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Críticas de Jark Prongo
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Críticas 231
Críticas ordenadas por utilidad
9
7 de julio de 2016
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su libro sobre la figura histórica de Jesús de Nazareth, en las conclusiones que el ídolo extrajo del estudio durante más de dos décadas del personaje junto a expertos en la materia, Paul Verhoeven, ateo, admitía que existió. No en la forma que la Iglesia ha ido diciendo para montar y sostener su cortijo piramidal pero sí de una manera bastante aproximada. Verhoeven admite que varias curaciones y exorcismos fueron plausibles gracias al poder de persuasión y sugestión que Jesús operaba con su sola presencia frente a quienes en él creían, algo muy similar a cuando Lana Del Rey confiere sentido vital a la existencia de una fan con sólo decirle Holi y firmarle un autógrafo; criba las palabras que sí que pronunció Jesús de las que considera que son ulteriores invenciones de Pablo (el principal mercachifle de la Iglesia Cristiana, el ex negacionista converso) para adecuar el personaje al emporio que estaba expandiendo ya muerto el nazareno, fundamentando esto en las poderosas analogías que era capaz de cascarse Jesús con un claro estilo definido y sostenido en hipérboles; insinúa que quizá más que lo que él puede determinar por documentos de la época, evangelios apócrifos y demás mandangas lo más interesante de Jesús reside en lo que se desconoce, en esos meses de los que no se sabe qué hace o en qué consisten los cargos que le imputa el imperio romano para sentenciarle a morir. Porque Verhoeven, sobre todo, dice que Jesús fue alguien revolucionario -con su modo de ver las cosas y movilizar a la gente de forma viral- que de buenas la otra mejilla, un piti, cinco minutos a solas con su hermana y lo que tú quieras pero que a malas, ay, lo mismo echaba a correr y no para huir, sino para mejorar la eficacia de una patada voladora. Un revolucionario en toda regla según el holandés capaz de rodearse de apóstoles pescadores no por la proverbial casualidad, sino porque la tenencia de barcas, cuando montas un pifostio en la playa y te sitian las autoridades romanas, se hace esencial para huir. Que Jesús era un Dios, vaya.
En Hors Satan bien se pudiera tratar la segunda venida a la tierra de Cristo bien pudiéramos estar asistiendo a las acciones de un renegado cero de divino en la campiña francesa. Bruno Dumont no permite esclarecer nada a través del curso de los acontecimientos que muestra. La plausibilidad de que David Dewaele sea un Cristo ya descreído de los humanos –y, por lo tanto, dispuesto a hacerles cero concesiones a la presunta bondad que habita en su ser- es exactamente idéntica en probabilidades a que represente a un chamán, a un normal de a pie corriente y moliente o a una versión redux del Michael Landon de Autopista Hacia El Cielo. Es un ser de clara inspiración pasoliniana en su forma de aparecer en la campiña para luego irse a otra a quedarse (de hecho su presencia evoca mucho a la de Terence Stamp irrumpiendo en casa ajena en Teorema), un chavea bressoniano en su forma de posar las manos sobre otros y en la manera de llamar a las puertas, un hombre de mirada tarkovskiana al enfocar a donde confluyen tierra y cielo con la expresión de Hans Topo leyendo las letras aleatorias de una revisión de la vista, un caminante siempre en contacto con la naturaleza a lo personaje del primer Albert Serra o Apicha Weerasethakul, un futuro medallista olímpico de marcha por Francia porque si cuentas los pasos que da anda no menos de 60 kilómetros diarios y no echa el bofe. Pero sobre todo, lo que es es un trasunto de esos juegos morales que Verhoeven tan bien hila, un reflejo de que toda buena acción conlleva una mala y viceversa, un alegato anti absolutos polarizadores: David hace el bien a través del mal. Es decir, sustenta el dicho que una acción no es ni buena ni mala por sí misma, sino que esa valoración la dará un observador según en la posición en la que se encuentre. Para su protegida a buen seguro es la transfiguración en corporeidad humana del bien absoluto, ya que mejora su vida eliminando a un padrastro –de familia, no el de las uñas- y a un individuo que la ronda sin quererlo ella y, ojo a este detalle, le devuelve la vida después de muerta. Obviamente, desde la perspectiva de los anteriores apaleados David es el mal supremo, pues les roba la vida. Hay algo tangencial a las perspectivas vertidas por Maquiavelo en El Príncipe en la manera de conducirse por la vida de David, aunque él nunca lo verbalice, él es más de actuar sin dar el sermón, de obrar sin evangelizar, de partirte la cabeza de una pedrada si considera que eso supondrá la mejora de la vida de un tercero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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2
29 de marzo de 2010
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo lo que resultaba más que digno y sorprendente en Megatón Yeyé se convierte en execrable en Codo con Codo, que no es continuación ni nada por el estilo, por mucho que aparezca Micky y sus compadres Los Tonys. Como film, esto es una vergüenza intolerable que espero causase el ajusticiamiento por garrote vil de su máximo responsable, el chupagomas de Víctor Auz. Porque, vamos a ver, una cosa muy lícita es hacer un vídeo promocional de tal (Micky) o cual (Bruno Lomas) intérprete ligero, e incluso de toda una escena (la brillante 1,2,3 de Zulueta, sin ir más lejos), pero de ahí a venderla como película, añadiendo metraje nonsense y una metáfora muy floja acerca de la amistad con la trillada dicotomía buen amigo/mal amigo, pues media un trecho importante, casi tan grande como la desvergüenza del yeyé éste.

Intentando rescatar algo de la película y su hora y media de necedades, pues quizá reseñar lo guapa que aparece Massiel (la cual aguanta la verticalidad de manera notable haciendo creer al público que no ha soplado lo indecible y no se tira ni un eructo durante las canciones que interpreta), lo payaso que es Micky (aquí se descubre no ya como un histrión, sino como un idiota integral), la constante expresión de "¿ein?" de Bruno Lomas y la brillante aparición de Rafaela Aparicio, que suelta una sentencia a los 3 protagonistas que viene a representar el pensamiento del público y de toda una época: "Pues para ser yeyés vais muy limpitos, ¿eh?".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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9
28 de julio de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mayor logro vital de George Harrison no reside en haber sido el más válido de los Beatles, qué va. Está en haber fundado la productora HandMade Films con el fin de sacar adelante La Vida De Brian y, casi todavía mejor, en dar luz verde a que Bruce Robinson filmase el guión de una novela que jamás publicó, Withnail y Yo. Un texto basado en su convivencia durante los años sesenta con Vivian MacKerrell, sosías en el plano real del Withnail del texto -y el film- al que Robinson atribuye una sed pantagruélica por el alcohol. Un actor fracasado –su máximo logro fue aparecer en un film de horror con Marianne Faithfull, la cochambrosa Ghost Story- al que, por lo que narra Bruce en el prólogo del guión en su edición impresa, tuvo que ser todo un show conocer; las anécdotas que Bruce cuenta de Vivian son las propias de alguien irrepetible y con un magnetismo inigualable, una suerte de diletante del dudoso arte de ser él mismo, único campo en el que destacaba según el director. Una máquina de soltar aforismos mierders e iluminadores a partes iguales que gustaba de irse a ver los lobos a Regent Park tras mamarse gratis en reuniones del partido conservador o donde fuere. Sin tener una ideología definida ni nada, solo por el mero hecho de poder beber gratis.

Withnail y Yo es una tragedia. Una tragedia griega -aunque no beba de Eurípides-, pues sobre Withnail y Marlow (que así se llama el alter ego de Bruce) pende durante todo el film la sospecha de que son algo más que amigos condenados a compartir cuchitril. Que se petan el culo, vaya. Sucede casi siempre que lo trágico deriva en cómico, y aquí eso es constante. A ello ayuda el carácter afectado de Withnail, siempre soltando soliloquios a lo que él piensa que es una platea y no es más que la inmundicia que le rodea. Un bigardo vestido a la moda de dos siglos antes que su línea temporal que ya es inseparable del físico y amaneramientos de Richard E. Grant; un dandy que construye las frases de una manera tan redicha que tiene siempre a punto del colapso nervioso a Paul McGann, el sufrido compañero. Ambos terminarán por decidir cogerse unas pequeñas vacaciones de esa mugre que es su vida en Camden Town, donde la única visita que reciben es la de su camello y la única labor de interés diaria que pueden acometer es ir al pub a ponerse ciegos mientras evitan que les den palizas día sí día también por su innegable aspecto homosexual. Y en el campo, ya en la cabaña de prestado que les cede un familar de Withnail, las cosas no irán mucho mejor: ni allí ni en la ciudad encajan: son dos seres que chocan contra todos, incluyendo el entorno que habiten.

Cada escena humorística encierra una pequeña tragedia, decíamos. El tío Monty – personaje parodia del director Franco Zafirelli, que entró en la vida real a Bruce Robinson buscando hacerle un Neil LaBute- deja a Withnail por un individuo mesurado de tan pomposo y locaza que es, sí, pero cuando reímos en sus continuos intentos de seducción a Marlow pasamos poco después a ver la triste estampa de un hombre ya otoñal rechazado de forma sistemática. Los conflictos de la urbanita pareja con la gallina y el toro son el jolgorio máximo, hilarantes en grado sumo, aunque encierran la inutilidad manifiesta para cualquier tarea elemental de dos individuos maduros y en teoría preparados casi por naturaleza y de forma innata por el mero hecho de ser personas. Y la visita de la pareja basura a la cafetería de ancianos donde Withnail se pone a bramar frase brillante tras consigna memorable encierra la doble ruptura de las separaciones clasistas todavía imperantes en UK – pese a estar en las postrimerías de ese swinging London y por ese ser la gente anciana ajena a toda liberación de prejuicios- y el rechazo a todo aquel ajeno a una comunidad cerrada, aunque venga de un barrio a veinte kilómetros de distancia a lo sumo.
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Jark Prongo
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8
12 de agosto de 2009
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué maravilla, joder!! Fascinado de siempre por lo que conllevan los sueños, los misterios de la psique, Jung, el amor desde un punto de vista a lo Rojo Y Negro y los infocomerciales de la familia Bold (aunque poco o nada tengan que ver), esta película me ha llegado. No podría extenderme por varios motivos, entre ellos el que quiero merendar un lo que pille del frigorífico pero ya, y también que es algo muy subjetivo, ¿no?, pero llevaba tiempo sin estar a punto de llorar por una película. Porque es creíble, y humana, y la chica no es guapa pero para él, para uno mismo, igual es lo mejor del mundo, y se defiende el azar, el caos, y los sueños siguen actuando como mecanismo de defensa, golpeando a la necia y horrible realidad, pero sobre todo a los que creen que lo soñado es absurdo, irreal e inmaduro. Y por ese humor tan de forero, por la versión del After Hours de la Velvet, por la máquina del tiempo, por el chuzo de Gael cuando la ve, a ELLA, tonteando con otro, y por el derroche de imaginación y cacharros locos DIY. Pero sobre todo por esos últimos 10 minutos, ese rush de descalabros emocionales de Gael e intentonas en vano por conseguir a Charlotte, la única que parece ver las cosas de un modo que merece la pena. Y ese final, joder, que tierno... sin saber si se ha vuelto a quedar fritanga o le acaricia el pelo como muestra definitiva de que cede.
Jark Prongo
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6
17 de julio de 2020
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me flipa de Neil Breen que lo que parecía imposible, aquella película ideada por Homer Simpson que versaba sobre una tarta que viajaba en el tiempo, no sólo lo ha ido logrando a lo largo de su filmografía, sino que mejorándose a sí mismo: aquí Neil añade un 785% de personajes corruptos, alquila drones para tirar planos aéreos de su persona trepando rocas cual excursionista en La Pedriza y, lo que es más importante, se deja de medias tintas y relativismos morales al efectuar un genocidio sobre 300 millones de personas sin temblarle el botox. 300 millones de personas corruptas, eso sí. Unamos ese pequeño detalle a las veladas oposiciones a la inmigración y concluyamos que igual esto es el Mein Kampf de Neil. Un Mein Kampf inofensivo en apariencia porque está escrito en disléxico y en comic sans y la forma se come al fondo. Un Mien Pamkf o algo así.

Increíble al principio también en montaje paralelo: sabiendo que los espectadores se aburren ya de las polladas inventadas por Griffith y de que la gramática visual no avance y permanezca anquilosada Neil obra dos tramas que se suponen simultáneas pero que en vez de paralelas, con la magia, con su magia, con lo hacker, más bien uno se queda con la sensación de que transcurren perpendiculares o inconexas en zig zag.

El mejor Autor vivo a día de hoy y el más consistente en cuanto a efectuar ejercicios de estilo: si ya es difícil hacer The Room una vez imaginaos lograrlo cinco películas seguidas.
Jark Prongo
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