunque se basa en una reciente película italiana, la cinta evoca lo que antaño se denominó la ‘comedia madrileña’, puro estallido de humor castizo y cañí pero no exenta de cierta malicia endiablada, iconoclasta y norteña, sacándole punta a todos sus personajes, por romos o planos que nos pudieran parecer a simple vista. El colmillo retorcido de su director y coguionista nos permite disfrutar de la escabechina blanca y sin aderezos que despliega un inteligente y conciso guión trufado de picardía y aderezado con sorna, aunque la historia sea más simple y banal que el mecanismo de un chupete. El acierto está en centrarse y exacerbar su desaforado ritmo que nos obliga a obviar cualquier reserva que pudiéramos tener.

Para ello cuanta con uno de los mejores repartos corales de la reciente cartelera española, mereciendo destacarse entre todos ellos a Belén Rueda, Ernesto Alterio, Juana Acosta y Dafne Fernández, aunque todos ellos brillan con descarado aplomo y alborozado encanto. El que quizás alguno de nosotros nos podamos ver retratados en lo que se cuenta, añade un extra de astucia, regodeo y picante al manjar. Regocijante.
antonalva
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7
12 de diciembre de 2017
92 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño con problemas, unos padres entregados, un clan que lo ha protegido hasta el delirio, una sociedad que presta sólo atención al aspecto de las cosas y de las personas y no a la esencia de las mismas, una obsesión apoteósica por los ojos que te miran y el examen estricto e inapelable que tienes que pasar en todo momento y en cualquier circunstancia, es decir: la fijación por el parecer y no por el ser. Esto es en esencia la presente cinta, prototipo de cine divulgativo de superación y buenos sentimientos de que hace siempre gala Estados Unidos en general y Hollywood en particular. Si quieres, puedes; y si quieres mucho más, lo puedes todo.

Por lo general este tipo de cine ha quedado relegado a la televisión pero, de vez en cuando, vuelve a asomar su cabecita tullida en las salas de cine, aprovechando que alguna estrella ha accedido a participar en el proyecto. Así también en este caso, donde la mediática Julia Roberts encabeza un compacto reparto donde descuellan otros señeros nombres como Owen Wilson, Mandy Patinkin o Sonia Braga. Y si bien este subgénero casi nunca me gusta ni interesa, la verdad es que la presente película es digna y resulta muy agradable de ver, sobre todo porque no carga las tintas en la tragedia, ni busca la sensiblería a toda costa, ni ambiciona extorsionar al espectador con sollozos repentinos ni cursilerías de baratija. Pretende contar una historia interesante y lo consigue.

Nada memorable pero si cautivador: que te importe lo que pasa y que te reconforte el desenlace feliz con el que se cierra la historia (dentro de las limitaciones de una felicidad convencional y verosímil que no ponga a prueba la credulidad del espectador). ¿Y cómo se consigue esto? Centrándose en lo básico y esencial: un sólido guión, bien construido y que da voz a casi todos los personajes, con buenos diálogos y un acerado dibujo de caracteres, que no se recrea en la tragedia ni carga las tintas en lo morboso de la situación, al tiempo que rehúye de las simplificaciones optimistas o de la fabulación descontrolada. Además cuenta con unas buenas interpretaciones llenas de matices y muy cercanas y creíbles, sin falso glamour ni exceso de cochambre, al tiempo que el director trata con respeto la historia que se trae entre manos, potenciando el factor humano y realzando la solidaridad natural cuando hay genuino amor sosteniéndola.

En definitiva, es exactamente como me la imaginaba… pero bastante mejor de lo que me esperaba. Quizás por la presencia de un elenco excelente, un guión bien engrasado y una dirección esmerada.
antonalva
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7
7 de diciembre de 2017
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres personajes, una historia de amor, un gato muerto, una madre ‘new age’, una barcaza como hogar flotante y una sensibilidad a flor de piel. Con estos frugales elementos ensambla Carlos Marques-Marcet una obra que sorprende tanto por sus aparentes limitaciones formales como por la vastedad de los sentimientos que aborda con descaro y aplomo. Pocas veces he visto tan bien reflejado en una pantalla lo difícil que resulta armonizar voluntades dentro de una relación romántica, cómo las pequeñas diferencias pueden tornarse en arenas movedizas que engullen todo cuanto encuentran a su paso, cimentando desencuentros y construyendo bombas de relojería que acaban dinamitando los fundamentos del cariño y del apego. Si no estamos atentos, podemos despistarnos con detalles sin importancia y perdernos lo esencial: integrar la voluntad del otro en nuestro universo íntimo y hacerla también nuestra.

Dos mujeres enamoradas hasta el tuétano. De eso no cabe duda. Pero una de ellas desea ser madre y eso crea una complicada trama de rechazos tácitos e incomprensiones calladas que subvierten la cadencia de un relato que hace que el tranquilo fluir del tiempo se estanque y pierda frescura y lozanía, amenazando con pudrir las raíces del afecto. Nada puede volver a ser lo mismo cuando nos enfrentamos a la negligencia y egoísmo de una de las partes si ninguno de los dos está dispuesto a ceder un poco o a transigir en algo o a adivinar la importancia que para el otro tiene aquello que con tanto ahínco nos suplica nuestro ser más querido y con quien hemos decidido compartir nuestra vida. El hedor de la podredumbre socaba el entendimiento y establece el límite que no estamos dispuestos a traspasar para salvar nuestra relación. Y entonces soltamos amarras y navegamos a la deriva, incapaces de volver a un puerto seguro donde recalar para encontrar cobijo y rescatarnos de nuestro extravío.

Un guión excelente, unos diálogos sutiles, una interpretaciones desgarradoras en su sencillez, una estructura cuidada con esmero y mimo, impregnada de un ritmo telúrico imperceptible pero tenaz, unas imágenes repletas de verdad y hondura, que juega con las metáforas pero sin devenir en afectación ni pomposidad, todo sucede bajo la piel pero se muestra con tanto cariño y delicadeza que desnuda y desarma cualquier pudor… Asombrosa pieza de cámara que ofrece mucho más de lo que a simple vista se vislumbra y alcanza cotas de sinceridad y audacia envidiables, sin por ello eludir la ligereza de lo tragicómico.

Portentosa muestra de buen cine, bien urdido y cincelado, primorosamente esclarecido por el luminoso elenco (Oona Chaplin, Natalia Tena, David Verdaguer y Geraldine Chaplin) y rebosante de creatividad. Una joya.
antonalva
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5
6 de diciembre de 2017
13 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La chaladura – cada vez más extendida – de concebir ceñudos vehículos de propaganda o chabacanos panfletos irrebatibles en vez de contarnos historias abiertas, radiantes o universales que puedan albergar (o no) algún tipo de mensaje o moraleja resulta siniestro, zafio y cansino. Tanto más cuando la que lo perpetra es una veterana cineasta polaca, Agnieszka Holland (nacida en 1948 y en activo desde hace más de 40 años), que nos ha dado muestras de su probado oficio y talento, con independencia de los temas abordados. Sobre todo cuando la moralina estomagante de esta turbia e impetuosa fábula entra en flagrante contradicción con su propia biografía personal (hija de un judío asesinado por la dictadura comunista y de una luchadora católica que bregó contra los invasores nazis), ya que el presente libelo sectario parece enaltecer hasta el disparate el uso de la violencia y el crimen cuando se tiene una GRAN CAUSA que proclamar.

No hay grandes causas cuando el vehículo para defenderlas o reivindicarlas es un alegato en favor de la pena de muerte, del fratricidio, de la venganza y del delito. Y lo peor es que encima se le llena la boca en ruedas de prensa manifestando que ha pergeñado una obra combativa y sufragista… con paladines de latrocinios como ella, la supuesta razón que defiende se desprestigia y los fines (por buenos o loables que sean) quedan infamados. Si cualquier opinión – por digna o peregrina que pudiera ser – merece ser apoyada por las armas y el magnicidio en vez de por la palabra y la reflexión, estamos abocados al exterminio como cultura y al hundimiento como sociedad.

El problema es que la cinta alberga el germen de una buena alegoría que, enfocada de otra manera, podría haber originado un fértil relato sobre un ecologismo luminoso o la necesaria comunión del ser humano con la naturaleza o del papel y responsabilidad irrenunciable de todo individuo en la construcción de un mundo mejor o en el devenir salutífero de una humanidad más justa y razonable, más en paz consigo misma y con su entorno. Pero el resultado es una indecente, desquiciada y funesta arenga en favor del homicidio como única herramienta de combate para alcanzar cualquier fin perseguido. Con abogados como ella, el pleito está perdido.

Su mejor baza es una carismática, magistral y electrizante interpretación de Agnieszka Mandat-Grabka (con toda justicia premiada en la Seminci de Valladolid) que nos arrastra y seduce, que nos avasalla, destroza y pisotea hasta suprimir nuestro discernimiento sobre la corrosiva y letal carnicería proselitista que se despliega ante nuestros atónitos ojos. El apostolado sanguinario, tóxico y malintencionado de esta soflama animalista es un desvarío despreciable e infame. Y, para nada, feminista.
antonalva
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7
3 de diciembre de 2017
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desasosegante, turbio y violento thriller de Lynne Ramsay, que indaga sobre las secuelas de los excesos y perversiones en un mundo enfangado en el caos y abocado al exterminio farragoso del prójimo. Quizás su ritmo, a ratos premioso a ratos frenético, pueda descolocar a aquellos espectadores que esperen una cascada de matanzas y un baño de sangre asfixiante, pero en realidad estamos ante un estudio psicológico de un ser trastornado por el furor de la batalla y desorientado por la sinrazón de la vida. Un ‘solucionador’ de problemas al margen de la ley, un sicario que se toma la justicia a martillazos, que acepta encargos pestilentes que amenazan con desvelar lo más oscuro y nauseabundo de la existencia humana.

Las heridas más profundas e incurables son las del alma. Cuando nos quiebran la voluntad, nos convertimos en juguetes rotos, en material de desguace, que deambula como muertos vivientes en un mundo que nos es ajeno y nos importa una higa, incapaces de conectar con nuestras emociones o con las emociones de los demás, meros autómatas comatosos que se mueven a golpe de talonario, manipulables y sin voluntad, esclavizados por la desgracia y atormentados por un sentimiento de culpa angustioso, abocados a ponerse al servicio del mejor postor, porque no hay nada mejor que hacer que sacar partido de la cochambre que todo lo impregna y destruye. Hasta la inocencia.

Estamos ante un abrumador ejercicio de estilo. Los diálogos son mínimos y, casi siempre, ininteligibles, nunca se dice nada de forma directa ni clara, sino que debemos de mantenernos alerta para reconstruir lo que bulle, agazapado, por debajo de las palabras y así poder adivinar o descubrir lo que en realidad ocurre, desbrozando y sacando a la luz todo aquello que no tiene nombre o se calla por pudor o ignorancia. La dirección es portentosa, desbocada, febril, sustentada en un montaje brillante y creativo lleno de hallazgos y rebosante de originalidad. Nos arrastra durante todo el metraje sin darnos tregua, ni siquiera en los momentos de quietud o misantropía que puntean el recorrido a ráfagas impredecibles, falsos remansos de paz que preludian un descenso aún más cruento a los infiernos. El abismo lo engulle todo, desterrando la cordura y la piedad.

Asistimos a un rompecabezas donde las piezas parecen no querer encajar ni a porrazos. La brutalidad casa mal con la poesía y, sin embargo, no queda del todo proscrita de esta fábula manierista donde la barbarie señorea a sus anchas. Y nos desvela como el germen de la violencia, de la venganza, de la atrocidad corre el riego de mancillar cualquier esperanza de redención. El final simula optimismo, pero encubre la semilla del diablo.
antonalva
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