Nikou, discípulo del nuevo gurú del actual cine griego Lanthinus, aporta en su debut, su propio estilo visual y narrativo no carente de interés a una propuesta filosófica bastante plúmbea no apta para todos los paladares sobre la memoria como peldaños esenciales en la construcción de nuestra vida y de como la ausencia de ella, forzada o no, evidentemente atenúa el dolor que podamos sufrir. Podríamos decir parafraseando el refrán, aquello de que memoria que no recuerda corazón que no siente.

El director es capaz de construir y mantener una atmosfera inicialmente inquietante e incluso algunos se atreven a añadir como en las etiquetas de algunos alimentos eso de: podría contener trazas de humor. El protagonista se entrega y el conjunto invita a la reflexión, que no es poco.

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Cinco personas se han necesitado incluido los dos directores para firmar el guion y la historia de este refrito descarado sobre el guion de Diane Thomas que dirigió Robert Zemeckis hace ya la friolera de 39 años y que aquí se tituló "Tras el corazón verde". En aquella ocasión Kathleen Turner y Michael Douglas se llevaron el gato al agua de una aventura divertida y entretenida de la cual la que nos ocupa es un pálido reflejo a pesar de que Bullock y Tatum tienen buena química y parecen divertirse con el asunto haciendo el payaso.

Así pues "La ciudad perdida" viene a confirmar una vez más la sequía de ideas nuevas en Hollywood. Lo mejor que propone esta cinta es que vayamos corriendo a pasar un buen rato con la original del 84.

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Que los directores/as recurran a sus recuerdos de infancia como leit motiv, no es nada nuevo pero últimamente esta de moda, pongamos a Branagh y Spielberg como muestra destacada. Y si hay alguien a quien el tema no se le da nada mal es a Linklater, así es que dicho y hecho. El director nació en el 60 y tomando como epicentro la llegada a la Luna en el 69 nos da un ameno y colorido repaso a una década vista por los ojos de un niño cuya voz en off ejerce de narrador perenne en una mezcla entre documental y ficción como ya hizo también con resultados notables y temática similar la película francesa «Gagarine» (2020).

Tiempos donde los USA son la nueva Roma y el Imperio se siente poderoso y nos promete un futuro cercano a la utopía. Tiempos donde las sombras siguen estando ahí pero un niño de clase acomodada solo puede recordarlo atenuándolas al máximo. Un ejercicio de nostalgia plagado de referencias para aquellos que compartimos quinta aunque no fuéramos norteamericanos. Es en ese inmenso mercadillo de detalles donde la película se vuelve entrañable aunque el director se permita destilar algunas gotas de crítica social antes de abandonarse en el último trama a la ficción homenajeando el «pequeño paso para el hombre y el gran salto para la humanidad». Salto que pronto quedó en el olvido y que ahora, probablemente en otro ejercicio de nostalgia, se quiere retomar. La Luna y Marte vuelven como los viejos rockeros.

Se reencuentra Linklater con la rotoscopia desde que la utilizó en «A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad)» (2006), un método de calco de fotogramas de animación en vivo que ya utilizaba Disney en sus primeras cintas y que tuvo lugar con el invento en 1915 del rotoscopio dando lugar a la técnica cuyos resultados realistas son espectaculares.

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Una mujer y un hombre jóvenes desubicados social e interiormente, aparentemente antagónicos y en pleno proceso de supervivencia existencial se encuentran por azar en un largo viaje en tren por la Rusia de finales de los 90. Comienza así una "rail movie" donde como es habitual el camino es más importante que el destino final. Ambos conectarán en sus esencias, superarán sus carencias y se ayudarán el uno al otro a descubrirse un poco más a si mismos.

Kousmanen ya había dejado claro en su debut con "El día más feliz en la vida de Olly Mäken" (2016) que había llegado para quedarse. En este su segundo largo basado en la novela de la multifacética y reconocida artista finlandesa Rosa Liksom (seudónimo) nos sigue, entre otras cosas, hablando de amor, aunque  el que aquí surge tenga que transitar por vericuetos intrincados y nada convencionales.

La película no es fácil, da la sensación de que tarda en arrancar, aunque probablemente no sea así, y en algunos momentos parece detenerse y que el propio director duda y está tan perdido como sus personajes. Goza por el contrario de momentos "mágicos" que van directos al corazón o donde aniden las emociones más puras. Su actor y actriz protagonistas componen una actuación sobresaliente tan sutil, como compleja y dan vida a uno seres, Laura y Liohja que quedan en la memoria y de los que nos gustaría saber más. Los secundarios dejan su impronta.

El tren es el elemento catalizador para que la química produzca su efecto y funciona también como metáfora de una sociedad que avanza destartalada en cuyo vagón restaurante se ofrece caviar y se dan sándwich de salchicha.

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Imaginación y buen gusto con los que debutan la dupla de directores. Una bella mariposa que vuela efímera sobre el final de una época y el principio de otra, quizás con el mismo espíritu, los sueños de un alma solitaria y el florecimiento de un amor juvenil. Todo hilvanado con delicadeza, atendiendo tanto a la forma como al fondo. Excelente fotografía y banda sonora, a la que se suman las frescas y desacomplejadas interpretaciones de sus protagonistas.

La llamada Ciudad Gagarin: «un masivo bloque de viviendas sociales que quiso ser un espejo de la política social comunista y que acabó reflejando el declive de una sociedad marcada por la desindustrialización y las tensiones sociales que acompañaron el empobrecimiento de la población.» (Silvia Ayuso / El País /08092019), ubicada en la población suburbial (banliue) Ivry-sur-Seine, al sureste de París, fue demolida en 2019 para ser sustituida por un barrio ecológico. Fue inaugurada por el propio cosmonauta soviético en 1961, el mismo año de su gesta espacial.

Los directores junto con Benjamin Charbit firman un guion meticuloso que acierta a equilibrar el documental con la ficción. El joven Tui se acastilla en su soledad existencial dentro de la ciudad, constituyéndose en su último defensor al tiempo que construye sus propios sueños; entretanto por las grietas de las murallas se va filtrando el amor.

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